Pensar. Walter Benjamin bajaba la mirada, apoyaba su mano derecha en la sien o en el mentón y pensaba. Sus ojos, detrás del cristal de los anteojos, se centraban en un punto fijo en el aire y su imaginación atacaba hilos, unía cabos, diagramaba un complejo esquema argumental. La crítica es un asunto moral, decía; como un deber. El pensamiento, para Benjamin, es un lugar intenso, inquietante pero revelador que el ser humano necesariamente debe habitar. "El hablar conquista al pensamiento; escribir lo domina", decía.
Pero un día decidió dejar de hacerlo, decidió dejar de pensar. Siempre supo que ese momento llegaría, por eso solía viajar con una dosis de morfina. La muerte no sería algo tan trágico, pensaba, en algún momento ocurriría y qué mejor que poder decidir al respecto. Lo cierto es que el contexto era desesperante. Estaba en París cuando se inició la ocupación nazi. Ya había vivido con mucha angustia el incendio del Reichstag en 1933 y la asunción de Adolf Hitler en Berlín, ciudad donde había nacido y se había criado. ¿Qué podía hacer un intelectual judío y marxista en esa Francia de sangre?
Decidió escapar. Partió hacia el sur con el plan de cruzar a España, luego a Portugal y finalmente cruzar el Atlántico Norte hacia los Estados Unidos. Era demasiado, lo sabía, pero debía intentarlo.
Junto a otros intelectuales y activistas, llegó el 25 de septiembre de 1940 al pueblo catalán de Portbou, como suele decirse, con el corazón en la boca. Su amigo y compañero de la Escuela de Frankfurt Theodor Adorno le había conseguido las visas necesarias para estar de tránsito en España y para entrar en Estados Unidos. Allí lo esperaba. Le faltaba el permiso para salir de Francia, eso no lo tenía, y eso le pidieron los policías españoles al verlo. Al carecer de estos documentos, la policía lo escoltó hasta un hotel para que, al día siguiente, vuelva a París. Allí lo esperaba la Gestapo.
Entonces no, dijo, y en la madrugada del jueves 26 de septiembre —luego de pensar y pensar mirando un punto fijo en el aire— tomó la decisión final. Antes, escribió una carta breve: "En una situación sin salida, no tengo otra elección que la de terminar. Es en un pequeño pueblo situado en los Pirineos, en el que nadie me conoce, donde mi vida va a acabarse. Le ruego que transmita mis pensamientos a mi amigo Adorno y que le explique la situación a la cual me he visto conducido. No dispongo de tiempo suficiente para escribir todas las cartas que habría deseado escribir". Luego sí, tomó las pastillas de morfina y se acostó a esperar el efecto mortífero con los ojos cerrados.
Cómo acercarse al fuego del pensamiento
Sobre aquel inquietante escape se ha escrito mucho. Hay novelas, películas, obras de teatro que reconstruyen la trágica huida a través de los Pirineos. Pero también hay libros que, en el último tiempo, volvieron a traer a este presente sus ideas, a repensar sus conceptos, a ponerlo en tensión con toda esta actualidad. Melisa Belver publicó Para animarse a leer a Walter Benjamin (Eudeba, 2018) donde busca, en sus propias palabras, "recorrer sus escritos en paralelo, y de manera indisociable, a su biografía".
"Benjamin tiene el mote de pensador difìcil de leer y de comprender —le dice a Infobae Cultura respecto al porqué del título de su libro—, al punto tal de que durante años fue relegado del círculo intelectual y solo fue objeto de interés de unos pocos colegas curiosos. Además, las categorías que plantea Benjamin resultan pertinentes y actuales para pensar nuestra época, han resistido el paso del tiempo y nos plantean sendos interrogantes así como algunas respuestas para pensarnos de forma individual y colectiva".
Por su parte, en 2017 Mariana Dimópulos publicó bajo el sello Eterna Cadencia el libro Carrusel Benjamin, un compendio espiralado y en movimiento de reflexiones que aborda la obra del alemán como lo que realmente es: un pensamiento fragmentado. "Las teorías nos tienen que servir, servir para pensar y hacer", asegura en conversación con Infobae Cultura.
El escritor Ariel Magnus se ha encargado de traducirlo del alemán a nuestra lengua. ¿Qué tan complicada resultó esa tarea? "Benjamin es el único filósofo que traduje —le cuenta a Infobae Cultura—, y no traduje sus textos filosóficos. Aun así, me parece un escritor muy difícil de traducir, todas sus frases tienen matices que las vuelven un problema, si uno quiere ser fiel a ellas. Hay una carga de sentido en sus giros y en su vocabulario que no se resuelve con el diccionario ni con la sensibilidad que pueda tener uno con el idioma por haber vivido en el país donde se lo habla, es otra cosa, libresca, anacrónica, muy personal. Y aunque todo se pueda resolver, y da gusto lograrlo, porque sabés que eso acerca a un gran autor a un público ávido por leerlo (y al que no se accede ni estudiando alemán, salvo que lo hagas durante mucho, mucho tiempo), al final igual te deja la sensación de que no hiciste tan bien tu trabajo, de que fue demasiado lo que se perdió en el camino."
Y agrega: "Es algo que sólo me pasó con Benjamin y que no me pasa cuando traduzco ficción, aun autores difíciles o llenos de matices también (Kafka, por ejemplo, que es más o menos contemporáneo). En general, la dificultad puntual con la filosofía, sobre todo la alemana, además de la sintaxis en la mayoría de los casos, tiene que ver con los conceptos, para los que hay que recurrir a (o discutir con) las traducciones previas."
Un ángel contra el mito del progreso
Arte, política, historia y filosofía como ramas que contienen más ramas, que contienen hojas y más hojas. El tronco principal de aquel árbol, la cultura. Esa forma podría tener el pensamiento de Walter Benjamin si de imágenes metafóricas se tratase, porque crece sobre temas universales pero desde una mirada dialéctica, materialista y extremadamente crítica. Sin embargo, nunca se relame en el pesimismo, sino que encuentra la manera de vislumbrar salidas, posibles caminos disidentes, en un mundo que parece cada vez cerrado.
Una de sus ideas más trascendentes la escribió en un ensayo publicado en 1942, dos años después de su muerte, bajo el título que eligió Adorno: Sobre el concepto de historia. Allí está su famosa frase: "No hay documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie". Para Benjamin, la herencia cultural que recibimos fue decidida por la clase dominante y en ella, en sus productos culturales, yacen las marcas de la opresión que sufrieron nuestros antepasados. Esto implica una mirada crítica al pasado que se nos presenta como natural e incuestionable: una línea en el tiempo que llega hasta hoy bajo el mito del progreso. ¿Realmente el mundo está en constante mejoría? ¿No será acaso que los avances tecnológicos no tienen una correlación directa con la justicia social?
A Benjamin le interesaban los deshechos de la cultura, no los grandes artefactos modernos e insttucionalizados, sino las postales viejas, los juguetes, las mercancías olvidadas, y sobre todo eso escribía. "Uno de los aportes más significativos que hace —comenta Belver— es indagar sobre los aspectos de nuestra sociedad y nuestra cultura sobre los que no solemos prestar atención, aquellos sobre los que no estamos acostumbrados a detener la mirada, para dar cuenta de la totalidad y, sobre todo, de las contradicciones de esa totalidad. Benjamin propone un método micrológico y fragmentario, inspecciona sobre lo común y lo cotidiano para explicar fenómenos más amplios como lo son las luchas sociales. Y lo hace considerando que solo se puede entender el mundo actual si antes se comprende el pasado, un pasado al que recurre no para dar cuenta de 'cómo fueron las cosas' sino para cuestionar el propio presente, en tanto lo 'nuevo' deviene de ese pasado".
Por su parte, Dimópulos asegura que "su filosofía de la historia representa una forma radical de invertir los términos de la supuesta gran marcha del progreso: recordarnos que la historia no es una acumulación de mejoras, véase Hitler, sino más bien lo contrario, y que la esperanza es un trabajo y, también, una lucha".
Cuando Benjamin se topa con el cuadro de Paul Klee, Angelus Novus, su idea sobre el mito del progreso se completa. Tal es así que finalmente adquiere esa obra para él. En la pintura, un ángel mira hacia atrás con temor, pero tiene las alas desplegadas como si avanzara. La interpretación que Benjamin hace es que el "Ángel de la Historia" mira al pasado y lo que ve es un mundo arrasado por el huracán del progreso que, a su vez, "le empuja irresistiblemente hacia el futuro". La única forma de modificar el rumbo errante del racionalismo impartido desde la Ilustración es "reconstruir lo vivido y revivir a los muertos", es decir, volver al pasado y mirarlo otra vez desde una perspectiva nueva y crítica.
Y en ese gesto, en ese movimiento dialéctico es que aparece la esperanza: una lucha que "tiende a dirigirse hacia —escribe Benjamin en la tesis IV de Sobre el concepto de historia— ese sol que está por salir en el cielo de la historia".
"Aferrémonos a la dialéctica de la esperanza en medio de la crisis", escribe Belver en Para animarse a leer a Walter Benjamin destacando ese optimismo que no parece reinar en otros referentes de la Escuela de Frankfurt como Adorno y Max Horkheimer. "La esperanza —le dice ahora a Infobae Cultura— es una de las características del tiempo que le tocó vivir. La época de Benjamin está atravesada por la catástrofe pero también por la oportunidad, esto es, por el ascenso de los fascismos al poder y los campos de concentración, pero también por la revuelta bolchevique de 1917, el florecimiento de las vanguardias estéticas y el surgimiento de las masas. Esperanza y barbarie constituyen un par dialéctico propio de aquel tiempo".
Y agrega: "Benjamin da cuenta de las contradicciones de este par, de la barbarie en la civilización, pero entendiendo que un futuro distinto es posible y que considera puede lograrse mediante el "despertar revolucionario" de las masas proletarias a través de la politización del arte y la reproducción técnica de las obras -por medio el cine y la fotografía-. La esperanza en medio de la crisis".
Sobre la manifestación irrepetible de una lejanía
¿Hacia dónde va el arte? ¿Realmente es "lo único que nos salva" dentro de todo este desastre? Otra de las más importantes ideas de Benjamin se posó sobre el gran cambio que vivieron las artes a partir de la innovación tecnológica que significó el surgimiento de, primero la fotografía, y luego el cine. La fotografía, que surgió primero —el daguerrotipo apareció en 1839—, es hija de la Modernidad. ¿Cómo era el mundo antes de este invento que posibilitó la reproducción de objetos, paisajes y personas que solo podía ser vistos in situ? ¿Cómo hacía un miembro de la dinastía Qing de la China del siglo XVII para conocer el Coliseo romano si no era viajando o escuchando el relato de alguien que haya ido y se lo describiera? Ahora, el arte puede ser reproducido y, por ende, masificado.
Con la invención de la fotografía, sugería Benjamin, el arte pasaba de tener un valor cultual a un valor exhibitivo, y de esta forma, un rol político emancipador. Es decir: ya no se debía ir al museo a ver arte sino que este podía ser reproducido y masificado en libros, postales y carteles. "La reproductibilidad técnica emancipa a la obra artística de su existencia parasitaria en un ritual", decía Benjamin en Pequeña historia de la fotografía. El aura que tienen las obras —definida como la "manifestación irrepetible de una lejanía por más cercana que parezca"— se diluye, pero eso no es necesariamente malo, al contrario, es esperanzador: el arte deja de estar en manos de la burguesía —¿cuántas personas pueden viajar y ver las obras en sus museos?— para estar al alcance de todos.
En el ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica de 1936 dice: "En el mismo instante en que la norma de la autenticidad fracasa en la producción artística, se trastorna la función íntegra del arte. En lugar de su fundamentación en un ritual aparece su fundamentación en una praxis distinta, a saber en la política". Mariana Dimópulos, gran estudiosa del tema, asegura: "En la estética Benjamin hizo el gran aporte de su forma especial de materialismo, de crítica marxista; también ayudó a repensar qué se dice cuando se dice 'obra de arte'. El ensayo sobre las técnicas de reproducción mostró un nuevo modo de entender los cambios en el arte, de la pintura a la fotografía y de la fotografía al cine, poniendo en el centro el desarrollo técnico".
Filosofía crítica para despertar
Leer a Walter Benjamin puede significar, como decía su amigo Gershom Scholem, "experimentar de la manera más viva lo que significa pensar". Lo cual, desde luego, requiere atención y dedicación. "Ser astrónomo de este universo significa ser paciente, porque estas redes se reconstruyen de a poco, y estar dispuesto al estudio, porque las tradiciones con las que dialoga Benjamin son muchas y disímiles: la teología, el romanticismo alemán, la teoría del conocimiento reciente, el marxismo, la herencia de Kant, y así", comenta Dimópulos.
La pregunta sobre todo filósofo —aunque Bejamin también fue historiador, crítico cultural, traductor, periodista y coleccionista de arte— es sobre el estatuto de sus ideas en relación con el presente. ¿Por qué leerlo hoy, en una época como esta, en un lugar como éste, en un sociedad como esta? "Es un tiempo signado por la inequidad social y que, sin embargo, no ha abandonado la idea de una sociedad más justa y equitativa -nuestro país no es la excepción-, la propuesta de Benjamin resultan pertinente para pensar por qué no se han cumplido esas promesas de 'progreso' y mejora social, enfocando el análisis no en los espacios instituidos y socialmente aceptados sino en los márgenes, en las zonas que permanecen en las sombras, fuera del alcance de la moral burguesa; en los desperdicios", comenta Belver.
Continúa con un panorama argentino: "Por citar algunos ejemplos de nuestro país, por qué 13 millones de argentinos son pobres tras décadas de gobiernos que incluían en sus promesas de campaña la erradicación de la pobreza, por qué muere una mujer cada 35 horas -según el último relevamiento de la Corte Suprema de Justicia de la Nación- en una sociedad que lleva años intentando combatir la violencia luego de haber atravesado por sangrientos períodos en su historia, por qué 1,5 millones de chicos argentinos tienen hambre -de acuerdo al último informe del Observatorio de la Deuda Social de la Infancia de la UCA- en un país productor de alimentos. Leer a Benjamin hoy nos da las herramientas para comprender que lo que nos sucede encuentra sus raíces en nuestro pasado, nos permite 'pasarle a la historia el cepillo a contrapelo' para entender qué esconde la noción de progreso y las promesas postergadas, así como desentrañar las causas de las fallas de nuestro tiempo. Y, mediante ello, también nos ayuda a retomar los deseos de cambio pospuestos, las luchas inconclusas, la posibilidad de un futuro diferente".
"A Benjamin hay que leerlo en muchos sentidos —concluye Dimópulos—. Porque fue un sutil pensador y gran estilista; es un maestro de la prosa de ensayo. Porque logró combinar a su manera los grandes temas de la filosofía, en formas poco convencionales. Y porque su filosofía de la historia, que pone en foco la historia de los oprimidos y subraya que no podemos dejarnos estar en la punta de un supuesto progreso, es una ética del presente: sepamos del dolor del pasado para redimirlo y para actuar hoy. Bolsonaro puede pasarnos. Los derechos conquistados podemos perderlos. La historia que nos contamos, como país, siempre está en riesgo. La sociedad puede dormirse y puede conformarse, y lo que creemos la excepción (ah, un desposeído; ah, una mujer violentada) es la regla. Para eso está este tipo de filosofía crítica, de una crítica radical: para recordarnos que, si dormimos, hay que despertar."
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