"El escritor más influyente del mundo". Así definió Ray Bradbury a Edgar Rice Burroughs, el creador de Tarzán, el primer superhéroe de ficción que ha resistido más de un siglo en su pedestal.
Este autor, un tanto olvidado y falleció el 19 de marzo de 1950, era descendiente de una familia que podía trazar sus orígenes hasta la batalla de Hastings. Sus ancestros habían peleado las guerras de la independencia y su padre fue mayor en el Ejército Federal durante la Guerra Civil.
Burroughs no pudo ingresar a West Point y terminó como soldado de caballería en Arizona. Al ser dado de baja por un problema cardiaco debió trabajar en distintos oficios (desde cowboy a vendedor ambulante) con los que no siempre podía mantener a su familia. Fue entonces que decidió aumentar sus ingresos escribiendo cuentos que remitía a diferentes revistas populares, conocidas bajo el nombre de Pulp Fiction, dada la escasa calidad del papel en la que eran impresas.
Su primer novela se llamó Bajo las lunas de Marte y le reportó 400 dólares, una cifra nada despreciable para la época. Al cumplir 36 años, en 1912, publicó Tarzán de los monos, un suceso instantáneo que le permitió a Burroughs mejorar significativamente su estado financiero y, con el tiempo, comprar un ranch en California que llamó Tarzana. Durante la Segunda Guerra actuó como corresponsal de guerra (el de mayor edad entre los que actuaron en el Pacífico) y estuvo presente durante el bombardeo en Pearl Harbor.
A su muerte, en 1950, Burroughs era el autor más vendido del mundo (escribió alrededor de 70 novelas y vendió no menos de 50 millones de libros). Aunque la afirmación de Bradbury puede sonar exagerada ¿quién no conoce a Tarzán?
Algunas de sus novelas transcurren en Marte, en Venus y en el centro de la Tierra. Al igual que a Conan Doyle y su famoso Sherlock, Burroughs volvía recurrentemente a Tarzán (participe de 50 novelas) a pedido del público y por necesidades económicas, ya que su rumboso ritmo de vida lo tenía siempre al borde de la insolvencia. Cuando el autor se asomaba al abismo económico volvía a Tarzán, quien lo salvaba, ya no de feroces leones ni gorilas asesinos sino de sus deudores.
Para maximizar sus ingresos, Burroughs presentaba a Tarzán en la radio, los comics, el cine y los periódicos. Este bombardeo mediático fue desaconsejado por los especialistas, aunque a Burroughs le dio buenos resultados y lo convirtió en el primer creador del multimedia.
Bajo la casi inocente figura del hombre-mono se esbozaron mensajes subliminales de eugenesia, es decir la idea de mejorar la especie a través de una selección genética. Tarzán compartía el origen mítico de Rómulo y Remo y reconocía como su ancestro literario al joven Mowgli del Libro de la Selva de Rudyard Kipling. Sin embargo Burroughs, que poco tenía de intelectual, no conocía al "noble salvaje" de Rousseau, ni al superhombre de Nietzsche y apenas había pasado de las primeras hojas del libro de Darwin, en cuya tapa dejó consignada sus impresiones sobre el texto: dibujó a un mono. Burroughs era un escritor mediocre que había encontrado una veta narrativa donde volcar historias de aventuras impregnadas con los prejuicios de la época post victoriana.
El racismo era un tema que latía en sus novelas, ¿Por qué el rey de los monos era un caballero británico? ¿Por qué Tarzán no era negro? ¿Acaso un negro no podía superar a los simios? Según escribió Burroughs años más tarde: "Estaba interesado en la competencia entre el medio y las características hereditarias". A este niño lo arrojó a un medio hostil radicalmente opuesto al que estaba destinado. Su personaje salió triunfante porque, para el autor, el joven aristócrata británico estaba en condiciones de sobrevivir y vencer a un medio hostil gracias a sus "ventajas" genéticas.
Lord Greystoke, tal era el nombre familiar y el título nobiliario del protagonista de esta saga, se convirtió en Tarzán (que según el diccionario simio-ingles que redactó Burroughs para sus novelas, significa "piel blanca"). Gracias a esta "piel" y sus genes, en las novelas subsecuentes Tarzán/Greystoke aprende a leer solo, habla francés, cita a autores en latín y llega a pilotar un avión. No solo triunfa en la selva también lo hace en la civilización. Nada mal para un niño criado por primates.
Aunque Burroughs estaba consciente de sus limitados recursos ("no creo que lo mío sea literatura" se confesó) y que solo "escribía para entretener", surgieron en sus textos referencias a problemas sociales y políticos de su época, de la que se convirtió en interprete y también en juez. Para Burroughs los alemanes eran perversos, los negros ignorantes y supersticiosos y los árabes rapaces y viciosos.
En sus novelas siempre ganan los mejores, que son los más fuertes, los más rápidos y los más inteligentes además de ser blancos y estar genéticamente predestinados a superar a los demás… típico mensaje spenceriano aunque, seguramente, Edgar Rice Burroughs no conocía las hipótesis de Herbert Spencer, ni estaba consciente de su condición de ferviente difusor del Darwinismo social.
Imbuido de este espíritu eugenista, Burroughs llegó a promover el exterminio de los "imbéciles morales" (la selección de quienes debían vivir o morir) y esbozó una versión propia de la Solución Final en un ensayo llamado Veo una raza nueva, que no llegó a publicar. No era el único ni el más vehemente de los defensores de estas teorías, solo fue el más popular. En esos años, en EE.UU., los negros no podían viajar con los blancos y a los epilépticos se los castraba. Las diferencias con los Nazis eran en las proporciones, no en los principios.
Hoy nadie toma muy en serio a Burroughs, ese escritor "algo avergonzado de su oficio, que no estaba a la altura de un hombre fuerte, grande, y saludable", creador de un personaje mítico que supera al medio, vence a la adversidad y lucha contra fuerzas malvadas mientras viaja de liana en liana, encendiendo en la audiencia las ansias aventureras en un continente negro, que Edgar Rice Burroughs jamás conoció.
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