Su último cumpleaños, el número 68, Neruda lo festejó en Normandía. Estuvieron allí Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa. Fue el 12 de julio de 1972. Se encontraba muy mal de salud, tenía cáncer de próstata y dos semanas antes había estado internado. Cuando lo vieron llegar en la fiesta, hacer su gran aparición, aplaudieron. También soltaron algunas carcajadas. Neruda era un hombre gracioso, incluso en sus peores momentos.
Por aquel entonces era Embajador en Francia de la Chile socialista de Salvador Allende, pero tuvo que renunciar y al poco tiempo volvió a su país. Y aunque el gobierno no pasaba buenos momentos, ahí estaba él, batallando contra su malestar físico, sosteniendo su ideario comunista.
Pero todo se desmoronó de pronto. Un Golpe de Estado liderado por el Comandante del Ejército Augusto Pinochet —quien gobernaría de facto durante 17 años—, con el apoyo del gobierno de Estados Unidos conducido por el presidente Richard Nixon, arrancó con el bombardeo del Palacio de La Moneda, la casa de gobierno chilena, y allí, abrumado y sin salida, Allende se suicidó. Fue el 11 de septiembre del 73: el fin del sueño socialista y el comienzo de una cruenta dictadura que se propagó por toda Latinoamérica.
Para ese entonces, Neruda estaba convaleciente y, ocho días después del golpe, lo internan en la Clínica Santa María. El día 23 de septiembre a las 22:30 de la noche, hace exactamente 45 años, muere. ¿Realmente fue el cáncer de próstata? ¿O se trata, como han denunciado en varias ocasiones, incluso como aseguró en 2017 un equipo internacional de peritos, de otra cosa? Las versiones sobre su envenenamiento siguen vivas y no se han disipado en la bruma del presente.
Neruda despierta fascinación. A muchos les pasa. Leer sus versos y sentir como te parte el relámpago de la más romántica poesía. "Puedo escribir los versos más tristes esta noche. / Escribir, por ejemplo: La noche está estrellada, / y tiritan, azules, los astros, a lo lejos". Así comienza el "Poema XX" de su libro más famoso, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, publicado en 1924. Con este género pasa eso: te conmueve o no.
Ese relámpago lo sintió el norteamericano Mark Eisner en 1998. Había terminado la universidad, estaba recorriendo Chile como mochilero y se enamoró de la poesía de Neruda. Aprendió un poco de español y se quedó dos años a vivir en el país trasandino. Luego volvió a Estados Unidos, continuó su vida académica, pero la voz de Neruda no se le fue nunca de la cabeza.
Hoy, tras quince años de estudios, publicó Neruda, el llamado del poeta, una biografía editada por HarperCollins que supera las 600 páginas. Allí el foco está puesto en todos los aspectos de su vida, incluso en los literarios. Y se anima a las contradicciones, esas que oscilan entre el "poeta del pueblo" y el "comunista de champán". "Hay un Neruda para cada cual —escribe Eisner en la introducción—. Su legado puede entenderse de formas diferentes, pero se comprende mejor en el contexto de los sorprendentes acontecimientos históricos en que participó".
Hubo un tiempo en que la poesía y la política eran elementos indisociables. La sensibilidad estética se nutría de la militancia, de la calle, y viceversa, pero también de la lectura teórica. Todo era un compendio que llamaban formación. Los políticos, así como los artistas, estaban formados. Más que una obligación, era una responsabilidad. Se lo debían a sus seguidores, a su público, al mundo. Pablo Neruda lo estaba. Y desde ese lugar, actuaba.
Su vida comienza en la ciudad de Parral en 1904, y rápidamente una tragedia lo marcó. Su madre —maestra de escuela— muere de tuberculosis cuando Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto —ese era su nombre de nacimiento— tenía apenas un mes. Entonces su padre, que era obrero ferroviario, decide irse de Parral junto a la familia y empezar de nuevo. Se instalan en Temuco, al sur de Santiago, en el centro de Chile, un lugar hermoso lleno de bosques, ríos y montañas que influenciarán la poética de Neruda.
Desde aquel entonces hasta su muerte, un día como hoy pero de 1973, pasaron muchas cosas. Muchísimas. Su primer libro, Crepusculario, lo publicó a los 19 años, mientras estudiaba pedagogía francesa, y siguió aferrado a la pluma. Disfrutó brevemente su fama de poeta en los pequeños círculos literarios hasta que dio inicio a su larga carrera diplomática. Primero, como cónsul en Rangún, Birmania, luego Sri Lanka, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid. En esas estadías nutrió su poesía, su lectura teórica y se frecuentó con varios artistas, entre ellos Federico García Lorca y Pablo Picasso. Continuó su formación.
Volvió a Chile en 1943 para meterse de lleno en la política, aunque jamás abandonó la poesía —de hecho en el 45 recibió el Premio Nacional de Literatura, y más tarde, en el 71, el Premio Nobel —, y fue electo senador. Pero cuando se unió al Partido Comunista, sintió una profunda decepción: en las elecciones presidenciales de 1946, el PC integró la Alianza Democrática, una coalición comandada por Gabriel González Videla que, al llegar al poder, reprimió brutalmente a los trabajadores mineros que estaban en huelga. Neruda puso el grito en el cielo, pero le duró poco: tuvo que exiliarse cuando el gobierno, bajo la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, desató la persecución a los opositores. De nuevo a los viajes.
Ese fue su último exilio porque el próximo sería voluntario, para ser Embajador en Francia. Ese fue el papel que desempeñó cuando Chile se volvió socialista. Para 1969 su fama de escritor estaba en un pico de altura. Quizás por eso le ofrecieron ser precandidato a Presidente por el Partido Comunista, pero decidió negarse. Sabía que su rol era otro. Entonces Salvador Allende tomó la posta y llevó a la la Unidad Popular —así se llamaba el frente— al triunfo definitivo.
En abril del 72, en Londres, dio un discurso en el Royal Festival Hall. Lo cuenta Eisner en el libro. "Después de cien años de luchas de humillados, de los destrozados y de la clase obrera, tuvimos una gran victoria". Fue eso, ni más ni menos, una gran victoria, que unos cuantos meses después terminaría en la peor dictadura del país, además de su muerte.
Manuel Araya Osorio, asistente del poeta, siempre lo dijo: a Neruda lo mataron con una inyección letal. La Fundación Pablo Neruda lo desmiente. En 2013, una investigación se activó y los exámenes toxicológicos realizados en Estados Unidos y España dijeron que la causa de la muerte fue cáncer de próstata. Sin embargo, Rodolfo Reyes, su sobrino, insistió. Dijo que había "terceras personas involucradas", entonces en 2015 el Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior chileno avaló una nueva investigación. Un grupo de especialistas españoles encontraron en el cuerpo el estafilococo dorado, una bacteria ajena a los tratamientos del cáncer y muy tóxica.
Dos laboratorios, uno en Canadá y otro en Dinamarca, iniciaron nuevos estudios en 2016 y, al año siguiente, el juez a cargo, Mario Carroza, señaló que "tiene relación con una nueva toxina, que a su vez requiere de otros estudios que nos permitirán tener una conclusión definitiva". Todo sigue su cauce mientras el cuerpo de Neruda volvió a su célebre casa de Isla Negra. ¿Realmente lo asesinaron? ¿Qué hubiera pasado si su vida hubiese continuado? ¿El cáncer de próstata lo habría vencido de todos modos?
"Tal vez el aspecto más irónico de este drama —asegura Mark Eisner al final del libro— es que, aún si Neruda hubiera sido asesinado con el fin de silenciarlo, su muerte tuvo el efecto contrario". Hoy su figura trasciende fronteras e idearios. Hoy, leer a Neruda, es abrir la cabeza a un mundo imponente, y verlo ahí, enorme, invencible.
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