Cada vez que una nueva corriente cinematográfica repudia las convenciones y los artificios del cine dominante, toma como armas algunas viejas características del realismo: los escenarios naturales, el blanco y negro, los actores no profesionales y la total inexistencia del trípode, lo que le da a estas películas esa característica apariencia, nerviosa y temblequeante. Así ocurrió con el Neorrealismo Italiano, la Nouvelle Vague y, más cercano en el tiempo, con la renovación generacional que, sin imaginación pero con cierta justicia, ha sido llamada "Nuevo Cine Argentino".
El origen de estas elecciones estéticas muchas veces es económico, pero su resultado tiene otras consecuencias. Una de ellas es la de transmitir la sensación de "estar allí", presenciando hechos reales. Imaginariamente, el público abandona la convención natural del cine clásico, aquella que dice que la cámara –y el espectador con ella– se ubica en un lugar preferencial, desplegándose una narración fluida y sin movimientos bruscos. Aquí, en cambio, la cámara se ubica donde puede, porque los acontecimientos –imaginariamente– no esperan.
Si en las ficciones se da esta sensación de que la cámara inquieta representa un grado mayor de verismo y de presencia física en un lugar donde "suceden cosas", esto es naturalmente mucho más fuerte en el terreno de los documentales.
De las imágenes temblorosas, fugaces, granuladas y blanquinegras que recuerda la historia del cine, pocas son tan impactantes y perturbadoras como la que se puede apreciar en La batalla de Chile, el documental de Patricio Guzmán.
Es junio de 1973, alrededor del Palacio de la Moneda se despliega un grupo de carabineros: el golpe de estado que derrocaría a Salvador Allende dos meses y medio después hace su último ensayo previo. El camarógrafo (un argentino llamado Leonardo Henricksen) registra cómo los uniformados van tomando posiciones con sus armas en posición de disparo. Uno de ellos apunta directamente a cámara. Se escucha una detonación y la imagen pierde estabilidad hasta quedar registrando la nada.
Alguna vez se dijo que el cine era el único arte capaz de registrar la muerte, más precisamente, el pasaje a la muerte. Podemos tener una fotografía de alguien vivo y luego una fotografía de esa misma persona muerta pero solo el cine –solo los documentales– pueden registrar ese momento casi obsceno en el que una persona deja de vivir. La muerte del camarógrafo no es vista directamente, está fuera de campo, pero ese espacio que se escapa de los límites de la pantalla es demasiado inmediato: la cámara de Henricksen sostiene nuestra mirada para luego dejarnos caer, involucrándonos de una forma pavorosa.
Pero La batalla de Chile es mucho más que la afortunada inclusión de una escena dramática. Se trata de una crónica política con formato periodístico de los últimos seis meses del gobierno de Salvador Allende y de su intento de llegar al socialismo por la vía de las elecciones en la convulsionada Chile de la década del 70.
El joven cineasta Patricio Guzmán, junto con un pequeño equipo de colaboradores, en el que se destacaba el camarógrafo Jorge Müller Silva, decidió documentar el proceso de cambio y las dificultades con las que este se enfrentaba. Registrando todas las movilizaciones políticas de la época, desde las masivas concentraciones públicas de la izquierda y de la derecha, hasta las sesiones legislativas, pasando por la larguísima huelga del cobre y el paro patronal de los camioneros destinados a desestabilizar al gobierno de Allende, La batalla de Chile refleja una época y una situación social y política de una forma tan precisa y gráfica como un texto escrito jamás podría lograr.
La simpatía de los realizadores con la Unión Popular es indisimulable; sin embargo, todos los actores tienen su voz y su imagen en la película, logrando un extraordinario equilibrio entre la libertad de interpretación que ofrece el material registrado y la más bien rígida mirada de los realizadores. La cámara de Müller Silva recorre todos los espacios con una curiosidad insaciable, no solo reflejando a las personas entrevistadas, sino mirando cada lugar, cada pequeño objeto, cada rostro, como sabiendo que se estaba dejando testimonio de una era destinada a desaparecer, una era que venía de la euforia y que se encaminaba al desastre total.
Además de la viva sensación presencial que provoca, La batalla de Chile está estructurada a través de un análisis político muy definido. La película arranca en marzo de 1973, con las elecciones para la cámara de legisladores. La derecha confiaba en un triunfo rotundo que le permitiera alcanzar los dos tercios. De esa manera, era sencillo forzar a la renuncia al presidente Allende. Pero los resultados sorprendentemente fortalecieron al gobierno que alcanzó más del 43 % de los votos. La película parte de la idea de que, a partir de ese momento, clausurada la posibilidad de derrocamiento constitucional, la derecha chilena, aliada con la CIA, inicia un plan sistemático de desestabilización que finalizará con el golpe de estado.
Luego de sumergirse metódicamente en cada uno de los tropiezos que presentaba la oposición y con audacia en todas las discusiones políticas, incluso hacia el interior de la izquierda misma, La batalla de Chile se cierra con las imágenes del Palacio de la Moneda bombardeado, el infausto 11 de setiembre de 1973 y con la conferencia de prensa de la Junta Militar chilena, encabezada por el general Augusto Pinochet.
Al igual que La hora de los hornos, con la que comparte intenciones revolucionarias y gloria en los libros de texto, La batalla de Chile fue un work in progress, con varias partes, desarrolladas a lo largo de los años. La que aquí comentamos es la primera, subtitulada La insurrección de la burguesía.
Luego del golpe militar, Patricio Guzmán fue detenido y estuvo dos meses en el Estadio Nacional. Las cintas de la película fueron rescatadas por la embajada de Suecia que logró sacarlas del país. Una vez liberado, Guzmán realizó el montaje de la película en Cuba, con la colaboración, entre otros, del cineasta francés Chris Marker. La película recorrió el mundo, se exhibió en 37 países y recibió una enorme cantidad de premios. El camarógrafo chileno Jorge Müller Silva quedó en Santiago. En noviembre de 1974, cuando apenas tenía 27 años, fue detenido por la policía militar junto con su compañera, Carmen Bueno. Aun hoy permanecen desaparecidos.
*La batalla de Chile. Parte I (La insurrección de la burguesía), Chile, 1973, dirigida por Patricio Guzmán, 98', está disponible en una copia de muy buena calidad en YouTube.
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