1.
Es la historia del chico que mentirá a su familia sobre su actuación en la facultad, y que podría empezar así:
Jota empieza una carrera que no quiere para él.
*
Decir que ha sido Jota quien eligió la carrera que cursa sería decir demasiado, aunque sí es cierto que fue él quien inició y llevó hasta el final con éxito los trámites de inscripción, lo que, después de todo, no es decir poco.
Tampoco es que esta decisión, aun cuando no fuera del todo suya, hubiera torcido otra anterior, en el sentido de que Jota tuviera desde siempre una alternativa en claro frente a la carrera de abogacía.
Eso ponía a todas las carreras en un plano de igualdad, aunque las nivelara para abajo.
*
Respecto de abogacía: su madre la ha sugerido, aunque no directamente, mucho peor, con constantes alusiones.
Su padre no dijo nada.
Jota, al fin y al cabo, tampoco abrió la boca.
2.
Para el final del primer año, Jota consigue aprobar cuatro sobre cinco materias, lo que no lo pone todavía en la obligación de mentir y hasta proyecta una luz de esperanza sobre la carrera.
Pero en el fondo, lo sabe: las materias que ha rendido y aprobado son de formación general, una especie de curso introductorio o de secundario extendido. Las materias específicas de la carrera son las que valen.
Durante segundo y tercer año, las esperanzas de Jota se derrumban.
3.
Todo empieza a la altura de Contratos I, materia que ha preparado con cierta dedicación pero de la que, es increíble, no recuerda una sola palabra.
Aunque sabe que no va a rendir y aunque no está obligado a extremar las medidas de seguridad (sus padres creen en él), Jota se viste con traje y corbata el día que corresponde y se toma el tiempo suficiente afuera de casa, un tiempo equivalente a la espera de su letra en la lista de asistentes al examen y equivalente también a la espera en capilla y al examen mismo.
Así lo calcula mientras da vueltas por la facultad y el día sigue su curso por primera vez de esta manera extraña: como si no lo incluyera, como si transcurriera de espaldas a él.
Ahora llegan a la Jota, y yo doy el presente, se dice, aunque estuviera tomando un café en la cantina.
Ahora me siento en capilla a esperar mi turno y repasar las bolillas que me tocaron en suerte, aunque en realidad estuviera descolgando una naranja de los patios traseros.
Ahora estoy dando mi examen, aunque en realidad hubiera emprendido la lenta caminata de regreso a casa, con la nota falsificada en la libreta de alumno.
*
Lo mismo ocurre con la materia siguiente, Constitucional, y la que le sigue a esa, Penal I. Y en ninguno de esos casos ni en los que le seguirán durante años, el asombro por lo que acaba de hacer lo abandona. Todo lo contrario.
Es como caerse de las escaleras: al principio, puede parecer apenas un traspié, y quizá lo sea. Pero de inmediato se entiende que uno está involucrado en algo extraño y serio.
4.
Al descubrimiento de que puede mentir sin pagar, al menos todavía, por las consecuencias, le corresponde una época extraña en la que Jota aparece como detenido entre dos mundos.
Ya no es tan amigo como antes de los chicos de la secundaria: la mayoría de ellos atiende a carreras reales o con cursados reales y, a esta altura, están inmersos en los problemas propios de la edad y gozosos de tener que buscar la forma de resolverlos.
Pero tampoco logra hacer amigos entre los compañeros de la facultad. La carrera reúne multitudes y es de cursado irregular, por lo que se vuelve casi imposible cruzarse dos veces con la misma persona. Y cuando lo hace, cuando Jota coincide con algún chico o chica que ya vio antes en aulas o pasillos, en general se le antojan altaneros, con esa seguridad impostada que exhiben los futuros abogados y que lo deja fuera de combate.
Por lo demás, para finales de tercer año de la carrera, ya no cursa, con lo que la opción de hacer amigos en la facultad está fuera de sus posibilidades.
*
Ojalá no fuera necesaria esa constancia para la amistad. Ojalá se pudiera hacer amigos a primera vista igual que ocurre a veces cuando, según dicen, uno se enamora.
5.
Aunque ya no cursa, todas las tardes Jota sale de casa con la carpeta bajo el brazo y en general consigue llegar al gran edificio de arquitectura helénica donde funciona la facultad de abogacía. Una vez adentro agacha la cabeza y sigue de largo por grupos dispersos de amigos y frente a aulas cerradas donde puede verse, a través de la puerta de vidrio, a un profesor dirigiéndose a la clase. Acto seguido, sube las escaleras y se interna a toda velocidad por pasillos cada vez más oscuros y vacíos, y recorre esos pasillos hasta alcanzar un rincón distinto cada día.
Puede que no sea un buen alumno, incluso más: puede que sea el peor alumno de la facultad, pero nadie ha trazado en su propia mente, como él, los planos de este majestuoso edificio. En ese sentido Jota supera al resto de sus compañeros, por no hablar de los profesores, hombres y mujeres venerados, completamente indiferentes a cualquier cosa por fuera de ellos mismos.
*
Los pasadizos, las arcadas, los jardines fueron diseñados imitando motivos clásicos, los tiempos en que el maestro y el aprendiz se fundían con el entorno y salían enriquecidos: el gran vestíbulo como la entrada espacial pero también espiritual, que preparaba para el conocimiento; las columnas gordas por detrás de las cuales el maestro aparecía y desaparecía, con la alternancia con que se ofrece una verdad; los patios como claros de bosque adonde llega la luz después de mucho andar a oscuras.
Él conoce esos pasadizos en sus detalles y, se diría, los añora, son parte de Jota, así como conoce también el ascensor de carga, el depósito de pupitres fuera de uso, el cuarto donde duerme el sereno de ronda. Un día entra a escondidas a ese cuarto y se sirve una taza de café. Una tarde en que olvidan sin llave la sala de video, mira la película que dejaron puesta: un documental sobre derecho ecológico, el caso de la curtiembre que envenena a una pequeña ciudad de provincia.
Su posta de avistamiento está en el tercer piso, desde donde mira hacia el patio durante largas horas, como una gárgola de piedra aunque con las manos en los bolsillos.
En la medida que la tarde avanza y llega la noche, la facultad se vacía ante sus ojos sin que él se dé cuenta.
Un minuto después, lo despierta el silencio.
*
A veces, desvía su camino y termina en su escuela secundaria, pero solamente cuando se siente preparado o cuando un impulso ciego, el sueño que ha tenido la noche anterior, por ejemplo, lo empuja a hacerlo.
Con todo, por fuerte que sea ese impulso, Jota toma sus precauciones: visita la escuela a última hora de la tarde, cuando el horario de la escuela ya ha dado paso al del profesorado y con eso se reducen las posibilidades de encontrarse con algún conocido, ya sean docentes o alumnos de cursos inferiores.
Cuando él estaba en quinto, esos chicos lo miraban como si Jota fuera una figura gigantesca, inspiradora.
Hoy Jota quisiera ser como ellos.
6.
En cuanto a sus mañanas, el tedio es todavía mayor a causa del encierro.
Aunque durante todo primer año estudió en la mesa del comedor ante la mirada de todos (especialmente ante la mirada de su madre que, como él, pasa las mañanas en casa), ahora Jota ha puesto en circulación la mesa que había en su cuarto, donde por lo general se acumulaba la ropa usada.
Dispone esa mesa en un ángulo extraño que, con la ayuda de la cortina y la computadora, impide ver a quien entra qué cosa hay ahí arriba y cuál es la verdadera posición de su ocupante.
*
No tarda en aclararle a sus padres que ahora los apuntes han sido digitalizados y que hay materias enteras que circulan por internet: las fotocopias ya no son necesarias. Esto es cierto, o al menos así creyó escucharlo, de manera lateral, en conversaciones de pasillo. Con esto, Jota se garantiza la posibilidad de pasar libremente sus mañanas frente a la computadora, aunque ha puesto un cuaderno al lado donde simula tomar apuntes. De hecho, son apuntes reales, por si a alguien se le ocurre revisar: resúmenes y cuadros que ha copiado de internet bajo búsquedas como "derecho agrario resumen" o "derecho constitucional cuadro sinóptico". Es casi como estudiar, incluso para él mismo.
*
Por supuesto: aprovechando las excursiones de su madre hasta el supermercado, Jota se hace una paja por día frente a la computadora, destinada tanto a descargar el deseo sexual como a descomprimir su alta tensión mental.
Con el fin de no perder de vista su función, la conservación propia, el de la paja es un ritual que no se abandona ni se altera ni se pone en cuestión: M no permite que se vea contaminado por los fantasmas de la culpa.
Es tan importante como dormir. Incluso es tan importante como respirar.
*
También se ha creado una obligación: ahora es Jota quien compra el pan. Es su responsabilidad en el funcionamiento doméstico, quizá la única, y la cumple con rigor y compromiso. Y aunque lo separan nada más que tres cuadras de la panadería, esas expediciones pueden tomarle una hora entera, gracias a demoras y rodeos.
Además, la grandeza del pan, su larga permanencia junto al hombre, le permite pensar a Jota en su propia insignificancia: el pan ha pasado de mano en mano durante siglos, mientras que él, sus problemas, son nada, o nada más que un suspiro, o menos que un suspiro, en la larga historia de la humanidad.
7.
Por supuesto, su secreto, que como una sombra lo acompaña adonde va, a veces se le presenta sin claroscuros: como una mentira. Entonces Jota, aunque de manera imaginaria, plantea por fin una solución.
*
El primero de esos escenarios supone una respuesta, digamos, mediada, desde que involucra a un profesional: la consulta a un terapeuta. Al fin y al cabo, hay muchos en la guía de profesionales del Colegio de Psicólogos de la ciudad, una entre ellos, de apellido Equis, que tiene su consultorio a dos manzanas de su casa. Nadie tendría por qué enterarse, salvo Jota y la psicóloga.
Y aunque día por medio, desviándose de su camino de vuelta de la panadería, pase por el frente de la clínica, no lo hará, no consultará con la psicóloga Equis, en primer lugar, porque él puede salir solo de este problema de la misma manera en que entró, y en segundo lugar porque conoce la mecánica de esas terapias: ir tan atrás en su pasado, escarbar en él, hasta dar con el origen de sus problemas actuales. Enterarse de que eran solo miedos infantiles que hasta hoy lo acompañan, y, en tanto tales, aligerarlos. No necesita pagarle a nadie para hacerlo.
Pero, ¿de qué le sirven sus viejos miedos, el terror que le provocaba de chico entrar a la cochera donde su padre guardaba el auto, y ver la fila de coches en silencio, como tramando una conspiración y a punto de salir disparados?
¿En qué medida le dice algo de su situación la fila persistente de hormigas que daba la vuelta a la esquina y que, en su imaginación infantil, se dedicaban a vaciar la tierra que había por debajo de su casa?
8.
En cuanto a los modos directos de encarar el problema, hay una fantasía que prevalece entre otras. Es sencilla en cuanto a su formulación: sus padres, de alguna manera, no importa cuál, lo descubren, y él se ve obligado a dar explicaciones, a confesar.
En un principio, les diría, fue una manera de ganar tiempo, una mentira, al fin y al cabo, inocente, en la que incurría todo el mundo en la carrera, en cualquier carrera, dependiendo del grado de necesidad, es decir, de la gravedad del caso.
Ante el gesto de espanto y de incredulidad de su madre, Jota le diría en la cara lo que debió decirle desde un primer momento: que no se hiciera la zonza, que fue ella quien lo instigó a estudiar abogacía y, lo que es peor, lo hizo con meras sugerencias, sin decirlo directamente, es decir, sin darle la oportunidad a Jota de oponerse.
Fiel a su estilo, el padre guardaría silencio durante la confesión de su hijo, algo que no dejaría indiferente a Jota esta vez. El padre es tan responsable como la madre por no decir nunca una palabra, incluso cuando estaba claro que Jota atravesaba una crisis.
Claro que asume su parte: Jota podría haberlo dicho antes y dar el siguiente paso en firme en lugar de haber perdido tanto tiempo en el limbo, sin hacer nada en especial. Es también su culpa, lo admite, estaba tan involucrado en la mentira que el tiempo había pasado sin que él pudiera detenerlo, aunque Jota, se los puede asegurar, había contado cada segundo que pasaba.
Yo también les pido perdón, les diría, empezando a sentir ya el deshogo.
Fue un infierno.
9.
Estamos, entonces, promediando cuarto año de la carrera, aunque, en los papeles, Jota hubiera terminado apenas con las materias de primero.
Y si bien, tal como se lo habría confesado a sus padres, la mentira en un principio lo había ayudado a ganar tiempo, ahora ese tiempo se ha vuelto en su contra.
Se pone un límite: deberá tomar una decisión en el transcurso de este año, porque si la mentira sigue su curso como hasta ahora, para el año que viene
Jota deberá estar recibido.
A esta altura del próximo año, Jota deberá ser un abogado.
10.
Jota piensa.
¿Qué debería hacer para convertir su falsa situación en una situación real? Es decir, ¿cómo podría llegar de primero a cuarto año de la carrera, a quinto ya, en poco tiempo, cómo podría dar ese inmenso salto de un solo saque?
Por supuesto, la solución razonable es la de estudiar y rendir tantas materias como fuera posible. Jota trama intrincadas combinaciones que, acompañadas de buena suerte, lo pondrían a tiro: que le toquen, por bolillero, las dos únicas bolillas que ha estudiado, por ejemplo.
O, teniendo en cuenta su falta de gimnasia a la hora de estudiar y su aversión por la carrera, podría pagar a una serie de estudiantes para que dieran en su nombre los veinte exámenes que adeuda. Al fin y al cabo, como ya dijimos, nadie recuerda una cara en este lugar.
O podría hackear el sistema de carga de legajos o podría sobornar a los profesores, la mayoría de ellos, abogados ya millonarios.
*
Está la alternativa de la que habla todo el mundo: trabajar. Pero, ¿de qué?
Jota no está capacitado para nada en particular y no le interesa ser un alienado más en esos empleos que no necesitan preparación, uno de esos trabajos que podría ejecutar un mono.
Por lo demás, ninguno de esos trabajos estaría al nivel de la mentira que ha construido ante el mundo, la de un chico, o incluso peor: un hombre, a punto de ser un abogado.
Está también el otro motivo pero acaso el principal en este sentido: Jota teme en el fondo que lo coman vivo ahí afuera.
11.
Puede, claro está, huir. Siempre cabe esa penúltima posibilidad (la opción final es la de matarse: la ha contemplado).
Viajó una vez con sus padres a un pueblito de Brasil, y aunque en aquel momento no le pareció nada del otro mundo, hoy se le antoja un paraíso. Allí podría conseguir trabajo en los botes de los pescadores que a primera hora volvían a los muelles a vender pescado fresco.
O todavía mejor: podría pescar con un bote propio o sin bote, y vivir del producto de la pesca, la humilde pesca orillera. Comer pescado y venderlo, llegado el caso, a precios bajos para comprar lo mínimo indispensable y así enriquecer la dieta.
La muerte lo sorprendería en una hamaca paraguaya, con el rostro oscuro, arrugado y curtido, con las manchas de un cáncer benigno en la piel, y el torso fibroso, aunque panzón, de un pescador de años.
Él podría haber llevado esa existencia leve, imposible de llevar en un lugar como este, donde hay universidades.
12.
Si bien Jota ya bebía, muchas veces hasta la inconsciencia, ahora además lo hace con regularidad.
No le preocupa que lo vean: él no conoce a nadie y, todavía mejor, ya nadie lo conoce o se acuerda de él, nadie le iría a sus padres con el cuento.
Por lo demás, la gente que, acaso, podría recordarlo de otras épocas, sus amigos de la secundaria, por ejemplo, no es gente que salga dos noches seguidas, con lo que ellos tampoco podrían comprobar su constancia, la de
Jota, cuando se trata de beber.
Con todo, Jota toma sus recaudos. Se impone no beber dos veces seguidas en el mismo lugar y, al cabo de un par de meses, tiene una agenda que le permite no repetir un bar hasta pasados diez días. Otro motivo: no quiere hacerse amigo de un barman. No se le ocurre a Jota manera de caer más bajo.
*
Es en uno de estos bares que una chica se acerca a la barra, pide una cerveza y olvida la billetera.
El bar está atestado, con gente parada contra las mesas y la barra, y Jota tarda en dar con ella.
Danisa, dice él finalmente, apuntando a un grupo de tres chicas. Sí: Jota se ha fijado en la documentación, abrió una billetera que no era la suya.
Y esto a Danisa, en lugar de molestarla, parece gustarle.
13.
Hay un segundo encuentro, esta vez pactado y a solas, al que Jota llega con algunos vasos de cerveza encima aunque sin olor. Lo necesario como para mostrarse un poco más relajado. Durante la cena no bebe.
Hablan de generalidades. Composición familiar, historia personal. Jota dice que estudia abogacía pero no entra en detalles. Técnicamente, no está mintiendo todavía.
*
Salen a la calle. Es una noche de semana, serena y cálida de primavera, la última primavera anterior al año en que Jota se convertirá en abogado. Sin embargo, este pensamiento no llega a su mente. Y cada vez que pasa cerca, lo sacude con un movimiento de cabeza, como sin un bicho sobrevolara su oreja.
Ella se ve hermosa mientras camina bajo esta luz filtrada por los árboles que empiezan a soltar hojas. Danisa y Jota son jóvenes, él lo recuerda ahora. Hace mucho tiempo que no se siente joven. De hecho, se pregunta si alguna vez lo fue, teniendo en cuenta la enorme carga que, desde hace años, pesa sobre él. A este pensamiento le corresponde unos segundos de silencio.
Ahora que el beso parece inminente, Jota se hace la gran pregunta: ¿podría ser Danisa la primera en este mundo en enterarse de la verdad? ¿No podría ella, en vez de asustarse y escapar, tomar la confesión como un gesto de amor, al menos de confianza?
Se besan.
14.
Y una vez que están involucrados, Jota prefiere mantenerse en su situación: por romántica que fuera esta primera etapa es también la más endeble y la más mínima turbulencia podría tirarla abajo.
Todo parece indicar que Danisa adoptaría una postura comprensiva: ella es una empleada municipal en la división de Vialidad, alguien que hace tiempo decidió que el estudio no era para ella. Danisa ha optado por una vida de gustos sencillos, que crecen a un costado del tiempo que se consume en la oficina.
Jota, que es mucho más exigente con sus propios proyectos, admira de Danisa justamente esto: que hubiera tenido el valor de tomar un decisión, no sencilla, pero sí, se diría, simple. Para ponerse a la par, no necesitaría otra cosa que conseguir, como ella, un trabajo decente.
El plan de Jota: esperar a que la relación esté fortalecida como para revelarle la verdad.
15.
Pero una vez que han dado el paso siguiente, ahora que cada uno conoce a los padres del otro y están a punto de mudarse juntos, la posibilidad contraria, la de haber dilatado demasiado su confesión, lo atemoriza.
*
Decide no preocuparse, o ni siquiera: no preocuparse está en él antes de que tuviera oportunidad de preguntárselo.
¿Por qué? Porque, como le ocurre a cualquiera, el amor en su versión más fuerte y saludable, el amor como campo de fuerzas, induce a Jota a dar un salto, a ir para adelante.
Y en él, el efecto funciona no por el camino de la verdad, en la alternativa de buscar un trabajo y cortar su relación con el estudio, por vía contraria: Jota vuelve a creer en su mentira, o ni siquiera se ve en la necesidad de hacerlo.
Como la fe en sí mismo, la de Jota, crece a causa del amor, la mentira que lleva con él también se ve fortalecida.
Incluso será una mentira con nuevos ribetes, más lujosos por todavía creíbles.
Jota mentirá con más fuerza que nunca.
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