El laureado escritor nicaragüense Sergio Ramírez, el primer centroamericano en ganar el Premio Cervantes, integrante de la generación de autores latinoamericanos surgida después del "boom" y traducido a más de quince idiomas, centró su ponencia en el Congreso de la Lengua, que finalizó el sábado, en cómo el español es una lengua contaminada, de transgresión incesante.
La legitimidad del idioma procede de la calle y las academias "no son más que antenas que están captando lo que se habla y lo registran", se muestra convencido durante la entrevista el autor de novelas como Castigo divino (Premio Dashiell Hammett), Margarita, está linda la mar (Premio Alfaguara de Novela y Premio José María Arguedas) y El cielo llora por mí.
Desde el lobby de un hotel céntrico, el ganador del Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria habla con apasionamiento de la lengua española, a la que define como diversa, creativa y "segura de sí misma". Un idioma que, puntualiza, acompaña a los inmigrantes y "no se deja avasallar por el inglés".
Ramírez (Masatepe, 1942) es un veterano de estas citas que convocan cada tres años a académicos, escritores y lingüistas. Durante su quinta participación en un Congreso de la Lengua no duda en trazar un balance positivo, indicando que desde el primer encuentro en la ciudad mexicana de Zacatecas en 1997 se produjo una equiparación entre las academias a ambos lados del Atlántico.
Ya sea del ámbito de la lengua, las letras o la situación en su país, el escritor nicaragüense no elude ninguna pregunta. Así afirma que espera retomar cuanto antes su oficio, al que se volcó de lleno tras abandonar la política a mediados de los '90. Pero luego de recibir el Premio Cervantes 2017 lo esperaba "una Nicaragua incendiada", realidad que inevitablemente lo perturba. Sin embargo, "la literatura sobrevive todas las catástrofes", confía el ex vicepresidente de Daniel Ortega de 1985 a 1990, actualmente un duro crítico del régimen sandinista.
El novelista, ensayista y cuentista, uno de los participantes en la presentación de la nueva edición conmemorativa de Rayuela en el marco del Congreso, apunta que el "boom" ya integra "la sustancia de la literatura" y define a la obra cumbre de Julio Cortázar como "una carga de dinamita" y "la Biblia" de su generación.
–¿Cuáles definiría como los principales atributos que presenta actualmente la lengua española que se debate en este VIII Congreso?
-Diversa, creativa, hablada por centenares de millones de personas, una lengua segura de sí misma. No es una lengua a la defensiva, es una lengua invasiva más bien. No obviamos la manera agresiva con que el español se comporta a la hora de ir hacia la frontera con Estados Unidos. Se va con los inmigrantes, es la lengua que va en la boca de los inmigrantes pobres, pero cuando llega al otro lado de la frontera muta, se queda ahí, no se deja avasallar por el inglés. Claro que recibe del inglés y le da al inglés, pero lo que hace es mutar, transformarse. Está ahí, hablándose en la privacidad de los hogares, en la calle. Es una lengua muy viva.
Un inmigrante deja de hablar el español cuando la necesidad se lo impone. Cuando él tiene que hablar inglés pues se defenderá hablando el inglés que puede, pero cuando vuelve a su hogar vuelve a hablar español, con sus hijos, con su mujer. Es la lengua de la intimidad, que es cuando no muere nunca la lengua: cuando se habla en casa.
–¿Por qué se refirió al español como una lengua contaminada? ¿Cómo explica ese concepto?
-Hablamos una lengua sucia, en el sentido que no hay lenguas puras. Esa pureza castiza se llamaba antes, de la lengua del estrato superior de la sociedad, del estrato económico más poderoso. En el siglo XIX quería ser como la lengua que se hablara en la península española, todo lo demás era contaminación. Incluso los escritores vernáculos, cuando hacían hablar a los indígenas, a los campesinos, en los diálogos entrecomillaban las frases, ponían comillas en las frases como quien se pone unos guantes quirúrgicos, para no contaminarse. La lengua es lo más contaminante que hay, porque sube de abajo hacia arriba. Sube de los estratos más pobres, de los estratos populares, y llega a alcanzar los estratos cultos.
Me parece que el gran transformador de este concepto en la literatura fue Juan Rulfo, porque le quitó las comillas al idioma popular y se pasó a hablar entre la gente, en la oscuridad del idioma. No en balde sus personajes hablan entre los muertos, debajo de las tumbas. El escritor está hablando como hablan los personajes, no se avergüenza, no toma distancia. Se ha quitado los guantes, se ha llenado las manos de la tierra, de la suciedad, y esa es la lengua que hablamos. Todavía alguien se queja de la lengua de los locutores de fútbol, de los redactores de las notas rojas. Y la lengua es una y diversa y tiene distintas formas de expresarse. Y todo va a dar a la misma olla, donde se cocina todo.
–¿Las academias de la lengua se bajaron del pedestal? ¿Están perdiendo su carácter de guardianas del idioma?
-Se han ido convenciendo de que las academias no son más que antenas que están captando lo que se habla y lo registran. Pero las academias no inventan términos, ni pueden decir 'yo suprimo términos o agrego', eso no les corresponde. Es que las academias no pueden seguirse viendo como entidades sacrosantas que son inalcanzables para todo el mundo. Allá arriba no está el idioma, entre las nubes. Está en la suciedad de la tierra, no está en la estratósfera. Por eso ese viejo y tradicional lema de la Real Academia Española es cierto, "limpia, fija y da esplendor". -Como que toma una piedra preciosa que está en el lodo, la limpia, la fija, la exhibe y la coloca en el estante debido. Pero la piedra está ahí desde antes.
La lengua crea sus propios museos, es muy generacional. Los términos que se usaban en mi juventud, cuando yo era adolescente, ya están muertos. Toda la siguiente generación, y la otra y la otra, porque cada generación va creando su propio idioma juvenil, su propio idioma adolescente, su propio analogismo, sus propias palabras. Es una dinámica constante la que tiene la lengua. Y hay palabras que perecen. Si uno va a ver el diccionario de autoridades, que es el diccionario clásico del castellano, muchas palabras ya no existen. Son legítimas, porque todo lo que una vez entró al diccionario ahí se quedó, pero ya nadie las usa más.
–¿Considera que el lenguaje inclusivo debe ser oficialmente adoptado o encuentra razones para no convertirlo en norma?
–Creo que las explosiones, cuando son verdaderas explosiones sociales, se transmiten al lenguaje y establecer límites o prohibiciones viene a ser absurdo. Es el tiempo el que decanta lo se queda o no en el lenguaje. Hay fenómenos que son por naturaleza transgresores, transgreden los límites, rompen con los moldes. Muchas cosas se quedarán y otras no. Se establecen modas que no perduran en el lenguaje, en los estilos sociales, pero las cosas que son justas siempre se quedan. La lucha por la igualdad de la mujer y por los derechos de las mujeres es una lucha justa, por lo tanto como fenómeno genera su propio lenguaje, su propio estilo. Algunas cosas algún día se volverán demodé y otras quedarán ya establecidas en la sociedad.
–¿Qué aportan los Congresos de la Lengua con sus debates sobre el español? ¿Dejan resultados concretos estos encuentros?
-Algunas veces se patina sobre los mismos temas y me parece natural, porque son temas que siempre están pendientes. Pureza, contaminación del idioma, expansión, influencia del inglés, la tecnología. Todo eso aquí se está debatiendo y se va a seguir debatiendo porque son problemas no resueltos.
Hay problemas sobre los que se ha avanzado mucho gracias a los Congresos de la Lengua en parte, como por ejemplo la equiparación de las distintas expresiones del español a los dos lados del Atlántico. Lo mencionaba Mario Vargas Llosa, se terminó el reinado de la Real Academia, que dictaba desde España la forma correcta o incorrecta de hablar. Hoy todas las academias tienen igual rango y lo que antes se consideraban barbarismos, que son los términos generados en el español americano, hoy tienen igual rango que los términos peninsulares. Los diccionarios son elaborados ahora por todas las academias. Y sin olvidar que los diccionarios solo certifican, las academias solo certifican, le dan patente a lo que se habla ya en la calle. Porque quien legitima el idioma es la calle, la gente. No se legitima en la gramática ni en los diccionarios.
–¿Sigue sintiendo la pulsión de escribir?
-Lo que pasa es que ha sido una temporada medio infierno para mí. Porque después de que recibí el Premio Cervantes volví a una Nicaragua incendiada, estaban matando jóvenes todos los días, mataron a quinientos y pico de jóvenes, no hay una cifra definida de jóvenes asesinados. Y más de 50.000 exiliados solo en Costa Rica, una gran parte de los periodistas exiliados también, muchos medios de comunicación cerrados, periodistas presos, 800 presos políticos. Un país tan pequeño, de seis millones de habitantes.
Entonces pues eso me perturba mucho, hasta el grado de hacerme dudar de qué es más importante, el tener mi voz y la atención puesta en lo que está ocurriendo o en la literatura. Pero sería una tontería, eso es algo que uno tiene que pensar, que la literatura sobrevive todas las catástrofes. Y que aun que uno escriba cosas que no tienen que ver lo que está pasando en la calle siempre será literatura y que es el verdadero oficio que yo escogí. Entonces no me toca más que retomarlo cuanto antes.
–¿Logró en algún momento conciliar ambos oficios, política y escritura?
-Cuando se juntan es muy difícil resolver el dilema. Por eso yo prefiero separarlos y tomé esta decisión en el año '96, cuando dejé totalmente cualquier actividad política. Dije 'voy a ser escritor, ese es mi oficio, lo que he sido siempre', y es lo que quiero seguir defendiendo. Mi preocupación no es porque yo esté encabezando la oposición contra Daniel Ortega, porque no estoy en ese papel, son otras personas las que están dedicadas a eso. Soy un observador crítico, pero estoy metido, mi alma, mi vida, están metidas en eso. Pero no tengo ningún papel en la oposición, entonces ese tiempo para mí ya pasó.
–Ya hace casi un año que comenzó el levantamiento contra el presidente Ortega, en abril de 2018. ¿Qué salida avizora a la crisis, cómo debería proceder la oposición?
-Para mí la salida sigue siendo el diálogo nacional, que está en marcha, con altibajos. Mucha gente duda de la buena fe del gobierno, del diálogo, pero yo creo que no hay otra forma. Los que dicen que el diálogo no sirve para nada y que hay que acabar con el diálogo pues lo único que tendríamos de frente sería la violencia. Para mí la violencia es un camino cerrado, por lo tanto regreso al del diálogo.
Tiene que salir una solución negociada. Ni el gobierno puede sostenerse tal como está ni volver a lo que fue antes, ni los presos políticos van a salir por arte de magia, ni la democracia va a regresar por arte de magia. Hay que negociar, hay que conversar, hay que discutir. Y yo quiero que tengamos elecciones cuanto antes, que los presos políticos salgan, que los medios de comunicación actúen con toda libertad, que se vuelvan la garantía de opinión pública, y entonces ya veremos qué pasa.
–¿A medio siglo del "boom", cree que dejó una marca indeleble en la literatura latinoamericana? ¿Hay una tendencia de ciertos escritores jóvenes a desmarcarse de ese fenómeno?
-Es que el 'boom' está ya en el aire y la sustancia de la literatura. Nadie puede decir que se aleja de Vargas Llosa, de Cortázar o de García Márquez. Ya está en el sustrato de la literatura. Es como el caso de Joyce. Creo que muchos no han leído Ulises, pero están influenciados por él. Muchos escritores jóvenes que se ponen a escribir monólogos no saben que eso viene del Ulises, no están obligados tampoco, porque eso ya está en el sustrato de la literatura. Son aportes que van quedando en las maneras de ver la realidad, la manera lúdica que Cortázar vio la realidad pues la repite luego Bolaño. Y no es que Bolaño copie a Cortázar, repite. Son escritores que corresponden a distintas generaciones.
–¿Qué importancia le asigna usted a Rayuela, a más de medio siglo de su primera publicación?
–Rayuela fue la Biblia de mi generación. Rayuela siempre la veo en el contexto de la lucha por la liberación de Argelia, la lucha por los derechos civiles de Martin Luther King, las protestas contra la Guerra de Vietnam, el concierto de Woodstock, los Beatles, los Rolling Stones. Esa es mi generación, yo soy de la generación de los '60, que despertó en los '60. Entonces la forma de ver el mundo para mí tiene mucho que ver con Rayuela, la forma lúdica de ver el mundo, esta forma ácrata, que no hace propuestas, sino cuestionamientos. Es una carga de dinamita.
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