(Desde Córdoba) Lenguaje con preeminencia masculina. Lenguaje como instrumento imperfecto. Luchas y tensiones en el ámbito de la lengua. Juan Villoro va desgranando conceptos como si impartiera una clase magistral desde el lobby de un hotel céntrico de ciudad de Córdoba. El novelista, cronista, cuentista, ensayista y dramaturgo mexicano no solo intervino en estos días en el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española, sino también en el I Encuentro Internacional: Derechos Lingüísticos como Derechos Humanos, eI "contracongreso" al que se refiere como "muy estimulante y muy rico".
Villoro sostiene que el lenguaje "utiliza muchas expresiones que son incorrectas" y "se deja influir por prejuicios; es discriminatorio en muchos sentidos". Una de sus limitaciones es, "por supuesto, la preeminencia masculina". Por lo tanto, remarca que el lenguaje inclusivo –un asunto ausente en la programación de la cita cordobesa, pero que se coló en los discursos- "es uno de los grandes temas a discutir".
El ganador del Premio Herralde con El testigo tampoco anda con rodeos a la hora de expresar lo que piensa sobre el rol de las academias, el manejo de la industria editorial o el reclamo del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador a España para que se disculpe por los abusos de la Conquista. Al analizar la demanda del presidente mexicano, Villoro destaca que "hay una contradicción, o quizá un uso retórico y demagógico de la política, al pensar que lo importante es lo que les ocurrió a los indígenas hace 500 años y no lo que les está ocurriendo en el presente".
Vestido informalmente, de jean y camisa, el escritor puntualiza también desde su elevada estatura: "hoy en día sería más correcto hablar de una lengua hispanoamericana que de una lengua castellana o española", porque "no hay una denominación de origen para la lengua".
-¿Cuál es su diagnóstico acerca de la masculinización del lenguaje?
-Hay una absoluta masculinización del lenguaje que tiene que ver con la historia que hemos tenido, que sin duda es una historia heteropatriarcal, y el lenguaje es un instrumento imperfecto. La paradoja es que con este instrumento imperfecto se pueden labrar joyas. Logramos poemas de Sor Juana Inés de la Cruz, de Quevedo, cuentos de Borges, ensayos de Ortega y Gasset. Pero esto no quita que se trata de un instrumento que utiliza muchas expresiones que son incorrectas, se deja influir por prejuicios, es discriminatorio en muchos sentidos. Usamos la palabra 'cafre' por ejemplo para referirnos a alguien que es una persona de conducta no civilizada y se trata de una civilización, la civilización cafre. Hablamos de ensaladas orgánicas como si las demás fueran de plástico. O sea utilizamos muchas expresiones que denotan más bien prejuicios y limitaciones. Y una de las limitaciones es, por supuesto, la preeminencia masculina en la lengua.
-¿Por qué la academia es tan reacia a abrir el debate sobre el lenguaje inclusivo?
-Julio Cortázar decía que el diccionario se debería llamar cementerio, porque era el lugar donde las palabras ya tenían su acta de defunción y era donde iban a morir en la medida en que eran reconocidas demasiado tarde. Y que las palabras vivas solían estar en la calle y entre la gente. Quizá el mejor diccionario que se ha hecho en términos de diccionario para ser leído es el de María Moliner, que es un diccionario de uso, hecho por una persona que por machismo fue rechazada por la Real Academia Española y también por su postura antifranquista. Este diccionario logrado de manera titánica por una sola persona nos da una idea de que el verdadero propietario de la lengua es el pueblo. Es un diccionario pensado para que la gente lo comprenda, lo discuta, incluso lo lea.
La academia suele ir a remolque de todo esto, llega demasiado tarde. Cuando se pone de acuerdo para aceptar una palabra, pues esa palabra ya lleva décadas significando muchas cosas para los hablantes. Entonces creo que la lengua está viva y depende más de la costumbre que de la norma.
-¿Considera que las academias americanas de la lengua y la Real Academia Española se han equiparado o el lenguaje sigue siendo dictado desde España?
-Ha sido una larga lucha. Creo que uno de los grandes logros de la Academia Mexicana de la Lengua fue que se aceptara la palabra 'españolismo' en el diccionario. Es decir, no todo lo que se produce en la metrópoli es correcto. También ahí se distorsiona la lengua con regionalismos que no necesariamente tienen validez en otras partes. Entonces, no hay una denominación de origen para la lengua. Surge en Castilla, pero hoy en día sería más correcto hablar de una lengua hispanoamericana que de una lengua castellana o española, pero todavía falta para esto. Es una lucha y una tensión que están en marcha.
El solo hecho de que el Premio Cervantes por ejemplo se dé un año a un autor español y un año a algunos de los 20 países latinoamericanos, pues, habla de una asimetría de las lenguas. También la mayor parte de la industria editorial está en manos españolas, muchos medios informativos impresos también lo están. Entonces digamos que la pulsión colonial no ha abandonado España; es muy fácil ver que ciertas traducciones españolas no toman en cuenta a un lector que va más allá o que vive más allá de la península ibérica.
Por ejemplo se traduce en España una novela que tiene que ver con el narcotráfico como El poder del perro, de Don Winslow. Aparecen personajes que son agentes de la patrulla migratoria norteamericana, sicarios, capos del narcotráfico, y todos ellos hablan como españoles, con el 'vosotros'. Ahí hay una malinterpretación de la circunstancia cultural muy grande. Es un acto de colonialismo pensar que los personajes pueden hablar con esos términos que no tienen nada que ver con la realidad en donde se están originando. Es como si un traductor argentino tradujera una novela ubicada en la Guerra Civil española, digamos una novela inglesa o francesa, y los personajes españoles hablaran con el voceo argentino. Sería ridículo, eso no lo hace un traductor argentino, porque tiene una conciencia de un mundo cultural que lo excede. En España muchas veces hay un sentido de autoridad de la lengua muy provinciano y muy reductor todavía. Entonces es una lucha que tenemos que seguir dando.
-¿Qué opina del perdón que López Obrador reclamó a España por la Conquista?
-El presidente López Obrador ha querido hacer un uso social del perdón que me parece significativo, sobre todo cuando tiene que ver con cosas de su competencia. Él ha pedido perdón a víctimas que han sido secuestradas, por ejemplo en Tierra Blanca, Veracruz, a una activista y escritora muy significativa, que fue secuestrada y torturada, Lydia Cacho. Y me parece muy importante que un Estado pida perdón, porque aunque esto lo haya hecho un gobierno anterior, indica que eso no debe volver a ocurrir. La disculpa te compromete y eso es muy importante. Pero me parece que pedir disculpas por lo que ocurrió hace 500 años y a otro país nos obliga a revisar primero que nada lo que nosotros hemos hecho también. Durante 200 años México ha sido un país independiente que no ha dejado de sojuzgar a los indígenas. Y el presidente López Obrador, que creo que ha tenido muchos aciertos, también ha tenido algunos desaciertos, como por ejemplo proponer el tren maya.
Es un tren que va a desplazar a cuatro millones y medio de gentes en la península de Yucatán, que va a destruir sitios arqueológicos y comunidades indígenas, que lo único que tiene que ver con los pueblos originarios es el nombre de maya y que va atentar contra la reserva de la biosfera de Calakmul, la segunda más grande del país. Entonces eso es un proyecto desarrollista que le da la espalda a los pueblos originarios y que ha sido condenado por el Congreso Nacional Indígena, el Ejército Zapatista, los grupos de defensa de los derechos de la tierra y todo eso. Entonces me parece que hay una contradicción, o quizá un uso retórico y demagógico de la política, al pensar que lo importante es lo que les ocurrió a los indígenas hace 500 años y no lo que les está ocurriendo en el presente.
-¿Definiría El vértigo horizontal como una obra muy personal?
-Es un libro sobre la Ciudad de México y es muy personal en la medida en que incluye recorridos muy autobiográficos sobre la ciudad que me consta. Creo que todos vivimos la ciudad en dos velocidades por lo menos. La más íntima, que está hecha de los recuerdos de nuestra infancia, los lugares donde estuvieron nuestros padres, nuestros abuelos, la primera escuela donde estuvimos, las cosas que nos han acontecido, el primer amor, todo este mundo tan personal define una ciudad. Pero al mismo tiempo la ciudad también está llena de zonas a las que vamos de vez en cuando, que nos interesan, pero que nos permiten un contacto ocasional. Esas son las zonas del cronista. En mi libro pues aparecen situaciones como los niños de la calle, que es una de las situaciones más dolorosas que hay en la Ciudad de México, los artículos de contrabando en el barrio de Tepito, la Semana Santa en Iztapalapa y las colmenas de los megaconsorcios en Santa Fe, que son como un desprendimiento de Silicon Valley, o de Houston, que también forman parte de la ciudad. Entonces he tratado de hacer este doble registro, el muy personal y el más objetivo de la ciudad. Por supuesto sin lograr una enciclopedia, porque eso sería imposible para una sola persona.
-¿Cómo afecta el predominio español en la industria editorial a la circulación de la literatura latinoamericana?
-Las editoriales españolas suelen ejercer un criterio de comprar por ejemplo libros para todo el campo del idioma, lo cual no necesariamente quiere decir que los vayan a distribuir ahí. En ocasiones lo que distribuyen es el silencio nada más, porque a un autor de Colombia lo mantienen en Colombia. Si acaso llevan unos cuantos ejemplares a España y en los demás países no necesariamente lo distribuyen. Pero él tiene vedado circular en otras editoriales, porque ya vendió sus derechos para todo el campo. Muchos estamos luchando para terminar con eso, yo he estado apoyando o tratando de publicar en editoriales independientes de distintos países para fomentar pues esta pulverización y proliferación de editoriales de muchos lugares de América Latina.
-¿Considera que hay una suerte de "boom" de las pequeñas editoriales independientes?
-Hay un "boom" de las editoriales porque la producción se ha vuelto mucho más fácil gracias a los procesos digitales y necesitas menos costo de almacenamiento. Pero al mismo tiempo la distribución se ha vuelto muy difícil. Entonces es más fácil editar y más difícil distribuir, es un poco la trampa en la que estamos hoy en día. Porque están cerrando librerías, porque cada vez hay menos espacios para el libro impreso. Ese es el embudo que se está viendo.
-Se mueve con fluidez entre diversos géneros. ¿Alguno de ellos le resulta especialmente cómodo o lo prefiere por alguna razón?
-Cómodo, no, y eso es lo bueno. Si fuera cómodo no tendría chiste, sería muy aburrido. Todas las cosas que valen la pena tienen una dosis de incomodidad, de reto, de desafío. Escribo teatro y a mí siempre me sorprende que los actores más curtidos, con experiencia de muchos años, se ponen nerviosos antes de salir a escena y creo que eso los hace seguir siendo buenos actores. No hay un género que me resulte más fácil, son condiciones distintas de trabajo. Si escribo una crónica la debo entregar muy rápido. En cambio, una novela son años. Entonces son formas distintas de la atención y también de la pasión.
-¿El oficio literario entraña necesariamente una dosis de sufrimiento?
-Siempre, claro. Todo lo que vale la pena requiere esfuerzo, pasa por la frustración y por la cancelación de muchas cosas. Eres tan bueno como las muchas cosas que dejaste de hacer. Los borradores tirados a la basura son el sustento de la versión definitiva.
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