Poeta, narrador, ensayista y traductor, Fabio Morábito (1955) es un personaje del todo curioso dentro del universo de la literatura hispanoamericana. Nacido en Alejandría, de padres italianos, con el ascenso al poder del presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, su familia –como tantas otras de orígenes europeos– se vio obligada a abandonar el país y a fijar nueva residencia en Milán.
Quince años más tarde, sin que existiera ninguna conexión ni antecedente, Morábito padre decidió instalar una pequeña empresa en México, llevándose a toda la familia a vivir en un nuevo país, donde todos tuvieron que aprender castellano desde cero. Un año después de llegado, Fabio no sólo lo hablaba, sino que empezó a escribir en ese idioma sus poemas y canciones, que él mismo cantaba acompañado por su guitarra.
De a poco, aparecieron también los cuentos, los estudios en la UNAM –donde actualmente enseña- y la vida literaria, que lo llevaron a vincularse con muchos de los mejores escritores mexicanos de su propia generación: su socio, el poeta Antonio Deltoro, con quien desde hace más de 25 años comparte todos los martes una tertulia literaria, en la que también intervienen Alicia García Bergua, Blanca Luz Pulido y Carlos López Beltrán, entre muchos otros–, el poeta Pedro Serrano –hasta hace poco el director del Periódico de Poesía de la UNAM–, el narrador y cronista Juan Villoro, la escritora y cantante Carmen Leñero, etc.
Mientras llevaba a cabo una investigación académica sobre Antonio Porchia –otro italiano que eligió el castellano como idioma para sus textos–, en 2008 vivió durante nueve meses con su esposa en Buenos Aires, donde estableció relaciones duraderas con muchos escritores locales, fue al teatro (todavía recuerda uno de los espectáculos de Les Luthiers, que le tocó ver) y terminó de escribir su primera novela.
Después volvió en repetidas ocasiones y fue publicado por las editoriales Eterna Cadencia y Gog & Magog. Y a la distancia, colaboró por un tiempo con una célebre columna en la revista Ñ, más tarde convertida en El idioma materno (2014), acaso uno de sus libros más aclamados. Ahora, invitado por el Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (FILBA) y gracias a la Embajada de México en la Argentina, viene a participar en una serie de eventos y, fuera de programa, a dar una charla en el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, por lo que, antes de viajar, accedió a ser entrevistado por Infobae Cultura.
–Alguna vez escribió que Buenos Aires reproducía, a la italiana, el esquema de pueblos pegados unos a otros. ¿De dónde le viene esa impresión?
–No estoy muy seguro de haber dicho eso, o al menos no en el sentido que parece deducirse de su pregunta. En Italia, como en Francia, en España y en general en toda Europa, no hay pueblos aislados; de hecho, hablar de pueblos es un anacronismo; habría que decir mejor localidades. Y a veces es difícil saber dónde termina una localidad y empieza otra; lo sabemos por un cartel en la carretera, pero nuestra percepción suele ser de un continuum urbano-campestre bastante indiferenciado. Ahora bien, en Buenos Aires los barrios podrían parecer eso: un aglomerado de localidades diferentes que forman un continuum, que es la ciudad. Pero se trata de un fenómeno distinto. Igual que la Ciudad de México, Buenos Aires se ha formado por la unión de distintos poblados, que ahora son los barrios de la gran metrópolis. Sin embargo, al contrario de la Ciudad de México, en Buenos Aires el barrio es todavía una entidad viva. En la capital mexicana hay zonas muy diferentes de otras, pero eso se debe a que en una ciudad tan enorme sería imposible cualquier atisbo de homogeneidad. Hay zonas de gente rica, media rica, clase media, gente pobre y gente jodida, y todo eso marca claramente el paisaje urbano, pero en mi opinión el barrio como tal, como entidad espiritual y de pertenencia, ya no existe en la Ciudad de México, y creo que sí existe en Buenos Aires. Una prueba de ello es el fútbol. Acá hay barrios que pueden identificarse, al menos parcialmente, con un equipo de futbol determinado. En la Ciudad de México este fenómeno no existe.
–Usted viene viajando a la Argentina con alguna frecuencia. ¿Qué impresión le causa el panorama literario local?
–De una riqueza inverosímil. Aquí uno levanta una piedra y encuentra un escritor. Pero volvemos a lo mismo: soy pésimo para hablar de panoramas literarios. Creo que debería abolirse esa pregunta de las entrevistas. Hablar de panoramas locales, sobre todo cuando se trata, como el español, de una lengua hablada por tanta gente en tantos países, no tiene mucho sentido.
–He podido observar que tiene un público para su poesía, otro para sus cuentos y otro para sus ensayos, y que ese público no necesariamente es el mismo. ¿Lo siente también de esa manera?, ¿a qué lo atribuye?
–La gente tiene sus gustos en cuanto a géneros literarios. Muchos lectores de los cuentos de Borges no se asoman casi a su poesía, ya sea porque no les gustan sus poemas o porque la poesía no les interesa. La poesía, como siempre, es el género más castigado. Los que leen o escriben poesía suelen leer también cuentos y novelas, pero lo contrario no suele ocurrir. Muchos novelistas, incluso famosos, apenas leen poemas. En mi caso, como escribo poesía y cuentos con más o menos la misma dedicación, me interesa leer tanto poemas como cuentos, pero también novelas y ensayos. De hecho, los ensayos es lo que más me gusta leer últimamente. Ignoro si los que han leído mi poesía se han asomado a mi narrativa, y viceversa. Es más, ignoro si tengo un "público". Mis libros no tienen muchos lectores; eso sí, están esparcidos en muchas partes. Por otra parte, que mis libros se vendan poco no me molesta, pues a la mayoría de mis colegas les pasa lo mismo, y cuando eres poeta, aprendes muy rápidamente a buscar estímulos para tu trabajo fuera de los estados de cuenta de tus regalías.
–¿Cómo sabe cuando algo va a ser poesía, narración o ensayo? ¿Cómo procede en cada caso?
–En mi caso no dudo nunca, porque cuando escribo poesía, por ejemplo, no hago otra cosa que escribir poemas, hasta concluir un libro, y sólo entonces empiezo a escribir cuentos, y cuando escribo cuentos jamás escribo un solo verso. Si sucede que mientras estoy en mi "etapa de cuento" se me ocurre un verso prometedor, me abstengo incluso de anotarlo, y me digo: si realmente vale la pena, me acordaré de él cuando empiece de nuevo a escribir poemas.
–He leído que usted dice que necesita no saber cómo va a terminar lo que escribe, que no puede tener un plan preestablecido. ¿Por qué?
–Esta pregunta es válida sólo para los cuentos, no para los poemas, pues los poemas nunca se sabe cómo van a terminar, ni siquiera se sabe qué va a decir el verso que sigue al verso que acabo de escribir. En los cuentos sí existe la posibilidad de establecer algo parecido a un plan mental, una línea argumental que guíe la hechura de la historia. Con el tiempo he aprendido a no lanzarme a contar una historia si no tengo un poco de terreno seguro bajo los pies. Antes me bastaba una frase, una imagen para empezar un cuento, pero me di cuenta de que en estos casos fracasaba casi siempre. Así que ahora debo tener al menos un cuarto de la historia en la cabeza para empezar a escribirla. Pero, eso sí, nunca sé cómo va acabar, y las pocas veces que creía saberlo, a la hora de la hora me salía otro final. No actúo así de una manera premeditada, sino instintiva; forma parte del juego: perseguir esa presa que es el cuento que estás escribiendo, a ver si puedes alcanzarlo y darle muerte. Si ya lo tienes en la jaula desde el principio, se pierde todo el chiste.
–Sus libros, efectivamente, están en todas partes porque tanto usted como Juan Villoro se han encargado de publicar los mismos libros en distintos países con pequeñas editoriales de mucha calidad, lo cual ha multiplicado su presencia en las librerías de toda la lengua castellana. ¿Fue un propósito deliberado? ¿Es mejor eso a que, por ejemplo, firme con una editorial para toda la lengua o para todo un sector de la lengua? Y de paso, ¿qué opina de los agentes literarios?
–Una de las cosas más frustrantes para un escritor es que alguien le diga que buscó su libro en varias librerías y no lo encontró en ninguna. Se puede entender cuando el libro lleva un par de años en circulación, pero no al par de meses de salir a la venta. No hay editorial en español que sea capaz de cubrir no digo la totalidad del mercado de libros en esa lengua, sino ni siquiera un cuarto. La leyenda que aparece en los contratos, en la cual el editor se atribuye la exclusividad de la circulación de un libro para todos los países de lengua española, es claramente un abuso. No le queda más remedio al escritor para contrarrestar un poco el fenómeno de "busqué tu libro y no lo encontré", que publicar el mismo libro en ediciones locales de distintos países de la misma lengua, con editoriales pequeñas pero aguerridas, que luchan por lo que publican y mantienen con los autores una relación cercana. No es que un autor se vaya a enriquecer con eso, pero tendrá un poco de más lectores y sobre todo mejor distribuidos en el espectro de los países hispanohablantes.
–Usted ha sido traducido a varios idiomas. Siendo usted mismo traductor, ¿trabaja con sus traductores? ¿Los deja hacer y no interviene?
–Me referiré sólo a la poesía. He trabajado intensamente con traductores de mis poemas, obviamente cuando se trata de idiomas que, o bien conozco, o bien puedo entender lo suficiente como para advertir problemas. Ahora mismo estoy trabajando en una amplia antología de mis poemas que se publicará en Francia el próximo año. Mi traductora y yo hemos revisado cada poema y yo he sugerido cambios a veces fuertes, con tal de no perder la musicalidad del original; cambios de sentido que la traductora, seguramente, no se habría atrevido a acometer por sí sola. Para mí, la traducción de poemas a otra lengua supone aclimatar esos poemas a un entorno sonoro y psicológico diferente, lo que implica a menudo introducir cambios en el significado de algunas palabras, en la longitud y la distribución de los versos, en añadir o suprimir palabras o hasta versos completos, dependiendo de cómo suenan en el nuevo idioma, lo cual significa que el autor y el traductor deben trabajar de manera muy estrecha y con un gran respeto mutuo. En el caso de la antología francesa de mis poemas, la traductora y yo escribiremos una nota a la traducción en la cual explicaremos todo eso, en parte para protegerla a ella, pues ciertos cambios que he introducido son tan fuertes que el lector francés, al tener a la vista tanto la versión original como la francesa, podría suponer que la traductora no entendió algo o se tomó libertades indebidas.
–En cierto sentido, usted es un extraño en el cuerpo de la literatura mexicana, pero, a la vez, uno de los escritores mexicanos más destacados de la actualidad. ¿Cómo vive esa circunstancia?
–No sé qué tan extraño soy yo en el cuerpo de la literatura mexicana. Además, la noción de literatura nacional ha perdido mucho sentido. Cada escritor encuentra su nicho encontrando afinidades con otros escritores que a menudo pertenecen a otras latitudes e incluso a otros idiomas. Ciertamente, hay formas de escribir, formas de expresarse, que son más propias de ciertos países, porque responden en parte a la idiosincrasia de la gente. En este sentido, la traducción es crucial para cruzar fronteras o, mejor dicho, para abolirlas. Cuando publiqué hace unos años una antología de la poeta italiana Patrizia Cavalli sentí que un registro como el de la poeta italiana, su repaso irónico y sensual del trajín diario, le hacía mucha falta a la poesía mexicana, siempre dada al tono sombrío, y cuyo humor suele tener una acidez extrema. Pero la recepción fue prácticamente nula, en parte porque mi traducción la publicó la UNAM, que es como decir que casi no circuló. Es una lástima, porque cuando Cavalli dio un recital en la FIL de Guadalajara, tuvo un éxito arrollador. Los que la han leído, se han enamorado de sus poemas. Es un ejemplo de cómo ciertos registros expresivos, que en la tradición literaria de un país se han sedimentado profundamente, en otros son prácticamente desconocidos.
Todo Morábito
Fabio Morábito autor de los libros de poesía Lotes baldíos (Premio Carlos Pellicer, 1985), De lunes todo el año (Premio Aguascalientes, 1991) y Alguien de lava (2002) –todos ellos incluidos en La ola que regresa, poesía reunida (2006)–, y Delante de un prado una vaca (2011).
Como narrador ha publicado los cuentos de La vida ordenada (2000), La lenta furia ( 2002 y 2009), También Berlín se olvida (2004) y Grieta de fatiga (2006 y 2010) por el que obtuvo en el año 2006 el premio "Antonin Artaud", y la novela Emilio, los chistes y la muerte (2009).
Como ensayista ha publicado Los pastores sin ovejas (1995) y como escritor de literatura infantil, Cuando las panteras no eran negras, libro por el que ganó el "Premio White Ravens" en 1997. Vertió al castellano la obra completa de Eugenio Montale (para Galaxia Gutenberg), una antología de la poeta italiana Patrizia Cavalli (UNAM) y la obra Aminta de Torcuato Tasso. Es asimismo compilador de un grueso volumen de Cuentos populares mexicanos (Fondo de Cultura Económica).
*Morábito realizará actividades en en el FILBA los días 11 y 12 de octubre. La charla que dará en el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, tendrá lugar el jueves 11 de octubre, a las 19 hs., en la Biblioteca del Goethe Institut, Corrientes 343, C.A.B.A.
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