Este trascendente affair tuvo origen en Fenicia y su visionario propulsor fue el dios Taautos, regenerado por los egipcios como Thoth, reubicado luego por los griegos bajo las alas de Hermes, refundido más tarde con el Mercurio de los romanos. Aunque el verdadero dueño de este engaño de proporciones históricas fue un alemán, Friedrich Wagenfeld, a quien la historia puso en el olvido, o casi.
Por los tiempos de Moises, dice la leyenda, el dios Taautos fue consultado por el fenicio Sanchuniathon ("Amigo de la verdad"), que basándose en sus informes escribió la primera historia de todos los tiempos. Esa historia se perdió, pero quedó conservada en una traducción al griego del siglo II de nuestra era, perpetrada en nueve libros por el fenicio Herennius Philo, natural de Byblos. Esa traducción también se perdió, pero quedó conservada fragmentariamente en la diatriba Contra los Cristianos del filósofo neoplatónico Porfirio, natural de Fenicia y del siglo III. Como la obra de Sanchuniathon, como la traducción de Philo, también el libro de Porfirio se perdió: en el siglo V, Teodocio II lo mandó quemar por blasfemo.
Sin embargo, o gracias a Dios, muchos seguidores de Jesús citaron a Porfirio a fin de refutarlo. Esas obras asimismo se perdieron, salvo una: la Preparación para el evangelio de Eusebio de Cesárea, siglo IV. Aquí y sólo aquí se conservan algunos fragmentos del libro de Porfirio donde quedan a resguardo algunos fragmentos de la traducción que hizo Philo de la obra que escribió Sanchuniathon luego de consultar a Taautos. En algún aciago momento de principios del siglo XIX, ese libro de Eusebio llegó a manos del alemán Friedrich Wagenfeld. Él y solo él ─quien pretenda sumársele, miente─ es el único hombre que no se perdió en esta complicada genealogía. Y esa, precisamente, fue su perdición.
En octubre de 1835, el distinguido historiador Georg H. Pertz recibió una carta desde Oporto, Portugal. Estaba escrita en latín y llevaba la firma del Caballero Juan Pereiro. Allí se comunicaba que en el Convento Santa Maria de Merinhao, ubicado "entre el Duero y el Minho", se habían encontrado los nueve libros de la traducción griega de Philo del tratado de Sanchuniathon. Completos y en perfecto estado.
Pocos días después, la Hannoversche Zeitung batía el hallazgo a los cuatro vientos. Siguió una segunda carta (ahora corregida en Pereira), donde se anunciaba el envío de los manuscritos. Estaba dirigida a Friedrich Wagenfeld, quien de inmediato la presentó a una editorial. Wagenfeld tenía por entonces 25 años y había estudiado teología y filosofía en la célebre Universidad de Göttingen, Baja Sajonia; explicó que el sobrino de Pereira le había enseñado portugués durante su estadía en Bremen, de ahí que su tío le confiara la misión. El asunto quedó en manos del orientalista Georg Grotefend, una eminencia en temas prehistóricos.
Por problemas de copyright (los monjes le estaban pidiendo demasiado dinero a Pereira) la entrega se retrasó unos meses y solo ocurrió de a partes. En abril del año siguiente, Grotefend recibió la traducción de Wagenfeld y algunos fragmentos facsimilares de los libros de Philon. Con ese escaso material preparó en un mes el prólogo que acompañaría la futura edición alemana.
Allí, tras asentar su alegría por este descubrimiento epocal, el filólogo elucidaba para el mundo académico los paralelos del escrito fenicio con distintos pasajes de la Biblia. Se mostraba conmovido, ante todo, por el vuelo poético de los fenicios, hasta entonces tenidos por un pueblo de meros comerciantes. Con listas de reyes, cronologías comparativas y tablas ganadas a partir del texto, el erudito recuperaba para la historia del mundo los secretos mejor guardados de aquella civilización perdida.
El hijo del orientalista Grotefend, Karl Ludwig, no compartía la fascinación de su padre. Un amigo le había contado que en Portugal no existía ningún Convento Santa Maria de Merinhao, mucho menos una persona que se apellidara Pereiro, mucho menos algún monje en condiciones de redactar una carta en latín. A esto se sumaba el nada deleznable detalle de que el papel usado en las misivas era de fabricación alemana. Para probar sus pruritos, publicó la correspondencia completa en septiembre del 36.
Wagenfeld no se dejó amedrentar, es probable que ni se haya enterado: un hombre del siglo XIX que se ha propuesto componer en griego fenicio la historia apenas conocida de un pueblo difuso del mil antes de Cristo no tiene tiempo para ocuparse del chiquitaje contemporáneo. Las pequeñas incongruencias en cuanto al marco del descubrimiento sirven para atestiguar su grandeza: solo un perdedor trocaría siglos de tiempo recuperado por precisiones coyunturales que a nadie le importan.
A principios de 1837, en griego fenicio con traducción al latín decimonónico, Friedrich Wagenfeld (27) dio a luz en Bremen su histórico Sanchoniathonis Historiarum Pheniciae Libros Novem Graece versos a Philo Byblio.
Nadie, ni el propio Grotefend, se lo tomó en serio. En la reseña publicada por la revista de eruditos de Göttingen, Karl Otfried Müller le importa menos negar la autenticidad del supuesto manuscrito que elogiar la tarea demencial de su autor. Su griego es convincente, su historia es verosímil, comprueba. Wagenfeld habría captado el espíritu de los antiguos historiadores, lo que le permitió plasmar la falsificación perfecta que engañara a lo más encumbrado del mundo académico. Sobre el final de su encomio, paternalmente Müller aconseja a Wagenfeld que deje de perder el tiempo con imposturas irrazonables y ponga su saber y su talento al servicio de la ciencia verdadera. Pero Wagenfeld, una vez más ajeno al acontecer actual, no se dio por aludido. Murió menos de una década más tarde, a los 36 años, perdido por el alcohol.
Poco después de la muerte de Wagenfeld, Gustav Freytag trabajó su hazaña en la abultada novela El manuscrito perdido. Pero este recuerdo ya era parte del olvido: como el libro de Freytag, perdido hoy en los anaqueles de los germanistas, las falsificaciones de Wagenfeld casi desaparecieron. Lo que se recuerda de él, en cambio, es un volumen de Leyendas populares de Bremen que publicó en 1845, el mismo año de su muerte. Leemos en alguna inocente guía turística de esta ciudad: "En rigor, al principio de la ciudad de Bremen hay una saga, pues nadie puede decir con seguridad cuándo es que surgió esta población. Aún hoy, la saga de la gallina y el pollito del escritor Friedrich Wagenfeld sigue siendo la historia fundacional de Bremen." Y más adelante: "A Wagenfeld debemos también la conexión entre la saga fundacional y la leyenda que rodea a la imagen de una gallina sobre el segundo arco de la fachada de la municipalidad. No se sabe si los constructores de ese edificio conocían la saga." Lleva su nombre una calle corta como su vida, perdida en el sur de la ciudad.
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