Ópera. Improvisación de argumento. Inspiración: El Génesis. El señor decide que Adán y Eva serán su música y su voz. Y desde el barro modela la música (Amadeus Mozart) y la voz (María Callas). Y viendo que eso es cosa buena… los dota de libre albedrío. Serán felices o desdichados, pero según vivan y actúen.
En adelante, el Señor tiene otras cosas que hacer…
Todo se ha dicho de Mozart.
Sigamos, pues, con un reflector, a Callas.
Que nace de Evangelina Dimitriades y George Karoyerópulos, emigrantes griegos que recalan en la Isla de los Milagros: Manhattan. Nueva York…
Hacia 1929, George, farmacéutico, dueño de un pequeño negocio, comprende que, haga lo que hiciere en este mundo, Maria Anna Sofia Cecilia Koroy… etcétera, no es una buena llave. Y abrevia. Once letras serán suficientes.
Ha nacido Maria Callas.
Ha elegido cantar.
Sus genes griegos, trágicos, de pitonisa, la impulsan a imaginar que "no viviré mucho, y no seré feliz".
No se equivoca: su corazón pide piedad a los 53 años, en París, y no mucho antes se desgarra en un tríptico fatal:
–Primero perdí mi voz. Luego perdí mi figura. Después perdí a Onassis.
Pero ha elegido cantar, y cantará, aunque sea mintiendo. En los registros del Conservatorio Nacional de Atenas, donde ha plantado bandera y talento, miente:
–Tengo dieciséis años.
Pero tenía quince: confesarlos era soportar un largo año.
Hito. Página uno de su historia. Debut no profesional como la Santuzza de Cavalleria rusticana. En Atenas.
Madre e hija repiten un conflicto viejo como el mundo. Se detestan. La madre ahoga: quiere saber cada día, hora, minuto, cómo marchan sus clases. Y la humilla:
–Gorda. ¡Gorda! Y fea…
Ciertamente lo es. Pero cambiará. Será una antípoda, y de filosa lengua:
–Mi madre nunca me quiso. Sólo esperaba mi dinero.
Febrero, 1942, Teatro Lírico Nacional de Atenas, ópera Bocaccio, 1942. El mismo año en que cantaría Tosca tal como el Señor lo había imaginado.
Y para actuar, para esa suma esencial (voz y actriz), la guiaron de la mano –como Virgilio a Dante en La Commedia– dos monstruos sagrados. Dos estetas en estado puro: Luchino Visconti y Franco Zeffirelli…
Seca de amores. Sin más amor que las aclamaciones del público, que parecen furiosas tormentas y piedras en alud, se casa con el empresario Giovanni Meneghini, que la amará, la adorará, le rendirá culto como un tótem hasta el final, aunque se sabe no querido con ese fuego brutal que emana Maria.
Hacia fines de 1959 abandona a Meneghini y se cada con Aristóteles Onassis, capitán de tierra, mar y dólar.
Unión tortuosa. Llamarla tragedia griega sería demasiado. Esquilo la hubiera escrito mejor…
O menos obvia, como Onassis casándose con Jackie Bouvier, la viuda de Kennedy, que lo agotó a fuerza de caprichos diarios y lo despreció a razón de un solo encuentro sexual por mes…
La ruptura con el Griego de Oro le marca una huella negra en su voz. Suspende funciones. Engorda. Está sola (¿alguna vez no lo estuvo, aunque millones la amaran desde la platea hasta las nubes de la sala?). Su paso por el mundo de la música parece eterno. Pero no lo es. Sesenta óperas en quince años.
Después, altibajos, suspensiones, agrios encontronazos con empresarios. Hacia 1974, apenas jirones de su voz.
No falta mucho para que vuelva a la Casa del Señor…
El dieciséis de septiembre de 1977 se despierta en su casa de París. Desayuna en la cama. Camina hasta el baño. Un dolor punzante e inequívoco en el costado izquierdo la desmaya. En la cama toma un café muy fuerte. El médico llega pronto, pero tarde: ya está muerta.
Hasta hoy persiste el enigma: ¿ataque al corazón o suicidio con pastillas?
Sus cenizas vuelan al viento y caen sobre el celeste mar Egeo.
Soprano absoluta, soprano de coloratura, sporano sfogato (máxima intensidad, extensión y color), muchas hubo, pero no habrá ninguna igual.
Acaso el holograma en que nos vuelve es también decisión del Señor. El perfecto cierre de su milagrosa creación.
La eternidad, en fin.
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