Lazzaro felice (Lazzaro feliz), la encantadora película de Alice Rohrwacher presentada en el último festival de Cannes y comprada para su exhibición por la plataforma Netflix, con su mezcla de registro duro de la vida de campesinos italianos y un aire de magia en el argumento, permite realizar algunas reflexiones sobre la cuestión del realismo en el cine.
El cine no puede no ser realista ni aunque lo pretenda: siempre está dejando un registro de lo que pasa delante de cámara, ya sea de la fotogenia de una actriz como del incendio que se estaba produciendo en los corazones de Humphrey Bogart y Lauren Bacall cuando actuaron juntos por primera vez. El cine no es "realista" porque toque temas de contenido social, lo es siempre porque es una máquina de detener al tiempo. Como nos explicara el gran André Bazin, todo lo que sucede y queda registrado en film (fotográfico o de cine) es arrebatado de las aguas torrentosas del tiempo.
Ahora bien, por cuestiones no técnicas, sino culturales, se considera más realista al cine que –aunque ficcionado—muestre actores no profesionales, representando escenas de marginalidad, sin el aditamento de música ni montaje frenético y que sale a la calle y no filma en decorados artificiales. Roma, ciudad abierta o Pizza, birra, faso, entran en la clasificación, Star Wars, no.
El realismo, entonces, termina siendo una estética y un contenido, una forma de filmar y el destino inevitable de todo el cine. Lo cierto es que a menudo, el cine realista se pregunta de qué manera no ser un mero reflejo de la realidad, una mímesis convencional de lo que podemos observar a ojos vistas en nuestra cotidianeidad, y apuntar a algo más, mezclando la estética dura con la imaginación de mundos alternativos.
El neorrealismo italiano lo intentó con Milagro en Milán, una fábula fantástica de Vittorio de Sica, filmada a la manera de los dramas más recalcitrantes de su autoría, como Ladrones de bicicletas, pero liberándose de que el argumento estuviera apegado a los códigos de la realidad.
El genial Luis Buñuel se enojó mucho con esta película: decía que hacía suponer que la pobreza era algo digno de ser vivido cuando en realidad nos hace peores seres humanos. Su respuesta cinematográfica fue Los olvidados, un retrato impiadoso de los marginados de Mexico, a quienes muestra crueles e inhumanos. En Milagro en Milán los pobres son solidarios, tiernos y esperanzadores. En Los olvidados le roban a un ciego.
¿Qué habría pensado Buñuel de Lazzaro felice? Dificil imaginarlo, aunque probablemente no le habría causado el rechazo que le provocó la película de Vittorio de Sica. La primera hora de la pelicula de Rohrwacher se desarrolla en el campo en donde un grupo de campesinos es explotado por una Marquesa. Suena a denuncia social pero hay algo raro. ¿Qué hacen esos celulares con antenita? ¿En qué época suceden los hechos? ¿Esclavitud o feudalismo en nuestra era?
Hay algo fuera del tiempo que rarifica todo y aleja a la película del mero registro de una situación de injusticia. Hay una contraposición entre alguna pureza añorada en la vida al aire libre, de los campesinos, aunque sean explotados, y la aspereza ciudadana, con su clima inhóspito y la indiferencia de los habitantes. Buñuel se habría reído de esa contraposición, al parecer ingenua, pero quizás otra cosa lo terminaría conquistando.
La extemporaneidad –que se irá acentuando con el correr de la película– no es su única rareza. El centro de Lazzaro felice es el propio Lazzaro, su condición angelical, su pureza radical, percibida inmediatamente por la expresión de su rostro. No es la primera vez que el cine busca lo angelical en un rostro pero hay que decir que pocas veces el resultado será tan eficaz.
Es imposible seguir desarrollando las anomalías que presenta Lazzaro felice respecto de una película convencional sin revelar algo sobre la trama, constantemente sorprendente, imprevista. Y allí es donde encontramos la radical desviación que planea la directora respecto del realismo. En las películas realistas, ya sea mágica, como Milagro en Milán, o dura, como Los olvidados, las cosas suceden dentro de un universo previsible, más o menos parecido al que nosotros habitamos. En Lazzaro felice, la felicidad pasa por la imprevisibilidad, por lo inesperado.
*Lazzaro felice, Italia, 2018, 125', dirigida por Alice Rohrwacher, está disponible en Netflix.
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