María Fernanda Heredia nació en Quito, Ecuador, vive en Lima, Perú y escribe para chicos y jóvenes de toda América latina. Escribe historias intensas y lo hace con la cabeza y con el corazón: sus libros se leen en varios países y hay ya generaciones de niños que crecieron disfrutando sus historias de amor, humor y melancolía -como Amigo se escribe con H (Norma), Yo nunca digo adiós (loqueleo), Foto estudio corazón (Norma) o Los días raros (FCE)- y que hoy, ya adolescentes, siguen buscando en sus libros historias que los ayuden a madurar y a procesar amorosamente una realidad social cruel, en la que el bullying y la violencia de género son emergentes brutales.
En La lluvia sabe por qué (Norma) y en las recientes Cuando despierte el viento (Norma) y Los fantasmas tienen buena letra (loqueleo) el hostigamiento escolar y el acoso sexual aparecen como temas centrales y perturbadores, en relatos en los que afortunadamente nunca falta la ternura -un componente clásico de la obra de Heredia- aunque el dolor en todos sus matices se haga presente.
Semanas atrás, María Fernanda Heredia estuvo en Buenos Aires durante unas jornadas para docentes organizadas por la editorial Santillana. Durante una breve charla con Infobae Cultura, la escritora habló de cómo se construye hoy un lector y de la necesidad de abordar todos los temas, sin tabúes, en la literatura infantil y juvenil.
— ¿Es posible que salgan niños lectores de una casa en la que no hay libros?
— Claro. Claro, porque en el camino del lector no sólo hay experiencia, no sólo hay ejemplo; en el camino del lector también hay magia, hay sorpresa, hay una esquina en la que te puede estar esperando el libro a ti, no necesariamente tú como un actor que va y busca el libro. Yo creo en esa cosa mágica y sorprendente que se rebela contra la adversidad -y estoy llamando adversidad a la idea de una casa sin libros., y que te permite ese flechazo mágico, más allá de lo que aparentemente el destino haya marcado para ti.
— ¿Y qué pasa con los docentes que no son grandes lectores? ¿No hay algo que tiene que ver con el entusiasmo en la transmisión? ¿O piensa que en la vida de una persona siempre puede aparecer alguien que pueda transmitir ese entusiasmo?
— Sin dudas. Porque estoy convencida de que nadie se resiste ante una buena historia: todos caemos rendidos ante un "había una vez" que continúa con algo que nos identifique, nos enganche, que nos emocione. Yo creo que no hay un ser humano que no se sienta convocado ante una historia que tenga las condiciones de atraparlo, las condiciones emocionales de palabra, de historia, de lo que sea. Entonces, cuando pienso en los docentes o pienso en los padres como los responsables de transmitir esa emoción lo que pienso es que bueno, que quizás no han encontrado esa obra, ese momento para emocionarse pero que no todo está perdido. Que hay que abrir un poco el espacio, abrir la ventana y dejar que ese rayo entre y te toque.
— ¿Es importante el rol de las compras estatales de libros por parte de los gobiernos de la región? ¿Por qué?
— Sí, lo es, es muy importante. Sobre todo en lugares como los nuestros donde hay tantas desigualdades, donde hay tantas dificultades para acceder a la cultura. Entonces hay que hacerlo pero hay que asumirlo con amor y con responsabilidad. Es decir, volviendo a muchos planes de lectura que se van forjando con urgencia y a veces sin ningún criterio y eso va condenado al fracaso. Creo que hay que encontrar a los especialistas, y los especialistas no son solamente gente que estudia sobre literatura sino que ama y que entiende las posibilidades de creer en una sociedad más justa, más humana a partir del libro. Hay que buscar a esos especialistas, hay que convocarlos, hay que proponer y hay que ejecutar todas las políticas necesarias para que los libros lleguen, para comenzar a dar la vuelta a esta historia.
— ¿Los chicos tienen que leer sobre todos los temas? Y además ¿se puede escribir para chicos sobre todos los temas?
— Sí, todos, yo no creo que haya un tema que esté vedado. Creo que se puede escribir, se debe escribir sobre todos los temas. Y claro, es tarea del escritor encontrar la manera para abordar esos temas. Pero sobre todo ahora algunos temas que pudieran parecer espinosos, complicados, sobre todo ahora es el momento de abrirlos, ponerlos sobre la mesa, analizarlos, desmenuzarlos, dejarnos emocionar respecto de ellos ¿no? Cualquiera que sea la emoción, la alegría, la rabia, la indignación, el amor, lo que sea. Pero éste es el momento de hablar sobre todo eso que en algún momento alguien pudo considerar no apto para hacerlo.
— ¿Piensa que la llegada a la escuela de literatura con ciertos temas puede ayudar a encontrar los modos de superar, por ejemplo, cuestiones de violencia, incluída la violencia sexual?
— Sí porque la palabra literaria es como, a ver, como en el cuento de Hansel y Gretel, que es de los cuentos clásicos mi favorito. La palabra construye, es como ese camino de miguitas de pan que te devuelve al refugio, y el refugio siempre es ese lugar donde te sientes seguro, donde te sientes tú, donde te sientes protegido. Yo creo que nos sentimos protegidos en la verdad, en las cosas que no tienen un velo encima, en las cosas que al ser abordadas y enfrentadas se pueden resolver y se pueden solucionar y se pueden iluminar. Así es que la palabra es importante, sobre todo a la hora de enfrentar la realidad de violencia que estamos viviendo en las escuelas, en las familias, en la sociedad. No solo que puede sino que es indispensable que lo hagamos, de verdad. Entiendo que hay sensibilidades respecto del tema pero es urgente, es necesario.
— ¿Qué piensa sobre aquellos que aseguran que en momentos de crisis todo lo vinculado a la cultura es secundario en relación a otras cuestiones como la comida o la salud, consideradas naturalmente urgencias?
— Siempre la cultura aparece como secundaria. Siempre hay llamados incluso a que los gestores culturales, los actores culturales, trabajemos con unos esfuerzos enormes y además que lo hagamos gratis. Es al contrario: la mayor inversión de todos cada día debería ser apuntalar el espacio cultural, que es el elemento transformador más importante, ¿no? Entonces pasa en todas partes, la primera luz que se apaga es la del edificio de la cultura. Y es al contrario, todos lo sabemos, es al contrario: ese es el foco que no se debe apagar jamás, es el que nos sostiene, es el que tiene que definirnos y, ojalá, definirnos cada vez como sociedades mejores. Pues es lamentable, ocurre en todas partes pero aquí estamos los que luchamos para seguir encendiendo ese espacio.
— ¿Cómo se siente en este momento del mundo, cuando las mujeres están hablando por primera vez de cosas de las que no se hablaba y entonces alguien como usted, una escritora latinoamericana, puede ponerle palabras a este tiempo para que las que vienen tengan un mundo mejor?
— Entusiasmadísima, feliz, conmovida. Mientras te respondo esto tengo la piel de gallina, o sea me siento enormemente privilegiada de ser parte de este momento. De ser parte de este momento en el que estoy viviendo los beneficios de las que nos antecedieron. Y donde siento el peso y el amor enorme por hacer las transformaciones necesarias para las que vienen. Como escritora, como trabajadora de la cultura, me siento con la fuerza que mis compañeras, que mis amigas, que mi madre, que mis hermanas, me dan todos los días. Me encanta haberme subido a este carro y me encanta saber que no tiene vuelta atrás.
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