Esta historia comenzó hace más de 30 años. Estoy hablando de Federico Moura, el aniversario de su partida de este mundo y el detrás de la escena del libro -escrito junto al amigo y colega Sebastián Ramos- que celebra su vida y obra. Un trabajo de investigación periodística que emprendimos y concretamos a toda velocidad, según el calendario exigía: de distribución gratuita por el Ministerio de Gestión Cultural de la Provincia de Buenos Aires, fue pensado para acompañar el show-homenaje que un grupo de músicos y cantantes (Juanchi Baleiron, Javier Malosetti, Leo García, Ale Sergi, Soledad Pastorutti, Manuel Moretti, Louta, entre otros) ofreció en el estadio de La Plata el viernes 8 de junio de este año, durante el festival Provincia Emergente.
La idea surgió y me fue comunicada una noche de fines de marzo, mientras mi hija Lucía se hamacaba en la placita de la estación Coghlan. Teníamos abril y mayo para hacerlo. Allá fuimos, guiados por el entusiasmo que nos mantiene ejerciendo esta castigada profesión de periodistas pero, claro, también empujados por la admiración que sentimos por el personaje en cuestión. Los ejes centrales de un texto centrado en Federico (no en Virus, es bueno aclarar) incluían, a nuestro entender, la mayor cantidad de testimonios de la gente cercana, colegas, amigos y familiares a modo de "retrato coral"; un análisis de algunas letras relevantes de canciones idem por Roberto Jacoby y Eduardo Berti; y una recopilación de sus mejores dichos en entrevistas con medios emblemáticos de los años 80: el Sí de Clarín, la revista Cantarock, Humor, el diario La Nación, el programa radial Submarino Amarillo, entre otros.
Pero debo volver al comienzo y contar por qué "esta historia comenzó hace más de 30 años". Inevitable pensar en un momento particular de mi adolescencia, en 1985. La noche del 31 de diciembre caminábamos por avenida Santa Fe con mi hermano y mis viejos en la previa de la cena de fin de año. No había mucha gente. Y a la altura de Ayacucho o Junín, nos encontramos a Federico mirando una vidriera. Paramos. Mi hermano -también periodista de rock- lo saludó y nos presentó. Él, que ya era una estrella, se acercó sonriente y fue amable en la breve conversación. Yo tenía 15 años y aún recuerdo el impacto.
Unos meses antes lo había visto durante la primera noche del Festival Rock and Pop. El show de Virus fue extraordinario. Él dominante sobre el escenario, Isabel de Sebastian y Celsa Mel Gowland en los coros, la banda una maquinaria ajustada y cada uno de esos hits en catarata: El probador, Wadu Wadu, Agujero interior, Me puedo programar y todos los que ya sabemos… Está el video en YouTube y vuelvo a escucharlo mientras escribo.
El muchacho petiso y bien flaco que miraba ensimismado una vidriera en la noche de un 31 de diciembre, y el gigante, moderno y carismático frontman capaz de hacer bailar y cantar un estadio, eran la misma persona. Así lo recuerdo hoy, a 30 años de su lamentada partida.
Volvamos al libro. Embarcarnos en la aventura de conseguir los que nosotros considerábamos valiosos testimonios sobre Federico fue, eso, una aventura. En su círculo íntimo de familia y amigos todavía impera cierto mandato de discreción, heredado tal vez del mismo valor que cubrió el avance de su -por entonces- casi innombrable enfermedad. Pero una vez puesta en marcha la búsqueda, todo fluyó. Tuvimos a su madre Velia, una venerable anciana que con extrema lucidez y devoción por su cachorro dedicó varias horas de una tarde en su casa platense, para hablar de cuán inquieto y sagaz era, de cómo tocaban el piano diariamente para divertirse. Y de cómo aún hoy, él vive a través de sus canciones. "Me sorprende que su música siga sonando. Por ahí voy en un taxi o un remis, o paso por un negocio, y él está cantando. Me produce mucha alegría pero también me asombra. Lo mismo que ahora le hagan un homenaje. Aunque si estuviera vivo, a él no le gustaría nada…", nos dijo la señora.
Entrevistamos también a sus amigos pintores, cocineros, productores, músicos y compañeros de Virus. También a quienes formaron parte del equipo interdisciplinario que él armó para cada puesta en escena de Virus. Porque Virus era una banda que "ponía en escena" un espectáculo: coreógrafos, diseñadores visuales, vestuaristas, escenógrafos potenciaban y embellecían algo que claramente no era un simple recital de rock. El diseñador Carlos Guaragna -hoy empresario gastronómico en Córdoba-, que fue el primer manager de la banda, relató un gracioso y casual en una lanchonette del Barrio do Bixigas, en San Pablo (Federico amaba Brasil, aunque prefería Río). El Dj Carlos Alfonsín, compañero de Cerati y Zeta Bosio en la Universidad de El Salvador, destacó su apertura y permanente curiosidad artística. "Era sensible, abierto a nuevas propuestas, tendencias. Me sorprendía por eso, conocí a otros músicos mucho más creídos, que todo lo sabían. Nos gustaban cosas en común y a partir de ello surgió la idea de trabajar con él", nos contó.
Cada uno de los entrevistados nos abría una ventana más, hacia otra persona, otras historias. "Hablá con tal o cual, él/ella te va a contar muchas cosas que vivieron", era más o menos el comentario final que recibíamos. Fuimos sumando valiosos testimonios que nos revelaron aún más profundo a la persona detrás del personaje. Cristian Trincado fue muy generoso para cedernos un capítulo de su excelente libro Del otro lado de la fiesta. El artista visual Eduardo Capilla, parte del team Soda Stéreo y sus inolvidables conceptos visuales pero también cercano a Federico, dijo que "su estatura artística fue tan grande que a Gustavo (N. de la R: Cerati) lo movilizó a otra búsqueda, a perfeccionar su comportamiento en escena. Lo impulso a competir".
También hablaron Pancho Luna -pintor radicado en Estados Unidos- y amigo personal de los Moura; el fotógrafo Marcelo Zappoli, autor de buena parte de las imágenes de los discos de Virus; el coreógrafo Alejandro Cervera, quien fue invitado por Lorenzo Quinteros para sumar su opinión a una puesta en escena; el peinador francés Cyrill Blaise, clave para entender el atractivo único del look que la banda convirtió en uno de sus grandes rasgos; los periodistas-testigos de época Alfredo Rosso, Eduardo Berti y Víctor Pintos; los productores Oscar López y Alejandro Pont Lezica; su amigo y compañero Daniel Sbarra… La lista podría continuar un par de párrafos más.
Con sus amigas Renata Schussheim, Adriana San Román e Isabel de Sebastián fue muy especial sentarse a conversar de Federico. Renata dijo que "parecía un personaje salido de mis dibujos. Una cara de fauno, de sátiro y con esos ojos verdes. Me quedé hipnotizada por él y me acerqué y le dije que quería conocerlo y ser amigo suyo". Adriana, vestuarista y también responsable -como Cyrill- del look matador de Virus, nos conmovió cuando relató el momento en que Charly García -ella había sido "celestina" de amistad entre los dos músicos- se enteró de la enfermedad de Federico. Ese es, para mí, uno de los momentos más potentes del libro: "Un día estaba en la casa de Charly con una expresión muy triste, con cara de culo. Y me preguntó '¿qué te pasa?'. No aguanté, me puse a llorar y le dije 'te voy a contar la verdad'. Ni bien me escuchó, me dijo '¡vamos ya!'. Llegamos y Charly lo abrazó y le dio un beso en la boca. Imaginen el amor que se tenían".
Entre Nueva York y Buenos Aires, donde va y viene, Isabel de Sebastián pidió tiempo para elaborar por ella misma, sin preguntas de por medio, su propia semblanza. "Los ojos de Federico eran inmensos. No por lo grandes, sino porque cuando algo le gustaba cabía un mar en su mirada, y cuando algo le caía muy mal, podían contener un glaciar. Su inteligencia brillaba en esos ojos, que, en el medio del caos de la época, mantenían la tranquilidad suficiente para observar con profundidad a su alrededor", escribió.
El libro contiene 30 testimonios por el estilo. El último, por orden de buscado y recibido, vino de su hermano Julio nada menos. "No es fácil Julio", me anticiparon algunos músicos amigos. Uno de ellos, generoso como siempre, se encargó del aviso previo y proveyó su número. Hechas la presentación y menciones de familiares y amigos de rigor en estos casos -como prueba de confianza, el nombre de mi hermano Víctor funciona perfecto con todos los rockeros argentinos-, el guitarrista y coautor de casi todas las grandes canciones que Virus nos legó, aceptó participar. No sin dejar en claro que no le gustaba que hable "cualquiera" de su hermano -no especificó quién, la verdad sea dicha- y que se iba a tomar su tiempo para elaborar un pensamiento razonable.
Tardó, sufrimos porque había que terminar el libro y enviarlo a imprenta, pero finalmente llegó el correo electrónico con sus palabras. Así fue publicado. "Pocas veces escuche o leí declaraciones que hablen de Federico desde el lugar más profundo de su vida, de sus proyecciones en constante movimiento y desarrollo. Siempre percibí que veían o puntualizaban los distintos matices de su vida en forma separada y observando tal o cual faceta, como rasgo distintivo. Sea su imagen física, su sexualidad, su manera de moverse en el escenario, su seducción, y atribuyéndole cuestiones que podían ser claras o simplemente eran deducciones que cada uno hacía en base a su imaginación o identificación", comienza su texto.
Pero ahí no terminó la historia. La noche del show-homenaje se llevó el libro bajo el brazo y al día siguiente, reinició la conversación. No sería ético ni respetuoso revelar el contenido de correspondencia privada, pero se puede resumir que algunos testimonios del libro no le gustaron, otras las consideró "imprecisas" e incluso remarcó errores puntuales sobre autoría de canciones. Pero se mantuvo diplomático y amable, agradeció nuestra "sabiduría" y aclaró que no quería tener la razón de nada. Mi respuesta, que sí voy a revelar, funge como apropiado cierre para esta nota y para que el lector pueda entender por qué hicimos este libro: "Admiramos y llevamos vuestra música para siempre en nuestros corazones. Nada cambiará ese sentimiento".
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A 30 años de la muerte de Federico Moura, el recuerdo de su hermano Marcelo