El lenguaje de los delincuentes es una antigua preocupación de la criminología y de las fuerzas de seguridad. Conscientes de que las palabras comprometen a sus hablantes y pueden provocar graves perjuicios para sus actividades, las organizaciones criminales recurrieron históricamente a jergas de elaboración propia, contraseñas y comunicaciones cifradas para ponerse a cubierto de las investigaciones. La mafia siciliana tuvo también un vocabulario específico, según lo reconstruye Andrea Camilleri en su libro Vosotros no sabéis (Salamandra).
El diccionario elaborado por Camilleri está compuesto por voces tomadas de los pizzini, las cartas que Bernardo Provenzano, capo de la Cosa Nostra detenido el 11 de abril de 2006, enviaba a sus secuaces. También incorpora términos "para ilustrar mejor al personaje", que se mantuvo prófugo durante cuarenta y tres años.
Los pizzini estaban escritos a máquina y circulaban a través de intrincadas redes de correos, por lo que tardaban varios días en llegar a sus destinatarios. No era un sistema primitivo, dice Camilleri, sino la forma de comunicación más segura para alguien que no podía utilizar el teléfono sin arriesgarse a que interceptaran sus llamadas.
Nacido en 1933 en Corleone, un pueblo célebre por sus mafiosos, Provenzano se inició junto al capo Luciano Liggio. Fue cobrador de una financiera utilizada para lavar dinero y a la muerte de su jefe pasó a negociar los contratos de obras públicas -tradicional fuente de ingresos para la mafia siciliana– en sociedad con dirigentes de la Democracia Cristiana.
Según Camilleri, aparte de hacerse millonario, Provenzano aprendió entonces que los mejores negocios se hacían sin necesidad de recurrir a las armas, aunque la intimidación era de rigor para mejorar el pizzo, la comisión exigida a los empresarios sobre la base de un dos por ciento. Una regla de conducta.
Sin embargo, en su historia delictiva acumuló más de cuarenta homicidios, entre ellos los de la masacre de Viale Lazio, en 1969, cuando asesinó al capo rival Michele Cavataio y a cinco de sus cómplices. El suceso le valió el apodo de u Tratturi, el Tractor, que avanza implacable sin dejar nada a su paso, una especie de medalla al mérito criminal.
Provenzano quedó al frente de la Cosa Nostra en 1993, después de la captura de Salvatore "Totó" Riina, el capo que ordenó los asesinatos de los jueces antimafia Giovanni Falcone y Paolo Borsellino. Ante el clamor público por los crímenes, lideró lo que se llamó "la política de la inmersión", por la cual la mafia siciliana trató de evitar los actos de violencia extrema y de rehuir la publicidad, siempre desfavorable para sus intereses.
También adoptó una táctica para prevenirse de arrepentidos, a través de sacerdotes a los que los mafiosos llamaban "inteligentes" -porque toleraban sus actividades en el crimen organizado- y que fueron utilizados para confesar y aliviar las culpas y los resentimientos de quienes se sentían tentados de acudir a la Justicia.
El sistema de los pizzini se correspondió con la estrategia de la inmersión. Como registro escrito era una forma de comunicación eficaz, ajena a los malentendidos que puede provocar una conversación al pasar o por teléfono. También fue una alternativa a los cónclaves mafiosos, cada vez más difíciles de organizar a medida que se intensificaba la persecución policial.
Provenzano utilizó los pizzini para referirse a los negocios e impartir órdenes, pero extremó las precauciones para que no se convirtieran en piezas incriminatorias. Algunos términos identificatorios -como "mafia", "Cosa Nostra" o "ammazzare" (matar) y cualquiera de sus sinónimos- no aparecen en su vocabulario. El mafioso es un buen entendedor que, como tal, necesita pocas palabras.
La inmersión fue también un regreso al código de los antiguos hombres de honor. En la prolongada discusión sobre el origen de la palabra, el antropólogo Giuseppe Pitré afirmó que el término mafia comenzó a ser utilizado en Palermo en la segunda mitad del siglo XIX con el significado de "belleza, grandeza, superioridad o excelencia en su género". La condena que el Papa Juan Pablo II lanzó contra los crímenes de Falcone y Borsellino en 1993 influyó en ese giro en que el crimen organizado trató de recuperar aquellos presuntos valores para disimular mejor sus actividades.
En ese sentido, además de tratar sobre contratos de obras públicas, arreglo de votos políticos y de "regularizar la situación" de quienes no aceptaban extorsiones, los pizzini de Provenzano también pueden versar sobre matrimonios de jóvenes sicilianos, "porque contribuyen a perfilar mejor la imagen que quiere ofrecer de sí mismo y, además, le sirven para ampliar el consenso alrededor de la mafia renovada que él desea", comenta Camilleri, también oriundo de Sicilia y creador del personaje Salvo Montalbano, un comisario que protagoniza veintisiete de sus novelas.
Un código de acceso reservado
El capo cultivó un estilo que se volvió críptico para los investigadores. El escaso conocimiento que tenía de la lengua italiana -los errores gramaticales y léxicos son constantes en los pizzini y fueron otro motivo de desconcierto, como si resguardaran alguna clave-, la recuperación de voces raras del dialecto siciliano y la invención de palabras (arburazzo, del siciliano árbulo, árbol, utilizado como probable indicación del lugar de una cita) fueron sus recursos.
Como en cualquier argot, las palabras de uso corriente recibían nuevos significados: ragionamento ya no define "cualquier oración que tenga o pretenda tener un argumento racional y una consecuencia lógica", como prescriben los diccionarios de la lengua italiana, sino que alude a la resolución de una controversia, por lo general de modo violento, de acuerdo al diccionario de Provenzano.
La esencia de su poder, señalaron Salvo Palazzolo y Michele Prestipino en El código Provenzano (2007), consistía en impartir una indicación sin que pareciera una orden. El capo apelaba a las sugerencias, a lo que estaba dicho entrelíneas: nunca parecía imponer una acción, en apariencia se limitaba a expresar su opinión o a transmitir una impresión. Sus palabras eran señales, como algunas acciones que en apariencia resultaban insignificantes: el hecho de que la compañera y los hijos de Provenzano se mostraran después de mucho tiempo por las calles de Corleone, dice Camilleri, fue una manifestación del desacuerdo del capo con la guerra contra las instituciones desatada por Riina, apodado La Bestia.
La esencia del poder de Provenzano consistía en impartir una indicación sin que pareciera una orden
Las sentencias mafiosas en los asesinatos también se declaran mediante señales, en este caso con la forma en que se presenta al cadáver: la piedra en la boca indica traición; los zapatos sobre el pecho, el abandono de la organización; los genitales mutilados, el delito sexual; una hoja de cactus en el bolsillo, robo de dinero de la mafia; los testículos en la boca, el adulterio con la mujer de un mafioso.
La interpretación de los pizzini se volvía difícil para los extraños porque el lenguaje mafioso apela a sobreentendidos y guiños que sólo conoce un círculo restringido de allegados. Cuando el capo hablaba de "buenas obras" no se refería a actos piadosos ni caritativos sino a la recaudación y el reparto del dinero negro y "una buena persona" era aquella capaz de acudir a la violencia para asegurar las ganancias de la organización.
Algunos términos y expresiones de Provenzano no fueron descifrados, o recibieron distintos sentidos. También utilizó códigos numéricos y alfabéticos -entre ellos el que utilizaba Julio César, desplazando cada letra tres posiciones en el orden alfabético, y otros no develados- para encubrir la identidad de personas sobre las que trataban sus mensajes. El número 60 designó al médico que lo atendía.
Otro enigma fue la declaración de Provenzano a los policías que lo detuvieron, en una humilde casa de Montagna di Cavalli, zona rural de Corleone, sin llevar más que lo puesto y desarmado: "Ustedes no saben lo que están haciendo". Según Camilleri, es una cita de un célebre pasaje del Evangelio de San Lucas, "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen", las palabras de Jesús al ser crucificado.
La superstición, más que lo religioso, fue un rasgo característico de Provenzano, quien se creía protegido de sus perseguidores por el mismo Jesús, llevaba un gran cruz sobre el pecho, le rezaba a varios santos y atribuía sus decisiones -incluso la de matar- a la voluntad divina.
Las citas bíblicas y los refranes son frecuentes en su léxico: “Quien tiene amigos y dinero se pasa la Justicia por el culo”; “Para los amigos se interpreta la ley; a los otros se les aplica”; “La horca es para el pobre, la Justicia para el estúpido”
Las citas bíblicas y los refranes son frecuentes en su léxico, lo mismo que "el siciliano del mundo del hampa", dice Camilleri. Los proverbios mafiosos se refieren a la omertá -"Amigo de todos, confianza con nadie", "Amigo, pero cuidado"-, a la obligación de cumplir con lo dicho -"El chancho por la cola y el hombre por la palabra"- y con frecuencia a la Justicia -"Quien tiene amigos y dinero se pasa la Justicia por el culo"; "Para los amigos se interpreta la ley; a los otros se les aplica"; "La horca es para el pobre, la Justicia para el estúpido".
Durante el tiempo en que se mantuvo prófugo, solo se conoció una fotografía de Provenzano, un retrato de su juventud que lo mostraba con expresión hosca y un poco tímida, y el pelo peinado con fijador. Fue dado varias veces por muerto, en particular por sus abogados, pero permaneció en los alrededores de su pueblo y pudo salir del país haciéndose pasar por un jubilado para someterse a una operación, que cargó a la cuenta del Estado italiano.
Dottore (doctor), giustizia (justicia), politica y preti (curas) son términos especialmente significativos en el lenguaje de Provenzano para explicar la trama de encubrimiento que protegió al capo durante el período en que permaneció prófugo. A través del examen de sus palabras, Camilleri expone el abecé del fenómeno mafioso y el factor de su permanencia: la complicidad política con sus negocios, la corrupción de la Justicia y la tolerancia social, por parte de ciudadanos comunes y corrientes.
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