La obra de Gustave Doré, el artista más famoso de su época, puede encontrarse en tantos grandes clásicos que, en algunos casos, es casi imposible pensar en ese título sin asociarlo a sus ilustraciones o grabados: El paraíso perdido, de Milton; la Divina Comedia, de Dante; el Quijote de Cervantes o El Cuervo de Poe, por nombrar algunos.
Doré, nacido el 6 de enero de 1832, le puso tinta y estilo a hitos de la literatura hace más de dos siglos, y recreó ciudades del mundo cuando viajar era todavía un lujo de pocos. Fue una estrella de la época, un firma reconocida y por ende, criticado. Su nivel de detalle no solo lo convirtió en una celebridad, sino que también le ganó enemigos. Es que el artista francés veía el mundo con ojos fotográficos, podía captar tanto la esencia como también aquello que algunos preferían que no exista.
Así le sucedió, por ejemplo, cuando salió London: A Pilgrimage, en 1872. Ya era un artista reconocido -de hecho cobró unas 10 mil libras esterlinas por un contrato de 5 años con la editorial Grant & Co, una fortuna- y si bien la publicación de 180 grabados fue un éxito de ventas -y lo sigue siendo- no le perdonaron que su mirada se acercara a aspectos de la metrópolis que los propios ingleses querían ocultar, como la marginalidad que flotaba fantasmal entre sus grandes edificios, que supuraba de las chimeneas del progreso. Por aquellas imágenes, el Art Journal, la más importante revista de la era victoriana, lo acusó de "fantasioso" y la Westminster Review se despachó con una carta de repudio.
Como todo genio, Doré no tuvo formación académica, ni siquiera una guía o un profesor a domicilio y como la gran mayoría de los artistas gráficos de entonces, comenzó con la realización de historietas cómicas, arte desarrollado en la actual Francia desde el siglo XVII con Jacques Callot y que tuvo grandes representantes como, entre otros, Caran d'Ache, Henri de Toulouse-Lautrec y Honoré Daumier, su gran rival en vida, a quien ya superaba en ganancias a los 16 años.
El relato de cómo un joven de Estrasburgo consiguió su primer trabajo en París a los 15 años revela una pasión y una seguridad que solo puede ser guiada por la fe del talento. De visita en la "ciudad de la luz" con sus padres, el ya prodigio -sus primeras obras datan de los 5 años- fingió una enfermedad para quedarse en el hotel en el que se hospedaban mientras ellos debían participar de algún evento que ya habían arreglado de antemano. Realizó varios bocetos sobre rincones reconocibles de esa ciudad bohemia que lo fascinaba, que en cada esquina parecía erigir una obra de arte arquitectónica y los llevó al despacho del editor Charles Philipon, quien al verlos, exclamó: "Así es como deben hacerse las ilustraciones".
Philipon mandó a elaborar el contrato enseguida y también encontrar a sus padres, para convencerlos. Tenía frente a él al más grande talento que jamás había visto y no lo dejaría escapar. Según sus biógrafos, Doré -mientras trabajaba en Le journal pour rire– realizó alrededor de dos mil ilustraciones durante su juventud. Muchos de esos trabajos se publicaron post mortem.
En aquel entonces pasa del grabado en piedra al de madera, publica sus primeros trabajos dentro del estilo como Los trabajos de Hércules (1847), Trois artistes incompris et mécontents (1851), Les Dés-agréments d'un voyage d'agrément (1851) y L'Histoire de la Sainte Russie (1854), donde escribe y dibuja. Estos le otorgaron el privilegio de comenzar a entintar algunas escenas sueltas de Balzac y Milton; aunque su trabajo en Gargantúa y Pantagruel (1854), la novela sobre dos gigantes de François Rabelais, le trajo popularidad y solventó su prestigio.
Así, le encargaron que ilustrara las obras de Lord Byron y la Biblia, de la que hizo 238 grabados que salieron publicadas a lo largo del tiempo en alrededor de 1.000 ediciones distintas. Los trabajos religiosos fueron el éxito que avaló que en 1867 tuviese su propia exposición en Londres y aprovechó su extendida fama para abrir su propia galería de arte en la ciudad.
Otros de los trabajos imprescindibles y polémicos del Caballero de la Legión de Honor son las 12 ilustraciones que realizó para un poema corto de Pierre-Jean de Béranger, basado en La leyenda del judío errante, una publicación entonces popular que recreó las opiniones antisemitas y los estereotipo de este mito del cristianismo occidental, que se comenzó a instalar en Europa a partir del siglo XVI.
Dos clásicos literarios convirtieron a su obra en eterna: la Divina Comedia y el Quijote. La obra de Dante salió por primera vez en una tirada de 100 ejemplares, cada uno de ellos pagados de su propio bolsillo. Antes de llevar a cabo su proyecto de manera personal, Doré contacto al famoso editor francés Louis Hachette, a quien le explicó los detalles. El tremendo costo de publicación produjo el rechazo de Hachette, quien aceptó "prestar" su casa editora cuando el artista le ofreció solventarlo por sí mismo. El libro, que contó con 76 grandes grabados salió en 1861 y a las pocas semanas Hachette le escribió en un famoso telegrama: "¡Éxito!, ¡ven rápido!, ¡soy un lameculos!".
Para el encargo del Quijote contó con su experiencia en España, país que visitó en el '62 junto al Barón Davillier para un libro de crónicas sobre el país ibérico que se incluyó en la colección Le Tour du Monde. Su representación del ingenioso hidalgo y de su escudero, Sancho Panza, son tan icónicas que permanecen en el tiempo y fueron y son la inspiración de las nuevas versiones que se realizan tanto en libros como en el cine o el teatro.
Pero sus homenajes literarios no solo se aprecian en papel. Aquellos que caminan por París pueden apreciar una de sus obras en vivo en la plaza del Général-Catroux, donde resalta una gran escultura que esculpió en honor a su admirado Alexandre Dumas, padre.
Gustave Doré murió en 1883, a los 51 años, de un ataque cardíaco. Su última publicación fue para una edición de lujo de El cuervo, de Edgar Allan Poe y dejó inconcluso su proyecto sobre los clásicos de Shakespeare en el que venía trabajando desde hacía una década. A lo largo de su vida realizó más de 10 mil grabados para unas 4.000 ediciones. Hoy, muchos se encuentran en libros de bibliotecas de todo el planeta, como tesoros ocultos listos a ser descubiertos por nuevos lectores.
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