El infiltrado del KKKlan es la última película de Spike Lee, director desparejo pero sumamente interesante del cine de Hollywood, conocido ante todo por su preocupación por los temas raciales en Estados Unidos.
A veces uno tiende a asociar su cine con aquella famosa frase de Churchill que dice que el fanático es alguien que no quiere cambiar de opinión, ni de tema. Así es como, a lo largo de su filmografía, Lee -un director afroamericano- parece volver una y otra vez sobre su furia por el segregacionismo norteamericano, que el realizador ve como sistemático desde la propia fundación de su país.
Sin embargo, a diferencia de los fanáticos, Lee no es irracional: su furia está perfectamente justificada por historias reales de racismo en ciertos sectores de la sociedad americana que todavía están sufriendo una marginación sistemática. Lo que sí puede suceder es que a veces esa furia se expone de manera más o menos lúcida, con más o menos maniqueísmo, o en películas más o menos densas.
El infiltrado del KKKlan es una de las películas más entretenidas de su filmografía. La misma narra la historia real de Ron Stallworth, que se destacó por dos cuestiones históricas. La primera es porque en 1979 se transformó en la primera persona negra en convertirse en policía en el estado de Colorado, Estados Unidos; la segunda es haber logrado en esa misma década infiltrarse en el Ku Klux Klan (KKK) charlando telefónicamente con David Duke (conocido supremacista blanco, racista y antisemita), y trabajando con un policía judío que se hacía pasar por Stallworth cada vez que se necesitaba que alguien estuviera presente en las reuniones del Klan.
La historia real es insólita y no exenta de humor, y quizás uno de los primeros méritos de Spike Lee es darse cuenta de esta comicidad, otorgándole a un film de características policiales muchos momentos de comedia. Esto se ve desde el principio del largometraje. Allí vemos un pequeño clip con un Alec Baldwin caracterizado como un fanático supremacista de los 60, hablando de cómo los negros están dominando los Estados Unidos en complicidad con la Suprema Corte judía para corromper la pureza protestante de la raza americana. Baldwin, un gran actor cómico, sabe que la mejor forma de interpretar esto es con un rictus serio y ceremonial, en donde esa seriedad contraste con el disparate mayúsculo que se está diciendo.
En ese tipo de contraste radica mucho del humor de esta película, cuando Lee muestre a los supremacistas blancos como gente ridícula que se toma demasiado en serio a sí misma y no reflexiona ni un segundo en lo ridículo de sus discursos. Pero hay un dato clave en el discurso que da el personaje de Baldwin: su interpretación farsesca, que parece venida de un sketch de humor del Saturday Night Live.
El realizador Spike Lee
La interpretación farsesca de Baldwin tiene bastante que ver con una película que no busca desde su estética una intención realista. Al contrario, si bien está basada en una historia real, El infiltrado del KKKlan tiene un registro que muchas veces bordea el grotesco y la autoconciencia de su carácter ficticio.
Así es como en un momento del film empiezan a verse pósters de films policiales o de acción con protagonistas negros, que claramente inspiran la reciente película de Lee. Las películas mencionadas son relatos cinematográficos de los 70 como Coffy, Superfly o Shaft, films de género despojados de toda solemnidad, muchas veces disparatados, pero que también podían funcionar como inspiradores al sector afroamericano oprimido de una sociedad que encontraba en esos héroes de acción una representación de sus deseos y frustraciones.
En algún punto, esto habla mucho de la propia película de Spike Lee, que quiere de una manera muy abierta interpretar mediante su policial a un sector oprimido de la sociedad americana, así como una búsqueda de inspirar una acción civil. Desde este punto de vista, no parece casual en la película la inserción de fragmentos del largometraje El Nacimiento de una Nación, de David Wark Griffith, una película de 1915 tan famosa por haber cambiado para siempre la industria y la estética cinematográfica, como su altísimo contenido racista.
La película sostiene que la enorme popularidad de ese film causó, por un lado, una lamentable renovación en la historia racista americana -en el film de Lee se menciona cómo El Nacimiento de una Nación produjo el resurgimiento del Ku Klux Klan a nivel nacional-, pero que también dejó en evidencia con los halagos que recibió hasta del propio presidente Eisenhower lo sistematizado que estaba el segregacionismo racial en los Estados Unidos.
En uno de los momentos más oscuros pero también más graciosos de la película, Lee muestra a los integrantes del KKK mirando El Nacimiento de una Nación y festejando cada momento del film en que un personaje negro queda degradado de alguna u otra manera. Es imposible no pensar en ese momento que Lee no esté pensando a su propia película como una suerte de inversión del film de Griffith. Si el primero puede funcionar como un euforizante para el racista, el suyo está hecho para exaltar el sentimiento contrario: el de la indignación por el segregacionismo y el de una mayor toma de conciencia por parte del ciudadano de los problemas del racismo.
Y de hecho, si uno lo toma como algo más general, qué es sino El infiltrado del KKKlan sino una película sobre el poder de las representaciones y las farsas a la hora de exponer verdades o exaltar y hasta cambiar ideologías. Desde el policía negro que se hace pasar por blanco para engañar al supremacista, el policía judío que se hace pasar por nazi, pero también las ceremonias de corte netamente teatrales tanto de los Klu Klux Klan como de los líderes de las Panteras Negras planteando sus discursos con interpretaciones sentidas pero también algo impostadas para inspirar a los sectores oprimidos.
Al punto tal llega la idea de Lee de pensar una ficción como forma de interesarnos y hacernos tomar conciencia de cuestiones reales, que termina expresando en su film de manera directa su preocupación por el despertar de los supremacistas blancos en la era Trump, con imágenes que buscan la movilización y preocupación del público.
Y en esto último reside, creo yo, una de las mayores rarezas del film de Lee en el contexto del cine americano actual. Con un Hollywood cada vez más entregado a la idea del cine como entretenimiento inocente y alejado de su propia realidad, Spike Lee decide ir a contracorriente y pensar todavía al cine como una oportunidad de hablar, interpelar y hasta poder cambiar la propia realidad.
De esta forma, Lee, aún con sus defectos, sus excesos, sus maniqueismos y una furia que a veces no lo deja relativizar ciertas cuestiones ni ser sutil, demuestra con El Infiltrado en el KKKlan que es de los pocos realizadores de Hollywood capaz de seguir pensando al cine como un arte del presente, y al género como una oportunidad de expresar abiertamente discursos políticos. Hoy en día, eso, más que una anomalía, es directamente un milagro.
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