Si bien Borges no abandonaba su habitual sarcasmo ni siquiera a la hora de referirse al "Manifiesto por un arte independiente" ("¡Pobre arte independiente el que premeditan, subordinados a pedanterías de comité y a cinco mayúsculas!", donde las mayúsculas corresponderían a FIARI, creada por el líder surrealista André Bretón, el muralista mexicano Diego Rivera y el revolucionario León Trotsky), lo cierto es que ese año de 1938 –y frente a la regimentación artística y el realismo socialista impulsados por Josef Stalin, líder absoluto de la Unión Soviética– los tres se habían reunido en la capital mexicana donde atravesaba su exilio Trotsky y habían redactado: "Toda libertad al arte".
Esta breve introducción viene a cuento a la polémica crítica en torno a la miniserie Trotsky, que se puede ver en Netflix, una superproducción cinematográfica filmada a lo largo de toda Rusia y que incurre en una serie de falsificaciones históricas acerca del creador del Ejército Rojo.
Sin embargo, ¿basta esto para una condena sin miramientos o la miniserie, centrada en Rusia en octubre de 1917, merece un análisis que no se estanque sólo en la confrontación de los hechos de la superproducción rusa con los de la verdad histórica?
En términos concretos, la miniserie Trotsky está realizada según los intereses políticos de la era de Vladimir Putin. Lanzada al aire en octubre de 2017, a cien años de la revolución rusa, la miniserie se planteaba en la línea estatal oficial de no homenajear la gesta de los trabajadores rusos que habían logrado imponer por primera vez en la historia un gobierno obrero en las tierras del zar. No hubo ninguna actividad estatal. Este cronista visitó la embajada rusa en Buenos Aires en aquel momento y le informaron que: "Es que la revolución es un recuerdo triste".
Esto no impide que Putin se equipare a un Stalin en cuanto a un gobierno realizado con mano férrea y a la reivindicación de la gran Rusia, que el himno nacional sea una reversión del aprobado por el estalinismo y que, en suma, Putin sea un estadista de formas poco diplomáticas, belicismo no disimulado y un declarado espíritu antibolchevique.
Para más datos, la miniserie se emitió por Channel One Russia, emisora que funge como núcleo de la propaganda putinista y que fuera el principal canal estatal (aún conserva mayoría de acciones del Estado, con la compañía accionaria de Roman Abramovich, uno de los magnates más acaudalados de Rusia y a quien algunos sindican como testaferro de Putin mismo). ¿Existen espíritus ingenuos que esperarían una obra laudatoria de León Trotsky, uno de los líderes de Octubre, con estos antecedentes? Para sepultar esta esperanza los directores de la megaproducción señalaron públicamente: "El mensaje de la serie, según Alexandre Tsekalo y Konstantin Ernst, es que 'no se debe forzar a la gente a salir a la calle' y que 'toda revolución significa derramamiento de sangre'".
En términos cinematográficos, la miniserie cuenta con recursos que le brindan gran calidad, virtudes que se dan de bruces con la "verdad histórica" sobre la que una "biografía" debería documentarse. (Una digresión: en la novela El hombre que amaba a los perros, también sobre Trotsky y aclamada por sus seguidores, se plantea el romance entre el asesino estalinista Ramón Mercader junto a la agente de la GPU África Las Heras, sin embargo, como el resultado final de la obra resultaba satisfactorio y correcto, no se hizo hincapié en esta licencia textual).
Y ahí surge entonces la paradoja sobre la consigna de Trotsky y de Bretón acerca de toda la libertad al arte, que sigue teniendo toda vigencia, como vigencia tiene el derecho a señalar las falsedades históricas que en la miniserie abundan: desde una supuesta entrevista a Trotsky por parte del estalinista convencido Frank Jackson (seudónimo del agente Ramón Mercader, que le daría muerte al dirigente bolchevique por orden directa de Stalin) al encuentro con Sigmund Freud que lo consideraría un sociópata, pasando por el supuesto rol de agente alemán de Parvus (el teórico marxista y financista de la revolución con quien Trotsky plantearía de manera simultánea la teoría de la revolución permanente) o la burda escena final en la que el creador del Ejército Rojo se entrega voluntariamente a la muerte en manos de Mercader (entre muchas otras tergiversaciones).
En octubre de 2017 la miniserie obtuvo los ratings más altos, llegando al 14.8% del share en una nación vastísima como la rusa. ¿No habrá habido entre los televidentes quienes se interesaran de manera genuina por la figura de Trotsky y buscaran entonces tanto sus libros, su autobiografía Mi vida o las biografías escritas por Isaac Deutscher o Jean Jacques Marie?
Entre los espectadores argentinos cundió la indignación, como si hubieran esperado una superproducción realizada en la Rusia de Putin laudatoria de Trotsky. Quizás sea más productivo pensar en las condiciones de producción de la miniserie en la tierra donde se realiza la restauración capitalista bajo la mano dura de Putin, un enemigo declarado de la Revolución de Octubre.
SIGA LEYENDO
Pensar la Revolución Rusia: despotismo, democracia y revolución
A 100 años de la Revolución Rusa sólo quedan mafiosos, millonarios y Lenin en su tumba