¿Quién le teme a Benito Mussolini? Seguramente no Antonio Scurati. Un escritor que se atrevió a lo que nadie, en Italia, había hecho hasta ahora: contar la gran novela del fascismo.
Esa novela es M. Il figlio del secolo (M. El hijo del siglo), una obra monumental, basada en una investigación de años. En los planes de Scurati, la primera parte de una trilogía que abarcará la (trágica) epopeya mussoliniana desde sus comienzos hasta la muerte del dictador en 1945.
El libro, publicado en Italia por la editorial Bompiani, se convirtió en el caso literario del año. El éxito se reflejó en las ventas y en el debate que se abrió entorno a la obra: ¿Qué es lo más oportuno? ¿Destacar la recuperación de una historia que las nuevas generaciones van olvidando o, en una época de fascinación global por los autócratas, advertir sobre los riesgos de una supuesta mitificación de Mussolini?
El eco de ese debate llegó hasta las páginas de The New York Times y promete intensificarse a medida que el libro sea traducido a otros idiomas y se convierta en una serie producida por Wildside, la misma productora de "La amiga estupenda", basada en el homónimo libro de Elena Ferrante. Otro reciente caso literario made in Italy.
Lo cierto es que Scurati, profesor universitario, periodista, autor polémico y agudo, sabe que está transitando un terreno resbaladizo. Por eso en varias entrevistas afirmó que la novela —a la que llama "novela-documental", porque en ella nada está inventado— es su contribución a la que considera una necesaria "refundación de antifascismo". "Estoy convencido de que, al concluir la lectura, el antifascismo de los lectores saldrá reforzado", dijo.
Resumiendo en pocas líneas sus 827 páginas, el libro es a la vez un relato épico y la crónica en tiempo real de cómo nace una dictadura. Cuenta los primeros cinco años de formación sociopolítica del fascismo, desde la fundación de los Fasci di Combattimento, el embrión del Partido Fascista, el 23 de marzo de 1919, hasta el 3 de enero 1925, la fecha que los historiadores consideran el comienzo oficial del régimen. A través del uso del presente histórico, Scurati anula la distancia temporal que separa al lector de los eventos y lo mantiene en vilo hasta el final, como si ignorara el desenlace de la historia. Una historia que no deja de fascinar, con esa oscura fascinación que tienen las cosas que nos provocan horror.
Cada capítulo está encabezado por una fecha y un personaje y, al final, se presentan documentos históricos —notas, informes policiales, cartas, diarios íntimos— que complementan y validan el relato principal y nos recuerdan que sí: lo imposible ocurrió. Según dijo el propio Scurati, son documentos "reveladores y conmovedores porque demuestran cuanto los hombres sean ciegos frente a los sucesos de su vida mientras la viven".
El libro nos presenta a un Mussolini en la cúspide de su fuerza física e intelectual. Tiene 34 años y es director del periódico Il Popolo d'Italia, que fundó tras salir del Partido Socialista y desde el cual llevó adelante una encendida campaña a favor de la participación de Italia en la Primera Guerra Mundial. Ese diario será, junto a la violencia de los "camisas negras", su principal herramienta de conquista del poder. Mussolini es retratado como un hombre del pueblo —hijo de un herrero— bohemio y ambicioso. Su cuartel general se encuentra en un barrio de Milán llamado Bottonuto, en medio de calles estrechas, tabernas de mala muerte, olor a orina y prostitutas. Un barrio que, irónicamente, el régimen derrumbará por completo en los años 30.
Es el año 1919, la guerra acaba de terminar. Italia fue uno de los países ganadores, aunque la victoria llegó a un precio económico y humano incalculable. Los veteranos están descontentos: aquello que se les había prometido —una reforma agraria, una nueva Italia— fue aplazado sine die. La reinserción social es difícil. Será este grupo de gente dura, acostumbrada a las trincheras, el que constituirá el núcleo fundacional del fascismo. Las bases de los escuadristas que sembrarán el terror en sus incursiones con cachiporra y aceite de ricino.
"Un pueblo de veteranos, una humanidad de sobrevivientes, de sobras", los califica Mussolini. "Y sin embargo ésta, y sólo ésta, es mi gente. Lo sé muy bien. Yo soy el desterrado por antonomasia, el protector de los desmovilizados, el perdido en busca del camino. Pero la empresa existe y hay que llevarla adelante. En esta sala medio vacía, abro las narices, huelo el siglo, extiendo el brazo, tanteo el pulso de la muchedumbre y tengo la certeza de que mi público existe".
Tras esa reunión frente a "unas cientos de personas" comienza esa construcción política e ideológica llamada fascismo. Y asombra la facilidad con la cual, en un puñado de años, esas pocas decenas de personas se van convirtiendo en una muchedumbre sin rostro. Serán decisivos los años del "bienio rojo", un periodo de huelgas, caos, enfrentamientos mortales en las plazas, en el que la revolución socialista parece estar a un paso, pero al final no llega.
Scurati describe todas las contradicciones y los titubeos de los líderes socialistas que desaprovechan el momento propicio
Scurati describe todas las contradicciones y los titubeos de los líderes socialistas que desaprovechan el momento propicio. Hasta cuando, los empresarios, los terratenientes, los burgueses, los medios liberales —el establishment, diríamos hoy— respiran aliviados y comienzan a reclamar orden después de tanto desmadre. Y para obtenerlo se dirigen al único hombre que se los puede dar: Mussolini.
Es en estos momentos cuando aparece el genio político del hombre. Ambiguo, sutil, oportunista. "Negociar, engañar, amenazar. Negociar con todos, traicionar a todos", dice, en una síntesis de su concepción política. Hábil orador, un innovador de la palabra, usa frases perentorias, duras, memorables. Que adelantan un siglo, según Scurati, a los modernos tuits.
“Negociar, engañar, amenazar. Negociar con todos, traicionar a todos”, dice, en una síntesis de su concepción política.
Entonces comienza una segunda fase. La fase de la violencia sistemática e indiscriminada contra todos aquellos que aún se oponían al avance de la fuerza emergente y de la paulatina toma del poder en las principales ciudades del norte de Italia. Y así, asistimos al error garrafal de los funcionarios del Estado, de los medios liberales y los intelectuales que apoyan el fascismo y su violencia por ser un mal necesario. Piensan que, pasada la tormenta, se va a normalizar. El resultado de ese error de calculo será la Marcha sobre Roma de 1922, la llegada al gobierno y la conquista definitiva del poder tras el asesinato en 1924 del diputado socialista Giacomo Matteotti, el único opositor capaz de mantener en jaque al régimen a través de la constante y precisa denuncia de sus crímenes en el Parlamento. El único que entiende con lucidez lo qué está pasando: "Hice mi discurso. Ahora ustedes preparen la oración fúnebre", les dice a los compañeros después de una intervención. Finalmente, con el célebre y dramático discurso en el que Mussolini asume la "responsabilidad política y moral" del asesinato, concluye la novela.
Pero Mussolini, desde luego, no es el único protagonista. A su alrededor aparecen los personajes, algunos ilustres, que se relacionan con él en esos años y en los siguientes: el poeta y escritor Gabriele D'Annunzio, protagonista de la "Empresa de Fiume", a la que Scurati dedica páginas memorables, el fundador del futurismo Filippo Tommaso Marinetti, Cesare Rossi, el socialista Nicola Bombacci y futuros jerarcas del régimen como Amerigo Dùmini, Albino Volpi, Leandro Arpinati, Italo Balbo, Roberto Farinacci.
Y mujeres como Ida Dalser, supuesta primera esposa de Mussolini que el régimen internó en un manicomio para silenciar sus reclamos (su historia fue contada en la película Vincere de Marco Bellocchio). La esposa Rachele, que refleja la misoginia de una época en la que la mayoría de las mujeres eran relegadas al cuidado de la casa y de los hijos. Y sobre todo Margherita Sarfatti, la culta, mecenas, influyente, aristocrática judía amante de Mussolini. La mujer que como nadie contribuyó a que el hijo de un herrero se convirtiera en el Duce. Y qué se verá forzada a huir víctima de las leyes raciales aprobadas por el régimen en 1938.
Y, por último, el protagonista es el pueblo italiano, que por momentos parece desconcertar al propio Mussolini, el hombre que mejor sabe interpretar sus humores y deseos. Más de una vez lo vemos interrogarse sobre la gente que está frente a él, como si no pudiera creer o entender cómo hizo posible el surgimiento de esas "muchedumbres de burgueses que de repente empuñan el bastón", como si el fascismo no fuera "el huésped de este virus que se difunde sino el invitado".
“Desde Milán, Mussolini festeja pero queda boquiabierto frente al repentino cambio de bando de esos peones que hasta el día de ayer eran socialistas y ahora son fascistas”, escribe Scurati
Un pueblo voluble, inconstante, caprichoso. "Desde Milán, Mussolini festeja pero queda boquiabierto frente al repentino cambio de bando de esos peones que hasta el día de ayer eran socialistas y ahora son fascistas", escribe Scurati. "Siente la grandeza del momento y sin embargo una fibra escondida en su interior tiembla con una corazonada angustiada frente a la rapidez del vuelco en la fidelidad de los pueblos. ¿Efímero o duradero? ¿Exterioridad o sustancia? ¿Una ola que pasa o algo que queda?".
Unas palabras que serán proféticas. Válidas, parece decirnos Scurati, para los líderes —más o menos autoritarios, más o menos populistas— de ayer y, sobre todo, de hoy.
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