Hay quienes escriben para sí mismos, otros para un lector imaginario, otros para un lector concreto, dedicatoria incluída. No es el caso de Iván Maiski, el embajador soviético en Gran Bretaña durante las décadas del treinta y del cuarenta del siglo pasado (que coincidieron con el ascenso de Joseph Stalin): el diplomático escribía para la Historia, con mayúscula inicial.
Llegado a Londres en 1932, sus diarios –rescatados por el profesor de la universidad de Tel Aviv Gabriel Gorodetsky, que estudia las relaciones diplomáticas internacionales desde hace 40 años y que editó y anotó las memorias de Maiski durante 12 años– dan cuenta de una Europa cuyo equilibrio se desbalanceaba por los acontecimientos sociales que superaban el orden de las expectativas del poder.
De este modo, Maiski escribe sobre la Guerra Civil en España (con las expectativas personales y políticas que la República crea en el embajador) mientras realiza sus tareas en Inglaterra para intentar evitar una caída estrepitosa de ese país en manos de Franco y, luego, Mussolini y Hitler.
También Maiski escribirá los silencios: callará sobre el terror staliniano que, desde 1936, tenía su apogeo en Moscú con sus famosos y oprobiosos juicios y purgas que aplastaron el más mínimo atisbo de oposición al líder ruso. Los silencios se explican en el temor y la prudencia y en la autoconsciencia de que sus cuadernos no le pertenecen, sino al porvenir.
Gorodetsky los halló de casualidad en un viaje a Moscú en el que quería interiorizarse acerca de la diplomacia en tiempos de la Segunda Guerra Mundial cuando, sin que los hubiera pedido especialmente, un oficinista le entregó los diarios, ya desclasificados del secreto estatal soviético una vez caído el Muro de Berlín.
Gorodetsky pudo entonces apreciar esos énfasis y esos silencios a la vez que rescató el método de Maiski, que construía su misión diplomática no sólo relacionándose con los personeros del poder, sino con sus opositores y con personalidades de todo tipo. Ese uso de su personalidad es una característica que luego se expandió en las misiones diplomáticas moderas y que Maiski describe en una pregunta de sus diarios, antes de un encuentro con Winston Churchill, el primer ministro inglés: "¿Poseo suficiente fuerza, energía, astucia, agilidad e ingenio para interpretar mi papel y obtener el máximo beneficio para la Unión Soviética y la humanidad?". Una pregunta para sí y para los historiadores. Infobae Cultura conversó sobre la importancia de los diarios de Maiski con su tenaz estudioso, Gorodetski, unas horas antes de que la diplomacia mundial se dé cita en Buenos Aires para discutir un mundo tumultuoso en el marco del G20.
–¿Qué relevancia tienen los diarios de Maiski hoy?
–Creo que es mucha porque uno de los problemas es que nuestra actual generación de políticos no tiene ninguna conciencia histórica y por lo tanto no toman las lecciones que la historia deja. No creo que la historia dé soluciones de por sí, pero sí brinda contextos que pueden ser útiles para comprender el mundo de hoy. Hay mucha continuidad en la historia, por lo cual no se puede ver la Rusia de hoy sin ver cómo fue la experiencia de la Unión Soviética y, antes, su pasado imperial. Una de las lecciones importantes que podemos aprender del diario es que, al cubrir épocas cruciales de la Unión Soviética como la década del treinta y la Segunda Guerra Mundial y también la guerra fría, el grado en que las ideas preconcebidas sobre Rusia no están emparentadas con la realidad y, sin embargo, juegan un rol fundamental en las políticas hacia esa nación. Creo que la política exterior rusa e incluso soviética están enraizadas en su historia: la política exterior está determinada desde siempre por cuestiones geopolíticas y no tanto por ideológicas. Aunque la revolución haya intentado cambiar esta premisa, cuando Stalin llegó al poder su política era la realpolitik y la ideología bolchevique sólo se usaba para propósitos domésticos. No sorprende que Stalin fuera influenciado por las políticas del zar y, hasta cierto punto, Stalin se veía a sí mismo con un zar nacionalista. Es necesario entender la historia para poder relacionarnos con el presente.
–En la cuestión ideológica, ¿se podría pensar en la continuidad de la idea de la "Gran Madre Rusia" tanto en el zar, Stalin como en Putin?
–Es un nacionalismo enraizado en cuestiones geopolíticas, que surgen en la cuestión de cómo mantener aglutinado un territorio continental masivo tan grande como el de Rusia. Por otro lado, las fronteras no están determinadas por accidentes geográficos como ríos o montañas: son límites muy difíciles de defender de las expansiones provenientes del oeste. Así lo demuestran las guerras napoleónicas, las de los suecos, de Polonia, los intentos militares de Gran Bretaña y Francia. Por eso la cuestión pasa por el nacionalismo basado en esas razones. Y, además, para poder ser reconocidos como parte de Europa. Sin embargo, la idea preconcebida es que existe un expansionismo esencial de Rusia que provocó que esa nación debía quedar aislada del resto del mundo y que tuvo su expresión máxima en el cordón sanitario establecido por Gran Bretaña al finalizar la Primera Guerra Mundial. En términos de continuidad sigue existiendo el problema de cómo considerar a Rusia para integrarla con su política nacional a una política global más generalizada.
–Usted estudió minuciosamente los diarios de Maiski. ¿Es relevante que en los años feroces del ascenso de Stalin, por ejemplo durante los Juicios de Moscú que aniquilaron a la oposición en el Partido Comunista Ruso, el embajador en Gran Bretaña no escribiera nada sobre esos acontecimientos?
–Hay que recordar que este es el único diario escrito por cualquier político o diplomático durante aquella época. Cuando alguien era arrestado, lo primero que se podía usar en su contra eran sus diarios porque se escriben tantas cosas que se podrían usar para ser acusado. Maiski era un escritor compulsivo. Llevaba un diario desde los seis años. Escribía poesía. En tiempos normales hubiera sido un profesor de literatura. Pero a pesar de su grafomanía, también debía ver el modo de proteger su vida. Maiski había sido un menchevique en su pasado y había sido obligado a arrepentirse de tal filiación. Se las tuvo que arreglar para sobrevivir. En ese cuadro la política doméstica, el terror estalinista, podía ser un riesgo, y él deja de escribir su diario. Hay un largo silencio. Hace cuarenta años que estudio la política exterior rusa, pero para este diario me dediqué doce años y uno de mis roles fue alumbrar estas lagunas. El terror estalinista es muy importante, vital, para entender la historia rusa. Maiski deliberadamente omitió estas opiniones y por eso es importante el aparato de esta edición para comprender la atmósfera en la que Maiski escribió estas páginas. En estas épocas en las que hay tanta erosión de la democracia en el planeta y con el ascenso de regímenes autoritarios, no sólo Putin, sino Estados Unidos, Turquía, pareciera que la naturaleza humana se comporta de la misma manera. Por eso es necesario ver cómo estas personas se autocensuran en sus opiniones y esto puede estar ocurriendo ahora mismo.
–Más atrás en el tiempo, los diarios también dan cuenta de cómo Maiski durante la Guerra Civil Española interviene abiertamente mostrando su simpatía hacia la República e incluso su angustia por el devenir de los acontecimientos.
–Es una excepción respecto a Maiski porque siempre supo adaptarse a la política según como él creía que más convenía. Pero debido a su afinidad con el socialismo más moderado y a su amistad personal con algunos líderes españoles como Negrín, su visión era levemente diferente respecto a lo que el gobierno ruso planteaba. Pero también es cierto que el gobierno hizo estos movimientos de zig zag. Al principio, por parte de los movimientos de izquierda e incluso los trotskistas se presionó y logró que la Unión Soviética apoyara la República por sobre sus intereses nacionales. Pero en el curso de meses se planteó que el apoyo abierto a la República podía contrariar los intereses rusos en Francia y el gobierno de León Blum, un socialista moderado, con un impacto del comunismo sobre ese gobierno frentista. Por eso Stalin decidió que iba a servir a los intereses nacionales de Rusia reducir el apoyo a los republicanos españoles. Naturalmente siguieron apoyando a los republicanos, pero Maiski tenía una posición diferente, que pensaba en un apoyo más frontal.
–¿Qué aportó Maiski al campo de la diplomacia?
–Maiski introdujo una revolución mayor en el ámbito de la diplomacia, que es el modelo que se usa ahora como política exterior moderna. Su diplomacia descansaba en su capacidad de influenciar a los medios, algo que no había sucedido antes, también en hablar con los líderes de la oposición, manipular a la oposición para los intereses de Rusia y establecer contactos personales en muchos niveles de la sociedad. También usaba su conocimiento para influir sobre Stalin. No se trata sólo de una direccionalidad de arriba hacia abajo, sino que también Maiski logró influenciar en la política soviética, de abajo hacia arriba.
–Sin embargo, al final también cayó en desgracia.
–Sí. Fue arrestado dos meses antes de la muerte de Stalin, en medio de la persecución al complot de los doctores, que era una política antisemita.
–Usted llega justo cuando se realiza el G20 y hay posiciones encontradas entre Estados Unidos, Rusia, China sobre sus intereses en Latinoamérica.
–No sólo Latinoamérica, sino en todo el mundo. Incluso en Israel, de donde vengo, donde la política exterior está dictada por los Estados Unidos, pero donde tenemos intereses estratégicos con los rusos. Es una situación conflictiva. Parece ser, en mi opinión, que hay una continuidad de la guerra fría que se basa en considerar a Rusia como un enemigo o amenaza potencial contra occidente. Y por eso la importancia de revisar estos documentos del pasado para no cometer errores en nuestro presente.
*La presentación del libro El cuaderno secreto en El Ateneo Grand Splendid -Av. Santa Fe 1860, CABA- el miércoles 5 de diciembre a las 19:00. La presentación estará a cargo de Martín Baña.
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