"Si alguien hubiera conocido mi estado de ánimo durante los hechos, hubiera pensado que soy muy valiente. La verdad es que no tuve miedo, durante la acción, porque me faltó tiempo para convencerme de lo que pasaba; y después, porque ya había pasado. Además, la situación me pareció irreal. La corrida, menos rápida que esforzada; los balazos, de utilería. Tal vez el momento de los tiros se pareció a escenas de tiros, más intensas, más conmovedoramente detalladas, que vi en el cinematógrafo. Para mí la realidad imitó al arte. Ese momento, único en mi vida, se parecía a momentos de infinidad de películas. Mientras lo vi, me conmovió menos que los del cine; pero me dejó más triste", escribió Adolfo Bioy Casares en Descanso de caminantes, el título con el que fueron publicados parte de sus diarios íntimos.
La tarde del 21 de mayo de 1976, Bioy había salido de ver la película Primera Plana en un cine del centro de Buenos Aires. Más tarde se iba a encontrar con su esposa, Silvina Ocampo, en la esquina de San José e Hipólito Yrigoyen. Estacionó el auto sobre San José, pero cuando estaba bajando lo sorprendieron los estruendos. Primero pensó que eran las explosiones de algún motor, luego se dio cuenta de que eran tiros. Como nunca antes en su vida, era testigo de un asesinato en el lugar de los hechos. Era un fusilamiento de un hombre a manos de un grupo de tareas que viajaba en un falcon verde. Para Bioy, lo que vivió esa tarde, no fueron hechos terribles ni una situación traumática, fue una secuencia de fallidas imitaciones de escenas de cine. Así lo procesó, al menos, porque si hay algo que lo acompañó gran parte de su vida además de la literatura, de su esposa Silvina Ocampo y de su amigo Jorge Luis Borges, eso fue el cine.
"Bioy no mantuvo una relación crítica con el cine, sino de pura fascinación (…) el interés estaba en la relación entre cine, narrativa y vida", escribió Gonzalo Aguilar, en el prólogo de Bioy Casares va al cine, el libro de Adriana Mancini que aborda la relación entre Bioy y el séptimo arte. "De los diarios íntimos, de los recuerdos en Memorias, de sus cartas de En viaje y de las copiosas entrevistas a las que Bioy se ha expuesto a lo largo de su vida de escritor, surgen reiteradas escenas en las que el cine y sus circunstancias son protagonistas. Las salas de espectáculos, ya sean las del cinematógrafo, ya sean las de los famosos teatros porteños de revistas de las primeras décadas del siglo XX, fueron espacios testigos de amores y fantasías de muchacho; las imágenes de bellas mujeres magnificadas en la pantalla imprimieron sus sueños", escribió Mancini en el libro.
Escribí guiones cuando no sabía escribirlos, salieron como debían salir, pésimamente. El suspense en el cine es distinto al de las novelas.
"Escribí guiones cuando no sabía escribirlos, salieron como debían salir, pésimamente. El suspense en el cine es distinto al de las novelas. Tiene que ser simple, que la gente encuentre algo que desear o que temer; así el público estará interesado. Si se le dan toda una serie de actos inexplicables, el espectador se irrita y cuando llega a la explicación ya no tiene interés por ella", le contestó Bioy a Miguel Losada en una entrevista publicada en la revista española Turia.
La noche del martes 13 de junio 1967, como tantas otras noches, Borges cenó en la casa de Bioy. En menos de tres meses debían entregar lo que sería el guión de Invasión. Esa noche no pudieron escribir nada, intentaron empezar pero no lo lograron. Todavía no tenían en claro qué era lo que querían contar.
"No es fácil pensar por encargo. Cuando a uno se le ocurre una idea, se le ocurre con su expresión. Aquí tenemos la idea, pero no sabemos con qué situación expresarla. Mejor llamarlo a Ulyses Petit de Murat, que en dos patadas la despacha. Otro argumento: el de un autor que recibe un cheque para escribir algo y después vende su casa, para reembolsarlo; cualquier cosa antes que trabajar", dijo esa noche Borges. "Ese personaje está más cerca de nosotros", contestó Bioy.
Bioy pensaba constantemente en la idea de renunciar al trabajo de escribir ese guión. Se acercaba el casamiento de Borges y se habían comprometido a entregarlo antes de esa fecha. "No pecamos de soberbia, pero realmente es un poco estúpido denigrar en estas invenciones el precioso tiempo. Por si acaso, no hemos aceptado el adelanto de trescientos mil pesos que una
noche pedimos para iniciar el trabajo. No queremos que nada nos ate", recordó Bioy en Borges, la selección de los fragmentos de sus diarios íntimos donde habla de Borges, curada por Daniel Martino.
Finalmente terminaron el guión y se lo entregaron al director Hugo Santiago. La película se estrenó en 1969 y se convirtió en un film sin precedentes para la historia del cine argentino. En agosto de 1968, mientras se rodaba la película, Borges contó en una cena en lo de Bioy que alguien que no sabía de su participación le había dicho que quizás lo podría hacer pasar a la filmación. "Hoy me pasó una de esas cosas que nos pasan a nosotros y que seguramente nunca le sucedieron a Larreta. Un muchacho me dijo que era amigo de un fotógrafo que trabajaba para Hugo Santiago y que, por si me interesaba, iba a tratar de conseguirme un permiso para que presenciara la filmación de 'esa película '". El diálogo se lee en Borges de Bioy.
Cuando se estrenó Invasión, Borges y Bioy ya estaban escribiendo un nuevo guión que sería llevado a la pantalla por el mismo director. Les autres, estrenada en París en 1975, luego de participar en la competencia del festival de Cannes. La amistad más famosa de la literatura argentina fue también una parcería artística que dio muchos frutos. "En muy diversas tareas he colaborado con Borges: hemos escrito cuentos policiales y fantásticos de intención satírica, guiones para el cinematógrafo, artículos y prólogos; hemos dirigido colecciones de libros, compilado antologías, anotado obras clásicas", escribió Bioy.
Hicieron todo eso y hasta se dieron el lujo de actuar juntos en 1973. En sus diarios, Bioy contó el motivo por el que estuvo por frustrarse la actuación de Borges. "Busco a Borges. Con él tengo una misión difícil: yo le dije que salir nosotros en Les autres me parecía o comercial o bobamente vanidoso. Lo tomó como el Evangelio y ahora se niega a ser filmado. Hugo (Santiago Muchnik), que vino pagado por los productores para filmarnos y recibió una negativa absoluta, dice: 'No vuelvo a Europa. Me escondo en Tierra del Fuego'. Le explico a Borges que no nos mostrarán detenidamente ni tendremos que hablar; antes del film aparecerá toda la compañía, incluso los operarios más humildes, y, entre todos, nosotros. Acepta". Finalmente, luego de posponer el rodaje tras algunas excusas de Borges como que tenía que ir a renovar el pasaporte o que iba a ver al médico, días después se filmó la participación de ambos en el film.
Una mañana de mayo de 1989 sonó el teléfono en la casa de Bioy. Lo llamaban para llevar al cine su novela La aventura de un fotógrafo en La Plata. "Soy un joven cineasta y quisiera filmar La aventura de un fotógrafo", dijeron del otro lado. "Le dije que los derechos estaban libres y que esperaba su carta. Volví al comedor a concluir mi desayuno, un tanto desilusionado, porque el viaje a Italia seguía esfumándose. Cuando me felicitaron por la posibilidad de una película comenté: 'Joven cineasta seguramente debe traducirse por estrechez de fondos'", escribió Bioy en Descanso de caminantes.
Todos los guiones que Bioy escribió para ser llevados al cine los hizo en conjunto con su amigo Borges. Además de los dos films de Muchnik, escribieron Los orilleros, que fue filmada por Ricardo Luna en la década del ´70 y una adaptación de El paraíso de los creyentes, que finalmente no se rodó. Pero muchas cuentos y novelas de Bioy llegaron a la pantalla grande. Posiblemente sea el escritor argentino al que más han llevado su obra al cine.
"Si mis novelas y cuentos son creíbles, no lo son por la esencia de la historia, sino por las precauciones que tomo al contarla. Mis adaptadores (para cine o televisión) ingenuamente creen en esa credibilidad y no toman las precauciones adecuadas para el cambio de género. Lo que es creíble para el lector (que no ve, que sólo imagina) puede no serlo para el espectador", escribió en Descanso de caminantes. En ese libro dejó un consejo o advertencia para quienes hicieran guiones con sus relatos. "En un guión me parece lo esencial el interés mantenido por una buena progresión, que no deja ni un instante en reposo la atención de los espectadores. Se puede discutir el contenido de una película, su estética (si la tiene), su estilo, su tendencia moral. Pero nunca debe aburrir". Era una cita textual del libro Mi último suspiro, de Luis Buñuel, uno de sus cineastas predilectos.
"Se han hecho veintidós películas basadas en narraciones mías, alguna ha sido plagiada. No estoy satisfecho de ellas. Me gustaría que con un argumento mío se hiciera una buena película de serie B; que la gente disfrute con ella, que se divierta. Hay obras mías que nacieron para el cine. La literatura fantástica es muy difícil de llevar a la pantalla. El ojo ve mucho más, cree en lo que ve, no se deja engañar cuando le muestran una cosa falsa", le dijo a Miguel Losada en la entrevista publicada en la revista Turia.
A esas veintidós, entre las que se encuentran El crimen de Oribe, basada en el cuento "El perjurio de la nieve", adaptada en 1950 por Leopoldo Torre Ríos y su hijo Leopoldo Torre Nilsson; La guerra del cerdo, de 1975, filmada por Torre Nilsson y basada en la novela Diario de la guerra del cerdo, y El sueño de los héroes, dirigida por Sergio Renán, habría que agregar las que se hicieron luego de la muerte de Bioy: Dormir al sol, dirigida por Alejandro Chomski y estrenada en 2012, y la reciente Los que aman, odian, (escrita por Bioy y por Silvina Ocampo) protagonizada por Guillermo Francella y Luisana Lopilato, estrenada en 2017.
No sabremos qué le hubieran parecido estas dos adaptaciones y los cambios que se hicieron en sus historias, pero sí sabemos lo que pasó con la que quizás sea su obra más famosa: La invención de Morel. "Yo estaba en ese entonces en París y cuando la proyectaron la vi en el aparato de los dueños del hotel donde me hospedaba. Me acuerdo de que, en una habitación bastante chica, estábamos el matrimonio de propietarios, un hijo, yo, y creo que alguna otra persona. Fue muy incómodo. A medida que transcurría la acción ellos se fueron aburriendo. Se levantaban, iban a la cocina, volvían. Yo me sentía inclinado a pedirles disculpas, a decirles que si querían podían irse. Ellos trataban de ser gentiles", dijo en una entrevista para la revista Claudia en 1983.
Yo detesto dar órdenes. Me parece una falta de respeto (Bioy)
En esa misma entrevista, donde respondió junto con Silvina Ocampo, le preguntaron por qué no se había encargado él directamente de adaptar los cuentos que escribió con Silvina que dirigió para la televisión Boyce Díaz Ulloque. "No sé hacer ese trabajo. En algún momento de mi juventud, debo de haber fantaseado hasta con la posibilidad de dirigir. Pero esa tarea no es para mí. Hay que ser muy organizado y saber mandar. Yo detesto dar órdenes. Me parece una falta de respeto", respondió. "Adolfito es un espectador muy paciente, muy fiel. Ve todas las películas hasta el final. Yo soy más inquieta", dijo Silvina ese mismo día.
El cine fue parte fundamental de su vida y no solo como arte o inspiración. También lo fue como pasatiempo y lugar de recuerdos. Y además de los de Buenos Aires, a los que en un momento de su vida iba casi a diario, Mar del Plata y sus cines también lo marcaron. En la década del ´80, en Mar del Plata iban al cine con Silvina Ocampo acompañados por una mucama. Fue en esa ciudad donde escribió gran parte de El sueño de los héroes, ideó El gran Serafín, escribió íntegramente Memoria y empezó Diario de la guerra del cerdo. "El amor por Mar del Plata no fue inmediato. En mis primeras temporadas, de chico, sufría porque mis padres salían y yo me quedaba solo. A veces iba a buscar a mi madre, a fin de la función de la tarde, al cine Palace o al Splendid, de la Rambla Vieja: la esperaba con mucha ansiedad", recordó en Descanso de caminantes.
"Yo sé que el cine me ha acompañado a lo largo de mi vida. Mis recuerdos más íntimos están combinados con recuerdos de películas. Pero no sé en qué medida ha influido en mis narraciones. Que no me escuche Aronovich, que proyecta realizar una versión de La invención de Morel", dijo en una entrevista de 1988 con el escritor Carlos Dámaso Martínez que puede leerse en la web de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Y fue en esa entrevista, realizada en su departamento de la calle Posadas en el barrio de Recoleta, donde dijo esa famosa frase que él mismo recordaría en futuros reportajes: "Me gusta tanto el cine que quisiera que el fin del mundo me pillara en una sala cinematográfica".
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