Pese a su inicial simpatía hacia el movimiento social de protesta de los llamados "Chalecos amarillos", el filósofo fue agredido por un grupo de manifestantes que lo reconoció en la calle. Uno de sus agresores, islamista radical, está detenido y será juzgado.
Pocos días después de ese episodio, Alain Finkielkraut recibió a Infobae en su departamento en la 6a circunscripción de la capital francesa, a pocos metros del Jardín de Luxemburgo. Un quinto piso luminoso y paredes tapizadas de libros fueron el marco ideal para un recorrido por los temas que interesan a este pensador original.
Miembro de la Academia Francesa desde el año 2014, Finkielkraut (69 años) es autor de varios ensayos en los que expresa cierta añoranza por una "sociedad francesa conflictiva" pero todavía "homogénea", que hoy en cambio padece una "parcelización" en distintas identidades y un "resentimiento comunitario" que le hace temer por su porvenir. Víctima él mismo de ese clima crispado, lo atribuye en parte a cincuenta años de reforma de la escuela pública que han minado su rol como herramienta de transmisión de cultura.
"La derrota del pensamiento", "La identidad desgraciada", "La querella de la escuela" y "La ingratitud: conversaciones sobre nuestro tiempo", son algunos de los libros publicados por este filósofo, admirador de la obra de Milan Kundera, Emmanuel Lévinas y Hannah Arendt, y de mirada crítica sobre la modernidad.
— La agresión de la cual usted fue víctima, ¿la inscribe en el marco de la crisis de integración que vive su país o responde a otro fenómeno?
— Debo decir que mi principal agresor ha sido identificado, arrestado y será juzgado. Es un salafista, un islamista radical, que pronunció esa frase extraña, "Francia es nuestra", y lo dijo mostrando su keffieh (pañuelo árabe), lo que demuestra que no nos enfrentamos hoy a un resurgimiento del antisemitismo tradicional; no dijo "Francia es para los franceses", sino "Francia está destinada a convertirse en una tierra de islam", lo que es muy diferente. Sería un error pensar que asistimos a un resurgimiento del viejo antisemitismo e incluso podemos decir que cuanto menos Francia sea Francia, más prosperará el antisemitismo. Este agresor no estaba solo, había otras personas, que no eran islámicos, que me trataron de "fascista", "sionista", "racista", etcétera y esos están bajo la influencia de dos personajes que se han vuelto lamentablemente muy importantes, el humorista Dieudonné y Alain Soral, al que ni sé cómo calificar, un hombre que se expresa en Internet y que tiene mucha audiencia.
— ¿Qué se proponen esos personajes?
— Su meta es reunir una Francia multicultural en torno al odio a los judíos. Dieudonné se mueve en uno de los registros principales del antisemitismo contemporáneo, a saber, la competencia victimaria: nosotros, los negros, nosotros, los colonizados, nuestro sufrimiento no es tenido en cuenta porque sólo se ocupan de los judíos. Constatamos con pavor que su audiencia es muy grande porque cada vez más gente en Francia se informa e incluso se cultiva a través de las redes sociales. La escuela y los medios de comunicación están marginados por Internet y esta des-culturación favorecida por la tecnología es portadora de lo peor.
— Usted afirma desde hace varios años que existe una crisis de integración en Francia. ¿En qué punto se está hoy?
— Diría que hoy Francia se fractura y que por mucho tiempo prevaleció la negación de esta situación; se minimizó el fenómeno, para no estigmatizar a un sector desamparado de la población, a un sector ya discriminado. Hoy se ve las cosas un poco mejor pero diría que el proceso continúa porque está ligado a una inmigración que no se controla. Entonces, aunque se hagan algunos esfuerzos, la realidad sigue y seguirá siendo por mucho tiempo muy inquietante.
— ¿Qué sería controlarla?
— Habría que luchar en dos frentes: primero limitar, desacelerar fuertemente el flujo migratorio y, segundo, reconstruir la escuela para que vuelva a ser un sitio de transmisión porque hoy, luego de 50 años de reformas, la escuela no juega más plenamente su rol. La escuela era el lugar donde todos podían, no asimilarse, sino asimilar la cultura francesa, pero hoy los cambios realizados hacen que ya no sea concebida como un lugar de transmisión del saber sino como un medio para combatir las desigualdades, lo que no es para nada lo mismo.
— ¿Ha cambiado el carácter de la inmigración? Algunos inmigrantes de hoy no parecen compartir la voluntad de integración que animaba a las migraciones en el pasado…
— Sí, la inmigración ha cambiado mucho en Francia porque es una inmigración extraeuropea y muchos inmigrantes tienen una actitud de rechazo hacia la cultura francesa, lo que hace que la Nación se transforme cada vez más en sociedad multicultural, algo que no se corresponde con su espíritu. Se trata además de una transformación que no fue decidida por nadie. El gran cambio político de estos últimos decenios no fue decidido democráticamente.
— ¿Es cierto que en algunas universidades se ha llegado a plantear que el racismo de los oprimidos no es racismo?
— Ah, sí, por supuesto. Para muchos hoy la lucha de clases fue sustituida por el clivaje entre dominadores y dominados, y los negros, los árabes, los homosexuales y las mujeres forman parte de los dominados, mientras que los judíos, cada vez más, son vistos como dominadores, aunque más no sea a través de Israel, Estado considerado como colonialista. Pero usted tiene razón: muchas facultades, muchos campus universitarios, caen en este dualismo orgullosamente simplificador. Los que me agredieron son chalecos amarillos, pero mi reputación de sionista, de racista, no surgió en las rotondas sino que viene de los campus. Allí veo surgir lo que Hannah Arendt llamaba la alianza entre la elite y el populacho. Es uno de los componentes del nazismo en sus comienzos; ciertamente no estamos allí, pero mis agresores tradujeron en injurias y escupitajos los anatemas fomentados por la extrema izquierda universitaria.
— He leído incluso algunas justificaciones a la agresión, en el sentido de que usted habría fomentado el odio…
— Sí, recibí muchas manifestaciones de apoyo que me demuestran que Francia evidentemente no es antisemita, pero algunos periodistas e intelectuales me han perseguido con sus acusaciones diciendo que yo incito desde hace años al odio de los jóvenes musulmanes, que vengo de las profundidades abismales de la peor reacción. No me sorprendió porque, repito, soy considerado como racista y fascista en esos espacios y por ejemplo actualmente soy persona non grata en la Escuela Normal Superior de París [N. de la R: universidad pública] donde un estudiante quiso invitarme hace unos años y tuvo que renunciar a ello por miedo a las perturbaciones que causaría mi presencia. No me demoraría en mi caso si no fuese porque es revelador de un clima intelectual extremadamente tenso en Francia hoy.
— La corrección política encierra una tendencia totalitaria, casi dictatorial…
— No diría que es una dictadura porque esa gente no es mayoritaria aunque quisiera serlo; diría incluso que lo políticamente correcto está perdiendo terreno en Francia. Pero está cada vez más instalado en las universidades, lo que es terrible; igual que en los Estados Unidos, por otra parte. La verdadera vida intelectual se desarrolla fuera de la universidad, pero en la universidad lo políticamente correcto hace la ley y como la universidad es el sitio de formación de las nuevas generaciones hay motivo para temer.
— ¿Todo el movimiento de los chalecos amarillos se identifica con ese tipo de posiciones?
— No, no, tuve mucha simpatía en el comienzo hacia ese movimiento, porque los chalecos amarillos son la Francia invisible, olvidada e incluso despreciada, por los habitantes de las metrópolis, ganadoras de la mundialización, que reservan su compasión para las banlieues [suburbios de las grandes ciudades] y los inmigrantes. Ese pueblo quiso mostrarse como los somewhere en contraste con los anywhere -para retomar la distinción de David Goodhart-, y eso me pareció al comienzo saludable. Incluso me sentí bastante conmovido al ver a las rotondas, ese alto sitio arquitectural de la era de los flujos, reconvertidas provisoriamente en plazas de pueblo. Lamentablemente, el movimiento se radicalizó, no sabe cómo detenerse y los voceros que aparecieron no tienen nada muy atractivo. Hay uno, por ejemplo, que se hizo famoso en pocos meses, que se llama Maxime Nicolle, que hace gala de un anti-elitismo totalmente fanático. Todas las elites son a priori sospechosas, no hay eminencia legítima, somos iguales. También cae en el conspiracionismo dudando del atentado de Estrasburgo, al que calificó como una maniobra de distracción del poder, y luego de mi agresión consideró oportuno declarar que el sionismo es racismo y que basta ir a Internet para constatar que es una idea o un movimiento -cito- "realmente asqueroso". Y eso es una terrible decepción; los chalecos amarillos, que al comienzo eran la Francia periférica, una Francia distinta de la de las banlieues, una que no queríamos ver, y ahora nos damos cuenta a través de alguien como Nicolle que la Francia periférica es de hecho, parcialmente, otra banlieue, es decir, que se parece a la escoria de los barrios llamados sensibles. Y nos decimos: ¿cómo superará Francia esto? Cada vez me hago más esa pregunta.
— Ahora bien, usted es crítico de la política del actual gobierno de Israel…
— Yo abogo desde hace 40 años, desgraciadamente envejezco, por una solución de compromiso, por dos Estados, y pese a eso soy insultado como sionista en la calle hoy día. Por lo tanto, el antisionismo hoy no tiene matices, poco importa que usted critique o no la política de Israel; de momento que usted se preocupa por ese país, de momento que no desea su desaparición pura y simple, usted está en el campo de los dominadores, usted es incluso peor, es defensor de un Estado genocida. E incluso, al día siguiente de mi agresión, una cohorte de intelectuales firmó un texto para protestar contra el cuestionamiento al antisionismo. Entre los firmantes estaban por ejemplo el cineasta Jean-Luc Godard, el doctor y voluntario Rony Brauman, la escritora Nancy Huston, a los que no les inquietaba lo más mínimo el hecho de que sionista se haya convertido en una injuria, incluso acompañada de amenazas de muerte, y que cierto antisionismo reedite la imagen de un complot judío mundial, de una mafia sionista. Poco les importa, se reivindicaron como antisionistas, y marcaron bien que estaban del lado de mis insultadores. Es otra prueba de esta alianza de la que hablé hace un momento, de la elite y del populacho.
— Pero dentro de Israel, pareciera que no hay oposición a Netanyahu…
— No, no. Yo estoy muy apegado al Estado de Israel y al mismo tiempo soy crítico de la política de colonización en los territorios. Pero no diría que todo está perdido, porque por primera vez Netanyahu está en riesgo de ser derrotado. Yo estoy muy atento al nacimiento de un movimiento, los Commanders for Israel's Security, 286 ex generales, del Mossad, del Shin Bet, del ejército, de la marina y de la fuerza aérea, que se han asociado para reclamar la formación de un gobierno de separación nacional; ponen nuevamente en el orden del día la separación entre palestinos e israelíes. Pero si la izquierda está en crisis en Israel, si nadie se declara de izquierda como en otros tiempos, es por una simple razón: cuando los israelíes se retiraron del sur del Líbano, tuvieron Hezbollah; cuando se retiraron de Gaza, tuvieron Hamas, y piensan que si se retiran de Cisjordania tendrán otro Hamas, es decir que el enemigo estará cada vez más cerca de las ciudades neurálgicas de Israel. Ese es el sentimiento que prevalece, no tanto la presencia colonial como la angustia existencial. Todo gobierno que venga tiene que tener en cuenta este sentimiento, por eso creo que si Benny Gantz, el opositor más serio de Netanyahu, llega al poder, tiene cartas: es un general, los israelíes pueden confiar en él, no regalará Israel en un acuerdo, no es un ingenuo. Israel no puede ser gobernada por ingenuos; al mismo tiempo no debe continuar en esta vía del statu quo porque el statu quo es la pudrición de la situación y en definitiva lleva al cuestionamiento del Estado sionista y los judíos corren el riesgo de volverse minoritarios en el Estado que han creado.
— ¿Cuál es su opinión sobre el #MeToo?
— No tengo una opinión totalmente formada, pero detesto la expresión #BalanceTonPorc [N.de la R: en Francia el #MeToo adoptó el hashtag "denuncia a tu puerco"], desconfío de los llamados a la delación, no creo que Internet deba ser el sitio donde se ejerce la justicia y, sobre todo, no creo que en las democracias occidentales las mujeres estén viviendo hoy bajo el yugo de los varones. Esta imagen de una dominación masculina aplastante me parece mentirosa. Las mujeres, muy felizmente, han ganado todos sus combates. Quedan sitios, formas de sometimiento o de violencia, pero son residuales y, sobre todo, esas grandes batallas libradas en el corazón de las metrópolis occidentales tienen por efecto el ocultamiento de la diferencia, sin embargo impactante, entre las sociedades en las cuales las mujeres son libres y pueden ejercer todas las carreras y las sociedades donde son efectivamente sometidas. Es la diferencia fundamental entre el mundo occidental y el mundo árabe musulmán, y más en general en África; hay algo de políticamente correcto en negar esas diferencias para hacernos creer que es entre nosotros que las mujeres están sometidas. Ese no es el caso y vemos a defensores del #MeToo abogar al mismo tiempo en favor del velo islámico, de la burka y hasta del yihab. Esa creencia de que las mujeres se desarrollan bajo el signo de la opresión y que son oprimidas allí donde gozan de todas las libertades me parece muy cuestionable.
— Es la paradoja de luchar contra el patriarcado allí donde ya no existe…
— Mientras nos encaminamos hacia la procreación asistida para parejas de lesbianas y mujeres solas o, dicho de otro modo, mientras el padre es poco a poco apartado de la filiación, mientras el padre se vuelve facultativo, todavía se habla del orden patriarcal. El patronímico está en vías de desaparición, dado que se puede elegir el apellido del padre o el de la madre. Así como llamamos malos perdedores a los que no aceptan su derrota, las neofeministas son malas ganadoras, no aceptan su victoria.
— Otra preocupación suya es la crisis de la escuela, que ha perdido la utilidad como herramienta de transmisión cultural por una democratización mal entendida.
— Pienso que, como decía (Alexis de) Tocqueville, la democracia moderna es un movimiento de igualación de las condiciones. Y ese proceso, para que la escena democrática misma tenga un sentido, debe ser limitado. Si no, en efecto, todas las jerarquías son puestas en riesgo, ninguna asimetría puede sobrevivir y, desde ese momento, ninguna institución. El maestro no es el par del alumno y las obras no son todas iguales entre sí. Hay que poder discriminar y desgraciadamente este movimiento de igualación, este movimiento antidiscriminatorio, ha prevalecido y le hemos sacrificado al mismo tiempo la autoridad del maestro y la autoridad de los textos. Hay actualmente en Francia un sobresalto: nos damos cuenta de que a fuerza de reformas la escuela fue destruida; hay que reconstruirla pero reconstruirla es ir en contra del humanismo espontáneo de nuestras democracias. Es por ello que, en mi opinión, será una tarea extremadamente difícil.
— La paradoja es que, en nombre de la democracia la escuela no es más un ascensor social…
— Sí, la paradoja es que, a fuerza de igualación, las desigualdades sociales se agravan.
— La meritocracia, que alude al talento y no a privilegios de cuna, es hoy una mala palabra.
— Sí, hay más talento en unos que en otros. Se quiere la igualdad total. Ahora bien, la igualdad social es la muerte. Hay un movimiento mortífero en esta dinámica democrática librada a sí misma.
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