El director iraquí, que marcó un hito con su documental Homeland (Irak Año Zero) de 2015, narrando en 6 horas de película cómo vivió su familia la pre-guerra, la guerra y la post guerra en Irak -su país natal- cuenta que sufrió "una gran depresión y un vacío artístico" tras el éxito mundial de la película que termina con la muerte de su sobrino.
Abbas Fahdel estuvo por primera vez en la Argentina cuando asistió a la 33° edición del Festival de Cine de Mar del Plata presentando su nueva obra: Yara. En este nuevo filme el realizador cuenta la vida de una joven y su abuela en la inmensidad de las montañas del Líbano (país en el que reside actualmente).
-Busqué salirme de la guerra y quise contar otra cosa, por eso elegí esta pequeña historia donde a simple vista no pasa nada pero suceden un montón de otras cosas -dice sobre la película que escribió, produjo, filmó, registró el sonido, editó y dirigió.
Nacido en Hilla, una ciudad ubicada en el centro de Irak, sobre el río Éufrates, a 100 kilómetros al sur de Bagdad, Fahdel se mudó a Francia cuando tenía 18 años con el sueño de estudiar cine. Sus dos primeras películas Retour a Babylone (2002) y Nous les Irakiens (2004) fueron documentales hasta que en 2008 filmó en Egipto la ficción L'aube du monde con producción franco-alemana.
Con las obras que el artista César Bustillo pintó a comienzos de la década del '50 como telón de fondo, el realizador iraquí con modales y tonada francesa se sentó en un sillón del primer piso del Hotel Provincial -junto a un traductor- para dialogar con Infobae Cultura sobre temas tan diversos como la elección de filmar sin guión, la islamofobia en el mundo, el cine latinoamericano y cómo el dinero que ganó con Homeland le permitió financiar su nueva obra.
–¿Cuál es el camino que recorrió para contar una historia sencilla y a la vez tan tierna y profunda como Yara luego de haber filmado un documental tan crudo y personal como Homeland?
-La historia de Yara se remonta a hace muchos años atrás, más de 20, cuando yo era estudiante de cine. Había dos películas que me habían impresionado mucho: Mouchette (1967) de Robert Bresson y La joven (1960) de Luis Buñuel. En ese momento tenía la idea de hacer una película de una joven en el campo en Irak. Como no la hice en su momento la idea me quedó en la cabeza. Después de Homeland, tiempo en el que viví un proceso muy largo, doloroso, que realmente me afectó mucho en lo personal, tenía ganas de hacer algo que me sirviera como terapia y que me hiciera creer en la vida. Por eso es que con Yara me aferro a la esperanza de que la belleza salvará el mundo.
–Los protagonistas de Yara son personas que actúan contando su propia vida. ¿Cómo fue este proceso de trabajo en medio de la montaña?
-Son ellos mismos viviendo su vida. La abuela es una de las últimas habitantes del valle -tal vez sea la última- así que si muere no van a quedar personas en ese lugar. El guía de montaña, que lleva la comida sobre las mulas, es el hijo en la vida real de esta mujer, pero ellos ya no viven más ahí. Es muy difícil vivir en ese valle porque es muy complicado llegar. La única manera es a pie tras una hora y media de caminata. Y claro cuando un extranjero llega y lo ve dice: '¡qué lindo, qué paraíso!' pero no es nada fácil vivir ahí porque cuando uno se enferma no hay médicos y si uno tiene hijos criarlos ahí se torna una complicación. Lo que en algún punto muestra la película es que Yara va a envejecer allí. Ella tenía un novio que se va a vivir a Australia pero ella tiene la idea de que se quiere quedar en ese lugar. Entonces nos imaginamos que se quedará en el valle y se puede llegar a casar con el guía. Hay dos interpretaciones que me han dicho muchos jóvenes: una es que Yara es como Caperucita Roja porque vive en su casa con la abuela y los lobos son los hombres. La otra es que Yara es una especie de nueva versión de Adán y Eva en la que Adán se expulsa a sí mismo del Paraíso yéndose a Australia y ella se come la manzana.
–¿Cómo fue su vida después del impacto de Homeland?
-Por la relevancia que tuvo Homeland realmente me cambió la vida, me la transformó. Como ser humano y como realizador. Una de las opciones que tenía como cineasta era abandonar todo porque sentía que había hecho la película más importante de mi vida y ya no iba a poder hacer más nada. Entonces quise poner mi mirada en un tema completamente diferente por eso llegué a esta película.
–¿Ha regresado a Irak después de Homeland?
-No he vuelto a Irak y para mí es muy duro porque toda mi familia vive ahí. No puedo volver a Irak como un turista. Cuando filmé la película L'aube du monde (2008) en Egipto fui y me instalé un año en ese país y me convertí en egipcio. De todos modos ahora no vivo lejos porque me radiqué en el Líbano, donde me mudé para filmar Yara y terminé casándome con quien fue la productora ejecutiva de la película. Así que ahora vivo en el Líbano y me convertí en libanés. Por eso cuando vuelva a Irak no quiero ser un visitante. Volveré para instalarme, al menos por un año, y hacer una nueva película.
–¿Entonces tiene pensado filmar una nueva película en Irak?
-Probablemente, pero aún no lo puedo confirmar. Lo que es seguro es que mi próximo proyecto lo voy a filmar en el Líbano cuando terminen los viajes de presentación de Yara en distintos festivales del mundo en los que ha sido seleccionada. En cuanto a Irak la situación todavía es muy complicada, me supera terriblemente y si fuera a filmar allá siento que no tendría el control para moverme libremente y filmar cómo me gusta hacerlo a mí. De todos modos no estoy encontrando tampoco el eje de mi tema, como sucedió con Homeland donde el eje era mi familia y allí tengo la pre-guerra, la guerra y la post-guerra con ellos. Por eso digo que cuando regrese me instalaré nuevamente a vivir y como un irakí que soy desarrollaré la película.
–¿Cómo fueron los años que vivió en Francia teniendo en cuenta que usted proviene de un país árabe, con las costumbres de la religión musulmana y con la estigmatización que existe hacia los musulmanes?
-Debo aclarar que soy de cultura musulmana pero laico. Personalmente nunca lo sentí, tal vez porque en los círculos que me manejé siempre estuve rodeado de artistas e intelectuales de izquierda, gente de mente abierta, laicos. De todos modos es algo que lo veo cuando leo los diarios o veo los noticieros. Lo que sucede es que el discurso de la derecha está en una escalada la islamofobia está ganando terreno en toda Europa y, probablemente, en el resto del mundo.
–En cuanto al cine de Latinoamérica ¿cuáles son las películas que ha visto qué referencias que tiene del cine hecho en esta parte del mundo?
-Sin dudas Lucrecia Martel es la realizadora latinoamericana que más me ha influenciado desde La ciénaga. Soy muy cinéfilo, por lo tanto he visto muchas películas latinas y la mayoría de ellas, argentinas. El problema con el cine latinoamericano, libanés o iraquí es que está mal distribuido entonces, muchas veces, es de difícil acceso.
–¿Qué puede adelantar de su nuevo proyecto cinematográfico que filmará en el Líbano?
-El punto de partida será documental aunque tendrá elementos de ficción. Es una película sin guión como Yara porque a mí me gusta filmar sin guión e ir improvisando día a día así voy descubriendo la película a medida que la hago.
–La mayoría de los cineastas dice que es casi imposible filmar sin un guión ¿Cómo logra que no le resulte caótico trabajar así?
-Si filmo con un guión no tengo más ganas de hacer la película. Por eso me convertí en mi propio productor, por la forma en la que me gusta trabajar. Mis primeras películas las hice con guión, con productores, con presupuesto para producir, con estrellas de cine incluso. Pero sucede que cuando hay tanto dinero de por medio no tengo posibilidades de cambiar y uno se siente comprometido con ese guión y a mí me gusta ir cambiando sobre el rodaje porque es allí donde voy descubriendo la película que quiero hacer. Por eso no puedo trabajar más de la forma clásica. Otra cosa que sucede es que cuando se trabaja con un guión y uno se lo envía a un productor entra en un compromiso porque seguro va a exigir hacerle cambios que puede ir desde una escena, tener a algún actor o actriz impuesta por ellos. Luego se lo va a enviar al distribuidor y este también va a exigir algún cambio y entonces se convierte en una obra formateada de cine y eso no es lo que quiero, por eso no lo hago de esa manera. Para Yara, por ejemplo, me habrían impuesto escenas de sexo y de acción porque no las hay y me hubieran dicho "no pasa en esa película" y querrían saber "¿por qué filma usted un gato, una cabra?" Entiendo que ellos piensen en la parte comercial pero esa la parte que a mí menos me interesa.
–Sin productores ni distribuidores ¿cómo financia sus proyectos cinematográficos?
-Para Homeland quería un productor y contacté a quien fue el productor en mis tres primeras películas, un cinéfilo, un hombre muy conocido en Francia que me dijo: "Irak ya no le interesa más a nadie. Si alguien realiza una película de casi 6 horas no la puede pasar ni en el cine ni en la televisión". Por eso terminé siendo el productor de Homeland. Felizmente la película circuló por el mundo entero, se estrenó comercialmente en Francia en más de 40 salas, se estrenó en Estados Unidos, Suiza entre otros tantos países y pude ganar algo de dinero que lo utilicé para producir Yara. Entonces como soy el productor también cumplo otros roles y no contrato a otras personas para hacer el sonido, la edición, el montaje. En mi caso lo que tengo construido es una economía artesanal del cine. Así que con el dinero que recaudaré de Yara -espero que así sea- que ya fue vendida a Brasil, Francia, Suiza y otros países espero poder hacer la que será mi próxima película. De todos modos para hacer mis películas no necesito mucho dinero, solamente necesito un poco para vivir y luego usar ese dinero para la próxima y espero que este sistema se siga sosteniendo en el tiempo. Después de Homeland podría haber conseguido fácilmente grandes productoras que entraron en contacto conmigo para ver si quería llevar adelante otro proyecto pero la verdad es que no puedo aceptar más trabajar de esa forma. Además no quiero perder más el tiempo, ya lo hice con mis largometrajes anteriores en los que se me fueron cuatro años de mi vida y ya no puedo darme el lujo de perder ese tiempo porque cuando uno tiene que esperar cuatro o cinco años para hacer una película cuando llega el primer día de rodaje uno ya no tiene más ganas de hacer esa película.
–Cuando usted piensa en Irak, ¿qué es lo primero que se le viene a la mente?
-Pienso en el país de mi infancia y mi adolescencia, pienso en mi patria perdida. Su nombre me recuerda a caras queridas y lugares familiares, así como a un espíritu que vive bajo su cielo que lo convierte en una fuente eterna de inspiración.
Traductor: Alejo Magariños
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