Cuando mamá es la sombra detrás de la obra de grandes escritores

Un repaso por la influencia materna en los trabajos de grandes escritores como Proust, Mary Shelley, Pedro Lemebel y Borges

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Marcel Proust
Marcel Proust

Como los escritores -sean varones o mujeres-, son personas, no resulta raro ni difícil determinar el tipo de relación que tuvieron con sus madres: dificultosa, tensa, amorosa, cercana, etcétera. Y si ese vínculo influyó de manera determinante en la obra. 

José Bianco en su ensayo 'Proust y su madre' analiza esta relación, extendiéndola a la de su abuela. Para Bianco es fundamental este vínculo para entender por qué Marcel Proust se lanza a escribir En busca del tiempo perdido; dicho de otro modo, sólo con su madre muerta se atreve a pensar seriamente en ese proyecto de libro. "Proust", escribe el autor de Las ratas, "dependía de su madre hasta en los más ínfimos detalles materiales". Tal fue esta dependencia que hasta le preguntaba cuánta propina debía dejarle a un mozo, así como la cantidad de alcohol y de cigarrillos que podía consumir. Por eso cuando su madre muere siente un inmenso desamparo, un desamparo "afectivo, moral, espiritual, intelectual, material […] Entonces comienza su grande, su única obra".

José Bianco
José Bianco

Pero la importancia que le da Proust es también simbólica, de ahí que Bianco afirme: "Wilde ha dicho que todos los hombres matan lo que aman, Proust, inspirándose como Wilde en un crimen, dice que todos los hombres matan a su madre". Y esto es así porque entre otras cosas el autor francés estaba convencido de que "las ideas son sucedáneas de las penas". Es decir que a partir de aquel desamparo fue capaz de escribir su proyecto de obra, porque se sentía libre, como dice el mismo Bianco en otro ensayo titulado 'El ángel de las tinieblas', para abordar "sin ambages el sadismo, el masoquismo, el homosexualismo".

Una madre muy distinta fue la de Paul Léautaud, a quien también analiza Bianco en este último ensayo y quien Proust despreciaba. La madre de Léautaud, en cambio, "se niega a contestar las cartas de su hijo", de ahí que vuelque el amor que no encontró en ella en artistas y escritores de su época y de anteriores, pero también lo hizo en la gente miserable y en los centenares de gatos y perros que recogió.

El escritor chileno Leonardo Sanhueza escribe en el ensayo La partida fantasma sobre la vocación literaria, si esta existe y cómo influye el entorno familiar. En un capítulo trata de la relación de algunas madres con sus hijos escritores y traza una comparación entre la madre del francés Romain Gary y del chileno Vicente Huidobro. Para Sanhueza, "ambas veían en la maternidad una verdadera cosmogonía, cuyos titanes, desde la primera gota de leche, bebían de ellas una fuerza que no podía sino ser trascendental". Estas madres no sólo querían hijos "rectos, prósperos o admirables", sino que esperaban mucho más. La idea de éxito, por otro lado, les parecía "demasiado vulgar".

¿Y qué querían estas madres para sus hijos? Para ellas, "sus hijos estaban llamados a inscribir sus nombres en alguna piedra mucho más honrosa que el mármol, en lo posible una piedra nueva, que sólo existiera por ellos y para ellos". Por eso cuando la madre de Huidobro se entera de que en 1925 su hijo había presentado su candidatura a la presidencia de la República no puede sentir otra cosa que vergüenza, preguntándose qué había hecho mal. "La dignidad de presidente de la República, pensaba, era muy poca cosa para su hijo". De hecho, Huidobro, embebido de esa lecha materna, estaba convencido de que descendía del mismísimo Cid Campeador.

Romain Gary
Romain Gary

Algo similar sucedió con la madre de Gary, para quien "determinó una búsqueda torrencial y hasta estrepitosa de la grandeza, concebida como una única y gloriosa, aunque demencial, estrategia de redención de los humillados". Entre otras cosas esta búsqueda consistía no sólo en ser aceptado como inmigrante judío-lituano, sino en "dominar la lengua francesa de manera óptima, sin la menor huella de extranjería". Por eso cuando Romain Gary fracasó en todo lo que se propuso y le quedó sólo la literatura, su madre le dijo que siendo así sería "¡el nuevo Gabriele D'Annunzio!", célebre escritor italiano. Por eso también cuando obtuvo el Premio Goncourt siguió de largo y sucedió algo inédito: volvió a ganarlo, cosa que estaba prohibido por los reglamentos, pero como postuló con uno de sus heterónimos puso en aprietos a la Academia Francesa. Es decir dominó la lengua de manera óptima y se burló de haberlo conseguido.

Arthur Rimbaud en Harar en
Arthur Rimbaud en Harar en 1883

El caso de los madres de los poetas Arthur Rimbaud y Rubén Darío es muy distinto a las anteriores, porque al parecer no necesitaron de ellas, ya que fueron precoces y niños prodigios, por lo que la influencia de la madre constituye un enigma. De hecho Darío, el poeta que cambió la poesía en lengua castellana aprovechó, según Sanhueza, "cada grieta que le dejaba la opresión de su cuna pobre y latinoamericana para meter la cuña de su talento y abrirse paso en la escala social". Pero así como la determinación del vínculo entre madre e hijo ayuda a hacerse una idea de cómo se fue formando el escritor, en este caso es al contrario, porque "los nexos entre vida y obra han llegado a aparentar una arquitectura que no puede provenir sino de alguna inteligencia suprema", o de un talento que escapa a la comprensión. Porque los poetas-niños, como ellos, que desarrollaron una obra temprana hay muy pocos. De hecho, la obra de Rimbaud se corta cuando entra en la adultez, como si lo suyo fuera toda precocidad, juventud.

Rubén Darío
Rubén Darío

La influencia de la madre sobre las hijas está menos consignada que la de los hijos varones, cosa que no deja de llamar la atención. Pese a ello, hay algunas autoras que han problematizado esta relación, como es el caso de Mary Shelley, la autora de Frankenstein, quien precisamente en esa novela escribió: "Su madre era alemana y había muerto al dar a luz". Esto es un rasgo autobiográfico que Shelley aporta a la novela, porque su madre murió de esa forma. Un 30 de agosto de 1797 nacía ella y su madre, Mary Wollstonecraft Godwin, fallecía un 10 de septiembre. Ella, la madre de Shelley, también era escritora y era considerada una intelectual de su época, una pionera del las ideas feministas. Todo esto lo consigna Esther Cross en La mujer que escribió Frankenstein. "Los primeros días, después del parto", escribe Cross, "el padre y las vecinas la acercaban a la madre. Tenía que  alimentarse. Después, el médico la separó de la madre. Mary pasó a los brazos de la nodriza".

Mary Shelley y su madre,
Mary Shelley y su madre, Mary Wollstoncraft, pionera del feminismo

Cuatro meses antes William Godwin y Mary Wollstonecraft se habían casado, básicamente para que la hija o el hijo (la pareja esperaba un varón) no fuera un bastardo. La madre de Shelley había escrito en su juventud que no pensaba casarse. Pese a que tenía amigos científicos, Godwin no entregó el cuerpo de su mujer para un examen post mortem, en vez de eso hizo un velorio que duró cinco días. De este modo salvaban al cuerpo de los ladrones de tumbas, que no eran pocos en esa época. La experiencia de la muerte desde muy temprano debió haber influido en Mary Shelley, de hecho después era habitual encontrarla en la tumba de su madre, un sitio que atraía no sólo a su hija sino también a todos los admiradores que quedaron cautivados con la biografía que escribió Godwin de ella.

Algo similar puede decirse que pasó con Georges Perec, quien después de quedar sin progenitores, producto de la guerra (el padre) y de los campos de exterminio (la madre), donde, como retoma Leonardo Sanhueza, "fue rescatado por una tía paterna y llevado a un pueblito de provincias, donde pronto fue bautizado católico". Así, a salvo, su verdadero apellido, Peretz, fue cambiado para no convertirlo "en una nueva víctima de la persecución nazi".

Según el autor trasandino, la carencia de la lengua materna, y no sólo de su madre, produjo el contacto con una lengua madrastra: el francés. Luego, en la universidad se obsesionó con el psicoanálisis lacaniano y más adulto escribió W, que es la autobiografía de su infancia. En esa letra Perec no veía "más que los ángulos desplazados pero reconstruibles mediante rotaciones y duplicaciones de la estrella de David". En el fondo esa infancia era el trauma por el que su madre fue asesinada en Auschwitz.

Pedro Lemebel
Pedro Lemebel

La relación entre madres y autores más contemporáneos también ha sido registrada. Pedro Lemebel es quizá uno de los casos más emblemáticos. El cronista trasandino tuvo no sólo una relación muy cercana y cómplice con su madre sino con toda la vía materna de su familia: usó el apellido de la madre de su madre, por esa afinidad, pero también porque su abuela se había inventado el apellido Lemebel cuando quedó embarazada y se tuvo que ir de su casa. Usar este apellido fue como una especie de reivindicación. Por eso cuando la madre murió la leyenda cuenta que se arrancó los pelos de la cabeza.

Otro caso muy conocido fue el vínculo entre Jorge Luis Borges y Leonor Acevedo. Cuando fue nombrado director de la Biblioteca Nacional, quiso, como era costumbre hasta ese año, irse a vivir con su familia –que era su madre– al edificio de calle México, pero los empleados no sabían qué hacer con una señora mayor, así que se cambiaron los estatutos y desde ese momento el director de la Biblioteca Nacional no vivió más en aquel edificio. 

Libros mencionados

*La mujer que escribió Frankenstein, de Esther Cross (Planeta, Buenos Aires, 2013).

*La partida fantasma, de Leonardo Sanhueza (Documenta/Escénicas, Córdoba, 2018).

 

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