Tempestuoso, descarado, cruel, sabio y salvaje. Así fue Francis Bacon, para muchos expertos el más grande pintor británico desde William Turner. Un atormentado indescifrable, un artista que vivió según sus reglas, que encontró primero en el rechazo y luego en el amor el maridaje para una obra que no buscaba transmitir una intensidad a través de lo figurativo, sino romper la cáscara de la evidente para retratar lo esencial, como una máquina de fotos humana de almas distorsionadas.
Desde sus primeros años, la vida de Bacon estuvo rodeada de rechazo y dolor. Nacido en Dublín el 28 de octubre de 1909, el pequeño Francis fue el segundo de los cinco hijos de Christina Firth, una heredera del negocio del acero, y Edward Bacon, entrenador de caballos de carrera y ex oficial del ejército. Provenía, además, de una familia con linaje, siendo su tocayo, Francis Bacon, un eminente filósofo y estadista que, como Lord Canciller de James I, fue acusado de corrupción, despedido de su cargo y encarcelado.
El asma lo convirtió en un niño frágil y lo confinó; pasó su infancia como un paria con nula vida social, lo que lo llenó aún más de temores. "Recuerdo mi timidez ante todo. No me sentía bien conmigo mismo. La gente me asustaba. Sentí que no era normal. El hecho de que yo fuera asmático me impedía ir a la escuela; pasé todo mi tiempo con la familia y el sacerdote que me educó. Así que no tenía amigos, estaba muy solo. Recuerdo llorar mucho. Cuando pienso en mi infancia, veo algo muy pesado, muy frío, como un bloque de hielo. Creo que era infeliz", comentó en su última entrevista, quizá una de las más profundas.
Entre sus particularidades, Bacon fue todo menos tímido, aunque él lo negara. "Pensé que un viejo tímido es ridículo, así que traté de cambiar, pero no funcionó", dijo o: "Tengo la excusa de que me gusta el vino, y cuando estoy borracho, hablo muchas tonterías". Excusas o realidades, sí es cierto que nunca se sintió cómodo hablando sobre arte ante auditorios o dando conferencias de prensa, por ejemplo, aunque existe abundante -y rico- material de entrevistas para televisión que revelan un ser que parece estar constantemente ocultándose de sí mismo detrás de una expresión parca de ojos chispeantes, un rictus que quizá se refleja en su obra.
El historiador y autor inglés Michael Peppiatt -que escribió 10 libros sobre el pintor, el último Francis Bacon In Your Blood: A Memoir– recordó una anécdota en que la timidez dejó lugar a la osadía: "En un baile benéfico en Londres -tras el final de la Segunda Guerra Mundial- comenzó a abuchear a la princesa Margaret, quien micrófono en mano comenzó a cantar canciones de Cole Porter a un público cautivo. Lo hizo tan ruidosamente, que para su satisfacción se vio obligado a huir".
Pero Bacon lo tenía claro. El inicio de todos sus males no fue el asma, aunque esta afección respiratoria haya sido el detonante -sumado a una vida de excesos- que lo llevaría a la tumba en 1992. Para él, el culpable había sido su padre o, siendo generosos, su familia.
Con el comienzo de la Gran Guerra en 1914, los Bacon se mudaron a la capital inglesa, donde el patriarca se unió al Ministerio de Guerra. "Todavía tengo el recuerdo de una infancia miserable, ya que mis padres eran burgueses. Me inclino a decir que me equivoqué de familia. No creo que me quede bien", comentó.
"Mi padre no me amó, eso es seguro. Creo que me odiaba. No quería gastar dinero en mí. Siempre estaba buscando una excusa para que sus sirvientes me golpearan. Era un hombre difícil, muy vengativo. Perdió los estribos con todos, no tenía amigos. Era agresivo … un viejo bastardo", comentó a Francis Giacobetti, fotógrafo francés que le eternizó en la última etapa de su vida con un estilo que recreaba su obra pictórica.
Tras el fin de la primera guerra, los Bacon vivieron entre Dublín y Londres, siguiendo el periplo de su padre, que regresó a su trabajo como entrenador de caballos de carrera. En aquella época el futuro artista disfrutaba vestir la ropa de su madre y comenzó a sentirse atraído sexualmente, aún sin entenderlo bien, por su propio padre. Sus primeros amores fueron los sudoroso jóvenes irlandeses que cuidaban a los equinos en las horas que las caballerizas ingresaban en la penumbra del olvido.
"Cuando tenía unos 15 años, me acostaba con los muchachos que trabajaban para él. Él era un entrenador de carreras, uno fracasado. Esa es definitivamente la razón por la que nunca he pintado caballos. Creo que es un animal muy hermoso, pero los recuerdos de mi infancia son bastante negativos y el caballo me devuelve una angustia lejana. Y además, no me gusta el olor a estiércol de caballo, pero me parece sexualmente excitante, como la orina. Es muy real, es muy viril. Pero también es el recordatorio de mi padre, que era una persona emocionalmente perturbada. Él no me amaba y yo tampoco lo amaba a él. Aunque era muy ambiguo, porque me sentía sexualmente atraído por él. En ese momento, no sabía cómo explicar mis sentimientos. Solo lo entendí después, durmiendo con sus sirvientes".
Esta conducta inapropiada para un ex militar derivó en la expulsión del hogar a los 16 años y fue entregado a un amigo de la familia para que lo enderezara, aunque tanto la elección del nuevo tutor como el destino estuvieron muy desacertados: el joven Bacon termina convirtiéndose en amante del amigo de la familia en Berlín durante los "dorados veinte", una época en que la capital alemana, sumida en la miseria tras el primer gran conflicto bélico global, se había convertido en un ciudad habitada por la lujuria y las drogas a tal punto que las amas de casa hasta podían comprar bombones de chocolate con pervitina a domicilio.
En 1927 llega a París. Otro momento crucial. En la capital francesa conoce la obra de Pablo Picasso en una exposición en la Galerie Paul Rosenberg. El impacto fue inmediato y direccionó su vida: comenzó a formarse en dibujo y pintura en academias gratuitas. Para él, el pintor español fue un antes y después en la historia de la pintura: "Picasso lo inventó todo. Después de él, ya no podemos pintar sin tenerlo en nuestra mente"
Regresa a Londres, donde se muda junto a su niñera Jessie Lightfoot, y trabaja por un tiempo como diseñador de muebles e interiores de estilo modernista bajo la tutela de la reconocida artista irlandesa Eileen Gray. En ese contexto participa de su primera exhibición en Studio1, espacio que acoge su debut en pintura en una muestra compartida con Jean Shepeard y Roy de Maistre en noviembre de 1930.
En aquellos años conoce al empresario Eric Hall, que fue su amante y patrocinador entre 1932 y 1949: "Al final de los años veinte, conocí a un hombre que vivía en Chelsea con su esposa y sus dos hijos. Un día vino a verme. Se había interesado mucho en mi pintura y, desde ese momento, comenzó a ayudarme. Él nunca me decepcionó", comentó en un diálogo con el autor y dramaturgo francés Michel Archimbaud.
Martin Harrison, curador y autor británico de arte y fotografía y una autoridad en el trabajo de Bacon, sostuvo que "el primer encuentro pudo haber tenido lugar en el Bath Club en Mayfair alrededor de 1932". Como la homosexualidad era aún ilegal en las islas -lo fue hasta 1967- vivieron un romance a escondidas, pero que "afectó profundamente a ambos, a tal punto que Hall pudo perder tanto su matrimonio como su posición social".
Fueron años en que Hall apostaba todo al talento de su protegido. "Eric adoraba a Francis y trabajaba tremendamente duro para él. Lo dejó todo sobre la alfombra"', dijo el pintor abstracto inglés Robert Medley.
En 1933 vende su primer cuadro, Crucifixión, que pasa a manos del coleccionista Sir Michael Sadler. Luego organizó su primera exposición individual en la "Galería de transición", que no era otra cosa que el sótano de la casa de un amigo. Recibió críticas feroces y destruyó todas sus pinturas, un hábito que lo acompañaría a lo largo de toda su carrera. Rechazado para la Exhibición Internacional Surrealista de 1936 de la Read Gallery, Hall se encargó de organizar la icónica Jóvenes Pintores Británicos, en Agnew and Sons en enero de 1937, donde compartió espacio con Graham Sutherland, Victor Pasmore, entre otros.
El asma lo libera de participar en la Segunda Guerra, pero el polvo fino de una Londres bombardeada empeora su situación respiratoria y Hall le alquila una casa en Hampshire, para que pueda crear tranquilo. Durante esos años, asegura Bacon, "comenzó a tomarse la pintura más en serio". En aquella época surgió, por ejemplo, Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión, 1944 (Tate Gallery) que se convirtió en su primera gran obra, cosechando comentarios a favor y en contra.
Después de la venta de Painting 1946, hoy en el MoMA de Nueva York, los amantes -y la niñera Lightfoot- comienzan una vida de despilfarro en los casinos de Mónaco, Bacon necesitaba "olvidar las críticas" y dar rienda suelta a dos de sus hábitos favoritos: tomar champagne y perder grandes sumas de dinero, o sea, apostar.
Al mismo tiempo, en cada regreso a Londres su hogar se convierte en el centro de reuniones de artistas incipientes, como Michael Andrews, el fotógrafo John Deakin, Henrietta Moraes, Isabel Rawsthorne y Lucian Freud, el nieto pintor del padre del psicoanálisis, Sigmund, con quien tuvo una relación muy cercana -de hecho es uno de sus grandes modelos para diferentes series- hasta que terminaron en una disputa dialéctica en los medios repleta de resentimiento y menosprecio.
Son también cada vez más comunes los viajes relámpago a Montecarlo, donde mantiene su gusto por los casinos hasta que, a fines de 1949, Hall se aleja del trío: es el final de su primer gran historia de amor.
Con los 50, sufre quizá la mayor pérdida de su vida, la de su niñera. Sin embargo, conoce el éxito. En su primera exposición individual de posguerra presenta su "pintura de Papa" inicial, una obra inspirada en el Retrato de Inocencio X de Diego Velázquez y, además, aparecen sus famosos marcos de encerramiento característicos. En aquella década conquista Nueva York.
Su segunda relación conocida fue con Peter Lacy, un antiguo piloto de combate en la Batalla de Gran Bretaña. Estuvieron 10 años juntos, hasta la muerte de Lacy en 1962. El artista solía visitar en Tánger a su nueva musa, donde además conoció a William Burroughs y Paul Bowles. Lacy lo inspiró a crear imágenes homoeróticas de luchadores que, a su vez, se complementaban con las fotografías de Eadweard Muybridge.
Su amigo-enemigo Lucian Freud fue testigo de una anécdota que revela cómo la violencia estaba presente en las relaciones afectivas de Bacon. De acuerdo a su relato, el ex piloto comenzó a golpear con inquina al artista, quien no se defendía de los ataques; entonces, dijo Freud, "estaba tan molesto por verlo así, que agarré del cuello a Lacy y se lo torcí". Bacon eligió ponerse del lado de su amante y Freud comprendió que "la violencia entre ellos era algo sexual", que Bacon deseaba ser golpeado y como respuesta recibió un ataque de furia de su colega.
Cuando sus obras fueron seleccionadas para representar a las islas en la Bienal de Venecia, junto a las de Ben Nicholson y Lucian Freud, Bacon rechazó participar, siquiera ir a la inauguración. Sobre su carácter díscolo, comentó: "Nunca he hecho concesiones. No a la moda, no a las restricciones, a nada. He tenido la suerte de no tener que hacerlo. Está en mi carácter rechazar la vida social, las obligaciones y preferir a las personas sencillas antes que a las personas sofisticadas. Y por suerte no he necesitado comprometerme de ninguna manera. Tal vez, como no he ido a la escuela como otras personas, he inventado mis propias reglas que me agradan y que, sobre todo, son más adecuadas para mí". A finales de los 50 se produce un cambio en su colorimetría, abandona las obras monocromáticas y se inclina hacia la contrastes intensos.
En los inicios de los '60, Bacon conoce a otro amor, otro a quien vería morir. Cuenta la leyenda que el ladrón George Dyer, alto, atlético y sin educación, fue atrapado in fraganti por el pintor cuando ingresaba a su departamento. Dicen que la conexión fue inmediata por lo que pasó a ser su principal modelo. Otra versión menos romántica aparece en Francis Bacon: Anatomía de un enigma, en la que Peppiat escribe que de boca del propio artista salió esta historia: "George estaba en el extremo opuesto de la barra y se acercó y dijo: 'Parece que todos se lo están pasando bien, ¿puedo comprarle una bebida?".
El amor trajo más y más reconocimiento. La Tate Gallery organizó una gran retrospectiva, donde definitivamente establece al tríptico como su formato característico. Llegaron luego grandes muestras en el Guggenheim de Nueva York (1963), rechazó el prestigioso premio Carnegie (1967) y donó la bolsa del premio Rubens a las obras de restauración que se realizaban en Florencia tras la gran inundación de 1966.
Donde estaba Bacon, estaba Dyer, que vio cómo la fama de su pareja se agigantaba, mientras él era una accesorio, un accesorio famoso porque era el protagonista de una serie de exitosos retratos, pero un accesorio al fin. La relación continuó hasta 1971, cuando dos días antes de su consagración en la gran retrospectiva que había preparado el Grand Palais de París (1971), Dyer se suicidó por sobredosis de drogas y alcohol. Por supuesto, Bacon compartió esa experiencia en sus Trípticos Negros.
Tres años después lo reemplazó con John Edwards, quien sería su última pareja y heredero. Edwards, que era un administrador de pubs, fue sujeto de más de 20 retratos, como Tres estudios para un retrato de John Edwards (1984) y Retrato de John Edwards (1988). Para entonces, Bacon ya era la gran bestia de la pintura y tuvo exposiciones en todas las grandes ciudades: Marsella (1976), México y Caracas (1977), Madrid y Barcelona (1978), Tokio (1983), una segunda retrospectiva en la Tate, Stuttgart, Berlín (1985), Moscú (1988) y Washington (1989).
"Todos somos prisioneros, todos somos prisioneros del amor, la familia, la infancia, la profesión. El universo del hombre es lo opuesto a la libertad, y cuanto más envejecemos, más prisioneros somos. Soy un optimista desesperado. Optimista, porque vivo día a día como si nunca fuera a morir. Desesperado porque no tengo una opinión muy alta del ser humano y de mí en particular", dijo en su última entrevista.
El 28 de abril de 1992, en una visita a Madrid debió ser hospitalizado por neumonía agravada por asma que lo llevó a la muerte. Finalmente, abandonó su prisión.
Un año después, el tríptico titulado Tres estudios de Lucian Freud (1969), alcanzó el precio récord de venta en subasta pública con USD, 142.405.000, convirtiéndose en una de las tres obras más caras de toda la historia.
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