Masha Gessen es posiblemente una de las periodistas más prestigiosas del mundo y este reconocimiento se funda en sus hallazgos en materia de contenidos pero también en las formas que elige para narrar sus historias. Nacida en Rusia en 1967, de origen judío e hija de padres disidentes del comunismo, se fue de la entonces Unión Soviética con su familia y se radicaron en Estados Unidos. Tenía 24 años en 1991, cuando regresó a su país de origen porque creía que el colapso de la URSS podía abrir la puerta de un tiempo de democracia y libertad en su país de nacimiento. En 2012 volvió a irse definitivamente.
En la actualidad, con 51 años, Masha Gessen vive en Nueva York, es activista LGBT -está casada y es madre de tres hijos- y es una de las periodistas estrella de The New Yorker, la histórica revista semanal que es ejemplo de calidad en todo el mundo. Férrea crítica de Vladimir Putin y de Donald Trump, su nombre es referencia inequívoca a la hora de discutir el tema del autoritarismo y las autocracias. "El poder de Putin radica en que él dice lo que quiere, cuando quiere, más allá de los hechos. Es el presidente de su país y el rey de la realidad", escribió en uno de sus artículos. Sin ninguna dificultad se podría cambiar el apellido del protagonista de esta aseveración (Trump en lugar de Putin) y no habría cambios en el resultado.
En su último y celebrado libro, El futuro es historia. Rusia y el regreso del totalitarismo, publicado en español por Turner Noema, Gessen elige contar en casi 600 páginas la historia de la Rusia más reciente -su complejidad y su singularidad- a través de un mosaico de experiencias dibujado por siete historias de vida. Cuatro de ellas son las de personas jóvenes que, aunque nacieron durante el imperio de la URSS, crecieron luego del colapso de la Unión Soviética y cuyas vidas se consolidaron bajo los sucesivos gobiernos de Vladimir Putin, quien está en el poder desde diciembre de 1999. Los otros tres protagonistas son, en cambio, adultos mayores que, a través de sus relatos, reconstruyen la escena intelectual en la que se desarrollaron los hechos políticos y sociales durante estos años, una vez que terminó la experiencia comunista.
Una de las jóvenes es la hija de Boris Nemtsov, el político liberal opositor a Putin que fue asesinado a metros del Kremlin en el años 2015. Otro de los protagonistas del libro de Gessen, y el único partidario del actual modelo de gobierno y liderazgo, es Alexander Dugin, un intelectual nacionalista que en su momento fue disidente del comunismo y uno de los ideólogos que más han influido en el pensamiento del presidente Putin, creador de conceptos básicos de la política exterior rusa como el "euroasianismo". De hecho, Dugin es también conocido como "el Rasputín de Putin".
El futuro es historia es un libro brillante, en la mejor tradición del periodismo narrativo y analítico; un ensayo que podría insertarse en un estilo que también es propio de la Nobel bielorrusa Svetlana Alexeievich -incluso en el análisis de la continuidad de la figura del Homo Sovieticus- y en el que Gessen bucea en el concepto de totalitarismo acuñado por Hannah Arendt pero también en la idea de trauma definido por Erich Fromm en su clásico El miedo a la libertad. El ensayo es, a su modo, una suerte de continuidad de El hombre sin rostro, la extraordinaria biografía de Putin que le otorgó en su momento a la periodista reconocimiento internacional.
Masha Gessen fue una de las invitadas principales de la última edición del Festival Gabo organizado por la Fundación Nuevo Periodismo en Medellín. Allí, además de participar de varias mesas de debate sobre temas vinculados al totalitarismo pero también a cuestiones de género, Gessen (quien antes de ejercer el periodismo estudió Arquitectura) estuvo investigando sobre el tema de las innovaciones urbanas -uno de los mayores éxitos de esta ciudad que consiguió sacarse de encima el estigma narco- porque tiene un proyecto de libro sobre espacios públicos.
En medio de las diversas actividades del festival, Masha Gessen habló con Infobae.
-Usted vivió la consolidación de un nuevo totalitarismo en Rusia y como periodista trabaja sobre este tema hace tiempo. ¿Hay modo de conocer algunas claves que permitan percibir señales de que un gobierno camina en esa dirección totalitaria?
-No. No creo que sea posible hacerlo porque las sociedades son siempre diferentes. Mi libro sobre el totalitarismo en Rusia es un libro sobre la herencia del totalitarismo, en realidad. Hace algún tiempo escribí un artículo,The Putin Paradigm, en el que establecía algunas similitudes entre Putin y Donald Trump, que aunque no son personalidades parecidas y tienen muchas diferencias tienen sin embargo rasgos en común puntuales. Y el tema es que esas similitudes importan mucho porque son justamente las amenazas y las características universales del totalitarismo, son manchas para el sistema político y para las instituciones. El totalitarismo generalmente está más regido por gestos que por políticas. Por ejemplo, yo podría contarles algunas cosas sobre Putin y seguramente ustedes me dirían: ah, pero Berlusconi también hizo eso y Maduro, Erdogan o Netanyahu también las hizo, pero así y todo las sociedades son diferentes, las reacciones también. Sin embargo, aunque los países sean diferentes, hay algunas señales como los ataques a las instituciones, o que progresivamente se gobierna cada vez más por decreto. La gestualidad del líder pasa a ser más marcada, admirada, e incorporada por la población. El culto al poder es cada vez más evidente.
-En la medida en que hay un crecimiento de las autocracias y tanta insatisfacción con el sistema político en general, ¿percibe una tendencia global de sensación de fracaso de democracia?
-Creo en realidad que no sabemos qué es hoy la democracia. Creo que la democracia es un ideal, una aspiración, y pienso que estamos lidiando con una crisis mundial sobre este concepto. A mucha gente se le ha dicho que vive en democracia y creen que sinceramente que es así, y en otros casos, lo que tenemos es una democracia solo que para buena parte de la población no es palpable la razón por la cual la democracia es algo positivo. Entonces, todos jugamos las reglas que nos enseñaron que son las correctas en una democracia y muchos fueron dejando de creer en el sistema, al darse cuenta de que eso no mejoraba sus vidas. Para esas personas, la vida sigue empeorando. No sé qué pasa en sus países pero debemos entender que la reacción contra eso no es un acto irracional.
-¿En qué sentido?
-En Estados Unidos, las personas que se sienten bien informadas son muy guiadas por medios mainstream que prefieren apoyarse en lo que dicen ciertos analistas políticos, según los cuales quienes votan a Trump o a líderes como él lo hacen porque no están bien informados o no son muy listos. Y creo que eso es un error porque esas personas votaron de un modo muy racional desde su punto de vista y eso también es democracia. Un día Trump llegó y les dijo: yo voy a ser la granada que va a hacer explotar el sistema y hubo gente que le dijo, está bien, usted será la granada que va a hacer explotar el sistema. Lo cierto es que él no está mejorando sus vidas pero efectivamente sí está destruyendo el sistema. En este sentido, está llevando adelante sus promesas y hasta obtuvo cierta estabilidad para su gobierno dentro de esos parámetros.
-¿Estamos perdiendo la sintonía para percibir nuevos fenómenos?
-Sin dudas. Pero además, ahora los analistas políticos norteamericanos sugieren que Trump está siendo suave comparado con sus promesas electorales. Y la verdad es que eso no es una buena noticia. El país está peor, el que era pobre está más pobre y al mismo tiempo él está haciendo explotar el sistema.
-Pero la economía de los Estados Unidos muestra buenos números. ¿Eso no ayuda a Trump?
-Sí, la macroeconomía está muy bien pero tengo dudas, no estoy convencida de necesariamente vaya a ayudarlo. Porque a los muy ricos les está yendo muy bien pero eso sirve en todo caso para personas como él, que crearon ese mercado, ese sistema de Bolsa y se benefician de eso pero no está ocurriendo lo mismo con mucha de la gente que votó por él.
-Pese a tantas muestras de sistemas políticos que caminan hacia el autoritarismo, en algunas áreas parece haber avances como en la lucha por los derechos de las mujeres y de las personas LGBT, una causa que está entre sus preocupaciones. En Latinoamérica hay leyes durísimas de aborto pero en algunos países hay temas de los que recién ahora se está pudiendo hablar. ¿No le parece una contradicción?
-No lo veo así. Es en los momentos de crisis cuando se abren oportunidades. Es importante ser consciente de ellas y en varios países eso está sucediendo, como en el movimiento de mujeres en Argentina con el #MeToo en Estados Unidos, que están ganando fuerza como resultado de la crisis, justamente. En el caso de Estados Unidos, esos movimientos son resultado de la crisis de valores de la sociedad y de la polarización que impulsó Trump. Es como si hubiera dos países, hay leyes que sirven al país de Trump y leyes de un país que no es el de Trump. El #MeToo, como movimiento, se propone legislar algo para la parte del país que no es el de los votantes de Trump, hay una batalla entre dos países hoy en día. Hay que estar muy atentos a las oportunidades que surgen en medio de situaciones autoritarias o autocráticas, esto es nuestra fuente de esperanzas. Personas como Trump, o Netanyahu, o Erdogan, o Putin, trafican con visiones de un pasado imaginario, con una nostalgia de un tiempo que nunca fue pero en el que que supuestamente la gente se sentía más segura, más cómoda, un mundo más simple en el que no era necesario lidiar con cosas que generaban incomodidad o ansiedad. Un tiempo imaginario que en realidad no existió. No es algo nuevo, Hitler usó eso. El tema es que los políticos tradicionales no saben prometer algo así, pues no usan la idea de pasado o futuro glorioso, hablan de políticas reales.Es importante para nosotros escribir sobre esto.
Rusia, hoy
-Putin lleva 20 años en el poder. Durante los primeros diez años, para Occidente su figura era la del espía que llegó del hielo y que era una seria amenaza para el sistema democrático. ¿El Putin de hoy es diferente al de 20 años atrás?
-Sí, es diferente, en el sentido de que es humano: todos cambiamos con los años. Él aprendió a estar en esta posición de poder y pasó de ser un burócrata más a ser posiblemente uno de los hombres más ricos del mundo. Eso cambia a cualquiera. Sin embargo, sus ideas básicas sobre el mundo siguen siendo las mismas porque sigue actuando de acuerdo a esas ideas; las de que el mundo se está corrompiendo y que él puede ofrecer protección, que la democracia no funciona y que es un caos que trae corrupción. Y, lo más importante, que Rusia debe recuperar su poder porque fue tratada injustamente por la Historia. Todo eso sigue siendo su norte.
-En todos estos años hubo una serie de asesinatos a opositores, militantes de derechos humanos y periodistas que investigaban casos que involucraban al gobierno o al mismo Putin. Algunos sucedieron en Rusia pero también en otros países ¿Qué piensa de esos crímenes?
-Todos esos fueron asesinatos políticos, no tengo ninguna duda. Esto también es lo que intentaron hacer con mi amigo Pyotr Verzilov (N. de la R.: artista y activista ruso-canadiense, cercano a las Pussy Riot, que fue envenenado pocas semanas después de su protesta en el Mundial de Fútbol del año pasado).
-¿Y qué opina de las acciones de Rusia fuera del territorio ruso, en general? ¿Obedecen de algún modo a la megalomanía de Putin?
-No creo que sea particularmente la megalomanía de Putin. Lo que Rusia estuvo haciendo durante las últimas elecciones en Estados Unidos fue una continuación de lo que siempre hizo la Unión Soviética, eso no cambió. Lo que sí cambió es la maquinaria para hacerlo porque siempre lo hicieron aunque hace 10, 15 o 20 años, el impacto de estas acciones era ridículo. Hoy, en cambio, pueden definir una elección. Por eso creo que finalmente las respuestas deben estar en nuestros países y no en Rusia: hay que estar más atentos, más vigilantes, en nuestras sociedades falta espíritu crítico.
– Aunque sigue siendo alta, la popularidad de Putin está siendo afectada últimamente. Más allá de su último triunfo electoral, ¿cómo imagina el fin de gobierno de Putin?
-Su popularidad está en baja, sí, pero tuvo éxito en construir un sistema electoral que funciona para él, entonces no sabemos cuándo colapsará. Puede ser cuando él muera o por otras razones, pero siempre vinculadas a factores internos, como que fallen algunas piezas del propio sistema. No creo que su régimen termine por la presión internacional, eso seguro que no sucederá.
-¿Y qué piensa de Alexei Navalny, la única figura política de la oposición que en principio parece generar algún interés en la población?
-Tengo mucho respeto por él, creo que está a punto de conseguir crear un movimiento político en Rusia, lo que es un logro extraordinario porque por un largo tiempo tuvo éxito siendo un activista opositor pero siempre en solitario. Hoy él convoca a una manifestación y la gente comienza a responder: hay algo que está cambiando en Rusia y Navalny es una especie de vocero de este cambio. Es absolutamente sorprendente, él es muy creativo y tan valiente… pero en una sociedad como la rusa, esto no es suficiente. Navalny solo no va a poder hundir a Putin ni al sistema. El sistema tiene que colapsar internamente.
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