Érase una vez una mujer hermosa, que resguardaba con su vida el templo de la diosa Atenea y que tras ser violada por Poseidón, el señor de todos los mares, pierde sus privilegios y también su preciosa melena que, a modo de castigo, se transformó en un nido de serpientes. Erase una vez una doncella que, según Ovidio, era la "celosa aspiración de muchos pretendientes" y que fruto de aquel abuso quedó embarazada. Erase una vez, una gorgona condenada al destierro, maldecida y avasallada, que mientras dormía fue decapitada por Perseo, un héroe que recibió ayuda de otro dioses, del sistema de poder, para salir indemne. Erase una vez, Medusa.
A grandes rasgos esta es una de las versiones del mito griego más conocidas, mito que ha sido representado en vasijas, templos, incluso en carruajes, todos con fecha de elaboración a.C. y que continuó en esculturas, pintura y el cine. Y es una estatua, realizada por el artista argentino Luciano Garbati (Buenos Aires, 1973) la responsable de que su historia, en tiempos del #MeToo, vuelva a resurgir, pero con un giro que la convirtió en un símbolo, en una imagen capaz de representar el espíritu de estos tiempos, en una síntesis perfecta.
Esta nueva versión de Medusa, de más de dos metros de alto, rebate el mito, ya no es a ella quien le cercenan la cabeza, sino que es ella la que, a modo de justicia poética, se apodera de la testa de Perseo tras un golpe de espada y que se convirtió, especialmente en Estados Unidos, en una imagen viral, miles de veces compartida, en algunos casos sola -la obra no necesita interpretación verbal- aunque en otros casos acompañada por una frase: "Be thankful we only want equality. No payback" (Se agradecido que solo queremos igualdad, no venganza).
Y no pasó demasiado tiempo desde su explosión en las redes, hace unos cincos meses, para que la nueva Medusa haya recibido su primera invitación para ser expuesta. El escenario fue la galería 263 Bowery, en el barrio Lower East Side del downtown Manhattan, Nueva York, con la muestra MWTH (Medusa With The Head), recientemente finalizada.
¿Pero cómo fue el proceso?, ¿cómo es que una estatua realizada en 2008, guardada en un estudio de Buenos Aires haya alcanzado notoriedad? La respuesta la tiene Garbati, quien en un diálogo telefónico con Infobae Cultura explicó todas las características del fenómeno.
"Estoy conmovido. Fue muy raro todo lo que pasó con esta obra. Hace como cinco meses a raíz de un posteo que hice en mi Facebook, con una imagen de frente y de atrás, la obra se hizo viral", dice todavía sorprendido.
Así, cuenta, la foto comenzó a propagarse en distintas redes sociales: "Un día un amigo me avisa que había un tweet con más de 200 mil likes, no lo podía creer. Hasta entonces, yo no miraba twitter, pero entré para ver de qué se trataba". Comenzó entonces una serie de llamados, mails y mensajes de personas que admiraban su trabajo o, en algunos casos, se indignaban porque la estátua "no respetaba el mito". Y el asombro no terminó allí. También por redes, muchas mujeres y hombres comenzaron a pedirle permiso para tatuarse su creación.
En ese devenir, el de observar las reacciones en las redes, Garbati se encontró con diferentes tipo de respuestas, bastante marcadas según el género: "Leí varios posteos que fueron 'exitosos' con la obra como imagen y lo que noté es una diferencia taxativa entre los hombres y las mujeres. Las mujeres demuestran una gran empatía, se sienten identificadas, mientras que los hombres, en términos generales, tratan de darle una vuelta, buscan poner en tela de juicio y muchos hablan de las 'consecuencias' que puede tener la resignificación del mito".
Más allá del tenor de algunas respuestas, para el artista las redes sociales significaron un camino directo para obtener una "devolución del espectador": "En las artes plásticas la respuesta no es inmediata, como con los músicos, que enseguida saben si su interpretación le agradó o no al público. En nuestro caso, salvo el momento de una inauguración, no tenemos una devolución".
La relación de Garbati con el ser mitológico comenzó en la infancia y se hizo notable en su primera escultura. "Viví en Italia siendo niño en un pequeño pueblo cerca de Florencia. Y mi primer encuentro fue con la estatua de Cellini, Perseo con la cabeza de Medusa, cuando era chico", recuerda y al tiempo pude apreciar la pintura de Caravaggio en la Galería Uffitzi. Y es que la relación del escultor con Italia es de raíz, ya que su padre nació en Carrara, esa ciudad de la Toscana que es célebre a nivel global por sus mármoles, y a la que él viajó para estudiar la técnica de moldura y talla que hoy aplica a sus obras.
Fue aquel encuentro con la pieza de Cellini, que descansa en la Piazza della Signoria de Florencia, cuando supo que tenían una conexión: "Esa experiencia fue muy importante, a tal punto que comencé a interiorizarme mucho con los referentes del manierismo y el barroco italiano. Luego, leí mucho sobre mitología griega y, de hecho, mi primer trabajo en mármol fue una cabeza de Medusa, en 1993".
La idea surgió con una simple pregunta: "¿cómo sería Medusa si ella hubiese matado a Perseo?" y luego trajo otras: "¿cómo se mostraría?, ¿sería un triunfo?, ¿qué tipo de expresión tendría esta mujer luego de cercenar una cabeza?, ¿cómo lo viviría?" Para el autor, la respuesta se encuentra en la mirada de la efigie.
"Creo que sus ojos son esenciales. Cuando se ve a Perseo, él está mostrando un trofeo, mientras que en mi Medusa se ve determinación, no hay una postura de éxito, sino de una mujer que se estuvo defendiendo, que más allá de vencer acaba de atravesar una tragedia".
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