Antonio Machado: 80 años sin el gran poeta español

En esta nota, un homenaje a un escritor esencial de las letras hispánicas

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Antonio Machado
Antonio Machado

I
Estaría llegando abril. Yo tengo menos de veinte años. Mi papá licencia su pata de yeso en mi casa. Vivo con ellos. Lee el diario, fuma un pucho, va y viene con una muleta. Pronto habrá parcial: Machado, todo Machado. La profesora Cocito, la bella innombrable que aterra a todos sus estudiantes con sus juicios de Viuda del poeta (como nosotros le decimos), casi nunca considera del todo bien lo que algún estudiante arriesga a decir sobre algún poema. No había espacio allí para ese ejercicio berreta, flojo o impune que hoy es el comentario de las redes. Cuando en el recinto de esa clase se hablaba, se lo hacía referenciado y con la justificación, sino enciclopédica, por lo menos, textual: lo que se decía sobre el poema tenía que poder justificarse en ese u otro/s poemas.

Vamos a leer casi todos los libros de Machado, por lo menos, los poemarios: Soledades, Campos de Castilla, De un cancionero apócrifo, y el Juan de Mairena. Las biblias para abordar esos textos son dos: La estructura de la lírica moderna, de Hugo Friedrich y Antonio Machado, poeta simbolista, de Aguirre (y de Gredos, otro nombre ligado para siempre en mi memoria al hispanismo, como Espasa, como Austral o Cátedra). Recito el coro de las evocaciones: la tarde es la muerte, como el ciprés; el agua, la vida; la espina es la saeta, es decir, el amor; el reloj es el tiempo, casi siempre la muerte. Asonancia y anormalidad, el Parnaso, Darío, el 98 y el Modernismo.

Antonio Machado, por Joaquín Sorolla
Antonio Machado, por Joaquín Sorolla

Es uno de mis primeros parciales, se me cae encima todo lo que hay que leer, me subyuga cómo poner a jugar todo ese endemoniado conjunto de historia, retórica, teoría literaria, teoría estética… para analizar un poema. No lo haré muy bien. El parcial, en efecto, fue eso: una hoja tamaño oficio con seis poemas y cuatro horas para escribir. Detrás de la belleza de Madame Cocito hay una señora cruel que va a bocharme (pienso), que me retaría poco después en ocasión de un poema de Juan Ramón: El tren arranca lentamente…, cuando, ante una pregunta inquisidora frente al más absoluto silencio sepulcral de la clase, yo intenté una interpretación con una formulación que arrancó así: Capaz que Juan Ramón…, lo que bastó para dos cosas: para que yo no terminara la frase y para que la profesora me recordara con una corrección fulminante que hoy recuerdo con mucha ternura: ¿Cómo dijo? Capaz que… No es esa una expresión para este ámbito ni para usted que será un futuro profesor del idioma. Opte por otra formas: Probablemente, Tal vez.

II

Tengo la edición de Losada de Soledades, galerías y otros poemas, es de tapas naranjas. En la foto está Machado con Leonor Izquierdo, la joven esposa que se le morirá unos años después de la boda. A mi papá, que termina de leer el diario, le pido que linkee (todavía no usábamos mucha esa palabra) el libro de Aguirre con la edición de Losada. Ahora tengo esa edición en mis manos: pacientemente, junto a cada poema, mi papá se encargó de anotar el número de las páginas del libro de Aguirre en las páginas del poemario. Así preparé el parcial.

Leonor Izquierdo, el día de su casamiento
Leonor Izquierdo, el día de su casamiento

No juzgo esa reverencialidad con la que se nos exigía ponderar al idioma. Tampoco la intempestiva manera de abordar así un texto literario. Después de todo, esas entradas a los textos fueron enormes y completas cajas de herramientas para comprender toda la poesía moderna, desde Baudelaire a las vanguardias. Machado oscila, como buen español, entre la tradición y lo por venir, en un gesto que será también lorquiano. Es la poesía de un republicano que porta los debates sobre liberales y monárquicos, que llora sobre la España de "charanga y pandereta". Que pondera al maestro Darío y abre, sin embargo, esa pasión inicialmente formal a los senderos progresivos que van de las galerías del alma (el hastío, la tristeza, el amor) a los campos de Castilla.

Aquellos años preparatorios me dejaron improntas que no sospechaba: el afán por terminar de comprender cada uno de aquellos poemas me obligaba a leerlos una y otra vez, así es que muchos de ellos los guardé en mi memoria, casi sin querer, y los he llevado siempre conmigo para decírmelos o decirlos ante los escenarios de la clase y del amor, de la amistad y el duelo.

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