7 claves para pensar “Serotonina”, la última novela de Houellebecq

El escritor Emmanuel Carrère dijo que “si hay alguien hoy, en la literatura mundial, que reflexiona sobre la enorme mutación que todos sentimos que se halla en curso sin que tengamos los medios para analizarla es Houellebecq”. Pero, ¿qué hay en la obra de este best-seller francés de 63 años que genera tantos aplausos y abucheos por igual? Un viaje a su nueva novela, pero también a su obra en siete puntos

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Un globo clavado a la pared. Eso hay en la tapa de Seretonina, la nueva novela de Michel Houellebecq que salió en enero. Un globo rosado —un rosa más bien pastel— que, pese a tener un clavo atravesado de punta a punta, no se ha pinchado. Los tonos de la imagen, con el fondo amarillesco clásico de la editorial Anagrama, son agradables, aunque la escena guarda una profunda ironía. ¿Por qué ese globo no explota? ¿Es resistencia o desgano lo que hace que permanezca ahí, estaqueado e inmóvil, sin poder liberarse? ¿Será, tal vez, una metáfora de la literatura?

Así como nadie sabe qué esperar de la humanidad, nadie sabe a ciencia cierta qué esperar de la literatura. Algunos quieren que cambie el mundo, otros la usan para divertirse —entretenerse es el verbo más común—, están los que leen para dormir, también los que escriben para dejar un testimonio de que pasaron por esta vida, incluso están los que quieren hallar ahí un oasis ajeno a la hostilidad del mundo. La pregunta debería hacerse, tal vez, sobre las posibilidades que tiene en esta actualidad.

¿Vos qué esperás de la literatura?

1. Masividad

No hace falta haberlo leído para saber quién es. Francés, 63 años, provocador, bestseller. Escribió nueve novelas, algunos poemarios, una biografía sobre H.P. Lovecraft, un intercambio epistolar con Bernard-Henri Lévy y algunos libros ensayísticos. Sin embargo, adquirió un pico de notoriedad en 2015 cuando su novela Sumisión —que imagina una Francia gobernada por musulmanes— se publicó el mismo día en que el semanario Charlie Hebdo sufrió un atentado en el que murieron doce personas. En la tapa de la revista de ese preciso día había una caricatura del escritor. Las predicciones del mago Houellebecq: "En 2015 perdí mis dientes y en 2022 haré el Ramadán", ​aparecía escrito en referencia a la novela.

Ahora, con Serotonina, logra dar una buena crítica de la sociedad actual. Como lo hace siempre, desde diferentes ángulos y perspectivas, con una acidez inquietante poco habitual, no sólo en el estante de "los más leídos", sino también de la literatura. Y si bien es cierto que la calidad de su narración y la complejidad de sus tramas han entrado en una curva descendiente —toda curva debe descender— desde El mapa y el territorio (2010), su ritmo, su potencia y el ingenio en los giros argumentales se mantienen intactos.

En las 300 páginas de Serotonina, número habitual que rondan sus novelas, el lector siempre está contemplado. No le habla directamente, aunque a veces se permita hacerlo —"esto lo digo para mis lectores de las capas populares"—, pero sí le da algo que lo atrape, lo movilice, lo entretenga y le de una sensación que ningún programa de tele, serie masificada, posteo de Facebook, meme de Twitter o storie de Instagram puede dar: un sacudón al sentido común. Y eso, en tiempos de imaginación achatada, se agradece.

Es un bestseller, y por lo tanto su carácter mediático prevalece. Pero, ¿a qué se debe? En principio, y más allá del devenir caprichoso de la masividad, a su poder de provocación. En sus novelas, sus personajes hacen comentarios ácidos como, por ejemplo en Serotonina, "mi idea de follar me parecía ya disparatada, inaplicable, y ni siquiera lo arreglarían dos putillas tailandesas de dieciséis años". O también: "Lo que ella necesitaba era una ternura conyugal normal y antes que eso una polla en el coño". Esas frases, leídas fuera del contexto ficcional, son catalogadas como misóginas. Houellebecq lleva esa etiqueta.

2. Argentina

En 2017 vino a la Argentina. Su nombre apareció en todos los suplementos culturales y portales literarios así como también en las redes sociales. Algunos lo celebraban, otros lo maldecían, pero todos tenían su nombre en la boca. Digamos que Houellebecq desbordó el vaso del mundillo literario para ser —así de exótica es la masividad— objeto de opinión de quienes ni siquiera lo leyeron. Por su parte, a él se lo vio como siempre: con una mueca de desgano.

Portada de “Serotonina” de Michel Hpuellebecq
Portada de “Serotonina” de Michel Hpuellebecq

Algo de aquella visita habrá quedado en su cabeza porque Argentina aparece en la novela. Tangencialmente, es verdad, pero ahí está. El protagonista se llama Florent-Claude Labrouste, es ingeniero agrónomo y trabaja en el Ministerio de Agricultura de Francia. Sin embargo, al enterarse de que su pareja lo engaña, decide irse, no sólo de su casa, también de su trabajo. Entonces se reúne con su jefe y le dice que renuncia porque le ofrecieron un "un puesto de consejero de 'exportación agrícola' en la embajada argentina". Su jefe sonríe sombríamente y, luego de enumerar los buenos productos del país latinoamericano, le dice: "O sea, que se pasa usted al enemigo".

En medio de las negociaciones entre el Mercosur y la Unión Europea, "las exportaciones agrícolas argentinas se multiplicaban literalmente desde hacía algunos años en todos los sectores —comenta el personaje para sus adentros—, y eso no era todo, los expertos estimaban que Argentina, con una población de cuarenta y cuatro millones de habitantes, podría eventualmente alimentar a seiscientos millones de personas, y el nuevo gobierno, con su política de devaluación del peso, lo había entendido muy bien, esos cabrones iban a inundar literalmente Europa con sus productos, además no tenían ninguna legislación restrictiva sobre los transgénicos".

Dentro de esta novela, el miedo francés está en las posibilidades que tiene Argentina, un país subdesarrollado pero sumamente respetado, por erigirse como potencia. Pero, ¿cuánto de verdad hay en esto, sobre todo si miramos los números de la economía nacional? ¿Se trata de un deseo del autor para que Argentina salga por fin adelante o de una crítica a la inestabilidad política de Francia?

3. Depresión

El protagonista y narrador de Serotinina es un depresivo. Esa es la característica central que lo define. La novela comienza con él, Florent-Claude Labrouste, madrugando para tomar su pastilla. ¿Y cuál es la novedad aquí? No toma Seroplex o Prozac, los depresivos más tradicionales, sino algo nuevo llamado Captorix que, escribe el autor, "demostró de inmediato una eficacia sorprendente que permitía a los pacientes integrar con una facilidad inédita los ritos más importantes de una vida social normal dentro de una sociedad evolucionada (higiene, vida social reducida a la buena vecindad, trámites administrativos sencillos) sin favorecer en modo alguno, a diferencia de los antidepresivos de la generación anterior, las tendencias suicidas o de automutiliación".

No hay nada en su presente que lo motive, nada en su futuro que lo entusiasme y su pasado es una playa sucia con pequeñísimos buenos recuerdos que hace bien en llamar felicidad. Se trata de una mirada melancólica sobre aquel tiempo vivido que jamás va a volver. La novela transcurre principalmente en flashbacks del protagonista, que narra amores pasados, amistades, sus años en la universidad, sus distintos trabajos, su experiencia. "Los efectos secundarios indeseables observados con mayor frecuencia con Captorix eran las náuseas, la desaparición de la libido, la impotencia. Yo nunca había sufrido náuseas", continúa.

¿Y cómo puede ser feliz una persona que no tiene deseo sexual en una sociedad hipermediatizada y sobreestimulada sexualmente? "Dios es un guionista mediocre (…) Todo en su creación posee el sello de la aproximación y el fracaso", dice el protagonista. La tapa del libro encuentra aquí su lógica y una posible interpretación: el hombre es el globo y el fármaco el clavo. Está ahí, vivo pero inmovilizado. No explota, pero tampoco puede volar en libertad.

4. Sexo

"Si no hubiera un poco de sexo de vez en cuando, ¿en qué consistiría la vida?", se lee en Plataforma (2011) y no es una cita aislada, aunque bien podríamos llenar un cuaderno con comentarios de Houellebecq acerca de la sexualidad. En Serotonina también los hay: "Se me reprochará quizá que concedo excesiva importancia al sexo; no lo creo". También: "Con el sexo todo puede resolverse, sin el sexo nada tiene arreglo". Pero, ¿por qué le interesa tanto a Houellebecq ahondar en esta dimensión para retratar las identidades de sus personajes?

Michel Houellebecq en Budapest, 2013 (Foto: Koszticsák Szilárd)
Michel Houellebecq en Budapest, 2013 (Foto: Koszticsák Szilárd)

En Las partículas elementales (1998) —tal vez su mejor y más completa novela— establece una relación entre el sexo y el mercado: "En un sistema monógamo, romántico y amoroso, sólo pueden alcanzarse [el deseo y el placer] a través del ser amado, que en principio es único. En la sociedad liberal (…) el modelo sexual propuesto por la cultural oficial era el de la aventura. Dentro de un sistema así, el deseo y el placer aparecen como desenlace de un proceso de seducción, haciendo hincapié en la novedad, la pasión y la creatividad individual (cualidades por otra parte requeridas a los empleados en el marco de la vida profesional)". En Plataforma dice: "Los criterios principales de la belleza física son la juventud, la ausencia de malformaciones y la conformidad general con las normas de la especie; y está claro que son universales".

La crueldad con la que Houellebecq habla de sexo no le exime de realismo. Y es en Serotonina donde ubica una novedad, incluso dentro de la constelación narrativa que es su obra: el protagonista es un hombre impotente y sin deseo sexual. Sin embargo, la sexualidad está en todo su alrededor. Su novia, una japonesa a la cual no ama pero le reconoce, además de cariño, una sobrada virtud a la hora de practicarle sexo oral, lo engaña. Encuentra videos de ella en situaciones que… bueno, mejor evitar el spoiler. Esto lo motiva —¡al fin una motivación!— a escaparse, huir y comenzar así una aventura, lejos, al paisaje rural de Normandía.

5. Felicidad

Florent-Claude Labrouste es un ingeniero agrónomo que trabaja para el Ministerio de Agronomía de Francia. Antes, lo hizo para Monsanto, "una empresa casi tan honorable como la CIA". El trabajo es algo que ya no le interesa porque puede, a partir de una herencia de sus padres suicidas, sobrevivir. Sin embargo, se siente incompleto (más incompleto que el ser humano promedio, digamos). "Yo tenía bastante claro hasta la fecha que era un fracasado" dice casi al pasar, y más adelante: "Ya nadie será feliz en Occidente. Hoy debemos considerar la felicidad como un ensueño antiguo, pura y simplemente no se dan las condiciones históricas".

Sin embargo, en un momento se vislumbra un atisbo de bienestar, fragmentos lejanos de alegría. "He conocido la felicidad", confiesa y a partir de ahí habla de Camille, su gran y único amor, que ya no está con él, ya no es su pareja, pero la recuerda. La felicidad, entonces, es un lugar por el que transitó sin demasiada conciencia. Ahora, en su mente, lo ve, y al ya no estar ahí, al ya no ser feliz, sufre. "¿Era capaz de ser feliz en soledad? No lo creía. ¿Era capaz de ser feliz en general? Creo que es la clase de preguntas que más vale no hacerse". Para hablar de este asunto, es preciso citar un verso de su poemario Sobrevivir (1997): "No temáis a la felicidad. No existe."

6. Amor

Y si la felicidad no existe o sí, pero es difusa, momentánea e ilusoria, ¿cómo seguir, cómo enfrentarse a la vida en esta fugaz existencia? La respuesta de Houellebecq en sus libros, y sobre todo en Serotonina, es el amor. "El mundo exterior era duro, implacable con los débiles, no cumplía nunca sus promesas, y el amor seguía siendo lo único en lo que todavía se podía, quizás, tener fe", dice Florent-Claude Labrouste, sabiendo que todo eso que sentía y que aún siente por Camille "irá acentuándose de manera cada vez más punzante, hasta que la muerte me libere". Es dolor lo que lleva consigo, y soledad, contracara del imponente amor que vivió. Es un amor contrario a la domesticación que propone la corrección política de la época y con la que Houellebecq se pelea diariamente. Un amor intenso, poderoso, de esos que rompen preconceptos. En algún punto, esta novela es una reivindicación del amor, lo cual convierte a Houellebecq, su artífice, en un romántico. Tal vez eso no sea necesariamente algo bueno.

“Las partículas elementales” / “Plataforma” / “Sumisión”
“Las partículas elementales” / “Plataforma” / “Sumisión”

7. Contemporaneidad

Leer una novela de Houellebecq en un tiempo relativamente cercano a su publicación es una experiencia inquietante. Lo es porque, como dijo Emmanuel Carrère, "reflexiona sobre la enorme mutación que todos sentimos que se halla en curso sin que tengamos los medios para analizarla". No sólo internet es la variable que verifica la gran transformación que vivió el mundo del siglo pasado a este, pero sí vale la pena pensar en sus alcances. Una herramienta comunicacional que, en sus inicios, fue vista como la posibilidad de democratizar nuestras sociedades, sin embargo hoy es muy difícil seguir sosteniendo esa esperanza. Basta con ver el desplome de la economía, el recorte de derechos sociales y la poca capacidad de reacción de la gran población afectada para darse cuenta del papel de las redes: ¿un lugar de cómoda declamación?

El protagonista de Serotonina siente lo mismo: "¿Quién era yo para haber creído que podía cambiar algo en el movimiento del mundo?" Y la escena donde comienza a moverse en la segunda mitad de la novela, también: los agricultores y ganaderos de Normandía, que se encuentran acorralados ante la lógica de la productividad de la Unión Europea, deciden tomar cartas en el asunto. Entonces, el debate asambleario es qué hacer. "Creo que prefiero sacar las escopetas", dice uno de los productores agrarios. Para aquel entonces todo está dicho: se vive "la confirmación objetiva de la catástrofe". Comienzan las movilizaciones, los cortes de ruta, la respuesta de las fuerzas represivas del Estado, la posibilidad inminente de una nueva masacre contemporánea y el fin de la duradera amistad entre el capitalismo y la democracia cuando la única forma que encuentran los gobiernos de resolver las demandas sociales es reprimiéndolas.

El punto de partida vuelve acá, sobre el final, para recomponer la mirada circular de este autor francés que olfatea como nadie el hedor nauseabundo que invade el ambiente cuando la gran mayoría de los escritores prefieren resguardarse en su propio espacio, en su propia vida, en su propio mundo. En Houellebecq, entonces, la apuesta —ni mejor ni peor, simplemente su apuesta— es la de tratar de decir algo sobre todo esto que sucede y que nadie sabe bien hacia dónde va. Decir algo puede ser muchas cosas: un tuit enojado, un posteo de Facebook, un grito al cielo de los lamentos. También escribir una novela inteligente, sensible, molesta.

 

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