El autor boliviano Maximiliano Barrientos plantea un futuro distópico. Estamos en Bolivia, probablemente en algún momento de la historia post Evo Morales (no se lo menciona pero se habla del "asesinato del presidente indio"). El país fue dividido entre la Nación Camba y la Nación Andina. Un joven y su hermano intentan escapar al horror mientras el gran dictador ("el general"), los persigue para matarlos y hacerlos víctimas de un ritual caníbal.
Los fugitivos saben lo que les espera. Uno de ellos lo contará en primera persona: cómo los hombres del general se comen los "churrascos". Los churrascos, claro, son carne de otros hombres.
Luego el horror cesa y llega el siguiente futuro. La Nación Camba intenta sanar sus heridas. Intenta hacerlo mediante el relato de las víctimas. Pero entonces alguien se alza con un plan de venganza y todo se va al tacho. Y ahí va la novela, fascinante y latinoamericana: hay guerra civil, hay muerte, hay crímenes más básicos que perfectos y hay una tensión permanente entre la necesidad de memoria y la necesidad de olvido. Pero no hay ni reflexión ni búsqueda de aquella revelación que, como diría Borges, se sabe el día ulterior que sucede a la agonía.
En el cuerpo una voz es una novela en la que Barrientos (Santa Cruz de la Sierra, 1979) se la pasa jugando con ese acertijo: ¿de quién es la voz que escuchamos? ¿De quiénes son las voces? O más dramático aun, ya que estamos: ¿de quién es ese futuro, acaso sudamericano?
–La primera parte de la novela mezcla el espíritu de The Walking Dead con cierto realismo mágico, sobre todo por el paisaje latinoamericano. Pero vos solés desmarcarte de ciertos autores del boom.
–No sé si mi novela podría ser deudora del mundo de García Márquez o del de Carpentier, especialmente porque no busca mostrar lo maravilloso en lo cotidiano. Es más, busca erradicar la noción de lo cotidiano. Si escribí en contra de algo, fue en contra de esa literatura contemplativa y autorreferente que ha marcado el imaginario de lo Latinoamericano en los últimos veinte años, y que ha hecho de esa cotidianidad blanda y vacía el objeto de culto, el móvil de la narración. Considero a García Márquez un escritor de primera, pero no creo que haya sido una influencia ni un demonio contra el que luchar.
–¿En tu impresión, le interesa en algo a los escritores jóvenes el realismo mágico?
–Siento que mi generación, a diferencia de la anterior, no tiene ese deseo parricida ni tampoco tiene esos sueños ingenuos de una Latinoamérica globalizada y uniforme. Para mí el reto es cómo narrar la aldea desde los mecanismos narrativos que aparecieron en la modernidad, pero también sé que ese deseo no es nuevo, es bastante viejo, y se remonta a libros como Pedro Páramo.
–Al muchacho que acompaña al periodista en la tercera parte le sorprende que muchos de los entrevistados que aparecen recuerden la época del horror con cariño. ¿Es una reflexión sobre la inconciencia de la juventud o un pensamiento político?
–Me parece que podría resultar un pensamiento político en el sentido en que en ciertas circunstancias lo personal solo puede ser político, no hay una distinción. En el caso del muchacho, la búsqueda de venganza tiene una resonancia política por todo lo acontecido en esa comunidad. El trauma no es un hecho aislado y fortuito, es producto de una situación que engloba a un par de generaciones. ¿Cómo puede hacerse en ese caso una distinción entre lo privado y lo histórico?
–¿Cuál es tu opinión sobre Evo Morales?
–Creo que hizo muchas cosas buenas para Bolivia, aunque Cultura no haya estado en su agenda como prioridad. Me hubiera gustado que el Proceso de Cambio no hubiera estado centrado en su figura, sino que hubiera fomentado a otros líderes de izquierda que continuaran con la veta iniciada en 2005. Que actuaran como sus sucesores, para así romper ese caudillismo que ha sido el talón de Aquiles de la izquierda latinoamericana. Si la elección es Evo durante otro periodo de mandato o la derecha, pues yo no lo dudaría un segundo: Evo.
–¿El horror es algo relativo?
–No, nunca. Asumirte como víctima es relativo porque pasa por cómo querés percibirte, por cómo querés que los otros te perciban, pero el horror —la experiencia del horror— jamás puede ser relativo.
–En la contratapa del libro dice que es una novela sobre la venganza, algo que se descubre ya llegando a las últimas partes. En tu libro de cuentos anterior (Una casa en llamas) había más de un relato sobre ajuste de cuentas. ¿Qué te ofrece la venganza que aparece tanto en tu obra?
–Me interesan las posibilidades narrativas que plantea la venganza, es un tema universal que podría rastrearse desde el origen de la literatura, así como los celos o el amor o la muerte. Plantea un conflicto irresistible porque no se limita sólo a la ejecución del acto, sino que pone al personaje en ciertas disyuntivas que lo llevan al límite de la condición humana. Pareciera como si las dos alternativas fueran estas: o cometés la venganza y apaciguás la sed pero te condenás, o teniendo todas las posibilidades de hacerlo, decidís renunciar a esta y alcanzás algún tipo de redención. Creo que la novela explora estas posibilidades, pero también plantea otra, que me resultaría difícil comentar sin caer en el spoiler. Yo tengo la impresión de que antes que la venganza, la novela trabaja el tema del mal, por eso la voz como una presencia constante que trasciende lo personal, como una pulsión que está antes de la construcción del sujeto. Está entre el cuerpo y el sujeto.
–¿Te parece que escribiste una novela futurista, distópica o incluso una revisionista?
–Si tengo que definirla de alguna manera, me gusta pensarla como una novela fantástica, porque hay ciertos elementos concretos en la trama que apuntan en esta dirección. Sí creo que en cada bloque de la novela hay cierto trabajo con un género específico, pero sin que la novela termine encasillándose: el thriller, el road movie, el gore, el horror, etc. En cierta medida, cada parte de la novela ejerce una violencia con el pacto de lectura, por eso comprendo que algunos lectores puedan sentirse estafados.
–La novela está dividida en seis partes, que si bien dialogan entre sí no conforman una narración lineal. ¿Es esta estructura fragmentaria la nueva estructura mandataria de la literatura contemporánea?
–Pensaba en la estructura como una reinvención constante que planteaba formas distintas –contradictorias— de pensarla como artefacto narrativo. Cada nuevo bloque es una negación de lo anterior, pero potencia el desarrollo de la historia. La novela trabaja con distintos registros y juega con saltos temporales notorios, y me interesaba que los cambios de registros sean consecuentes con las elipsis. Yo pondría en duda esta condición del fragmento como piedra angular, ya que en el caso de mi novela ninguno de estos son autónomos: están en función de una unidad. En ese caso, En el cuerpo una voz se desvincula del credo 'posmo'. Además, algo que a mí me interesa mucho y que también me desvincula de la fe posmoderna, es que no haya lugar para la ironía en la experimentación formal. La ironía es la muerte de la literatura, la convierte en un frío juego cerebral. Quizás esa sea la razón por la que me cuesta tanto conectar con la obra narrativa de César Aira, aunque disfruto mucho sus ensayos y admiro su brutal lucidez.
–¿Por qué trabajás los diálogos sin guiones o marcas de diálogo?
–Porque el guión en los diálogos me remite al artificio del lenguaje y yo quiero, cuando leo o cuando escribo, que el lenguaje como un sistema de códigos, como ese gran pacto social, quede abolido por la ilusión de la experiencia literaria. La literatura se vale del lenguaje para poner en funcionamiento la maquinaria de los sueños a condición de que el lector se olvide que lo que está leyendo son palabras.
–¿Cuál te parece que es la función de la literatura, si es que tiene tal cosa como una función?
–La literatura está hecha con la misma genética de los sueños, es una prolongación de estos por otros medios. ¿Existe una función social del acto de soñar? Creo que esa es una pregunta válida. Si es así, creo que la literatura puede tener también una función.
–Son pocas las mujeres que tienen voz en la novela. Hay una madre a la que el personaje no quiere ni recordar, y después alguna que otra contando el horror al que fue sometida. ¿Dado el momento histórico que estamos viviendo en relación al lugar de la mujer, no sentiste la necesidad o la presión de sumar voces femeninas?
–No, no siento ninguna presión. Es la historia la que determina quiénes son los narradores o los personajes. Si vas a escribir con ese miedo, con ese censor en la cabeza, lo que vas a hacer es algo que se parecerá a la literatura pero que no será literatura.
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