Carnaval, década del '70. Alfredo Zitarrosa había arreglado con un productor para actuar en un tablado y cantar siete canciones. Al llegar el momento de subir al escenario el empresario le planteó que no podía pagarle lo acordado sino la mitad. De todas maneras subió y se puso a cantar. Al llegar a la mitad de la cuarta canción, súbitamente la suspendió. Ante la sorpresa de sus propios guitarristas y del público se acercó al micrófono y relató lo que había sucedido minutos antes de subir al escenario. "Si se me paga la mitad de lo acordado —dijo—, yo cantaré aquí solamente la mitad del repertorio que tenía pensado ofrecerles. Pero como ustedes no son responsables de esta resolución mía, los invito al bar que está en aquella esquina y ahí no sólo les cantaré las tres canciones y media que faltan, cantaré todas las que ustedes quieran".
Así era la esencia de Alfredo Zitarrosa, el cantante, compositor, poeta, escritor y locutor uruguayo; el padre de la milonga. Con este tipo de anécdotas, recuerdos, material de archivo y más de 5 años de investigación el periodista oriental Guillermo Pellegrino escribió Alfredo Zitarrosa, la biografía (Ediciones Continente-Peña Lillo).
Este trabajo resume el anterior libro, Cantares del alma (1999), con detalles reveladores de la vida del milonguero rioplatense por excelencia, el que cambió para siempre a la música uruguaya, el que "asombraba con esa voz como de otro, con ese flamenco entrecortado y con esa ternura de solitario empedernido", como lo definió alguna vez José Carbajal, "el Sabalero".
El Pocho Iribarne, el Flaco
En la partida de nacimiento figura: Montevideo, 10 de marzo de 1936. Nombre: Alfredo Iribarne. Primero llevó el apellido materno y luego adoptó el de Durán, por los tíos que lo criaron, hasta que en su adolescencia un argentino —llamado Alfredo Zitarrosa— se casó con su madre y le dio el apellido definitivo con el cual sería conocido.
Su vida, junto a sus tíos en una zona rural de Uruguay, influyó notoriamente en lo que sería su repertorio musical, esencialmente de raíz campesina. "No soy folclorista; soy cantor popular uruguayo, y mi canto es fundamentalmente de raíz campesina; todo es milonga, milonga madre, madre incluso del tango y del candombe".
A fines de los años '50 y principios de la década del '60, Alfredo Zitarrosa seguía siendo solo Alfredo, "el Flaco" o "el Pocho Iribarne". Trabajaba hasta la medianoche como locutor en radio El espectador y continuaba con su pasión por escribir textos que compartía sólo con sus amigos.
En octubre de 1964, el año que marcaría su debut como cantor, Zitarrosa le escribió una carta a su amigo Bécquer Puig. "Vos no sabés lo que significa para mí esta ajetreada obstinación que es mi existencia. No puedo evitar una sensación molesta de desdoblamiento. Aunque yo creo que en el fondo vos me comprendés, yo te aseguro que a pesar de tantas miserias como las que parecen definirme, me siento un hombrecito. Ya ni versos hago, y pienso que te vas a dar cuenta también, cómo entre tantas dudas hallé un momento para teclear un rato… Sigo pensando que nos hace falta una revolución, aunque para ciertos corazones, no con eso tal vez…", transcribe Pellegrino en su libro.
Al partir del Uruguay Alfredo no había dejado más que una habitación vacía en una casa de pensión de la calle Yaguarón 1021, en el centro de Montevideo, cerca del cementerio. Allí tenía sus tesoros: muchos libros, una figura de Beethoven, un retrato de Vallejo y su calavera Josefina con la inscripción "ser o no ser".
Por esos tiempos le gustaba andar por los boliches, caminar por la rambla a la madrugada y recitar los poemas de Lorca, Machado, Vallejo o Brecht. Desde los 18 años se ganaba la vida como locutor, oficio que ejerció durante diez años pasando por varias radios y por la cabina de locución del Canal 4 Montecarlo.
En esas épocas se animó a sus primeros textos escritos en soledad. Incentivado por sus amigos decidió llevar algunos versos a un concurso. Tenía 23 años cuando mandó Explicaciones, un librito que posteriormente ganó el Premio Municipal de Poesía Inédita, con un jurado que tenía, entre otros, nada menos que a Juan Carlos Onetti.
A los 28 años Alfredo salió a encontrar su camino. Su intención era ir dejando de a poco la locución y el periodismo que no lo colmaban del todo.
—¿Qué cosas creés que pasaron por la mente y por la vida de Zitarrosa para que un locutor y periodista se convirtiera en uno de los cantautores populares más importantes de Latinoamérica?
—Es difícil saberlo —responde Pellegrino—, pero supongo que en aquel lejano 1964, cuando casi por casualidad debutó como cantor profesional en Perú, él debe haber visto al canto como un medio de vida, porque vivía momentos difíciles en cuanto a lo laboral. Puede decirse que eran tiempos en los que andaba buscándose a sí mismo.
Guillermo Pellegrino dice en su libro que interiormente Zitarrosa sentía que estaba para cosas más trascendentes. "Su sueño era ser poeta, escritor. Pero todos sabemos las dificultades que por estos lares entrañan esas tareas, con las que se hace casi imposible vivir. En alguna oportunidad le hizo a su amigo el escritor Enrique Estrázulas una confesión que tiene que ver con eso: 'Yo hubiese querido ser poeta, pero el cantor le copó la parada'. Entiendo también que con el canto, y al crear sus propios textos (varios de buen nivel poético, de hecho varios se sostienen por sí solos, sin la apoyatura de la música) se metió en ese interesante mundo que es el de la conjunción de la poesía y la música que, contra lo que afirmar y afirman muchos puristas, robusteció a ambas disciplinas, y por ejemplo sus textos, musicalizados, pudieron tomar contacto con un público masivo que, sólo con la poesía, le hubiese sido muy difícil".
De regreso a Uruguay hizo algunas changas como locutor en el Canal 4 Montecarlo, colaboró en la revista Marcha —donde pudo entrevistar a Atahualpa Yupanqui— y dejó que el cantor saliera campo afuera. En 1966 apareció su primer disco: Canta Zitarrosa, que en la cara A tenía "Milonga para una niña" y "El Cambá", y en la cara B, "Mire amigo" y "Recordándote". Ese disco compitió en ventas con el fenómeno popular de esa época: Los Beatles.
Cantando en nombre de su tierra
En Uruguay, el año 1968 marcó profundos cambios en la vida económica, política, sindical y estudiantil, determinando un antes y un después en la historia del país. Es el año de todas las disidencias: políticas, culturales, de costumbres donde se acentúa al mismo tiempo el debate sobre las posibilidades de una revolución socialista que decantarán en la lucha armada guerrillera y el golpe de Estado de 1973.
Entre esos años la popularidad de Alfredo Zitarrosa no paró de crecer y su vida cambió: se casó con Nancy Marino, nació Carla Moriana, su hija mayor en 1970; y el 12 de diciembre de 1973, María Serena. Sus dos hijas, inspiradoras de dos bellísimas canciones: "Para Carla Moriana" y "María Serena mía".
Su militancia política y las letras de sus canciones lo convirtieron a Zitarrosa en un artista prohibido en el Uruguay de 1971 y totalmente innombrable para la dictadura cívico-militar de 1973. Perseguido y sin trabajo rumbeó para Argentina en enero de 1976, con tanta mala puntería que dos meses después estaba armando las valijas para radicarse en España amenazado por otra dictadura.
Vivió contrariado en Madrid hasta abril de 1979. Extrañaba a su gente, a su tierra y el dolor se le hizo profundo en el alma. México fue la siguiente parada donde aparte de cantar trabajó como periodista. Esa época fue la menos creativa de su carrera por la depresión que le provocó el desarraigo y el exilio obligado. En esos años sus canciones están cargadas de tristeza pero también de mensajes de lucha y su público en el exterior eran aquellos que estaban a favor de la libertad de los pueblos latinoamericanos.
Con la vuelta de la democracia en Argentina, en 1983, Zitarrosa volvió a vivir en Buenos Aires donde realizó un recital inolvidable, cargado de emoción, en el estadio Obras Sanitarias (ese show puede escucharse en YouTube).
Ante una multitud al grito de ¡Uruguay, Uruguay!, Zitarrosa dice en su primera aparición en público: "Queridos hermanos, queridos hermanos uruguayos, queridos hermanos argentinos, queridos hermanos quienes no sean uruguayos ni argentinos. La ausencia ha sido larga, el exilio es duro. Mi canción tiene una sola razón de ser y son ustedes, muchas gracias. Ojalá a partir de esta noche, ustedes me autoricen a seguir cantando en nombre de mi tierra".
El testimonio inmortal de ese día es un disco grabado en vivo: Zitarrosa en Argentina, con temas como "El violín de Becho", "Si te vas", "P'al que se va", "Stefanie", "Adagio en mi país", entre otros.
Alfredo tuvo que esperar 8 meses para volver a su querido Uruguay. El 31 de marzo de 1984 fue recibido por una multitud que lo aclamó y lo acompañó desde el Aeropuerto de Carrasco por todo Montevideo. Un Zitarrosa emocionado, con la profunda alegría por el reencuentro con su tierra, con los amigos, definió ese momento como "la experiencia más importante de mi vida".
Para sus adentros
El Zitarrosa que subía al escenario era un tipo creíble, y eso el público lo captó de inmediato. Así como también otras características que lo destacan, a pesar de que, como todo ser humano tuvo miserias —algunas de las cuales se mencionan en el libro—, que fueron superadas por sus virtudes como su solidaridad, su sentido social, su extrema sensibilidad, su coherencia y su dignidad.
—Según lo investigado a lo largo de estos años, ¿creés que en la intimidad era un tipo tan serio como el que subía a cantar verdades arriba del escenario?
—No. Creo que ni él ni nadie puede ser tan lineal o mantener una característica, en los distintos órdenes o circunstancias de la vida. A Zitarrosa lo habitaban, como a todos, distintos personajes. El era un hombre que tenía sentido del humor, era lúdico, le gustaba divertirse, encontrarse con amigos…
Guillermo Pellegrino cuenta que hace varios años fue con un grupo de amigos uruguayos a comer a una cantina de barrio en Buenos Aires y cuando se estaban yendo el muchacho que atendía les preguntó: '¿Son uruguayos, no?… Aguante Zitarrosa, loco'. El tipo tendría unos ventipocos años, pelo largo, aro y una remera de Los Redondos.
—Me impactó y en ese momento pensé: ¿cómo alguien tan alejado de la estética de Alfredo nos pudo haber dicho eso? Siento como que con él identificó a todo un país.
En otra oportunidad el autor del libro tuvo una charla con Sebastián Teysera, el líder de La Vela Puerca y le relató una anécdota que lamentablemente llegó a su conocimiento después de la publicación Alfredo Zitarrosa, la biografía.
—Fue en Córdoba, hace algunos años cuando ellos tocaron con el grupo argentino Todos tus Muertos y una banda japonesa que se llamaba The 3 Peace. Dijo que estaban comiendo todos en una mesa y enfrente de él se encontraba sentada Kaori, la bajista del grupo. Con mucha dificultad comenzaron a hablar sobre música y ella se mostró interesada por la música uruguaya y fue así que en una servilleta le escribió: "Alfredo Zitarrosa". Al tiempo dice que le llegó un paquete con discos de la banda y una carta cortita de Kaori, donde le contaba que había conseguido un disco de Alfredo y que, aunque no entendía lo que decía, su voz, como pocas, la había conmovido profundamente.
—¿Qué músicos y artistas uruguayos continuaron con el camino que empezó a andar Zitarrosa?
—Y… hay muchos. Por suerte la música uruguaya goza de muy buena salud y hoy en distintas ramas hay creadores muy valiosos que puede decirse que continuaron el camino, no solo de Zitarrosa, sino el de otros varios creadores que forjaron a la canción popular uruguaya como el gran Osiris Rodríguez Castillos (poeta con mayúsculas), Rubén Lena, Víctor Lima, Aníbal Sampayo, Washington Benavídes, entre muchos otros. Uruguay es en la actualidad un gran productor de músicos, uno puede percibir eso en la calle, en donde se ven un montón de jóvenes con sus instrumentos. Debe ser de los países del mundo con más músicos per cápita. Y muchos de gran nivel… Si entiendo el camino que inició Zitarrosa al del artista comprometido, trabajador, que sea autoexigente con sus textos y su música, con su presencia en el escenario, puedo nombrarte a Fernando Cabrera, un cantautor muy interesante, de los mejores que hoy tiene el Uruguay. Hay muchos otros, claro, pero creo que en él se puede sintetizar la pregunta. Vale la pena escucharlo.
Del amor herido
La nueva vida en Uruguay no le fue fácil a Alfredo. El país no era el mismo que él había dejado. Ya no interesaba el canto popular y había mucha desocupación. Era otra la música que quería escuchar la juventud y con 50 años y un carácter duro Zitarrosa no se adaptó a los nuevos tiempos. Separado de su esposa, se refugió cada vez más en el alcohol.
—¿Qué sucedió cuando Zitarrosa regresó del exilio?
—Cuando volvió sintió un enorme baño de afecto, que tomó con gran alegría y responsabilidad. Y como en todo regreso, siempre los primeros tiempos son de celebración, después uno de a poco va a entrando en el "mundo real", a la rutina, a veces con sus sinsabores. Mucha gente puede haber pensado en algún momento que el pueblo uruguayo le dio la espalda porque, de repente a los dos años de estar en Uruguay, no tenía tanto trabajo como el que tuvo a su llegada, que lo requerían de todos lados. Pero eso es un poco lógico, más un país como este, cuyo mercado es muy acotado, y donde de a poco los espacios empezaron a reducirse, a la par de la efervescencia de la reapertura democrática, porque había un panorama ensanchado de propuestas, en el que convivían distintas corrientes, músicos que permanecieron en Uruguay y los que volvieron del exilio. Creo que esa es la explicación. Igualmente Zitarrosa, como otros nombres, tenía la posibilidad de presentarse en varios lugares del exterior.
El músico y poeta uruguayo Washington Benavides recuerda en un pasaje de la biografía: "la última vez que hablé con él, me había llamado desde Buenos Aires a la CX 30, la radio donde yo trabajaba. Estaba de gira, pero iba a suspenderla porque había tenido un desmayo feo. Ese mismo día, yo me iba para el Norte. Allá me persiguió un telegrama donde se me alertaba sobre la situación de Alfredo, que había regresado y estaba en coma. Al día siguiente, Alfaro, el director de Brecha, me comunicó su deceso".
Dos meses antes de cumplir los 53 años, el 17 de enero de 1989, Alfredo Zitarrosa murió a causa de una peritonitis derivada de un infarto. Uruguayos que hoy tienen más de 30 años llevan grabado en su memoria aquel día. Son muchos los que recuerdan qué pasó en sus corazones al enterarse de la noticia. Se fue quedándole un sueño pendiente: "aspiro a no morirme antes de que Latinoamérica sea socialista, un socialismo en libertad", decía.
Bajo un sol sofocante, su pueblo, el mismo que cuatro años antes lo había recibido en el aeropuerto de Carrasco, volvió a salir a la calle para acompañarlo y ubicarlo casi en la categoría de mito popular.
"Zitarrosa es un tipo que ha logrado ubicarse en un lugar muy difícil; un consenso casi generalizado. Lo quieren los jóvenes artistas de rock; y gente aún más joven también, tal vez un chiquilín no lo conoce, pero al tiempito ya sabe quién es Zitarrosa, por los padres, porque su figura está, se ven fotos, se habla de él, se escucha su música y yo creo que está a la altura de Gardel", dice convencido Guillermo Pellegrino.
A medida que pasan los años la figura de Alfredo Zitarrosa en Uruguay va tomando una dimensión más gardeliana. Y ojo que para los orientales Gardel es palabra mayor; así como Zitarrosa también lo es para muchos argentinos.
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