Leyendo el capítulo que Pierre Branda dedica en su Saga a este descendiente norteamericano del Emperador Napoleón I, cabe pensar que los Bonaparte eran "incorregibles". Talentoso y creativo, audaz e implacable, Charles Joseph Bonaparte fue un durísimo general attorney de los Estados Unidos. Llevó a juicio por conducta monopólica al mismísimo John D. Rockefeller -y ganó- y además batalló contra la oposición del Congreso y las tendencias federales centrífugas, para imponer su idea de que era necesario crear una fuerza de investigación especializada directamente bajo su órbita para fortalecer el poder y las atribuciones del Estado Federal. Así fundó lo que con el tiempo sería un organismo de enorme importancia para su país. Y, como señala Branda, llamado a "un gran futuro en la lucha contra el crimen" y a ser una "fuente inagotable de ficciones televisivas".
Pero, ¿cómo llegó un Bonaparte a las más altas esferas de la administración estadounidense?
La explicación del origen de esta rama estadounidense de la dinastía imperial napoleónica es que Jerónimo Bonaparte (1784-1860), el menor de los hermanos de Napoleón (eran 8 en total), durante una estadía en Baltimore, se prendó de una joven norteamericana, Elizabeth Patterson, hija de un rico comerciante de esa ciudad.
Se casó con ella sin autorización de su poderoso hermano, que además lo consideraba un hijo, no sólo porque era 15 años mayor que él, sino porque a la temprana muerte del padre, Napoleón tomó a ese hermano pequeño bajo su protección. Y tenía otros planes para él.
De hecho, lo obligó a regresar a Francia y a dejar a esa esposa norteamericana para casarse con Catalina de Wurtemberg y ser coronado rey de Westfalia.
Pero para cuando el entonces poderosísimo Emperador de los franceses logró separar a su hermano de Elizabeth Patterson, de la unión ya había nacido un hijo varón: Jerónimo Napoleón Bonaparte (1805-1870), a quien familia y amigos llamaban "Bo".
Y aunque su madre obtuvo luego la anulación del matrimonio, el muchacho no perdió el derecho al uso del célebre apellido.
Siguiendo los pasos de su padre, "Bo" también se casó con una estadounidense, Susan May Williams, con quien tuvo dos hijos: Jerónimo Napoleón Bonaparte II y Charles Joseph Bonaparte, el futuro creador del FBI.
Nacido en Baltimore en 1851, aunque se formó en una escuela francesa y dominaba el idioma, Charles se sintió siempre profundamente norteamericano. Se formó como abogado en la Harvard Law School. Fue un estudiante muy destacado.
"Si queremos una prueba de que la universidad conserva un excelente recuerdo de este alumno dotado -escribe Pierre Branda-, al morir, en 1922, se creó un premio en su nombre, la Charles Joseph Bonaparte Scholarship, que desde esa fecha recompensa a los alumnos meritorios del Department of Government de la casa de estudios".
Si en talento estaba a la altura de su familia, en otros aspectos, como su puritanismo y austeridad, no se parecía tanto a los Bonaparte, dice el autor de la Saga, libro en el cual, además del propio Napoleón, dedica un capítulo a cada hermano y luego a algunos miembros de la segunda y tercera generación, en particular a Marie Bonaparte, otra sobrina nieta del Emperador, y a Charles.
A éste lo describe así: "A los veinticuatro años, Charlie ya era abogado. Puritano de alma, llevaba una existencia austera sin la menor fantasía. Pero su moral era un punto en contra para su oficio, pues no podía mentir. Además, cuando veía que las posibilidades de ganar un litigio eran demasiado débiles, se negaba a facturar honorarios a personas que estuvieran en mala situación o cuando la causa estaba perdida de antemano. Como era adepto a decir la verdad, inquietaba más que tranquilizaba a sus clientes. Cuando uno iba a su despacho no iba a encontrarse con aliento, sino con un lenguaje crudo a veces difícil de oír y que hacía pensar en huir a los que esperaban para entrar. En cambio, no era necesario dar cuentas de su generosidad. En cuanto una causa le parecía justa, no dudaba un solo instante en defenderla. Y como toda remuneración, el puntilloso Bonaparte se conformaba con la satisfacción del deber cumplido. Con principios como estos, Charlie nunca nadó en oro".
Conoció al futuro presidente de los Estados Unidos cuando en 1881 ingresó a una asociación llamada National Civil Service Reform League, que buscaba castigar la corrupción de los funcionarios federales. Cuando llegó a la Casa Blanca, Teddy Roosevelt se acordó de ese abogado honesto que había conocido en aquella Liga y lo nombró como Secretario de Estado para la Marina. Una sorpresa para Bonaparte, que quería ser fiscal general, pero el Presidente le explicó que necesitaba acumular experiencia administrativa. Este nombramiento fue "una excelente oportunidad para los caricaturistas", dice Branda. Obviamente, lo vinculaban con su célebre tío abuelo que para entonces ya llevaba muerto varias décadas.
Poco después, en diciembre de 1906, el presidente lo designó en otro puesto que, según Branda, "le calzaba mucho mejor". Charles Bonaparte tenía 45 años cuando se convirtió en el nuevo fiscal general de los Estados Unidos.
"Nuestro partidario del orden no podía soñar con un puesto mejor", dice Branda. "Pasó a ser el encargado de dirigir la acción pública contra los que ultrajaban las leyes federales. Nadie era mejor para este puesto que este incorruptible", agrega.
Además de una infinidad de juicios que llevó adelante en defensa de los intereses del Estado, una de sus peleas más memorables fue la que libró contra el monopolio petrolero. La Sherman Act, la legislación antimonopolio, databa de 1890 pero era papel mojado. Hacía falta una persona decidida, insobornable, y que, por supuesto, contara con el respaldo presidencial, para hacerla cumplir.
Bonaparte llevó a juicio a John Davison Rockefeller por monopolio. Por ese entonces, el empresario petrolero acaparaba casi el 90 por ciento del negocio.
Nuestro Bonaparte saboreaba su triunfo: una de las causas antimonopólicas más importantes de la historia de EEUU terminó con una gran victoria del Estado federal (Branda)
"El 20 de noviembre de 1909 se presentó en el juicio un magnate sombrío -escribe Branda-. La corte federal de Saint Louis pronunció un veredicto severo en su contra: la Standard Oil fue declarada culpable de haber violado la ley antimonopólica y Rockefeller, obligado a desmantelar su imperio separándose de sus treinta y siete filiales. Aun cuando ya no era más general attorney (había dejado el Departamento de Justicia el 4 de marzo, después del fin del segundo mandato de Roosevelt), nuestro Bonaparte saboreaba su triunfo. Así fue como una de las causas antimonopólicas más importantes de la historia estadounidense terminó con una gran victoria del Estado federal contra alguien considerado invencible, aunque el triunfo fue más simbólico que verdaderamente molesto para Rockefeller". La última aclaración alude al hecho de que la venta de sus acciones convirtió al petrolero en el primer multimillonario de la historia.
El otro gran objetivo de Bonaparte como fiscal general era la creación de una policía al servicio del Departamento de Justicia.
El FBI fue creado por su iniciativa el 26 de julio de 1908, mediante la contratación de 9 detectives, 13 investigadores para el área de derechos civiles y 12 contables para casos de fraude y violación a las leyes de comercio. Hasta ese momento, las investigaciones se hacían apelando a miembros del Servicio Secreto pero éstos no estaban a total disposición de la fiscalía. En cambio, el nuevo grupo sería de disponibilidad absoluta, su jurisdicción sería nacional para no estar subordinada a los estados, lo que era una novedad para la organización federal de la Unión pero también un imperativo de la modernización del país. Sin mencionar que era necesario para la eficacia del combate al delito.
Roosevelt y Bonaparte compartían una visión de las reformas que había que emprender para fortalecer los poderes del Estado federal y volver más eficiente la administración del país. A los progresos industriales extraordinarios que estaba experimentando la nación, había que sumarles un orden. Había demasiadas áreas sin ley. "Sin marco legal -dice Pierre Branda-, el desarrollo económico podía ser anárquico o, a la inversa, quedar dominado por monopolios cada día más poderosos, sobre todo en el campo del tabaco o el petróleo, que no dudaban en corromper para asentar aún más su poder".
El otro flagelo era el de la delincuencia. Eran los míticos tiempos de John Dillinger. Y Bonaparte se quejaba de tener las manos atadas en materia de criminalidad.
Pero la violencia era también política. Baste recordar que en 1901 había sido asesinado el presidente William McKinley por un anarquista. Roosevelt, que era su vice, completó el mandato y luego fue electo primer mandatario. Al Estado federal le faltaban herramientas para gobernar la situación.
"Sin orden, repetía sin cesar el nieto del rey Jerónimo, no era posible ningún progreso duradero",-dice Branda y lo cita: "Las instituciones son lo mismo que las fortificaciones para la guerra; si se las organiza bien, pueden ayudar a que el ciudadano honesto cumpla con su deber".
Cuando Charles Bonaparte asumió la función de representar al Estado en todos los juicios por delitos federales, desde el fraude fiscal -el que más tarde permitiría encarcelar a Al Capone- hasta la falsificación de documentos, pasando por el terrorismo y los secuestros, entre otros, no tenía investigadores especializados a su disposición.
“¡Temían que el descendiente de Napoleón I se convirtiera en un nuevo Fouché!”
Pero la creación del futuro FBI tendría que superar varios obstáculos. En primer lugar, su propuesta de crear una policía especializada dentro del Departamento de Justicia, chocó con la negativa del Congreso, que argumentó que sería una traba a las libertades individuales. Encima, un Bonaparte. "¡Temían que el descendiente de Napoleón I se convirtiera en un nuevo Fouché!", dice Branda, aludiendo al jefe de policía de su tío abuelo.
La realidad era otra: el Departamento de Justicia ya había logrado destapar algunos negociados con tierras federales en los que estaban envueltos políticos conocidos. Los congresistas acusaron al Presidente de estar apelando a métodos ilegales de investigación, como el espionaje interno.
En concreto, no sólo no autorizaron la nueva policía sino que le pusieron más restricciones a Bonaparte para sus investigaciones. Parecía un revés en toda la línea para la administración federal. Sin embargo…
"Convencidos de que estaban actuando en pos del interés general, tanto Bonaparte como Roosevelt hicieron caso omiso de las prohibiciones del Congreso. Con el apoyo total del presidente, pero en la mayor clandestinidad, el attorney contrató a cargo de su administración a nueve ex agentes del Servicio Secreto a los que en poco tiempo se unieron otros veinticinco", dice Branda.
Cuando el Congreso se enteró y exigió explicaciones, Bonaparte y Roosevelt apelaron a la opinión pública. El Fiscal general dijo que no le quedó más remedio que actuar así ante la "terquedad" de los representantes. Y el Presidente insinuó que tenían algo que ocultar. "¿Por qué el Congreso se negaba tan obstinadamente a que el Departamento de Justicia tuviera los medios necesarios para llevar a cabo las investigaciones? ¿No era sospechoso? ¿Los parlamentarios eran cómplices de los criminales?"
Un argumento que volcó a la gente en su favor. El Congreso se vio finalmente obligado a ceder y a aceptar la creación de una policía especial del Departamento de Justicia. Charles Bonaparte se comprometió a no permitir tareas de vigilancia política.
Quince años después, la oficina creada por Charles Bonaparte pasaba a llamarse FBI (Federal Bureau of Investigation) y Edgar Hoover asumía la dirección del organismo (en 1924).
Charles Joseph Bonaparte murió en 1921, a los 70 años. Como era un católico muy devoto, y no había tenido hijos, su viuda donó gran parte de su fortuna a entidades caritativas de esa iglesia. En cuanto a las reliquias napoleónicas que poseía -objetos personales de su padre y de su abuelo, cuadros, bustos- fueron donados a la Sociedad Histórica de Maryland.
"El golpe de Charlie, su 18 de brumario, dio lugar a la creación de una de las masas de granito más hermosas del suelo estadounidense. Hoy, esta administración federal emplea a 35.000 personas y las ficciones sobre las hazañas de sus agentes cuentan con un público mundial", dice Pierre Branda.