¿Jordan Peterson no puede hablar sobre las mujeres o el matrimonio sin mencionar a las langostas o a los simios, como dice Slavoj Žižek? ¿Y es Žižek, por su lado, un fabricante de astutas y elevadas insinuaciones incapaz de debatir, como dice Peterson? ¿Miente Steven Pinker al afirmar que nuestro presente es el más civilizado en la historia, como lo acusa Slavoj Žižek? ¿Y acaso es Žižek un fan de tiranos como Lenin y un maltratador de estudiantes, como lo describe Pinker? Cuando los escritores odian, todo se reduce a algo muy simple: la palabra ajena contra la palabra propia. Pero cuando los filósofos odian, las palabras no solo apuestan a representar lo universal. Para los filósofos se trata de determinar, también, cuál es su sentido último y acabado. Y, si van en serio, ¿acaso no tienen que estar dispuestos a pelear?
Entre Žižek, Peterson y Pinker la batalla siempre estuvo trazada por los inevitables roces de la ideología. Y esa es una de las zonas más incómodas en cualquier disputa intelectual, pero también una que, como parte de una discusión pública alrededor de sus ideas, ninguno ha optado por embotellar en las silenciosas cátedras universitarias. Al fin y al cabo, como escribió el filósofo Baruch Spinoza en el siglo XVII, la paz no es la ausencia de la guerra sino "una virtud que surge de la fortaleza del alma pensante".
Pero para estas tres "almas pensantes" hay otro elemento en juego: el mejor lugar en el podio de los más vendidos. Un espacio que para los bestsellers mundiales de la filosofía no solo se sostiene con la popularidad y las novedades de su trabajo intelectual, sino también con menciones entre "las 100 personas más influyentes del mundo" según la revista Time, como el caso del psicólogo y lingüista canadiense Steven Pinker, o un canal de YouTube con más de un millón y medio de suscriptores dispuestos a comprar 100 mil ejemplares de su nuevo libro en Corea, como ocurre con el psicólogo canadiense Jordan Peterson, y apodos mediáticos impactantes como "el Elvis Presley de la teoría cultural" o "la mente más peligrosa de Occidente", como han llamado al filósofo esloveno Slavoj Žižek.
De hecho, fue Žižek quien después de presentar en la Universidad de Cambridge su nuevo libro, El coraje de la desesperanza, arrojó la primera piedra al decir con sarcasmo que Peterson, autor de uno de los ensayos más vendidos este año en Amazon (12 reglas para vivir. Un antídoto al caos), había caído en la "estúpida trampa de la derecha contemporánea" al usar el "marxismo cultural" como excusa para encapsular a todo lo que amenaza con socavar a la civilización. Sin embargo, lo que parece una sofisticada disquisición teórica es otra estocada en una disputa que empezó meses antes, cuando Žižek escribió que Peterson era paranoico y ridículo en un artículo publicado en el diario británico Independent.
En aquel momento, el canadiense acababa de irrumpir como "la nueva estrella intelectual de la derecha" al sostener que el fracasado marxismo económico del siglo XX tenía "una nueva piel", con la que buscaba disputar el poder de las sociedades occidentales mediante sus peligrosas influencias en los sistemas universitarios, el pensamiento humanista y las ciencias sociales. Tres zonas en las que, según Peterson, el "marxismo cultural" se infiltra para que germinen reclamos de alcance global como los derechos LGTB+ y el #MeToo. Para Žižek, un marxista convencido de la necesidad de redefinir el significado actual del comunismo, "el oscuro Peterson", como lo llamó, se convirtió así en un adversario instantáneo.
Pero el problema, según Žižek, es que incluso en las críticas de este autor canadiense motivadas por los malestares que afectan a la masculinidad (a partir de las denuncias contra el patriarcado promovidas por las "guerreras feministas", como Peterson las llama), hay más teorías sin verificar, verdades a medias e ideas paranoicas que un registro de las inconsistencias del modelo de vida liberal en el que tales malestares ocurren. ¿Acaso no es Jordan Peterson, se pregunta Žižek, un típico ejemplo de la ideología de las nuevas derechas, dispuestas a identificar un problema pero ciegas ante su verdadera causa?
En otras palabras, ¿y si el origen de los males que "amenazan" a la sociedad no se escondiera en algún misterioso intruso externo, como el "marxismo cultural", sino en las desigualdades del capitalismo tal como funciona a la vista de todos, y que afectan aún más a las mujeres que a los hombres?
Otro de los puntos contra los que Žižek apunta ahora sus burlas es que Peterson, que se presenta como un hombre de ciencia ajeno a la política, justifica la necesidad de una jerarquía entre los hombres y las mujeres mediante comparaciones pseudocientíficas con el reino animal. "Ya hace 350 millones de años las langostas vivían en jerarquías. Su sistema nervioso hace que aspiren a un estatus elevado. Los machos tratan de controlar el territorio y las hembras de seducir a los machos más fuertes y exitosos. Es una estrategia inteligente, que utilizan las hembras de distintas especies, incluida la humana", suele decir en sus entrevistas. Peterson quiso desafiar a Žižek a un debate en Twitter, evento todavía pendiente ya que el filósofo esloveno, por ahora, no participa de esa red social.
Pero si Peterson no parece un adversario a la altura de Žižek, un pensador especializado en las obra de G. W. Hegel y Jacques Lacan, el conflicto con su compatriota Steven Pinker, en cambio, tal vez resulte más adecuado. Para este lingüista y profesor de la Universidad de Harvard, que también acaba de publicar un nuevo libro, En defensa de la Ilustración, la batalla ha durado años, y tiene un condimento esencial para el entretenimiento filosófico de calidad: más acusaciones en Twitter. Como en el caso de Peterson, la raíz de la discordia también es ideológica, y fue una vez más el esloveno quien volvió a tirar la última piedra al dudar de los hechos según los cuales Pinker afirma que habitamos una época en la que "la violencia ha disminuido enormemente", como explica en su exitoso ensayo Los ángeles que llevamos dentro.
En una línea análoga a la de otro bestseller emergente, el israelí Yuval Noah Harari, la tesis de Pinker es que el desarrollo actual de la especie humana, bajo la indiscutible tutela de la democracia liberal capitalista, no solo demuestra que los coeficientes intelectuales progresan, sino que, por eso mismo, hoy vivimos el mejor de los mundos posibles. En base a numerosas estadísticas, comparaciones y registros históricos, Pinker escribe que incluso la capacidad destructiva de los peores regímenes construidos sobre "ideologías utópicas" (su eufemismo para aludir al comunismo) está condenada a desaparecer bajo "normas morales comunes a todo el mundo". Y ante ese panorama tan optimista, la pregunta que Pinker no responde pero que Žižek formula es: ¿y quién establece esas normas?
Que el filósofo esloveno considere a este lingüista canadiense como su verdadero enemigo, como dijo días atrás, tiene sentido. En su libro Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales, Žižek argumenta que es precisamente la violencia invisible y cotidiana del sistema, la violencia que autores como Pinker omiten, la que determina cuál es la "normalidad de la no violencia", al punto de pervertir nuestra noción de lo que es esa normalidad. Un ejemplo de esta violencia invisible en las estadísticas es el feroz contraste entre los países profundamente injustos en términos de distribución de riqueza, pero seguros y elogiados por los organismos internacionales de crédito. Definido el territorio para el combate por el sentido, ahora solo basta esperar por la nueva temporada de contraataques.
_____
SIGA LEYENDO
"Campos de Londres": historia del gran fiasco entre Hollywood y la literatura