Hay algo universal en el amor, es cierto, pero no por eso repetitivo. Es extraño lo que sucede porque si bien se manifiesta como una sensación genuina no siempre puede vivirse de esa forma. Entonces la vida se las arregla para saltar a ese vacío o para huir. Lo que sí es cierto es que atravesar esa experiencia nunca resulta algo sencillo. Incluso los hombres y mujeres más inteligentes no han salido ilesos del romance. Sobre eso ha escrito Maximiliano Crespi. El libro se llama Pasiones terrenas: amor y literatura en tiempos de lucha revolucionaria y fue publicado por Taurus a principios de este año. La primera pregunta que sirve para desentramar este profundo y delicado artefacto literario es: ¿cómo aman los revolucionarios?
Con intensidad (que en algunos casos llegó al crimen). Esa parece ser la respuesta que se desprende de sus biografías políticas. Que Rosa Luxemburgo tuvo muchos amores, uno de ellos el hijo de su gran amiga Clara Zetkin, que Louis Althusser asesinó con sus propias manos a su esposa Hélène Rytmann, que Karl Marx tuvo un hijo con su criada y secretaria personal Helene Demuth y lo reconoció su amigo Friedrich Engels, que Lenin decidió dejar atrás su romance con Inessa Armand por el bien de la Revolución, que André Gorz y su esposa Doreen Keir se suicidaron juntos cuando la enfermedad de ella se había vuelto irreversible. Todo eso quizás ya se sepa. Lo que introduce el libro de este escritor es un viaje al interior de cada mundo, de cada experiencia, de cada historia.
Nacido en 1976 en la localidad bonaerense de Oriente, Maximiliano Crespi es crítico literario, ensayista, docente e investigador. Se doctoró en Letras, dirige la editorial 17grises y publicó un puñado de libros sobre teoría literaria como Los infames, Viñas crítico y La revuelta del sentido. Su abordaje es desde la literatura. Cada uno de estos siete ensayos que componen Pasiones terrenas —dedicados a Karl Marx, Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci, Walter Benjamin, André Gorz, Louis Althusser y Vladimir Lenin— está llenos de citas y lecturas pormenorizadas de investigaciones previas, biografías y cartas, pero también está el contenido que por aquel entonces inundaba de ansias las mentes enamoradas de aquellos revolucionarios. El contexto político y coyuntural está, pero también están las lecturas y escrituras al momento de vivir lo que es, en definitiva, una de las experiencias más trascendentales de todo ser humano: el amor.
"El título del libro está literalmente tomado de una frase del propio Marx, para quien la filosofía y la historia, el pensamiento y la vida en común, los dos aspectos sobre los que se centran los ensayos del libro, eran sus 'pasiones terrenas'. Más allá de eso, no creo que haya otro amor que el amor terreno. No se trata de una simple declaración materialista; se trata de haber aprendido que el amor es una experiencia, no un sentimiento. Y, como tal, está cargado de conflictos, de contradicciones, de violencia y de historia", dice el autor en diálogo con Infobae Cultura.
Un diálogo que se da a la distancia porque en estos momentos, mientras responde las preguntas frente a su computadora, está en la ciudad ecuatoriana de Cuenca, a ciento y pico de kilómetros del Océano Pacífico. Desde el hotel Santa Lucía repasa la conferencia que leerá en unas horas titulada "Teoría y Práctica de una poética de lo seco", sobre el trabajo narrativo de Francisco Bitar, en sus propias palabras, "el escritor argentino más interesante de la generación del Bicentenario". Casi como un ¿descanso? a esa tarea académica tipea estas respuestas.
—En el prólogo marca la necesidad de "evitar la puerilidad de la indignación moral". ¿Qué tan difícil es, sobre todo en la época que vivimos donde todo parece leerse desde el prejuicio?
—Es muy difícil despegarse de la lógica propia de la época y vivimos en una que se desgarra las vestiduras para estar a favor de todo lo que está bien y en contra de todo lo que está mal. La frase en el prólogo del libro subrayaba el peligro de evaluar con los códigos morales contemporáneos sucesos y relaciones planteadas bajo otras estructuras del sentir.
—Es llamativo que en la mayoría de las vidas que reconstruye la "estabilidad amorosa" no aparece. ¿Cómo cree que se daba esa relación entre las formas de amar y las formas de pensar el mundo y luchar por cambiarlo?
—Es una relación que se da siempre de maneras diferentes. No ocurre lo mismo en el caso de Doreen y Gorz que en el de Asja y Benjamin o que en el de Diefenbach y Luxemburgo. Lo que es seguro es que se trata de experiencias que transformaron el rumbo, el sentido del pensamiento en curso. O que le ofrecieron al menos la oportunidad de presentar una modalidad nueva.
—Hay una idea que brota en el libro y es que ser revolucionario en la literatura tiene poco que ver con serlo en la política. ¿Por qué?
—Como decía Brecht, el amor y la literatura son filones de la vida. Lo que no se puede controlar o determinar son los efectos del amor o de la literatura. Así como sabemos que no se hace buena literatura con buenas intenciones, el nombre de Borges debería funcionar también como referencia para entender que muchas veces uno escribe sin saber bien del todo el alcance de lo que escribe.
Nadie es libre solo. Lo escribe Maximiliano Crespi en el ensayo dedicado a André Gorz y titulado "Solos juntos libres". La sentencia es simple pero a la vez brutal. Inapelable. Aunque leído al calor de esta época que reivindica el "amor propio" y hace sobrados esfuerzos por individualizar (y atomizar) las energías de cambio "interior", hay un contraste interesante. "A esa tontería tan afianzada en el sentido común contemporáneo, hay que responder con Gramsci: no se puede amar a esa forma de lo colectivo que es un pueblo sin antes haber amado a las criaturas singulares y contradictorias que lo componen", comenta el escritor, y de inmediato agrega con determinación: "El cálculo egoísta y la liberación son puntos de oposición absoluta".
—Respecto al amor, hay dos casos que se destacan. Por un lado el de Gorz, que termina suicidándose junto a su mujer (que padecía una enfermedad ya incurable), y por otro el de Althusser, que termina asesinando a su esposa. ¿Se podrían pensar ambos casos como "violadores" de ese amor terrenal?
—No es posible pensar esas dos experiencias amorosas sin hacer pie en la veta narcisista sobre las que se compone su relato. Son dos casos extremos y hasta cierto punto antagónicos en los que una voz busca homogeneizar la narración de la historia, borrando el sentido particular de las vidas mediante una perversa ironía que consiste en expropiar al amado del sentido de su propia muerte.
—Es interesante ver cómo Lenin hablaba de "la santidad del amor". ¿Por qué cree que el gran líder de la Revolución Rusa no es tan "mordazmente crítico" frente al amor? ¿Qué ve ahí?
—La posición de Lenin es táctica. Su reflexión sobre la experiencia amorosa se da en un contexto en el que cada movimiento de piezas pone en riesgo una transformación estructural en ciernes. Sin duda Luxemburgo y Armand perciben con suma claridad que, para ser genuina, esa transformación debía producirse simultáneamente en el orden estructural social y en el plano de los modelos de construcción afectiva del amor burgués. Lenin seguía pegado a un modelo de sociedad en cuyo núcleo gravitaba la unidad mínima de la familia tradicional.
"En tiempos de crisis, la historia funciona como una encrucijada. Los posicionamientos que en un contexto parecen solidarios y compañeros de ruta permiten andar sólo una parte del camino", comenta Crespi. Nos referimos al texto sobre Lenin, el último, que funciona como epílogo: "Fuera de lo común". Allí se muestra un debate en el seno de la familia Armand —a la cual pertenece Inessa, la amante del revolucionario bolchevique—, donde sus miembros "se autopercibían marxistas" pero "la distancia entre progresistas y radicales se iba haciendo insalvable". ¿Cómo juega esa distancia a la hora de comprender la política hoy?
"Cuando está en juego una transformación revolucionaria —continúa Crespi en este diálogo epistolar con Infobae Cultura— se pone en juego una decisión radical en cada uno y con relación a los otros. Una decisión que implica un proceso de reorganización imaginaria del sentido histórico de la vida y de la muerte. De la propia vida y de la de los otros. En Oración, María Moreno trabaja con suma agudeza estos aspectos". ¿Y qué es ser revolucionario en el 2019? Crespi cita a Martín Kohan y dice que "es entender que no hay que aceptar la alternativa necesaria entre lo funesto y lo menos peor. Es apostar a la posibilidad o, mejor aún, a la necesidad de lo radicalmente nuevo".
Y es lo radicalmente nuevo lo que maravilla, pero también lo que genera parálisis. En algún momento, ese temor desaparecerá y la sociedad entera se despertará del eterno sueño de la pasividad. Quizás sea antes de lo que supongamos. Quizás sea esta noche.
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