No sé cuándo aprendí que "poetisa" era una palabra que no había que usar. Es casi machista, me explicaron: "poeta" es una palabra simple y clara, pero "poetisa" evoca a una figura misteriosa, medio sagrada, casi suena a pitonisa, como si para ser mujer y escribir poesía hubiera que ser una especie de bruja santa. No sé cuándo aprendí todo esto, pero casi lo desaprendo la mañana del jueves 11 de octubre, cuando conocí a Anne Carson.
Su elegancia tranquila me esperaba sentada en el desayunador del hotel donde se estaba quedando al lado de su marido, el artista Robert Currie: un tipo apuesto, aplomado pero suave (habla incluso en un tono más bajo que el de Carson, que ya es casi imperceptible), de pelo blanco, abundante y ondulado. Hace ya más de quince años que trabajan juntos: su entrada en la vida de Carson significó para la canadiense sumar a sus ya múltiples facetas (académica, especialista en la Grecia clásica, ensayista, poeta, novelista) la de la artista performática. "Currie", dice Carson, que llama a su marido por el apellido, "me enseñó a usar procedimientos azarosos en mis producciones. Usamos el Random Literature Generator que está en internet: es divertido, ponés cualquier cosa y ves qué pasa. Un poco como lo que hacía John Cage, que usaba muchos procedimientos azarosos. Cage te hace escuchar los espacios entre las cosas o la atmósfera alrededor de las cosas. Su intención era desprenderse de su propio ego en su trabajo, que es algo admirable para hacer". Le pregunto a Carson si ella también tiene esa aspiración, deshacerse de su ego: "a veces, no siempre, porque no soy realmente ese tipo de persona. Currie está mucho más evolucionado que yo", se ríe, "pero sí, en mis buenos días trato de hacerlo".
Las palabras son una calle que lleva a la cultura
A juzgar por el rato que pasé con ella, sin embargo, creo que a Anne Carson le va bastante mejor de lo que cree en la cuestión de dominar el ego. A pesar de que su obra está llena de ideas y conceptos, Carson es muy humilde para hablar de su propio trabajo. Cuenta que se enamoró del griego clásico a los quince, de pura casualidad: "Encontré por accidente en una librería una edición bilingüe de textos de Safo, y parecía algo que yo podría aprender. Al año siguiente, a los 16, conocí a alguien que podía enseñarme griego, un profesor de mi escuela secundaria, y así empecé". Más que la cultura, dice, le intrigaban las palabras de esa lengua otra y misteriosa, "pero las palabras son una calle que lleva a la cultura. Pero más que nada, eso, me interesaba entender las palabras".
Las respuestas de Carson son epigramáticas, como esos fragmentos de Safo que ella se encontró por primera vez a los quince años y que en 2002 decidió traducir por placer, "porque parecía un buen proyecto para encarar": ese proyecto terminó en If Not, Winter, un libro que fue un éxito inesperado.
Le pregunto por qué piensa que Safo, la misteriosa poeta de la isla de Lesbos, puede seducir a los lectores del siglo XXI: primero niega un poco que eso sea cierto ("nadie sabe quién es", me dice con algo de sarcasmo), pero finalmente lo acepta y esboza una teoría. "Está el tema de la fascinación por el fragmento", piensa en voz alta, en referencia al modo disperso en que nos llegó la obra de Safo: "nuestra cultura hoy es fragmentaria, y Safo nos da pedacitos de cosas para jugar, ella ofrece eso". Currie le sugiere que cuente una anécdota: "Ah, sí", recuerda ella. Muchos traductores, en las ediciones de Safo, suplen las palabras que no fueron encontradas en los fragmentos con las opciones más probables, sugiriéndole al lector lo que iría a ella: Carson, en cambio, decidió no hacer eso. "El libro de Safo lo traduje sin completarlo: con las palabras que faltan, los espacios vacíos, las lagunas de los fragmentos. Y lo que sucede es que recibo seguido cartas de lectores con esos espacios completados, con lo que ellos completan, con lo que piensan que va o lo que ellos quieren que vaya. La gente tiene ese impulso: les fascina la ausencia pero quieren restaurar de inmediato la presencia", reflexiona: "Es un misterio".
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En 2016, la editorial argentina Fiordo publicó en Argentina la traducción de uno de los ensayos más famosos de Carson, lo que de hecho fue su tesis de doctorado: Eros el dulce-amargo, un texto que parte del rol de eros en la cultura griega (y específicamente, del verso de Safo que titula el libro) pero dispara desde allí en mil direcciones para pensar el amor, pasando por Nietzsche, Barthes, Virginia Woolf y Emily Dickinson, por mencionar solo algunos ejemplos. En este curioso trabajo, tan teórico y cargado de conceptos como ameno y sensual, se puede apreciar muy bien el tipo particular de intervención que Carson produce en la academia: una forma muy personal de rebeldía, que se niega a adecuarse a los parámetros de los textos que suelen producirse en la universidad, pero que no simplifica ni achata nada. Más bien todo lo contrario.
"Voy y vengo por el puente entre la academia y la literatura. No estoy segura de que sea un puente muy sólido hoy, porque todo el mundo está tratando de hacer las dos cosas al mismo tiempo, lo que probablemente es un error", dice con una sonrisa malévola. "Originalmente era un esfuerzo que yo hacía para traer algo de creatividad a la academia, algo…algo de espacio nuevo para pensar en la academia. La academia es predecible: el pensamiento, cuando es bueno, te lleva a un lugar inesperado. No puedes hacer eso cuando todo el proceso está previsto antes de que empieces. Ese es un problema táctico de la academia. Tienes que trabajar con los paradigmas disponibles, pero los paradigmas están ahí, en cualquier idioma, para mostrarte las excepciones. Es en las excepciones donde el lenguaje se vuelve interesante. Así que eso es lo que este puente permite: que la gente note las excepciones".
Le pregunto por qué piensa que ese libro, tan denso conceptualmente, se volvió popular entre tanta gente joven por fuera de los círculos académicos. "¿Por qué te interesó a tí?", me retruca amablemente. Si yo tuviera su calma, me hubiera detenido a pensar, pero como no es el caso improviso una respuesta rapidísima. Le digo que me gustó lo que trabaja sobre el amor y la falta, o la carencia, que me interpeló. Que pensé que era una aceptación honesta de lo que el amor es, incluso aunque no sea una verdad feliz. "Es un libro que fue escrito por una persona joven, o una persona más joven que lo que soy ahora", dice: "está escrito desde una mente adolescente, con un impulso adolescente para averiguar algunas cosas sobre el amor".
¿Entonces ya no cree en eso que escribió en ese libro? "Es una performance retórica", explica: "cualquier libro es una performance retórica. No sé si la creencia está involucrada en esto. Eros no es una confesión, es una exploración de pensamientos. Le da forma a pensamientos que tienen sentido en los parámetros que esos pensamientos proponen para sí mismos, y eso es suficiente para mí. Aunque también podría ser verdad", agrega como una pequeña provocación. "Lo que intenté fue recolectar maneras de pensar el amor y esculpirlas en una forma bella. Para mí eso es un argumento: una forma bella para el pensamiento, en parte pensamientos míos, en parte pensamientos de otras personas a que a lo largo de la historia fueron testigos del amor, y todo eso en algún tipo de forma".
Piensa un poco y agrega: "también creo que a la gente a esa edad le gusta ser trágica, es placentero ser trágico cuando eres joven. Y un libro que les da formulaciones de su propia tragedia es entonces atractivo. Es un tipo de moneda que pueden intercambiar". Le pregunto si ese atractivo de la tragedia se va con el tiempo. "Espero que sí", me sonríe, "porque la mayoría de nosotros sobrevive al amor".
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Le pregunto a Carson si sabe que en mi generación es una especie de ícono queer, y le saco la primera risa franca de la mañana. "Siempre me pensé a mí misma como un hombre gay, en términos ideales. Oscar Wilde es mi ideal", dice contenta. "Lo había escuchado, esto que dices, por la gente que viene a mis lecturas, los más jóvenes, lo había notado. Creo que les interesa mi trabajo porque no tengo género, que es a lo que todo el mundo aspira hoy. Y además escribí sobre un chico gay…y Safo, y ella es un ícono", piensa: "creo que un ícono es un paquete de suposiciones en general mal entendidas sobre una persona, así que supongo que soy un paquete útil, supongo. Pero Oscar Wilde era un mejor paquete", se vuelve a reír. "Deberían volver a él".
Le interesa la política y, en sus propias palabras, "todo lo que está mal en este mundo", pero no piensa en la política de una manera programática. Junto a Currie han creado algunas performances sobre problemas políticos, pero no se siente autorizada para pronunciar opiniones sobre esas cosas. "Son demasiado complejas", admite con naturalidad.
A Carson no le gusta hablar de lo que no sabe, pero tampoco quedarse en su zona de confort: así fue que empezó a llevar su poesía a la performance. "Fue idea de él", dice señalando a su marido. "Yo solía dar conferencias académicas, ese es un formato bastante 'seguro', aburrido. Pero entonces conocí a Currie, y creo que las primeras cosas que hicimos fueron con bailarines. Yo tengo una imaginación muy lineal, y él tiene una imaginación espacial. Entonces yo escribía cosas que estaban confinadas al texto, y él las leía y decía 'bueno, esto sería mejor con bailarines', e imaginaba una forma de sumar bailarines, espacio y movimiento. Y es genial", dice con entusiasmo. "También puedes ignorar todo eso y solo escuchar a Anne", agrega su marido con afecto. "Así empezó", sigue ella, "como una 'espacialización' del pensamiento. Descentrar las palabras, pero ante todo a quien las dice: las palabras pueden estar en la obra, pero sin que quien las dice sea central".
Carson vuelve una y otra vez a esta idea de descentrarse, de correrse: "Cuando hacemos performances, él siempre va al medio, o algo más va en el medio, el evento va en el medio, y yo me quedo parada al costado. Por eso me gusta trabajar en grupo. Así no tengo que pararme en el medio del escenario". No le gusta el centro de la escena, le digo: "Me escondo" (se ríe), "llamo a eso esconderse. Y soy buena escondiéndome".
Me interesa saber qué piensa del feminismo, si ha visto los pañuelos verdes, si tiene alguna posición sobre el movimiento #MeToo. "Ayer escuchábamos el discurso de apertura", dice en referencia a la participación de Catherine Millet en FILBA: "el movimiento feminista ya es también un ícono, un ícono de sí mismo, y los íconos, como decíamos antes, son versiones simplificadas. Así que probablemente es algo bueno que el movimiento suceda, pero tiene que asentarse y volverse más complejo, en su razonamiento sobre sí mismo. Si eso pasa, creo que conducirá a cosas buenas; y si no, creo que conducirá a una gran confusión".
Le pregunto si alguna vez, a lo largo de su carrera, sintió que ser mujer y escritora fuera algún tipo de tema, si alguna vez tuvo que ponerse a pensar en eso. "Creo que si fue un problema, lo evité", dice pensativa. "Supongo que esa es otra forma de esconderse. Eso es lo que me caracteriza".
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