Imagine que usted está en el hotel Intercontinental de Medellín, durante los días en los que se desarrolla el Festival Gabo en esa ciudad que es pura potencia y verde. Son las 9 de la mañana, el sol juega a las escondidas y en el salón comedor se escuchan todos los timbres posibles del español y el portugués: decenas de periodistas y fotógrafos continúan durante el desayuno las conversaciones que se iniciaron en las actividades oficiales del evento organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. En una de esas mesas comparten café, frutas y tostadas los nicaragüenses Sergio Ramírez y Gioconda Belli, dos de los nombres más relevantes de la literatura latinoamericana y referentes de aquella revolución sandinista que ilusionó a toda una generación a fines de los 70 y que mantuvo esa llama encendida durante una década. Con ellos está Tulita, la adorable esposa de Ramírez, quien siempre lo acompaña en sus viajes.
Imagine ahora que Ramírez -último Premio Cervantes- y Belli conversan con usted sobre la crisis que tiene en vilo a su país desde el mes de abril y que ya se cobró más de 300 vidas, a manos de la represión. Conversan con usted luego de haberse presentado el día anterior en el Orquideorama del Jardín Botánico de Medellín, en una mesa coordinada por Sabrina Duque que llevaba el título de "Nicaragua, el grito de los volcanes". En esa mesa, antes de comenzar a hablar, estos dos monstruos de las letras en español y el público habían visto un video que mostraba imágenes de las multitudes nicaragüenses en protesta. Se escuchaba de fondo "Nos tienen miedo porque no tenemos miedo", de Liliana Felipe.
Ramírez y Belli le cuentan a Infobae Cultura que otro de los himnos que se escucha en su país por estas semanas es "Yo vengo a ofrecer mi corazón", de Fito Páez, naturalmente por aquello de "Quién dijo que todo está perdido". Ya nada queda de aquel otro himno de Silvio Rodríguez que anunciaba que Nicaragua andaría su camino en la gloria. No hay gloria sino drama, los números son escalofriantes. Según la oficina del Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los Derechos Humanos (Acnudh), el gobierno de Ortega es responsable de más de 300 muertes, ejecuciones extrajudiciales, torturas, obstrucción a la atención médica, detenciones arbitrarias, secuestros y violencia sexual, entre otras violaciones a los derechos humanos. Desde el oficialismo negar responsabilidades y en cambio acusar a los jóvenes de incitar a la violencia. "Han creado una narrativa mentirosa sobre lo que ha pasado", asegura Belli.
Una curiosidad, en medio del espanto: como el gobierno tomó la bandera rojinegra del sandinismo como propia, desde el inicio de las protestas los colores azul y blanco de la enseña nicaragüense "se han vuelto una bandera subversiva" y portarla "es un delito", contó Ramírez, quien pese a todo es optimista. El escritor se ve a sí mismo como alguien afortunado por haber sido protagonista de una revolución y cree que está a punto de asistir a otra, que por otra parte será pacífica: es la que está naciendo de la pelea de los llamados nietos del Sandinismo, porque crecieron escuchando a sus abuelos hablar de la revolución. "Dos cosas no quisiera ver en Nicaragua: ni una guerra civil, ni un golpe de Estado", dijo Ramírez. Ante una pregunta del público, explicó cuál había sido su lugar durante el primer gobierno sandinista. Yo nunca fui guerrillero, nunca aprendí a disparar un arma. Mi papel en la Revolución sandinista fue político", aseguró.
Durante su presentación en el festival, los escritores buscaron explicar ese grito que no deja de escucharse en su país y que es la expresión social de una población que le dice basta al gobierno de Daniel Ortega y su esposa y vice, Rosario Murillo. Los escritores insisten: el régimen de Ortega (Ramírez fue su vicepresidente entre 1985 y 1990) nada tiene que ver con los propósitos del sandinismo original. "La revolución terminó en 1990 y no tiene segunda parte. Lo único que tiene buenas segundas partes es Don Quijote", aclara Ramírez. "La mayoría de los cuadros y militantes que hicieron la revolución dejaron el Frente Sandinista no ahora, sino en 1993", dijo Belli.
"La posibilidad de que tengamos un cambio democrático de gobierno es una posibilidad muy cierta, no hay ninguna esperanza perdida, esa es la gran aspiración de los nicaragüenses. Hay incompatibilidad total entre la sociedad y el régimen. Tenemos un régimen absolutamente aislado", agregó el autor de Castigo Divino.
Pero esto fue ayer y hoy estamos sentados a la mesa, con vista a un jardín que explota de verde. Entonces, ahora sí, volvemos a la mesa del desayuno, que huele a café y a esperanza.
— Me gustaría preguntarles algo de orden personal. Ustedes fueron personas cercanas al presidente Daniel Ortega. ¿Cuándo fue la última vez que lo vieron?
Sergio Ramírez: Verlo físicamente en el año 1999, o sea hace diecinueve años.
— ¿Y se comunicó con él de alguna otra manera?
S.R: Sí, nos conectamos cuando él ganó la Presidencia en el 2006. Hablamos por teléfono.
— ¿Ustedes habían llegado a tener una relación personal más allá de la relación profesional como vicepresidente?
- R:
- Obviamente, ¿no? Si trabajábamos juntos.
— ¿Pero se consideraba un amigo de Ortega en algún momento?
- R:
- Bueno, contarle mis penas no
- (risas)
- . Yo creo que los amigos son los que se cuentan sus penas.
— ¿Pero era una persona que le inspiraba confianza?
— En aquel momento sí, sí. Él delegaba muchas funciones en mí y yo hacía cosas que no le consultaba. Entonces teníamos una plena confianza.
— ¿Y usted, Gioconda, hace cuánto que no lo ves?
Gioconda Belli: Cuánto hace… Yo creo que la última vez que lo vi fue en el Congreso del Frente (N. de la R: Sandinista) en el 93. Pero nunca tuve una relación cercana con Daniel Ortega.
— Pero, por ejemplo, ustedes como escritores y como intelectuales tan reconocidos afuera, ¿no tienen reconocimiento dentro del país en términos oficiales?
SR — Uno no piensa la relación como la de otros países. Nicaragua desde que uno abandona las filas del Frente Sandinista tradicional se convierte oficialmente en traidor. Esa es la vieja mecánica semántica de la izquierda jurásica ¿no? Tú eres traidor entonces por lo tanto…
GB — No existís.
SR — No existís o bueno, te exponen a lo que ese calificativo trae consigo. Entonces eso tiene muchas consecuencias, puedes hacer lo que quieras en tu vida y te vas a encontrar con un silencio de piedra de parte del Estado o insultos.
GB — Mira, cuando Sergio gana el premio Cervantes, que Claribel Alegría ganó el premio Reino Sofía, no se dijo una sola palabra. Oficialmente no dijeron una palabra. Cuando Claribel murió, la Rosario Murillo llamó a la familia y preguntó si podía mandar unas flores. Y ese día habló de la Claribel. Que se había muerto, pues, y que había ganado el premio. Claro, muerta.
— ¿Hay artistas y escritores que todavía, de algún modo, son la cara cultural del régimen en Nicaragua?
SR — Yo diría que muy escasamente, muy escasamente.
GB — Prácticamente fijate que es como digamos la franja menos conocida y menos destacada. Algunos que salen ahí de vez en cuando.
SR — Pero bueno, si haces la lista de los escritores, artistas, actores, cantantes, gente conocida de la cultura, no te puedo mencionar a uno solo que esté del lado de Ortega.
— La pregunta es por por qué teniendo la posibilidad de vivir fuera de Nicaragua ustedes eligen vivir allí.
SR — Bueno, por mi parte porque yo viví quince años en el exilio. Pero yo cuando volví a Nicaragua tenía muchas dificultades para salir. En tiempos de Somoza había que tener visa de salida, había que tramitarla: me la negaban. Entonces cada viaje a Nicaragua tenía que calcular un tiempo especial de quedarme para poder tramitar mis papeles. Es decir, no queríamos ir, no fuese que me detuvieran. Entonces por eso vivimos en Costa Rica, vivimos en Alemania. Y para mí es angustioso solo pensar que me tenga que ir otra vez. Es decir, a esta altura del campeonato empezar de nuevo, vivir en el exilio, eso me angustia mucho. Entonces la decisión de nosotros es quedarnos hasta donde se pueda, porque puede ser que en algún momento ya no se pueda. Y eso no va a depender de nosotros pero claro, el día que me amenacen de muerte, me voy.
GB — Sí. O que te quieran dejar prisionero en el país.
SR — Sí, o que esté afuera y digan que hay una orden de captura contra mí, pues no vuelvo.
— Bueno, algunos periodistas acá en el festival están denunciando que en Venezuela no les están permitiendo salir del país a algunos colegas.
SR —Mucha gente me dice: "No, a ustedes no los van a tocar." No, eso no es cierto, van rebanando por capas. Y pues llegaron a una cosa irracional, porque va a llegar un momento en que ya no les importe nada. Y han demostrado que les dejaron de importar muchas cosas. Es decir, un régimen que expulsa a la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, que no les abre las puertas de las cárceles ni le da un solo papel a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que sigue allí, pero incomunicada con el gobierno… Entonces yo digo que son capaces de cualquier cosa.
GB — Me interesa decir esto porque mucha gente cree que yo vivo afuera todavía.
— No claro.
GB — Entonces imaginate: yo querer huir después de que volví. Viví un exilio una vez y después otra vez por otra especie de no saber lo que va a pasar en cuanto terminaba la revolución. Irme de vuelta, irme otra vez…
— Durante la conversación en el festival, Sergio, usted señaló que para usted el futuro político está en la gente más joven, en las nuevas generaciones. Dijo que podía surgir una alternativa de lo que llamó una "segunda revolución" en su vida. Si lo convocaran para trabajar en esa reconstrucción política de Nicaragua, ¿tomaría ese lugar?
SR — No. No porque no sería coherente con lo que yo pienso. Y no me volvería a involucrar en política orgánica, ya no quiero ocupar ningún cargo público ni ningún cargo directivo. No me corresponde, yo creo que tengo mi espacio de escritor y me quedo allí, ¿no? Pero bueno, mi papel es otro, mi papel es hablar. Mi papel es… Yo sé que tengo un altavoz y mi papel es utilizar ese altavoz y decir cosas que dichas por otros no van a ser escuchadas.
— Entiendo.
SR — No es arrogancia pero sé que así es. Entonces creo que es un papel importante que nosotros cumplimos en ese sentido. Pero ya irme a meter a organizar el movimiento o meterme en un movimiento eso no, yo de eso tengo un cansancio anticipado.
GB — A mí me tienta pero también como Sergio, no. A veces me tienta porque mi ser militante empuja, pero realmente yo creo que es importante que dejemos que otros, otra generación, hagan, yo me veo como parte de un consejo de ancianos, que si los chavos te llegan a preguntar…
SR — Yo he hablado con los muchachos. Han llegado a verme, me he reunido con ellos.
GB — Sí, yo también.
SR — Muchachos que muchos de ellos están en el exilio.
— En Costa Rica, por ejemplo.
SR — Sí, y en Estados Unidos.
— ¿Y los ve con la capacidad como para conducir un proceso así?
SR — Son muy buenos. Son muy maduros. Muy lúcidos. Saben lo que quieren.
GB — Están formados.
SR — Te estoy hablando de chavales de veinte años.
— Muy chiquitos.
SR — Pero excelentes. Los hombres y las mujeres iguales, excelentes. Tienen una visión muy clara, integridad moral sobre todo. Entonces a mí me da lástima a veces decir "que estos muchachos que no se vayan a contaminar". Solo pensarlo, ¿no? Porque son una esperanza muy pura.
— Pero al mismo tiempo son gente joven y para lo que va a ser la reconstrucción de la confianza, de la economía y de las herramientas políticas se necesita también algo de experiencia ¿no?
SR — Hay gente, hay gente.
— ¿Sí?
SR — Claro, en Nicaragua a la hora que desaparecieran Ortega y su mujer no se cae en ningún abismo, hay gente muy preparada en economía, en la política, en educación, en salud. Yo conozco cuatro doctores en Educación de Harvard, de Yale, que están ahí, ociosos desde hace tiempo, son mujeres. Yo digo, pues, estas mujeres pueden ser ministras de Educación de lujo. Hay gente, cuadros de primera ¿no?, como para armar un gobierno con gente de 40, 30 años, 25 años.
— ¿Ustedes piensan que el problema de Nicaragua lo tienen que resolver solos los nicaragüenses o que están en una instancia en la que se está necesitando alguna clase de asistencia diplomática mayor?
SR — Las soluciones fundamentales obviamente que tienen que venir de los nicaragüenses. Pero cerrarse a organismos internacionales, decirles "ustedes no tienen nada que ver aquí", eso es Ortega, que quiere verse solo sin que nadie lo esté perturbando. Además a mí me parece que es muy necesario, va a ser muy necesario en un futuro que en Nicaragua se constituya una comisión de la verdad.
GB — Sí, eso va a ser fundamental.
SR — El país no va a poder vivir en paz si no sabemos a fondo lo que realmente ha ocurrido, cuáles son los resortes del poder que llevaron a esta debacle voluntaria que ha habido. En el país se necesita mucha asistencia internacional.
GB — Sí, ya nos pasó que no hubo comisión de la verdad después que terminó la revolución. Y siempre hace falta tener ese momento de verse las caras, de que haya justicia para todos.
SR — Cuando terminó el conflicto de El Salvador la Comisión de la verdad la presidió el presidente Belisario Betancourt, fue una comisión internacional de gente notable, y llegó a investigar lo que había pasado, a dilucidar la responsabilidad. Eso no tiene nada que ver con el intervencionismo.
— Sí, sí.
GB — Esa es una cosa que está muy discutida, o sea qué hacés cuando un país está haciendo una matanza como ésta. Claro que tiene que haber una intervención de otros países, pero a nivel de presión, que no se metan a invadir.
— Latinoamérica no lo soportaría.
GB — Además no serviría para nada.
SR — En Nicaragua a nadie se le ha ocurrido hablar de una intervención.
— Y cómo es la situación económica, caótica. Me refiero la vida del ciudadano del día a día. ¿Eso se modificó para mal o está más o menos igual?
SR — Pues la economía de Nicaragua es muy pequeña, entonces…Mira, hay 300.000 puestos de trabajo que se han perdido. Entonces ya ahí hay un grupo tremendo de gente desocupada ¿no?
GB — El sector turismo.
SR — Muchas empresas han cerrado. Hay una fuga de recursos enorme de las cuentas de ahorro bancarias.
— La gente saca el dinero.
SR — Claro, saca todo su dinero. Y se lo sigue llevando. De manera que la balanza de pagos es sumamente precaria.
— Ahora, Nicaragua tiene créditos del Fondo Monetario, ¿verdad?
SR — Están prácticamente parados todos.
— Porque en un momento había leído que había sido condición del Fondo por ejemplo el tema de las pensiones, uno de los temas que generó que la gente saliera a la calle…
SR — Sí. Vamos a ver, la propaganda del régimen dice que recibieron el seguro social quebrado. Eso es mentira, cuando en el 2006 Ortega llegó al poder el Instituto de Seguridad Social tenía un superávit y dinero suficiente para pagar las pensiones. Entonces el seguro social empezó a quebrar por los préstamos que empezaron a hacerle a gente ligada al gobierno para negocios completamente oscuros.
GB — Hicieron edificios. Especularon mucho con el dinero.
— ¿En el mercado inmobiliario?
GB — Sí.
SR — Entonces está quebrado el seguro. Entonces el Fondo Monetario le puso una canasta de catorce opciones para remediar la situación del seguro. Entre ellas las clásicas, ¿no? Aumentar la edad de las pensiones. Entonces Ortega usó las que le parecieron más benéficas que era poner un impuesto del 5% a los pensionados sobre el monto total a recibir. Y subir la cuota patronal de la cuota laboral. Eso es lo que detonó la situación.
— Ahí Ortega perdió el respaldo que tenía del sector empresario.
— Sí porque fue la primera cosa que hizo sin consultarles a los empresarios. Él trabajaba con los empresarios de una manera muy efectiva que era concertar las leyes económicas antes.
— Se convirtió en un hombre de ellos, digamos.
SR — Sí, concertaba todo, leyes financieras, leyes económicas, leyes laborales. Cuando se aprobaban las alzas periódicas del salario mínimo eso lo llevaban a discusión en la mesa laboral pero ya todo estaba decidido de antemano. Pero la verdad es que los empresarios no se rebelaron mucho a Ortega por eso, yo creo que obviamente fue la brutalidad de la represión…
— No les conviene a ellos tampoco como imagen del país.
SR — Son nicaragüenses pues. No quisieron comprometerse con esa masacre.
GB — Están con Ortega por conveniencia más que por amor a él.
SR — Ellos rechazaron de inmediato la masacre, se pusieron en contra.
— Les hago las últimas preguntas, ya de literatura. Su novela "Las fiebres de la memoria" estaba por salir en octubre…
GB — ¡Ya está aquí! Ayer la conocí en persona aquí en Colombia y está saliendo al mismo tiempo en todas partes.
— Está entusiasmada con esa historia, tiene que ver con una historia personal, ¿no?
GB — Sí, es una historia de un ancestro mío.
— Ayer en un momento decía que Rosario Murillo es un personaje de novela pero que le aburre enormemente pensar en escribir sobre ella.
GB — Imaginate, meses de mi vida pensando en la Rosario Murillo, no (risas).
— Sería demasiado.
GB — Sí.
— ¿Usted está escribiendo, Sergio?
SR — Pues el año pasado para esta época salió "Ya nadie llora por mí", mi última novela.
— ¿Y está escribiendo ficción?
SR — No, estoy tratando de escribir una serie de crónicas sobre lo que está ocurriendo en Nicaragua.
— ¿Ah, sí?
SR — Sí. Es decir, algunos materiales he publicado pero este es otro tratamiento. Estoy dándole voces a los familiares de las víctimas. Sí, sobre todo las muertes de muchachitos de 14, 15, 16 años.
GB — Mataron a veintitrés chavalitos chiquititos.
— Tristísimo.
SR — Y las cosas absurdas que han ocurrido, ¿no?
— ¿Está reporteando? ¿Está hablando con los familiares de las víctimas?
SR — Pues es un reportaje indirecto, porque yo realmente no puedo ir a meterme a una casa a hablar con los padres, eso no se puede. Eso me encantaría. Entonces lo hago indirectamente. Lo que pasa es que yo no sirvo para escribir libros de ocasión, que aparezcan en tres meses, ¿no? No me siento responsable. Yo tengo que darle un espacio de maduración hasta que yo sienta que es un libro literario.
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