#CuentosEnInfobae: "El patio común", de Miranda July

Durante estas semanas Infobae publicará historias de grandes autores para disfrutar de la lectura en vacaciones

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“El amante”, de René Magritte
“El amante”, de René Magritte

El patio común

#Es algo que aún tiene su importancia, aunque sucediese cuando él estaba inconsciente. Tiene una doble importancia, ya que una mente consciente comete errores con frecuencia, se enamora de la persona equivocada. Pero allá abajo, en el pozo, donde no hay luz, sino tan solo un agua milenaria, un hombre no tiene motivos para cometer errores. Dios dice: Hazlo, y lo hace. Ámala, y la ama. Ese hombre es mi vecino. Es de ascendencia coreana. Se llama Vincent Chang. No practica hapkido. Cuando se dice "coreano", hay gente que automáticamente piensa en el maestro surcoreano de hapkido de Jackie Chan, el Gran Maestro Kim Jin Pal. Yo pienso en Vincent.

¿Qué ha sido lo más aterrador que te ha pasado en la vida? ¿Algo relacionado con un coche? ¿Algo que te ocurrió en un barco? ¿Lo provocó acaso un animal? Si contestas afirmativamente a alguna de estas preguntas, no me sorprende en absoluto. Los accidentes de coche, el hundimiento de barcos y los animales son espeluznantes. Hazte un favor y aléjate de todo eso.

Vincent tiene una mujer que se llama Helena. Una griega con el pelo rubio. Rubio teñido. Quería ser educada y no mencionar que se lo tiñe, pero estoy segura de que a ella no le importará que se sepa. De hecho, creo que le gusta ir de teñida, con las raíces en su color natural. Supongamos que ella y yo fuésemos amigas íntimas. Supongamos que me prestase su ropa y me dijese: A ti te sienta mejor que a mí. Deberías quedártela. Supongamos que me llamase un día, llorando, y tuviese que ir a su casa y tranquilizarla en la cocina y que, cuando Vincent se dispusiera a entrar, le gritásemos: ¡Fuera de aquí! ¡Esta es una conversación de mujeres! Una vez vi algo parecido en la tele. Eran dos mujeres que hablaban de ropa interior robada y, cuando un hombre entró en la habitación, le gritaron: ¡Fuera de aquí! ¡Esta es una conversación de mujeres! Una de las razones por las que Helena y yo no podremos ser nunca amigas íntimas es porque ella es aproximadamente el doble de alta que yo. La gente suele arrimarse a los de su misma altura, ya que resulta más cómodo para el cuello. A no ser que se mantenga una relación amorosa, en cuyo caso la diferencia de altura constituye un factor erótico. Es decir: Estoy deseando con todas mis fuerzas romperme el cuello por ti.

Si estás triste, pregúntate por qué estás triste. Después descuelga el teléfono y llama a cualquiera y dale la respuesta a esa pregunta. Si no conoces a nadie, llama a un operador y se la cuentas, tanto si es un hombre como una mujer. La mayor parte de la gente no sabe que los operadores tienen la obligación de escuchar. Lo manda la ley. El cartero no puede entrar en tu casa, pero puedes hablarle en cualquier lugar público durante un máximo de cuatro minutos o bien hasta que él decida irse, ya ocurra antes una cosa u otra.

Vincent estaba en el patio común. Voy a contar lo del patio. Es una zona común. Si te fijas, llegarás a la conclusión de que el patio es solo de Vincent y de Helena, porque la puerta trasera de su casa da a él. Pero, cuando me mudé aquí, el casero me dijo que el patio podía usarlo tanto el inquilino del apartamento de arriba como el de abajo. Yo vivo en el de arriba. Me dijo: No te dé reparo usarlo. Tú pagas la misma renta que los de abajo. Lo que no sé con seguridad es si les dijo a Vincent y a Helena que se trataba de un patio común. He tratado de dejar claro que ese patio también es de mi propiedad desperdigando alguna que otra cosa por allí, como por ejemplo mis zapatos. Una vez colgué una bandera de Pascua. También intento pasar en el patio el mismo tiempo que ellos. De esa manera, sé que cada uno de nosotros le saca provecho. Cada vez que los veo allí, lo señalo con una pequeña marca en el almanaque. En cuanto no hay nadie en el patio, me siento allí. Y tacho en el almanaque el día en que lo ocupo yo. En ocasiones, me rezago y, a finales de mes, tengo que sentarme muchas veces en el patio para ponerme al día.

Vincent estaba en el patio común. Voy a hablar de Vincent. Es un ejemplo de Nuevo Hombre. Puede que hayas leído un artículo sobre los Nuevos Hombres publicado el mes pasado en la revista True. Los Nuevos Hombres son más conscientes de sus sentimientos que las mujeres, y lloran. Quieren tener hijos, anhelan dar a luz. De modo que cuando lloran es porque no pueden hacer tal cosa, y no pueden hacerla porque no tienen ningún sitio por donde pueda salir un bebé. Los Nuevos Hombres lo único que hacen es dar: lo dan todo. Vincent es así. Una vez lo vi dándole a Helena un masaje en el patio común. Algo de lo más irónico, ya que si hay alguien que necesite un masaje, ese es Vincent. Padece un tipo leve de epilepsia. Me lo dijo el casero, como medida de precaución, cuando me mudé aquí. A menudo, los Nuevos Hombres son un poco blandos. Además, Vincent es diseñador, una profesión muy propia del Nuevo Hombre. Me lo dijo un día en que coincidimos al salir del edificio. Es diseñador gráfico de una revista llamada Punt. Se trata de una casualidad infrecuente, ya que soy la jefa de sección de una imprenta en la que entre otras cosas imprimimos revistas. No hacemos Punt, pero imprimimos una revista que también empieza por "p", Positive. En realidad, se trata más bien de un boletín informativo para los afectados por el VIH.

¿Estás mosqueado? Líate a puñetazos con una almohada. ¿Te has quedado satisfecho? Ni pizca. Hoy en día la gente está demasiado mosqueada para limitarse a dar puñetazos. Lo que deberías intentar es apuñalar. Coge una almohada vieja y llévatela al jardín. Apuñálala con un gran cuchillo afilado. Una y otra vez. Con fuerza, para que la punta del cuchillo llegue hasta la hierba. Apuñálala hasta que la destroces, hasta que lo que estés apuñalando sea la tierra, una y otra vez. Como si quisieras matarla por seguir girando, como si te vengaras de ella por tener que vivir en este planeta día tras día, solo.

Vincent estaba en el patio común. Yo me había rezagado a la hora de usar el patio, así que me alarmé un poco al ver que él estaba allí a esas alturas del mes. Entonces se me ocurrió una idea: podía sentarme con él. Me puse unas bermudas, unas gafas de sol y me embadurné de bronceador. Aunque estábamos en octubre, seguía sintiéndome veraniega. Tenía en mente una estampa veraniega. Sin embargo, la verdad sea dicha, era un día muy ventoso y no tuve más remedio que subir al apartamento para coger un jersey. Unos minutos más tarde, volví para ponerme unos pantalones largos. Por fin, me senté junto a Vincent en nuestro patio común, observando cómo el bronceador se me filtraba a través de los pantalones. Me dijo que siempre le había gustado el olor de la crema bronceadora. Se trataba de una manera muy elegante de hacerse cargo de mi situación. Un hombre que sabe ser elegante: así se comporta el Nuevo Hombre. Le pregunté cómo iban las cosas en Punt y me contó una anécdota muy graciosa sobre una errata. Como nos dedicamos a lo mismo, no tuvo que aclararme que una errata es un error tipográfico. Si Helena hubiese salido al patio, habríamos tenido que dejar de hablar en nuestra jerga laboral para que nos entendiera. Pero no salió porque aún estaba en el trabajo. Es la auxiliar de un médico, que viene a ser lo mismo –o tal vez no– que enfermera.

Le formulé a Vincent más preguntas y sus respuestas se hicieron cada vez más largas, hasta que alcanzaron una especie de altitud de crucero, con lo que ya no tuve que preguntarle nada: él peroraba por su cuenta. Fue algo inesperado, algo así como encontrarse trabajando de repente durante un fin de semana. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Qué fue de mis vacaciones en Roma? ¿Dónde estaba mi americano en París? Era más de lo mismo: un americano en América. Al final, dejó de hablar y se puso a mirar el cielo con los ojos entrecerrados. Supuse que trataba de construir para mí la pregunta perfecta, una pregunta fantástica que tendría que responder echando mano de todo lo que sabía sobre mí misma, sobre mitología y sobre este valle de lágrimas. Pero solo hizo aquella pausa para recalcar que lo que me había contado sobre el diseño de la cubierta no fue culpa suya. Después, por fin, me preguntó algo. Y la pregunta que me hizo fue: ¿Creía yo que era culpa
suya, basándome en todo lo que acababa de contarme? Miré al cielo para comprobar lo que se sentía al hacerlo. Fingí que me tomaba una pausa antes de responderle sobre el secreto sentimiento de alegría que escondía en mi pecho, esperando, esperando y esperando a que alguien se diera cuenta de que me levanto cada mañana, aparentemente sin motivo alguno por el que vivir, pero que, aun así, me levanto, y solo lo hago por esa secreta alegría, el amor divino que late dentro de mi pecho. Bajé la mirada del cielo, la dirigí a sus ojos y le contesté: No fue culpa tuya. Le perdoné por lo de la cubierta y por todo lo demás. Por no ser todavía un Nuevo Hombre. Entonces se hizo un silencio. No me preguntó nada más. Yo seguía feliz por estar sentada junto a él, pero solo porque espero muy poco, por no decir nada, de la mayoría de la gente, y en aquel momento comprendí que él había entrado en lo que yo denomino la Mayoría de la Gente.
Entonces se desplomó hacia delante. Con un movimiento repentino, se inclinó al frente, adquiriendo una postura inhumana, y así se quedó. Aquel comportamiento no era el esperable de la Mayoría de la Gente, ni tampoco de los Nuevos Hombres. Se trataba de algo que puede que hagan los ancianos, los que ya tienen una edad. Le dije: Vincent. Vincent. Grité: ¡Vincent Chang! Pero él seguía inclinado hacia delante, en silencio, con el mentón casi rozándole las rodillas. Me arrodillé y le miré a los ojos. Los tenía abiertos, pero cerrados igual que una tienda cerrada, con su aire fantasmal, con todas las luces apagadas. Con las luces apagadas, en aquel momento pude apreciar lo luminoso que había estado un momento antes, incluso en su demostración de egotismo. Y me pareció que tal vez la revista True se había equivocado. Quizá los Nuevos Hombres no existen. Quizá solo existen los vivos y los muertos, y todos aquellos que están vivos son tal para cual y no se diferencian entre sí. Lo empujé hacia atrás para enderezarlo. No sabía nada de epilepsia, pero me imaginé que le darían más sacudidas. Le retiré el pelo de la cara. Le puse la mano debajo de la nariz y noté que respiraba tranquila y pausadamente. Apreté los labios contra su oreja y volví a susurrar: No es culpa tuya. Quizá sea eso lo único que siempre he querido decirle de verdad a alguien, y que alguien me lo dijera.
Acerqué la silla y apoyé mi cabeza en su hombro. Y, aunque estaba muy asustada por tener que hacerme responsable de aquel ataque epiléptico, me quedé dormida. ¿Por qué hice algo tan arriesgado y tan fuera de lugar? Me gustaría creer que no lo hice, que en realidad me lo hicieron a mí. Pero me dormí y soñé que, mientras nos besábamos, Vincent deslizaba
las manos con lentitud y las hacía ascender por mi camisa. Podría incluso decir que noté la pequeñez de mis pechos por la manera en que tenía que curvar las palmas de sus manos. Unos pechos más grandes habrían necesitado un ángulo menos agudo. Me los agarraba como si hubiese deseado hacerlo durante mucho tiempo y, de repente, vi todo con claridad.
Me amaba. Era una persona complicada, con emociones volátiles, algunas de ellas espirituales, otras atormentadas de una manera más profana, y ardía en deseos por mí. Aquel complicado ser en llamas era mío. Le agarré la cara acalorada y le hice la pregunta del millón:
Y Helena, ¿qué?
No pasa nada, porque ella pertenece a la profesión médica. En ese gremio están obligados a hacer lo que sea mejor para la salud.
Llevas razón. El juramento hipocrático.
Se entristecerá, pero no se interpondrá entre nosotros por fidelidad al juramento.
¿Te mudarás a mi piso?
No. Tengo que seguir viviendo con Helena. Se lo prometí.
¿Te refieres a tus votos matrimoniales? Y el juramento, ¿qué?
No habrá problema. Todo eso no es nada comparado con lo nuestro.
¿La has amado alguna vez de verdad?
No. La verdad es que no.
¿Y a mí?
Sí.
¿Aunque no sea estilosa?
¿Qué dices? Tú eres perfecta.
¿Te has dado cuenta de que soy perfecta?
Aprecio la perfección en todo lo que haces. Te observo cuando te sientas en el borde de la bañera para lavarte el culo antes de acostarte.
¿Me ves hacer eso?
Todas las noches.
Lo hago por si acaso.
Lo sé. Pero nadie te penetrará nunca en tus sueños.
¿Cómo puedes asegurarlo?
Porque siempre te observo.
Creía que tendría que esperar hasta morirme para que me pasara esto.
De ahora en adelante, soy todo tuyo.
¿Pase lo que pase? Incluso cuando estés con Helena y yo sea solo la bajita del piso de arriba, ¿seguiré siendo tuya?
Sí. Esto es algo entre nosotros dos, incluso si nunca más volviésemos a hablar del asunto.
No puedo creer que esto esté ocurriendo de verdad.
Y, acto seguido, allí estaba Helena, zarandeándonos. Pero Vincent continuaba dormido y yo me preguntaba si estaba muerto y, si así fuese, si me había dicho todo aquello durante el sueño antes o después de fallecer, y cuál de ambas opciones era más auténtica. Aparte de eso, ¿era yo una asesina? ¿Me detendrían por negligencia? Levanté la vista hacia Helena. Era un enjambre en movimiento dentro de su ropa de auxiliar médico. Todo aquel movimiento me mareó. Cerré los ojos, y estaba ya casi a punto de reingresar en el sueño cuando Helena me gritó: ¿Cuándo empezó el ataque? Además de: ¿Por qué coño estabas dormida? Pero ya le comprobaba las constantes vitales con ostentosa profesionalidad. Cuando me miró por segunda vez, comprendí que no tenía que contestarle aquellas preguntas, porque, sin saberlo, me convertí en su auxiliar: la auxiliar de la auxiliar de un médico. Me ordenó que fuera lo más rápido posible a su apartamento para coger una bolsa de plástico que había encima del frigorífico. A la carrera, y con una sensación de agradecimiento, entré en la casa y cerré la puerta.
El apartamento estaba muy silencioso. Crucé la cocina de puntillas y apreté la cara contra el congelador, aspirando los olores complejos de aquellas vidas. Había algunas fotografías de niños en la puerta del frigorífico. Tenían amigos, y esos amigos habían dado origen a más amigos. Nunca había visto nada tan íntimo como las fotografías de aquellos niños. Quería alargar la mano y coger la bolsa de plástico que había encima del frigorífico, pero a la vez quería mirar a cada uno de aquellos niños. Uno se llamaba Trevor, e iba a celebrar su fiesta de cumpleaños ese sábado. "¡Por favor, venid! –rezaba la invitación–. ¡Vamos a flipar como las ballenas!" Y la invitación era la imagen de una ballena. Era una ballena auténtica, una fotografía de una ballena de verdad. Examiné su diminuto y sabio ojo y me pregunté dónde se encontraría ese ojo en aquel momento. ¿Estaría vivo y nadando, o habría muerto hacía ya mucho tiempo, o se encontraría moribundo en ese preciso instante? Cuando muere una ballena, va cayendo al fondo del mar muy lentamente, y tarda un día entero en hacerlo. Los demás peces la ven caer, como si fuera una estatua gigante o un edificio, pero lentamente, muy lentamente. Centré mi atención en aquel ojo. Trataba de meterme en su interior, de llegar hasta la ballena de verdad, la ballena moribunda, y susurré: No es culpa tuya.
Helena entró por la puerta trasera y dio un portazo. Fugazmente, apoyó su pecho contra mi espalda para alcanzar la bolsa. Volvió a salir en un visto y no visto. Me di la vuelta y me quedé mirándola por la ventana de la cocina. Estaba poniéndole a Vincent una inyección. Él volvía en sí. Ella lo besaba y él se masajeaba el cuello. Me preguntaba qué recordaría. Helena se sentó en su regazo y le abrazó la cabeza. No me miraron cuando pasé por delante de ellos.

Lo más interesante de Positive es que nunca hace mención alguna al VIH. Si no fuese por la publicidad –Retrovir, Sustiva, Viramune–, podría pensarse que es una revista que trata de cómo sentirse bien, de cómo mantener una actitud positiva ante las cosas. Por esa razón, es mi revista preferida. Todas las demás te levantan el ánimo para acabar machacándote. Pero los redactores de Positive comprenden que ya nos han machacado demasiadas veces y que, a estas alturas, no hay necesidad de no superar un test titulado "¿Eres muy sexy o solo así así?". Positive publica unas listas de recomendaciones para ayudar a sentirse mejor, algo similar a los famosos "Consejos de Heloise" de la revista Good Housekeeping, para amas de casa. Esas listas parecen fáciles de confeccionar, pero ese es el espejismo de todo buen consejo. El sentido común y la verdad deberían ser anónimos, deberían estar escritos por el tiempo mismo. En realidad, es muy difícil escribir algo que haga sentirse mejor a los enfermos terminales. Y Positive tiene normas: no se puede plagiar un consejo de la Biblia ni de un libro zen. Quieren textos originales. Hasta la fecha, no han aceptado ninguna de mis propuestas, pero creo que voy acercándome.

¿Tienes dudas acerca de la vida? ¿No estás seguro de si merece la pena vivir? Mira el cielo: está ahí para ti. Fíjate en la cara de las personas cuando caminas por la calle: esas caras están ahí para ti. Y las calles mismas, y la tierra que hay debajo de las aceras, y la bola de fuego que hay debajo de la tierra: todo eso es para ti. Son tan tuyas como del resto de la gente. Recuerda esto cuando te levantes por la mañana y pienses que no tienes nada. Levántate y ponte de cara al este. Da gracias por el cielo y da gracias por la luz que hay dentro de cada persona que vive bajo el cielo. Está bien sentirse inseguro. Pero da las gracias, da las gracias, da las gracias.

‘El patio común’ en “Nadie
‘El patio común’ en “Nadie es más de aquí que tú” (Literatura Random House), de Miranda July

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