Deidre Bair (1935, Pensilvania), doctora en Literatura por Yale y Columbia y especialista en biografías, se ha propuesto una misión rayana en lo imposible: reinvindicar a Alphonse Gabriel Capone (1898–1947), o Al, Scarface –cara cortada–, enemigo público número uno, y gángster legendario, y retratado como impiadoso criminal sin fisuras ni claroscuros en una docena de films y media de versiones por tevé.
Desde luego, sería más difícil reinvindicar a Hitler… Pero Bair, en su libro–ensayo Al Capone – Su vida, su legado y su leyenda, Ed. Anagrama, casi 600 páginas, ha impuesto un rigor de investigadora que sería una liviandad y una injusticia rechazarla por prejuicio. Entre otras cosas, por la honestidad intelectual de su trabajo…
Para entrar en su juego es imprescindible citar algunas líneas de su Introducción: "Esta es la historia de un asesino despiadado, un hombre que despreciaba la ley, que poseía prostíbulos, que no pagaba impuestos, que cometía estafas: un delincuente convicto y confeso, un enfermo lloriqueante e inconsciente. Y es también la historia de un hijo, marido y padre cariñoso que se consideraba un empresario que trabajaba dando al público lo que el público quería. Al Capone fue todas esas cosas."
No se dice nada nuevo bajo el sol si se recuerda que no hay hombre, santo o canalla, que no tenga dos caras. Y que una de ellas, la del cono de sombras, suele ser despreciable…
Veamos, pues, su cara criminal. Su historia oficial, nunca puesta en duda hasta el libro de Bair.
De 1,79 de altura, hijo de los inmigrantes italianos Gabriele Capone (barbero y panadero) y Teresina Raiola (costurera) llegados a Brooklyn desde la aldea de Angri, Salerno, sudoeste de Italia, tenía 5 años cuando sus padres abrazaron América…
Su primera casa estaba en la calle Navy Street 95. Gabriele encontró trabajo en una barbería cercana: 29 Park Avenue. Alphonse (Al) abandonó los estudios en sexto grado a los 14 años. Desde los 8, más alto y robusto que los chicos de su edad, y casi invencible en las peleas callejeras, no tardó en conocer a los gángsters Frank Nitti y Johnny Torrio, que lo alistaron en la pandilla Five Points Gang, la más peligrosa de aquellos días.
En adelante, y como guardaespaldas de los mafiosos Frankie Yale y Tony Torelli, empezó a operar como brazo armado del negocio de extorsión: prometer protección a comerciantes a cambio de un pago mensual o semanal… ¡y bomba contra el que se negara!
En esa época, camarero y guardaespaldas del club nocturno Yale´s, insultó a una chica que trabajaba allí, y su hermano, Frank Gallucio, le abrió tres tajos en la mejilla derecha. Nacimiento de su apodo Scarface, Cara cortada…
El 30 de diciembre de 1918, a sus 20 años, se casó con la irlandesa Mary Josephine Coughlin, que tres semanas antes le había dado un hijo: Albert Francis.
Hora de poner proa a Chicago, donde estaba el gran ruido: prostitución, juego ilegal, tráfico de alcohol –la Ley Seca se extendería entre 1919 y 1933–. Por entonces estaba sospechado de dos asesinatos, y actuó bajo las órdenes de Johnny Torrio y James Colosimo, rey del vicio y tío de Torrio, que se retiró en 1925 y le dejó el cetro de mando a Capone, que llegó a su apogeo en el mundo del crimen a fuerza de hechos sangrientos.
Se adueñó del hampa de Chicago después de descabezar a sus rivales en guerras despiadadas: bombas, metralla, asesinatos por encargo. Así cayeron Dean Charles O'Banion, el florista, Myles O'Donnell, Joe Aiello, y Bugs Moran y los cinco jefes de su banda en uno de los episodios más atroces de la época.
Sucedió el 14 de febrero de 1929, Día de San Valentín. Cinco hombres, cuatro de ellos con uniformes policiales, entraron en el garaje de la compañía SMC Cartage Co., empresa–disfraz de Moran, obligaron a siete miembros de la banda a ponerse de frente a una pared, y los ametrallaron hasta que no les quedó una bala los tambores. Capone estaba en Florida, y la policía no pudo encontrar a ninguno de los pistoleros. Pero ni el hampa ni en la opinión pública se dudó del cerebro de la operación: Scarface… Que casi de inmediato creó el Sindicato del Crimen con jefes de peso pesado: Frank Nitti, Louis Campagna, Guido Cicerone, Jack Guzik, Charles y Guido Fischietti, y Vicente, Enzo y Guido Fretes.
Un pequeño ejército a las órdenes del Rey del Hampa, Al Capone…, que hacia 1927 había atesorado una fortuna de cien millones de dólares. En esa época, una cifra alucinante…
Pero ese mismo año, 127, fue el principio del fin. El gobierno federal, que no había podido probarle ningún crimen de sangre, lo atrapó por un crimen de tinta: recibos y libros con anotaciones que denunciaban con claridad la sistemática evasión de impuestos de Capone, perseguido sucesivamente por los agentes Eliot Ness y Frank Wilson.
En el banquillo y ante los jueces, el Rey del Hampa fue declarado culpable, el 17 de octubre de 1931, de 5 de los 23 cargos, y condenado a pasar 11 años en una prisión federal.
Primero fue recluido en una cárcel de Atlanta, pero desde allí siguió controlando gran parte de sus negocios, de modo que en 1934 fue confinado a la mítica y terrible prisión de Alcatraz, en la Isla de los Pájaros, frente a la bahía de San Francisco.
No mucho después empezó a denotar signos de demencia a causa de una sífilis –sin tratar– contagiada por una prostituta muchos años antes.
Liberado el 16 de noviembre de 1939 y retirado en su mansión de Palm Island, Miami, Florida, el 21 de enero de 1947 sufrió un derrame cerebral, y cuatro días después murió de neumonía.
Lo encontraron muerto en la bañera.
Tenía 48 años.
Fue enterrado en el cementerio Mount Carmel, oeste de Chicago, junto a su padre y uno de sus hermanos.
Ahora bien… ¿Cuáles son las sin duda polémicas diferencias que encontró la escritora Deirdre Bair para construir esa vasta, minuciosa y apasionante biografía?
En principio, y casi como columna más firme y excluyente de su vida, la antítesis de su raid criminal: el largo matrimonio con la irlandesa Mary, firme en la pobreza y en la riqueza, y a pesar del odio entre ambas familias. Italianos e irlandeses, agua y aceite…
Aún desde la cárcel, y mientras su cerebro no flaqueó, le mandaba cartas de amor. "Un matrimonio admirable", según Deidre Capone, su sobrina nieta, que además define a su tío abuelo como "el pacificador de la familia", porque las tormentas entre ellos eran violentas como las que azotan el Caribe…
En el último capítulo de su libro, Bair escribe: "La breve vida de Al Capone fue florida y espectacular, pero su posteridad es incluso más vistosa y desmesurada. Su gobierno como rey del crimen duró menos de seis años, pero el público no se cansó de él ni siquiera cuando ya no tenía poder alguno (…) Murió en 1947, y la alerta de Google sigue registrando media docena de menciones nuevas por día (…) la revista Smithsonian, en 2014, lo mencionó como uno de los norteamericanos más influyentes de la historia del país (…) El museo de cera de Madame Tussauds de San Francisco lo incorporó ya enfermo en una escultura de tamaño natural en la que figura sentado en su celda de Alcatraz, tocando la mandolina (…) Las facultades de Derecho estudian su proceso, los colegios de abogados lo reconstruyen, y dan cursos instituciones académicas: desde la más augusta hasta la más local (…) Hay restaurantes que afirman que comió allí, hoteles que aducen que durmió en sus habitaciones, cócteles y bocadillos que llevan su nombre (…) Basta su apellido para conseguir una buena mesa, como le ocurre a cierta joven de San Francisco que se apellida así (…) Dio de comer a los hambrientos, entregó elevadas cantidades para obras de caridad, y siempre procuraba cubrir las necesidades de las viudas y los huérfanos de sus hombres que caían (…) Por el momento, la única certeza es que conforme pasa el tiempo y el hombre que fue Al Capone se aleja de la historia…, la leyenda no da indicios de desaparecer".
Pero más allá de lo que tirios y troyanos piensen sobre Al Capone –ya monstruo irredento, ya hombre con más de una cara y claroscuros–, lo notable, el mérito de la autora, es la falta de prejuicios para encarar la investigación de un desalmado criminal (lo fue, sin duda), y el rigor con que durante años rastreó cada dato, cada detalle, cada indicio del personaje, incluidas las infatigables entrevistas con parientes lejanos que pudieran aportarle algún eco, aunque borroneado por la bruma del tiempo.
En ese sentido, el libro es de una audacia y una originalidad poco comunes (rara avis en tiempos de biografías e investigaciones sospechosas de haber sido hechas con recortes de diarios…). Y por cierto, con los planos bien separados. Deirde Bair no nos muestra un criminal que merece póstumo perdón. Nos muestra las más íntimas y desconocidas entrañas y entretelas de un criminal que pagó su deuda. Pero un criminal al fin…
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