Buenos Aires, verano del 75, redacción de la revista Gente. Chiche Gelblung, tironéandose el pelo entonces abundante, me llama:
–Juntá a Borges y Sábato. Hace veinte años que no se hablan. ¡Notón!
–Bueno, tampoco van a besarse y abrazarse porque yo les pida la nota…
–El "no" ya lo tenés. Jugáte por el "sí".
–A la orden, mi capitán.
–No jodas…
Revisé algunos papelotes en el archivo y encontré unas palabras de Sábato: . "Inevitablemente, tanto uno como otro dijimos palabras quizá injustas. Nos separaron crueles ideas sobre el destino de nuestra patria común". Un piadoso modo de decir que en política eran agua y aceite…
Pero había que poner manos a la obra…
Una mañana de febrero, muy temprano, casi al alba, hora en que Ernesto Sábato recorre su selvático jardín y riega las plantas, marqué los siete números de su teléfono. Siete, número cabalístico. Y febrero, mes del comienzo de El Aleph, el perfecto cuento de Borges: "La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió…, etcétera.
Dos buenas barajas…
Tanto, que Sábato dijo "si Borges quiere, estoy de acuerdo". Y Borges, sin preámbulos, quiso…
El encuentro fue el martes siguiente.
Sábato tenía zapatos anchos, pantalones grises, saco azul, camisa colorada, y Borges interrumpía el azul profundo de su traje con una corbata verde y amarilla.
En el remise, un Chevrolet 400, ellos atrás, y adelante Eduardo Forte, un number one de la lente, y yo.
Eligieron, como primera parada, Parque Lezama. Después, San Telmo. Y allí, en un almacén de piso ajedrezado, cada uno con un vaso de caña –propuesta de Borges–, empezaron a hablar. Y ya no me atreví a interrumpirlos…
BORGES –La vida es soportable porque ocurre en tajadas. Uno se levanta, se afeita, desayuna. Va haciendo las cosas lentamente. Por eso la vida es menos espantosa…
SABATO –Claro. Imagínese un hombre que se pasara toda la vida afeitándose. O diciendo Buenos días. Mucha gente supone que los hombres famosos nunca dicen Buenos días o toman café con leche, como cualquiera. Si los ven tomar café con leche, ya no creen en su fama. La gente parece ignorar que el hombre no siempre escribe el Quijote. A veces paga impuestos…
B –Es cierto. Lo mismo que esos que dicen: "A fulano lo conocí siendo de este alto". Bueno, ¿qué pretenden? ¿Que naciera siendo gigantesco?…
S –Muchas señoras de la época habrán dicho algo parecido de Marcel Proust: "¿Pero quién iba a decir que Marcelito escribiría una obra maestra?". Los famosos no pueden vivir a la vuelta. Tienen que vivir en el país de ninguna parte…
B –Sí, en Utopía. Las palabras tienden trampas. Uno dice: "Ese lugar es estupendo". Y estupendo parece provenir de estúpido…
S –Yo inventé la palabra afroidisíaco, que es una combinación de Freud y afrodisíaco.
B –Yo conocí una orquesta de zíngaros. Pero en realidad no eran tan zíngaros. Eran apenas gríngaros.
B –¿Ya llegamos a Parque Lezama?
S –Sí. Me gustaba más antes, cuando no estaba tan endurecido por las veredas, cuando los caminos eran de tierra…
B –El Parque Lezama me trae muchos recuerdos. Hablando de otra cosa… ¿Por qué se dirá la prosa orteguiana o cervantina en lugar de la prosa de Ortega o de Cervantes ?
S –Además…, ¿qué prosa podría escribir Ortega sino orteguiana? Si fuera la prosa kantiana de Ortega, en fin… Pero la prosa orteguiana de Ortega es una tautología. Menos mal que no dicen la prosa ortegagassetiana, que es mucho más horrible…
B –Como algunas traducciones. Yo conocí a una persona que traducía palabra por palabra, e interrumpía su trabajo cada vez que alguien llamaba a la puerta. Hay que ver los disparates que le salían…
S –Es que para traducir no sólo hay que conocer a fondo el idioma. Hay que leer el libro muy profundamente.
B –Claro. No es una tarea mecánica ni técnica…
S –Piense qué locura sería tener intuiciones instantáneas del universo, sin conexión entre sí. El universo como conjunto de instantáneas.
B –Sería imposible. ¿Hay escalones ahora?
S –Los peores. Hay escalones que no parecen escalones.
B -Es lo que sucede en la oscuridad…
S –¿Cuál es la mejor traducción que usted conoce, Borges? La mejor traducción de cualquier cosa.
B –Es difícil…
S –Dicen que la Biblia es una gran traducción. Y Proust al inglés, también.
B –Es posible. Sin embargo, el traductor de Proust empezó mal. En busca del tiempo perdido no responde al original. Es una cita de Shakespeare…
S –Es cierto. Suena un poco absurdo.
B -Hace un instante alguien me recordó que yo escribí en un prólogo que la única cifra que recordaba del Catálogo de Bruselas (un catálogo para bibliotecarios) es el número 213, que corresponde a Dios. Ya había olvidado ese número, en realidad…
S –Doscientos trece. Es un número bastante cabalístico, sin embargo. La suma es seis. Está formada por los tres primeros números (uno, dos, tres). Empieza por el par, que es la dualidad del mundo. Termina con el tres, que es la Trinidad. En fin, la cosa no está tan mal: para principiante de bibliotecario le fue bastante bien, Borges.
B –Hablábamos el otro día de sabiduría popular. De adagios.
S –Los adagios aciertan siempre. Uno dice Al que madruga Dios lo ayuda. Y otro, No por mucho madrugar amanece más temprano. Claro, así es fácil. Si no acierta por un lado, acierta por el otro.
B –Es el caso de Más vale pájaro en mano que ciento volando, y Más vale buena esperanza que ruin posesión, que es lo contrario.
S –Claro. Adagio y contraadagio. La sabiduría de los adagios es una especie de perogrullada. Además, algunos son siniestros, canallescos. Por ejemplo, La caridad bien entendida empieza por casa. Hablar de la sabiduría de un pueblo sobre bases semejantes es una iniquidad.
B –Me acuerdo de una frase feliz de Paul Groussac. Decía que Sarmiento sabía el latín y sospechaba el griego.
S –Suele decirse: Fulano domina varias lenguas. Generalmente uno no domina ni la de uno…
B –Mas bien está dominado por ellas.
S –Además, entre las lenguas hermanas hay pequeñas sutilezas devastadoras. El tiempo hace que las palabras deriven hacia significados opuestos. Nimio era grande; ahora es pequeño.
B –Cold (frío, en inglés), antiguamente quería decir lo contrario: calor. Pasó el tiempo y se olvidaron de su significado. Sabían que tenía algo que ver con la temperatura, pero no si era frío o caliente S –Claro. Cold se parece mucho a caldo, que es caliente en italiano. Es muy posible que en inglés antiguo cold fuera caliente. La raíz común es el sánscrito. ¿Usted sabe sánscrito, Borges?
B –No.
S – Pero lo sospecha.
B –Tampoco. Podríamos tomar una caña…
S –Bueno. Enfrente hay un almacén.
B –¿En qué esquina?
S –Defensa y Humberto Primo.
B –¡Ah! Muy cerca. Recuerdo que hay una iglesia danesa que parece de juguete. Y también una iglesia rusa.
S –Recién, cuando estuvimos sentados en la plaza Dorrego, Serra dijo que ese momento le parecía histórico.
B –Bueno, todos los hechos son históricos.
S –¿Le parece? Yo creo que si un hombre se acerca y dice: Buenos días, caballeros. ¿Me permiten venderles unos lápices?, no está protagonizando un hecho histórico.
B –Es posible. ¿Tomamos esa caña, entonces?
S –Sí. Recuerdo que la primera vez que usted dio una conferencia, estaba tan aterrado que fuimos a tomar una caña al Fénix.
B –Lo había olvidado. Es raro ese terror. En una conferencia, uno tiene todo a favor. La tarima, la silla, el vaso de agua. Nadie lo interrumpe.
S –Claro. Es una agresión unidireccional.
B–¿Usted sabe que el primer texto que escribió Robert Louis Stevenson fue un trabajo sobre las lámparas de los faros? Fíjese qué curioso. Los mayores de Stevenson eran constructores de faros. El escribió La isla del tesoro a fuerza de mirar un mapa que alguien había dibujado y olvidado. También fue pintor en Francia. Una vez llegó a un hotel con su hermano. En el hall había una señora con otra mujer mucho más joven. Stevenson miró a la más joven un largo rato y le dijo a su hermano: ¿Ves esa mujer? Yo voy a casarme con ella. Al cabo de muchos años viajó a los Estados Unidos. Recorrió el país en tren, que en aquella época debió haber sido un viaje espantoso. Finalmente llegó a San Francisco, encontró a la mujer y le dijo: "Aquí estoy". Y se casaron. Qué curioso…
S –Realmente.
B –Stevenson murió mientras preparaba una ensalada. El jamás había comido ensalada. Aborrecía las ensaladas. Cuando alguien le contó el episodio a Chesterton, éste respondió: "Ahora sí creo que Stevenson ha muerto. Era un hombre que siempre estaba haciendo cosas inesperadas".
S –Es gracioso. Claro, el mejor indicio de su muerte era que estuviera preparando una ensalada…
B –Sábato, no me gusta eso de Hemingway. Que cazara leones. ¿Se arrepintió alguna vez?
S –No sé. Se suicidó con un tiro de escopeta. Está probado.
B –No lo sabía.
S –Esa muerte está de acuerdo con su temperamento, con su concepto de la vida y de la muerte. No quería ser un incapacitado, y sabía que estaba gravemente enfermo.
B –No me gusta la matanza de animales…
S –Cazar animales es una expresión de cobardía. Excepto el toreo, que es una lucha terrible.
B –Pero el toro lleva la peor parte…
S –No crea, Borges, no crea. ¿Los españoles lo tomaron de Creta, no?
B –En la Argentina desapareció, porque era muy común que lo hiciera un solo hombre con un lazo y un cuchillo… Me contaron que Hemingway dibujó una cruz svástica en la casa de Waldo Frank. Alguien lo vio, y Hemingway dijo que era una broma. Yo creo que no podía hacer una broma con eso, ¿no?
S –No parece cierto. Si es cierto, es un horror.
B –Parece que Hemingway era un hombre muy valiente. Que liberó su barrio de París a punta de pistola, solo, antes de que llegaran las tropas.
S –La crueldad y la valentía tienen mucha relación.
B –¿Por dónde estamos?
S –Por el obelisco.
B –¿Cuándo nos conocimos nosotros? A ver…Yo he perdido la cuenta de los años. Pero creo que fue en casa de Bioy Casares, en la época de Uno y el universo, ¿no?
S –No, ese libro es de 1945. Creo que nos conocimos antes. Sí, en casa de Bioy, pero un poco antes, a raíz de un trabajo que publiqué en Sur sobre La invención de Morel. O sea… Debe haber sido por el cuarenta. ¡Qué barbaridad! Hace treinta y cinco años.
B –Esas reuniones… Recuerdo que podíamos estar toda la noche hablando sobre literatura o filosofía. Era un mundo diferente. Ahora me dicen que se habla mucho de política. Pero interesan los políticos. La política abstracta, no. Nuestras preocupaciones eran otras…
S –Yo mas bien diría que en aquellos encuentros hablábamos de nuestra pasión, la literatura, y de la vida. Pero no porque no nos preocupara la política. A mí, al menos.
B –Es que no se hacía ninguna referencia a los diarios, a las noticias cotidianas, fugaces…
S –Sí, tocábamos temas permanentes. A la noticia cotidiana se la lleva el viento. Lo más nuevo que hay es el diario, y es lo más viejo al día siguiente.
B –Claro, está escrito para ser olvidado.Un diario, digo, se escribe para el olvido, deliberadamente para el olvido.
S –Dígame si no sería mejor publicar un diario cada año, o cada siglo tal vez. Quiero decir, cuando sucede algo verdaderamente importante, nuevo…
B –Sí… Creo que sí.
S –Además, ¿cómo se puede pensar que haya hechos trascendentes cada día?
B –Es que no se sabe de antemano cuáles son. La crucifixión de Cristo fue importante después, no cuando ocurrió.
S –Imaginemos un título a toda página: EL SEÑOR CRISTÓBAL COLÓN ACABA DE DESCUBRIR AMÉRICA.
B –No sé… Como yo nunca he leído un diario, siguiendo el consejo de Emerson…
S –¿Quién? ¡Ah!, Emerson. Yo casi no los leo. Apenas cuando considero que algo es importante.
B –Ese tiempo parece muy lejano. Sí, claro, cronológicamente es lejano. S –El tiempo no existe, claro.
B –Quiero decir, yo sigo viviendo mentalmente en esa época, y además la ceguera me ayuda. Recuerdo la polémica Boedo y Florida, por ejemplo, tan célebre hoy. Fue sólo una broma tramada por Roberto Mariani y Ernesto Palacio…
S –Bueno, Borges, ya sé que para usted el tiempo no existe, pero "aquél entonces" no era el mío.
B –Sí, lo sé. Pero recordaba esa broma, Florida-Boedo. A mí me situaron en Florida, aunque yo habría preferido estar en Boedo. Pero me dijeron que ya estaba hecha la distribución. Desde luego, no pude hacer nada, me resigné.
S –Entonces yo tenía diez años, más o menos, y todavía no me preocupaban las escuelas literarias.
B –Fijesé que Arlt, en ese entonces, era partidario de Uriburu. Bueno, un poco después. Pero cuando se produjo la revolución, él apoyaba a Uriburu y yo era radical. Sin embargo, ahora se lo muestra a Arlt como todo lo contrario.
S –Roberto Arlt era más bien un anarquista. ¿Pero se acuerda, Borges, que aparte de la literatura y la filosofía, usted y Bioy sentían una gran curiosidad por las matemáticas? La cuarta dimensión, el tiempo… Aquéllas discusiones sobre Dunne y el universo serial…
B –¡Caramba! Claro… Los números transfinitos, Kantor…
S –Y el Eterno Retorno, Nietzsche, Blanqui…
B –¡Y los pitagóricos!
S –Las aporías, Aquiles y la tortuga… Nos divertíamos mucho, sí. Recuerdo cuando Adolfito leía los cuentos de Bustos Domecq recién salidos del horno. Pero a Silvina Ocampo no le gustaban. Permanecía muy seria, ¿no?
B –Bueno, Silvina solía leer esos textos con indulgencia, casi con gesto maternal…
S –¿Le parece? Yo creo que sentía fastidio. A veces se iba a otra parte a escuchar a Brahms.
B –A mí, sin embargo, los cuentos de Bustos Domecq me causaban gracia, a pesar de que esa gracia después no fuera compartida por nadie.
S –Vamos, Borges, no embrome. Y también se hablaba mucho de Stevenson. Eso de los silencios de Stevenson. Lo que calla, a veces más significativo que lo que expresa.
B –Claro, los silencios de Stevenson…Y también Chesterton, Henry James… No, creo que de James se hablaba menos.
S –Al que le interesaba mucho era a Pepe Bianco.
B –Sí, él había traducido The turn of the screw. Mejoró el título, es cierto. Otra vuelta de tuerca es superior a La vuelta de tuerca, ¿no?
S –Representa con más claridad la idea de la obra.
B –La enormidad de las traducciones… Hay un film inglés cuyo título original The imperfect lady lo tradujeron aquí como La cortesana. Perdió toda la gracia, naturalmente.
S –¿Y qué me dice de La mujerzuela respetuosa? ¡A lo que puede llegar la cursilería!
B –Mujerzuela… Una palabra que ya nadie usa.
S –La misma mojigatería que con la obra de John Ford: Lástima que sea una perdida. ¿Se imagina? Nada menos que un autor como Ford, un tipo de esa época de piratas…
B –¡Sí! Precisamente altera el título. Que es donde más ha trabajado el autor.
S –¿Y acaso el título no es la metáfora esencial del libro? B –Claro, suponiendo que los títulos no sean casuales. Bueno, se supone que los libros no son casuales…
S –A veces, con optimismo. Esas cuestiones, la cultura, el arte, los libros, ¿tenían trascendencia fuera de casas como las de Bioy o de algunos reductos?
B –No, creo que no. Por ejemplo, no se presentaban libros. No eran pretexto de cocktails o invitaciones para que los invitados se sintieran obligados a comprar ejemplares.
S –Sin embargo, Borges, creo haber oído que en tiempos del grupo Martín Fierro también se hacían esas cosas. ¿No las organizaba Oliverio Girondo?
B –Sí, es cierto… Cuando Girondo publicó El espantapájaros, hizo desfilar un coche con uno de esos muñecos por la calle Florida…Mi propia experiencia no fue mejor en cuanto al hecho público. Con trescientos pesos que me dio mi padre hice imprimir trescientos ejemplares de mi primer libro. ¿Qué otra cosa pude hacer que repartirlos y regalarlos a los amigos? ¿A quién le importaba alguien que escribía poemas y se llamaba Borges?
S –A propósito, pienso en las editoriales y las comparo con los bancos. Son instituciones paradójicas. El banco le presta dinero al señor que no lo necesita. El editor le publica al escritor que todos se disputan. Pero hoy, los kioscos desbordan de libros. Antes, en el año 35, solamente Arlt se vendía en kioscos.
B –¿Libros en los quioscos?
S –Sí, El Aleph, Ficciones, y también los clásicos. Sí, Borges, y me parece bien que sus libros estén allí en la calle, casi al paso de cada lector.
B –Pero…, es que antes no era así, claro…
S –Pero mucho antes, ¿recuerda que en los almacenes de campo, cuando hacían sus pedidos a Buenos Aires, junto a las bolsas de yerba y los aperos, pedían algún ejemplar del Martín Fierro?
B –Martín Fierro no es precisamente un personaje admirable, sino admirable el poema como arte. No, Martín Fierro no es un ejemplo, claro…
S –Para usted es una especie de antihéroe, creo…
B –Un desertor que deleita a los militares. Porque el Martín Fierro es la historia de un desertor. Pero si usted le dice eso a un hombre de armas, se indigna.
S –Es que Fierro es un iracundo, un rebelde ante muchas de las injusticias de su tiempo.
B –Mi abuela, en el 72 y el 73, vio a los soldados en el cepo. José Hernández no conoció nada de eso. Se documentó, se basó mucho en el libro de su amigo Lucio Mansilla. Pero no acepto que Martín Fierro sea un mensaje de protesta social, es más bien un alegato contra el Ministerio de la Guerra, como le llamaban entonces. No creo que Hernández ansiara un nuevo orden social…
S –Importa, sí, el significado del canto. Pienso que el poema es el exilio de los gauchos, un canto para los pobres en su propia patria. No sé cuál habrá sido el propósito deliberado de Hernández al escribirlo, y eso no importa. Usted sabe que los propósitos siempre son superados por la obra. ¿Quién recuerda que en un acceso de patriotismo Fedor Dostoievski se propuso escribir un librito titulado Los borrachos, contra el abuso del alcohol en Rusia? ¡Y le salió Crimen y castigo!
B –Si el Quijote fuera simplemente una sátira contra los libros de caballería, no sería el Quijote. Si al final, cuando termina la obra, el autor piensa que hizo lo que se propuso, la obra no vale nada.
S –Pero volviendo a lo de Martín Fierro, lo que usted dijo antes, lo comparto en algo: no se lo debe valorar como testimonio de protesta, porque en ese cason no alcanzaría a ser una obra de arte.
B –Yo no he dicho una palabra contra el Martín Fierro.
S –Es que ha habido reportajes, no siempre responsables, donde usted aparece diciendo otras cosas… Me parece útil que se aclare.
B –He dicho, sí, que proponer a Martín Fierro como personaje ejemplar es un error. Es como si se propusiera a Macbeth como buen modelo de ciudadano británico, ¿no? Como tragedia me parece admirable, pero como personaje de valores morales, no lo es.
S –Lo que prueba que un gran escritor no tiene por qué crear buenas personas. Raskolnikov y Julien Sorel, por citar algunos, no pueden juzgarse como buenas personas. Casi ninguno en la gran literatura.S –Basta mirar a los grandes protagonistas de las novelas. Siempre marginados, tipos casi siempre fuera de la ley.
B –Hay una frase que Rudyard Kipling escribió al final de su vida. Dice: "A un gran escritor puede estarle permitido inventar una fábula, pero no la moraleja". El ejemplo que eligió para sostener su teoría fue el de Johnatan Swift, que intentó hacer un alegato para el género humano…, y terminó haciendo Gulliver, un libro para chicos.
S –Sarmiento se propuso escribir un libro contra la barbarie, y la conclusión fue un libro bárbaro. Porque Facundo expresa lo que hay en el fondo del corazón de Sarmiento: un bárbaro.
B –Sí, sí. Es verdad.
S –Lo admirable del Facundo es la fuerza de sus pasiones. Está lleno de efectos sociológicos e históricos. Es un libro mentiroso. Pero es una gran novela…
B –Una obra no vale sólo cuando cumple los propósitos del autor.
S –En tiempos de la revolución francesa había libros que se llamaban cosas como Virgen y republicana, con moraleja desde el título. Ya podemos imaginar lo que valdrían… Pero todas las revoluciones son moralistas y puritanas. En Rusia se han escrito obras de teatro con títulos como La tractorista ejemplar…
B –Cuando Bernard Shaw estuvo en Rusia les aconsejó que cerraran el museo de la revolución. Claro, no había que influir con el mal ejemplo…
S –El artista es por excelencia un rebelde. Por eso en las revoluciones nunca les va bien. Y mucho menos a los novelistas.
B –En Rusia hicieron dos films sobres Iván el Terrible. Uno, al comienzo, era contra el zarismo, y el otro, cuando Stalin se había convertido en un nuevo zar, a favor del zarismo…
S –El artista sólo puede hacer arte grande en absoluta libertad. Lo otro es sometimiento, arte convencional, y por lo tanto falso. Y por lo tanto no sirve al hombre. Los sueños son útiles porque son libres.
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Dejaron atrás las rejas, los adoquines antiguos, la certeza del río cercano. Como diría Borges, salieron del territorio de los arrabales y la desdicha y entraron en la mañana del centro y la serenidad. Se despidieron con pocas palabras. Borges cerró la puerta del ascensor. Sábato se metió rápidamente en un auto. Una hora más tarde estaría otra vez en su jardín de Santos Lugares. Ya no volverían a verse.
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