Stinkfish camina por una calle del centro de Bogotá, cuando un par de ojos lo hacen detenerse. Se acerca a un escalón, se sienta despacio y saca de la mochila su Canon G1X. Después espera. Sigue con el teleobjetivo a su presa y en el momento exacto en que los ojos lo descubren, gatilla. ¡Chick!. No da tiempo a posar, ni da explicaciones. Se levanta y se pierde entre la gente. En algunas semanas puede que los ojos encuentren su propia mirada gigante en alguna pared de Colombia o el mundo y recuerden el momento en que alguien les robó el instante. O puede que nunca lo sepan.
Según Stinkfish él no es un artista. Se siente más cómodo tras las fronteras difusas del término "graffitero". No muestra la cara, no da a conocer su verdadero nombre. Nació en México, se crió en Colombia, pintó alrededor del mundo. El punto de encuentro con Infobae Cultura es uno de sus muros, en pleno centro bogotano, apenas unas semanas antes de que lo tiren abajo. El anonimato hace que pueda ser cualquiera de los que a esa hora caminan por la Carrera 7ma y mientras se lo espera es imposible no preguntarse si será él o ella. "Voy vestido todo negro", llega una pista al celular poco antes de la cita. Y así es: jean, buzo con capucha, mochila y un rollo de posters a la espalda. Es él.
Bogotá está atravesada por autopistas, imponentes bloques de cemento, que se elevan donde se acaba el pavimento y sirvieron de soporte a obras a gran escala. Las calles más chicas, los pasajes, los callejones del centro, son de las bombas y los tags, del graffiti en sus expresiones más autóctonas. El barrio de La Candelaria es el lugar común, las palabras que siguen a cualquier pregunta sobre "arte urbano" en la ciudad. A comienzos de 2018 un video en inglés comenzó a hacer circular el rumor de que ahí pintar en la calle era legal. El mensaje se viralizó entre turistas pero no era cierto, la práctica es castigada y hasta se puede ser detenido por eso. "No es legal y nunca va a ser legal en ninguna parte", dice Stinkfish.
-¿Alguna vez tuviste problemas por pintar en la calle?
-Sí, varias veces. Acá y en muchas partes la información se tergiversa. Aquí la alcaldía te va a decir algo, la policía te va a decir algo similar pero con otros tintes, vas a ir al tour de graffiti y te van a decir otra cosa, cuando en realidad la que realmente sabe lo que pasa es la gente que pinta. Aquí pasó algo muy grave, que fue como muy simbólico, hace como 8 años un policía mató a un chico que estaba pintando. Lo grave fue que la policía desde altas cúpulas trató de encubrir el caso, muy rápido, a las pocas horas. Y muy rápido también se descubrió, lo que generó un escándalo. Destituyeron jefes policiales, condenaron al policía que hoy está prófugo. Eso cambió mucho el curso de la historia del graffiti en Bogotá y en Colombia.
-¿De qué forma?
-Hasta ese punto ya existía una explosión de cosas en la calle, pero no existía una legislación sobre graffiti. Desde ahí todo adquirió una velocidad súper grande, al punto de que hoy tenemos una ley anti-graffiti. Desde la alcaldía y desde la policía la llaman así, pero la venden como una política para promover el graffiti. Cuando lees el detalle dice que si te agarran pintando tienes que pagar tanto, si reincides tanto más. Impulsaron inciativas cambiándole toda la perspectiva a lo que es el graffiti. Tratan de darle un empaque de micro empresa juvenil, 'lo promovemos pero mientras se haga aquí o aquí y de esta forma'.
-Y si es legal, no es graffiti…
-Exacto. Más allá de la legalidad o de la ilegalidad también se está tratando de crear un imaginario colectivo muy específico. Es este tipo de información que vas a encontrar de gente que no tiene nada que ver con la calle, que te van a decir 'sí, es muy bonito lo que hacen debajo de los puentes, los tags, pero esto otro no, es terrible'.
-¿Cómo se reciben esas críticas?
-Creo que es normal. Hay gente que se pierde mucho en explorar esa parte de por qué sí o por qué no, y sin darse cuenta de que es una cosa global, el graffiti es un movimiento global, en el buen sentido, obedece a una idea de ciudad global también. La historia se repite, con pequeñas diferencias de un lugar a otro, pero si te pones a ver la historia de un lugar como Nueva York o en otras ciudades de Estados Unidos, capitales del graffiti en Latinoamérica, como San Pablo, Ciudad de México o Buenos Aires, es la misma historia. Ha llegado en diferentes momentos pero es una cosa que empieza pequeña, toma un rumbo, parece que sí, parece que no y en un momento ¡boom! estalla porque tiene que estallar. Tiene que estallar en una ciudad como esta.
-En Argentina hubo un caso el año pasado, en el que un vecino mató de tres disparos a un graffitero colombiano cuando estaba pintando afuera de su casa.
-Lo que pasa es que creo que hoy nos quedamos en esas lecturas muy específicas de casos que no son tan comunes, pero que en realidad hablan más de una situación general. En Bogotá, pero seguramente pasa en Buenos Aires, en La Paz, matan jóvenes todos los días por razones absurdas. Mi problema es el casarse con esas personas que tratan de volver mártires. Por ejemplo es muy grave lo que pasó acá de que la policía mate a un joven debajo de un puente, pero mediáticamente lo vuelven una noticia que opaca todo lo que está pasando día tras día y hora tras hora. Yo repudio la violencia contra cualquiera que esté pintando en la calle, pero creo que debe hablarse a nivel global. Eso habla de un montón de cosas que a nivel sociedad están pasando, no es el problema con el graffiti, con las paredes de la ciudad, es con la mentalidad, con la realidad social que estamos viviendo.
-¿Y el graffiti que lugar viene a ocupar en todo esto?
-Para mi el graffiti habla precisamente de eso, de la realidad en la que vivimos. A veces la gente se pregunta por qué, por qué salen los del graffiti, por qué con permiso o sin permiso, de noche o de día, como sea, no encuentran una razón lógica pero no ven todo lo que pasa en la calle. Salgo a la calle y veo un montón de cosas maravillosas que pasan pero también un montón de cosas que detesto. ¿Y por qué no puedo estar ahí? Por qué no puedo salir y hacer eso que me dicen que no haga. Si es una sociedad que falla todo el tiempo. O por qué tengo que tomar ese camino que ustedes me están vendiendo, cuando en realidad es un camino que es falso. Yo quiero hacer mi propio camino.
-¿Por qué empezaste a pintar en la calle?
-Porque estaba en la calle. Porque amigos míos estaban en la calle. Porque lo que estábamos haciendo nos aburría. Estábamos en ese momento en el que estás en un punto de tu vida en la que decís: ¿Qué hago?. Yo no era tan joven, cuando empecé tenía 22 años, hoy tengo 37. Entonces acababa de salir de la universidad y lo hice con compañeros que también eran estudiantes. Era como que decía no quiero meterme a trabajar en una empresa, ni estar todo el día en mi casa viendo televisión, estábamos todo el día en la calle y una fue una cosa la que llevó a la otra.
-¿Qué fue lo primero que pintaste?
-Lo primero que hice en el espacio público fue mi nombre, mi pseudónimo. Mi tag. Empezó como "Stink" y después terminó siendo "Stinkfish". Eso tiene que ver mucho con la música que yo escuchaba en aquel momento, el punk, el ska, el hardcore. También tenía mucho que ver con la sonoridad, una cosa es decir "apestoso" y otra es decir "stink". Lo que me pasa mucho es que los nombres reales no me los acuerdo, pero conozco a alguien por su tag y no me lo olvido, en parte porque lo veo pintado en todas partes.
-¿Volvés de vez en cuando a ese tipo de graffiti?
-Hay una línea de mi trabajo que se volvió muy visible y muy reconocible. Sin embargo yo hago tags, hago bombas, un personaje que pongo por todas partes, hago stickers, pego carteles. No estoy casado con una sola manera de hacer las cosas. Mi grupo de graffiti por lo general pinta letras, por lo general sólo se ve una parte de lo que yo hago, una parte muy mediática y obviamente que yo pinto mucho también en esa línea. Pero yo empecé haciendo stencil y el primer contacto fue con la gente que hacía letras. Al principio no tenía idea, pero con el tiempo empecé a integrar esos dos mundos y ahí surge el estilo por el que hoy se me reconoce, que una parte es stencil y otra es aerosol a mano alzada, libre.
-Además está las fotografía…
–El 100% de las fotografías que uso para mis muros son mías. Tengo una relación cercana desde muy pequeño con la fotografía porque a mi papá le gustaba mucho. No fue fotógrafo, pero en mi casa siempre hubo cámaras, era común verlas por ahí. Al momento en que empiezo a hacer graffiti la documentación para mí fue muy importante, la relación fotografía/graffiti. Al ser algo efímero me parecía lógico que así sea. Al principio hacíamos cosas súper random, imágenes de revistas, que nos gustaban, hasta que un día usé una foto que yo tomé. Fue casi accidental, una cosa de prueba y error, me empecé a dar cuenta cuáles funcionaban, cuáles no y a volverme más preciso a la hora de tomar la imagen, pensando en lo qué iba a hacer después. Se convirtió en el motor de esa parte de mi trabajo y llevo ya muchos años haciéndolo así.
-¿Por qué el anonimato, no dar tu verdadero nombre, no mostrar la cara?
-Parte del muralismo es el muralista, muy ligado al fenómeno de redes que nos toca vivir. Es súper clave que te vean, lo mismo si una marca te contrata tenés que estar pintando en el video que van a hacer, el paquete incluye todo, fotos, entrevista, etcétera. Y para mí el graffiti cuando lo conocí, algo que era mágico y sigue siéndolo, era que no sabía quién lo hacía. Hoy en día pareciera que es importante saber quién lo hace, sin importar si te gusta o no te gusta. Para mí mientras tanto era importante no saber. Lo anónimo siempre tuvo algo especial, como firmar un poema o un relato así, "anónimo". Por otro lado creo que también es una posición social, figurar de una manera en la que no muestras tu cara, ni dices tu nombre real, ni tienes un número, porque todos tenemos un número. Los nazis ponían números. Nuestros padres nos ponen una etiqueta que no consultaron contigo y llega un momento en que algunas personas, decidimos figurar de otra manera. Soy libre al estar dentro de mi anonimato, me permite ir tranquilo por muchos lugares.
-¿El mundo del graffiti y el del muralismo están enfrentados?
-Pasa en todas partes. Hay como muchas lecturas que se pueden hacer. Desde mi punto de vista el muralismo es un término demasiado grande para lo que a hoy se le da ese nombre. Si uno se pone a ver la historia del muralismo mexicano, europeo, en cualquier parte del mundo, es una cosa completamente diferente a lo que se hace ahora. La "época dorada del muralismo" tenía que ver con los pigmentos, el tiempo que se dedicaba, los recursos, eran una mezcla de artistas, químicos, con un rol social muy grande. Hoy creo que hay personas que están más cercanas al trabajo de ilustración y que han salido a la calle a pintar grandes o medianos formatos, pero que no llamaría muralistas.
-¿Y qué es el graffiti?
-Caminar, recorrer. Es territorial en el buen sentido de lo territorial. Esa es otra discusión eterna con el muralismo, el de las paredes. Porque esa es mi pared, yo no la compré pero llegué ahí, invertí mi esfuerzo, mis recursos, me arriesgué, tengo una propiedad, no física, no un papel, pero es mía.
-Al manejar distintos estilos en simultáneo, stickers, carteles, graffiti, mural… notas resistencias entre un formato y otro.
-A mí me gusta todo. Yo siento que eso es algo que también se pierde. Alguien que conociste pegando stickers, haciendo tags, quizás el día que llega al mural abandona todo. Así como hay otra gente que nos gusta todo, si tengo stickers en el bolsillo los pego, salgo de noche a poner carteles o proyecto una pared a gran escala. En lo personal mi estilo, lo que construí tiene una lectura muy directa, es un rostro. La gente lo lee sin problemas. Sin embargo me pasa de pintar ilegal y que salga el dueño de la casa y llame a la policía o al otro día lo hayan tapado.
-¿Eso te enoja?
-Es parte del juego.
-¿Volvés a las paredes que pintás?
-Me gusta documentar los procesos. He llegado a registrar el momento en que destruyeron paredes con obras mías. Me gusta mucho eso, es una gran pelea. Nunca hablo desde el arte, ni me interesa relacionar mi trabajo a lo artístico, yo hago graffiti porque una de las condiciones es que cambie, que desaparezca, que se transforme. Cuando pintás algo y al otro día no está hay un quiebre interno lógicamente, pero lo procesás muy rápido.
-¿Cómo definís lo que hacés?
–Graffiti. A mí no me gusta hablar de arte urbano, ni de street art, ni de muralismo, ni de neomuralismo, porque siento que todas esas subdivisiones lo que hacen es restarle importancia a lo que hace la gente. La calle la compartimos y cada quien tiene una línea, pero si yo puedo hablar de algo es de graffiti, de a poco he construido mi propia idea de graffiti. No voy a ponerme a discutir si algo es arte o no es arte.
-¿Vivís de pintar?
-Sí, vivo de esto. El proceso fue que a partir de encontrar mi estilo, de desrrollarlo, que empiezan a aparecer cada vez más y más proyectos. Me empiezan a invitar de otros países, desde 2010 empiezo a viajar mucho y en los últimos años he estado más trabajando en otros países que en Colombia. He estado por Latinoamérica, Europa, Asia, nunca hice viajes de placer o turismo, cuando salgo es a pintar. Me invitan a pintar una pared a algún lugar, un trabajo de tres o cuatro pisos, pero en ese lugar pinto también otras diez paredes. Me han invitado a proyectos de todo tipo. Hoy día también hay cosas a las que les digo que no rotundamente, por más que me paguen mucho, porque no tiene nada que ver con lo que yo quiero hacer.
-¿Y por fuera de las paredes?
-Vendo algunas obras para una galería en Nueva York, donde hago lo que yo quiero hacer y me quedo una parte de eso. Pero lo que habla por mí es la calle. Existe una discusión de "si no está en la calle no es graffiti", y es verdad, no lo es. Las galerías y los cuadros, no son un mundo que me interese, es otra cosa.
-¿Banksy?
-Es un caso a parte. Es un fuera de concurso. Por muchas cosas, entre esas cosas la burbuja misma que se creó en torno a él. Un cuadro suyo vale un millón de libras, dentro de la economía del 99,9% de la gente eso no existe. Por fuera de eso es un artista que me gusta. Como proyecto, sus instalaciones, suseventos, me parece una persona o grupo de personas con una visión creativa súper chévere. A él también le critican mucho vivir en esos dos mundos, el de la calle y el de las galerías.
-¿Y vos qué opinás?
-Es un punto a parte. A mí también me lo dicen mucho, pinto en la calle y también trabajo con una galería, pero yo no le debo nada a nadie. Aunque suene un poco fuerte hacer graffiti es hacer lo que se te da la gana, es esa posición frente a la vida, pero no es gratuito decirle a alguien 'hago lo que se me da la gana'. Todos vivimos un condicionamiento constante, desde cómo nos vestimos a los lugares donde comemos, de lo que nos gusta, pero el graffiti es otra cosa, es un espacio de libertad.
¿Por qué hacer algo para que otro lo disfrute gratis, en la calle?
-Yo creo que es algo que tiene que ver mucho con tu manera de entender la vida y tu manera de compartir las cosas. Una vez más las condiciones y los condicionantes dentro de los que nacemos nos hacen leer la vida como un momento en el que obtienes, vendes y de esa manera compartes. Vendes tu tiempo o vendes tu producto y por eso obtienes recursos con los que puedes compartir con tu familia, con tus amigos. Todo está condicionado por ese intercambio con fines lucrativos. El graffiti en mi caso, y creo que en el caso de mucha gente, te permite entender el mundo y la vida sin ese intercambio lucrativo, que no se limita al papel moneda.
– Última, ¿qué aprendiste saliendo a pintar en la calle?
-Todo.
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