La primera exposición que Picasso hizo en el continente americano fue en Buenos Aires, Argentina, en en la Galería Witcomb. Corría el año 1914. Su fama y su prestigio rebalsaban Europa, sin embargo su desembarco artístico a estas frías tierras occidentales fue a través de una muestra conjunta, acompañado de varios artistas. Por ese entonces, era un mito creciente, el padre del cubismo —la primera vanguardia, la que rompe con el último estatuto renacentista, la que instala la posibilidad de la perspectiva múltiple—, mito que aún hoy, incluso hoy, no ha dejado de crecer.
104 años después, en esa misma galería, ahora ubicada en la calle Rodríguez Peña, la obra de Pablo Picasso inunda todo el ambiente. Javier Calvo, dueño del lugar y gran conocedor de la obra del artista español, recibe a Infobae Cultura. Las 123 obras —grabados, litografías, heliograbados, linograbados y carteles— que decoran esta emblemática galería bajo el título La magia de Picasso están en venta.
"Queremos mostrar que Picasso no sólo vale millones de dólares sino que también, por cifras razonables, valores entre cuatro mil y veinte mil pesos, se pueden obtener estas obras", dice Calvo. La entrada es libre y gratuita. Sólo hay que golpear la puerta; y si está abierta, entrar, mandarse y pasar un buen rato entre toros, cuerpos y trazos.
Una técnica para democratizar el arte
"Picasso acumuló fortuna y fue famoso desde muy joven. Fue tan inteligente que quería que su obra perdurara en el tiempo, que no fuera para pocos. Buscaba democratizar el arte. ¿Y cómo se logra ésto? A través de los grabados, las litografías, los linóleos, que son planchas de un material plástico… la obra gráfica. Hacer una plancha original, que puede ser piedra, puede ser chapa. Como fue muy prolífico y todo el tiempo estaba creando hizo muchas series que repartió por todo el mundo", cuenta Calvo.
Estas series que están, colgadas y enmarcadas, son producto de una minuciosa serialización artesanal del arte. Picasso trabajaba con planchas de distintos materiales, las moldeaba, las rayaba, las dibujaba, las construía. Picasso hacía eso y luego iba a una editorial especializada para que las serializara. "Una imprenta tiene que ser especialista en esta técnica —comenta el dueño de Witcomb—. Son muy pocos las que quedan en la Argentina. Prácticamente ninguna. Pensá que cada color es una plancha. Si una obra tiene seis colores, se necesitan seis planchas. ¡Es un trabajo de locos!"
"Para que te des una idea, Joan Miró, por ejemplo, que era muy amigo de Picasso, trabaja así: autorizaba a Polígrafo, una editorial muy importante de Barcelona, a que hiciera mil copias. Le llevaba las planchas. Iba al taller, miraba bien, revisaba si la calidad era la correcta, si los colores estaban bien. Y si aprobaba, imprimían e imprimían. Y una vez que estaba todo listo, se hacía como una ceremonia: con un cortafierro, Miró romía, dañaba la piedra. Si se volvían a usar esas piedras salían con esa rotura. A mí me lo cuentan los dueños de Polígrafo. Supongo que con Picasso sería algo similar, porque encima era mucho más comerciante y tenía mucho más mundo. Si vas al taller de Polígrafo de Barcelona, es más que un taller, es como un laboratorio".
Estas editoriales hacían libros, que más que libros eran carpetas, todas de gran tamaño, difícil de guardar en una biblioteca tradicional. Imprimían mil, por ejemplo, de tirada única y sin reedición. Una de estas carpetas, Calvo la compró en la librería Alberto Casares, de las más antiguas de Buenos Aires. Un libro que llegó y ahí permaneció, hasta que Jorge Calvo lo encontró. "Ellos saben que yo soy buscador de obra gráfica, entonces cuando tienen una perlita como esta me llaman", cuenta.
"Esta es la carpeta que traía todos esos trabajos", dice Calvo señalando una de las series sobre la pared más cercana y abre ese objeto que tiene más de cincuenta años. Pertenece a la editorial francesa Cercle d'Art, con la que Picasso solía trabajar. "Colgué acá los más lindos y vendí casi todos. Hay uno que me lo guardé para mí", agrega y pasa las páginas, los trabajos. "Mirá, tocá la textura. Esta es la técnica del linóleo. Es una técnica sencilla que él dominaba. De esta carpeta hay mil en todo el mundo. Es una única edición, una sola vez. Encontrar esto es una joya".
"El gran secreto de esto es que él podía democratizar su obra. Era lo que quería, pero también, hay que decirlo, le gustaba mucho la plata", explica.
La galería de los 140 años
Cuando Alexander S. Witcomb llegó a la Argentina el año que marcaban los almanaques decía 1863. Venía recorriendo América Latina —Chile, Perú, Brasil— con los ojos bien grandes y en Buenos Aires plantó bandera. Había nacido en Londres en 1835, tenía 28 años y una familia que, desde el otro lado del Océano Atlántico, lo bancaba. "Le envían una cámara fotográfica que en ese momento era un artefacto revolucionario", cuenta Calvo, entonces Witcomb —con más ganas de estar en el siglo XX que en el XIX— pone un estudio fotográfico en el año 1878 sobre la calle Florida. Un éxito.
Durante un tiempo logró hacer mucho dinero y sacarle lustre a su chapa de visionario. Pero para unas décadas después, tener un estudio fotográfico ya no era tan relevante. Y Witcomb era un comerciante, tenía el olfato de los tipos inquietos que siempre piensan en el porvenir. Entonces, usando todas las salas que tenía en su estudio, decidió empezar a montar muestras de arte. Como su trabajo consistía en fotografiar a familias patricias, sabía que ellas también podían ser compradoras de obras de arte. El negocio fue redondo.
"No hay artista que no haya pasado por Galería Witcomb". Lo dice Calvo, convencido, seguro, afirmado sobre su banqueta. Y nadie puede contradecirlo. "Por ejemplo Berni —agrega—, que es un ícono de la pintura argentina, la primera exposición que hace la hace acá, pero en la sucursal que abrió en Rosario. Era tan grande el despliegue económico y el prestigio de la galería que abrió una ahí, y otra en Mar del Plata. Cuando Berni tenía 17 hace la primera ahí. Y no para más. Despega".
Alrededor de 1914, en los comienzos de la Primera Guerra Mundial, llega Eliseo Meifrén Roig, un pintor catalán que quería irse de Europa, tan acechada por la miseria, el desempleo y los tiros. "Tenía contacto con Witcomb, entonces recluta una gran cantidad de artistas españoles y se vienen para acá. Entre ellos estaba Picasso. La primera obra que Picasso expone en América, pero América toda, desde Canadá hasta Argentina, fue en la Galería Witcomb, y por supuesto se vendió".
Después se hicieron otras. Una en 1951, otra en 1953. Y la última, en 2015, dedica a su obra erótica. Y la actual, La magia de Picasso. Todas en Witcomb.
Historias que cuentan sus obras
Mientras recorremos la muestra, suena una entusiasta música clásica. Todo lo que se ve son trabajos editados entre 1954 y 1970. Hay varias series, por lo menos siete y algún que otro afiche suelto. La comedia humana, por ejemplo, que son dibujos de pequeños trazos de colores que casi nunca se unen. Aparece el circo como gran tema. Cuerpos: hombres y mujeres. "Tuvo una novia que trabajaba en el circo, entonces en ese tiempo conoció todo ese universo. Muchos veces iba y, al tener que esperar a que su novia termine, se ponía a hablar con trapecistas, acróbatas, malabaristas, payasos. Acá se ve un poco ese costado suyo, el circense", cuenta Calvo.
Al entrar a la galería, a la derecha, hay dos litografías, realizadas con un estilo muy similar al Guernica aunque son posteriores. Picasso las hace durante los años cincuenta. Una es La Guerra y la otra es La Paz: un contraste minucioso porque ambos se funden como si tuvieran la misma forma. "Esta edición es de Cercle d'Art también y se hicieron mil ejemplares en una única edición", comenta más adelante, la serie Toros y toreros: Picasso era un gran amigo de Dominguín, un torero muy famoso. "Esta serie está dedicada a él. Lo dice en la carpeta donde vienen". Y hay más: Les dejeuners, Linogra veurs, Suite 347.
La inspiración siempre es un ráfaga. Claro que está el trabajo previo y el posterior: cultivar el terreno para que esa imagen repentina que surca la cabeza del artista aparezca de forma concreta. Picasso trabajaba así. Nunca se detenía. Estaba todo el tiempo pensando en la creación. Entonces, cuando vio el Almuerzo sobre la hierba de Édouard Manet la ráfaga apareció. Es un óleo de 1863 que yuxtapone un desnudo femenino con caballeros completamente vestidos. El Salón de París la rechazó por "irritante y controvertido", entonces se expuso en, justamente, el Salón de los Rechazados. Cincuenta años después, Picasso interpretó esta obra con más de doscientos trabajos. A esta serie versionada le puso el mismo nombre: Almuerzo sobre la hierba.
"Y acá hay algo maravilloso, La Suite Vollard, considerada la obra cumbre del grabado. Todo ésto, ¿ves? está hecho sin posibilidad de arreglo. Es un lapicito y así quedó", dice Jorge Calvo señalando una obra con el dedo meñique, como recorriendo el trazo. La serie tiene ese nombre por el galerista Ambroise Vollard, que fue quién se la encargó a Picasso. Hicieron un trato: Vollard tenía obras Monet y Cézanne, y Picasso las quería, entonces las obtuvo a cambio de estos cien grabados, que tardó seis años en hacerlos. "Empezó con uno de sus grandes temas: el artista y la modelo. Por esos años, Picasso había conocido a Marie-Thérès Walter, una modelo de la que se enamoró perdidamente. Lo cautivó su juventud. Ella tenía 17 años y él… bueno, ya era mayor, estaba cerca de los 50", dice y al señalar algunos cuadros comenta: "Él se ve como un toro salvaje, como un minotauro. ¿Ves? Mirá, mirá".
"Pero se termina dando cuenta que es mentira que es un minotauro. En este cuadro lo ves —y acerca su dedo a un pequeño cuadro donde un hombre con cabeza de toro se arrodilla frente a una multitud—. Se dibuja vencido, aparece vencido. ¿Qué pasó? Apareció un muchacho joven y Marie-Thérès se fue con él. Y Picasso se quedó solo. Así como billetera mata galán, juventud mata falso minotauro", bromea.
"Picasso no sólo fue un excelente pintor, también un excelente grabador, un excelente ceramista. Las cosas que hacía con la cerámica eran impresionante. Un gran escenógrafo. Un gran dibujante. Fue un artista completo", concluye Javier Calvo.
* La magia de Picasso
Hasta el 3 de noviembre
Lunes a viernes de 15 a 20 horas
Sábados de 11 a 14 horas
Galería Witcomb
Rodríguez Peña 1050 – CABA
Entrada libre y gratuita
_______
SEGUÍ LEYENDO
Berni, un fotógrafo en los prostíbulos
Melancolía, whisky y cianuro: el adiós suicida y enamorado de Leopoldo Lugones