Lo caracterizan cierto sarcasmo y una acidez que hasta ahora no había podido mostrar del todo en su obra literaria. El escritor chileno Rafael Gumucio está presentando por estos días en la Argentina su novela El galán imperfecto (Literatura Random House, 2018), un libro en el que por primera vez despliega esa cualidad de observador, de ironista, de persona que encuentra en lugares inesperados el humor como impulso vital.
Ocurre que el protagonista de su último trabajo padece un extraño mal y asiste a un médico que le da un diagnóstico inquietante: "Tu cuerpo rechaza a tu pene, compadre".
En diálogo con Infobae Cultura durante su paso por Buenos Aires, Gumucio intenta dar detalles de la experiencia de escribir esa historia y de bucear en el terreno de la sexualidad y sus tabúes.
-El comienzo de la novela está vinculado con una enfermedad misteriosa del protagonista, Antonio, quien tiene que hacerse una intervención quirúrgica en el pene. ¿Por qué arrancar por ahí?
-La frase inicial, que dice "tu cuerpo está peleado con tu pene" o "tu cuerpo no acepta tu pene" me pareció tan fuerte e implicaba tantas cosas que no cabía otra que escribir una novela para llegar a esa frase, que es un disparador. Esto que le pasa a Antonio, que en el caso de él es clínico, porque se lo diagnostica un doctor, les pasa a muchísimos varones. Para muchos el pene sigue siendo un cuerpo extraño, sigue siendo un testigo. A mí me ocurrió como a Antonio, un doctor me dijo esa frase. Me pareció que 40 años de psicoanálisis habían encontrado en esa frase un resumen. Porque eso me lo dijo un dermatólogo, no un psiquiatra. Si me lo hubiera señalado un psiquiatra, habría dicho "bueno, hay algo simbólico". Pero como me lo dijo un dermatólogo me pareció más profundo.
-En tiempos en los que quizá el cuerpo de las mujeres está más en la agenda, ¿cómo decidió usar como puntapié ni más ni menos que el pene?
-Creo que el cuerpo del varón y el de la mujer están juntos, no es muy fácil separarlos. Si está en cuestión el cuerpo del hombre, también está en cuestión el cuerpo de la mujer. Y viceversa. Son cuestiones con vasos comunicantes. Y, claro, la pregunta que todo el mundo se está haciendo ahora es qué es ser hombre y qué es ser mujer. Antes teníamos una respuesta: el hombre era el que iba a cazar y la mujer era la que se quedaba. Pero hoy no tenemos más respuestas. La novela se inscribe un poco en este momento histórico, político y estético.
-La novela tiene un claro narrador pero por momentos es como si esa voz fuera tomada por "okupas", muchas de ellas mujeres, que van llevando adelante el relato. ¿Cómo surge esa polifonía?
-Hace un par de años empecé a escribir teatro. Y, sobre todo, he adaptado obras de teatro de otros al chileno, digamos. La literatura teatral me ha influido, me ha enseñado esto de que a la novela se la pueden llevar otras voces. Me gusta ese juego con las voces y cómo van violentamente arrasando. Siento que cada vez más la literatura y la novela, con la voz de una sola persona, es poco. Tiene que haber más de uno, para mi gusto. La novela empieza con Don Quijote y Sancho Panza, el Quijote solo no es una novela y Sancho Panza suelto tampoco. La novela está cuando esos dos empiezan a hablar. Son voces que están pasadas por lo que ve Antonio. Todas las voces son muy distintas y, a la vez, todas se parecen porque son muy excesivas, todo lo llevan al último límite. Antonio no deja a nadie sin obligar a ir hasta el último extremo.
La novela empieza con Don Quijote y Sancho Panza, el Quijote solo no es una novela y Sancho Panza suelto tampoco
-¿El humor que tiene la novela está entonces vinculado con ese exceso?
-Es que justamente la primera definición de humor es eso, la colección de seres extremos, o de seres extremados. El placer que uno toma en encontrar los extremos siempre es inesperado en el exceso de las personas. A mí me interesa mucho eso. Cuando hablo sobre mis amigos con otros amigos lo que más me gusta destacar de ellos es sus defectos, sus exageraciones, ver cómo las personas cometen siempre los mismos errores y no son conscientes de eso. Esa para mí es la base de lo que me parece divertido, cómico. Y, claro, Antonio también es alguien que siempre comete los mismos errores y de la misma manera. Y se pregunta por qué. Todos son incorregibles.
-¿Sigue a cargo del Instituto de Estudios Humorísticos (un área de la Facultad de Comunicación y Letras de la Universidad Diego Portales, de Chile)? ¿De qué se trata?
-Es una humorada (risas). En realidad es un instituto muy serio donde nos hacemos cargo de la tradición humorística chilena. Intentamos que los alumnos también entiendan cómo está hecho el humor. Si somos estrictos, el humor está en todas partes y es esencial. Mi última novela de alguna manera justifica mi cargo porque es la primera abiertamente humorística que yo he escrito, en la que yo no he querido disimular esa intención sino que la he ido extremando.
-La madre del protagonista es un personaje muy importante en el libro. ¿Es una figura sobre la que la literatura necesita volver?
-Es que hay algo con la gente que engendra otra gente, ¡es algo raro! (se ríe). Es rarísimo tener la capacidad de construir una tribu y tenerla en el vientre: es una cosa rarísima entre las muchas rarezas que la naturaleza o Dios nos tiene. ¿Por qué las personas nacen de otras personas? ¡Es raro! Y no se puede tratar igual a esas personas que hacen nacer a otras personas que a los que no. Desde la época prehistórica, siempre se ha sabido que es algo rarísimo. Como también es muy raro cómo la naturaleza ordenó los órganos genitales. Que estén todos los agujeros juntos, ¡es raro! Nunca entendí por qué el sexo femenino no estaba debajo del ombligo, que era lo lógico. Debería estar frente a donde está el pene. Pero después comprendí: si fuera así, el mundo estaría sobrepoblado. Esos centímetros de distancia fueron la forma que tuvo la naturaleza o Dios para complicar a la gente muy perezosa como yo (risas).
-En la novela, el cuerpo del protagonista es el que termina intervenido.
-Claro, es modificado de como salió del cuerpo de su madre. Eso es bien llamativo. Yo creo que la circuncisión es de las pocas prácticas tribales antiguas que en el mundo occidental siguen preservándose. Nosotros miramos a los indios amazónicos o a las tribus africanas que se ponen cosas en las orejas y nos parece que son rarísimos. Y nosotros tenemos esto. Es interesante porque el pueblo judío, de todos los ritos tribales, encontró el más profundo, el más interesante y el más aterrador. Porque está el fantasma de la castración en este uso tribal, que no deja de ser extremadamente interesante y perturbador.
La circuncisión es de las pocas prácticas tribales antiguas que en el mundo occidental siguen preservándose
-Y que pega justo en el centro de la masculinidad. ¿Cómo se construyen estas masculinidades hoy?
-Es que lo que dice la circuncisión es que en el fondo el pene no es tuyo. Es de la tribu. Y te recuerda que cada vez que lo uses, de tal o cual manera, estás o prolongando la tribu o no prolongándola. Y lo mismo pasa con la mujer. La sociedades durante muchos siglos han dicho "todo lo que sale de tu cuerpo y entra en otro cuerpo es nuestro y no tuyo" porque de eso depende si vamos a sacrificar cuatro corderos o si vamos construir más casas o menos casas. Y ya la tribu no tiene ese poder, la religión no tiene ese poder, el Estado no tiene ese poder. ¿Quién tiene ese poder? Yo creo que quien lo tiene hoy es el mercado. El mercado todavía no ha inventado sus circuncisiones. Pero en cualquier momento las inventará. Mientras tanto ejerce el control a través de los sentimientos, de las sensaciones. Y uno cree que los sentimientos o las sensaciones son lo más personal que tenemos. Y después nos damos cuenta de que todo eso está guiado por la publicidad. Las decisiones que tomamos como individuos son totalmente no individuales.
-¿Qué es un galán hoy?
-El término hoy está totalmente fuera de foco. Ya nadie habla de "galán". Los únicos hombres que yo veo que hoy tienen cierto éxito con las mujeres son los narcisos, esa especie de grupo totalmente enfermo que cree que está hecho de otro material que el nuestro. Esos personajes han sido bastante inmunes en todos los campos y nunca han conseguido más éxito que ahora.
-¿No hay un prejuicio? ¿Cree de verdad que todas las mujeres buscan eso?
-No, también los hombres. Un tipo como Steve Jobs, por ejemplo, es un total enfermo. Una persona que no tiene por dónde, un loco que sigue siendo un loco sin gracia pero que se convierte en el espejismo del éxito. O Donald Trump. Al eliminar al neurótico del asunto, al eliminar a este personaje que tiene dudas sobre sí mismo lo que único que han dejado en pie es el narciso. Entonces uno dice "está bien, estamos cuestionando la masculinidad, la feminidad, ¿qué queda?". No se cuestiona al que sobrevive. Y quizá hay que replantearse la idea, quizá necesitamos más neuróticos, quizá este personaje desagradable que se hace preguntas, que no es capaz de nada y a veces es cínico y complejo sea necesario.
-¿En este sentido, El galán imperfecto podría leerse también como una novela sobre el miedo o sobre esos tipos miedosos?
-Esa ha sido la posición de todo lo que yo he escrito: vencer el miedo, vivir el miedo y ver qué hacer con él. Y sí, es muy esencial. Para mí el miedo ha sido una experiencia fuerte, mucho más que el amor o la pasión. La pasión esencial de mi vida ha sido el miedo. Por otra parte, los miedos terminan en un miedo solo que es el miedo a la muerte. Eso sí ha tenido mucho peso en mi vida, un peso hasta excesivo que me ha constituido. En ese sentido, al protagonista también lo construye el temor. Cuando hablo de sexo, siempre pienso que a nosotros nos da mucho miedo el sexo. El sexo tiene muy buena prensa y nadie lo asocia con el miedo, salvo Pascal Quignard, que escribió ese texto muy lindo que se llama El sexo y el espanto. Pero generalmente nadie piensa que sexo y miedo son sinónimos aunque todo el mundo lo siente.
-Entonces el miedo sigue siendo un motor.
-Soy hijo del siglo XX, de la época de los límites, del miedo, de las neurosis, de Sigmund Freud, de todo eso. Y entiendo el mundo a través de sus límites. Soy del mundo en que la gente era mortal. Pero ahora no son mortales y lo consiguen todo. Estoy con mi agenda y mi agenda es la única que rige, hay un tipo de imbecilidad que hoy gobierna el mundo. No importa mucho el otro. Y el sexo es, por encima de todo, la otredad, el otro. Pero hay una forma mucho más simple de acabar con el problema que es acabar con el otro. Cuando Donald Trump hace el amor con las actrices porno no hace el amor con ellas. Todo lo que él vive le pasa a él solo. Está él, solo, y es presidente de Estados Unido solo y habla solo, todo lo hace solo.
Quizá necesitamos más neuróticos, quizá este personaje desagradable que se hace preguntas, que no es capaz de nada y a veces es cínico y complejo sea necesario
-Se vio involucrado en una polémica al criticar de cierto modo a algunos movimientos feministas en su país. ¿Cambió de idea? ¿Cómo está viendo los movimientos de las mujeres en la región hoy?
-Yo creo que evidentemente personajes como (Donald) Trump y estos narcisos, digamos, estos enfermos, plantean unas ganas de rebelarse y de plantarse contra ellos. Lo que pasa es que no sé si los que se rebelan son tan distintos. Mi mujer dice a veces que #MeToo es "yo-yo", es yo dos, es yo dos veces. Estamos todos tan infectados de esta tendencia del "me too", del yo, yo, yo, mi agenda, que hasta las mejores causas, los mejores apetitos y las mejores luchas se ven contagiadas de ese espíritu posmoderno que a mí me preocupa. En cuanto al feminismo, evidentemente yo soy hijo de él, crecí en él y para mí es cosa juzgada que los mujeres y los hombres somos iguales, que las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres y que debe haber una ley de aborto. Yo pensé que habíamos pasado ya de ese debate, que estábamos en otro debate que es el de qué pasa con los hijos o los nietos del feminismo, qué pasa con nosotros. Es decir, a mí me resultaría ridículo que me dijeran que los hombres no lloran, que el hombre tiene que ser fuerte. Yo ya viví una época en la que los hombres lloraban. Ahora, ¿qué hacemos con ese llanto? Claro, quizá mi problema fue ese, quizá fui muy ensimismado y no vi más allá.
-Es que el mundo parece estar yendo hacia el lado de Trump.
-Pero hay que preguntarse por qué. Y yo creo que nosotros no queremos preguntarnos el por qué, queremos actuar. Y, claro, una figura como Trump te hace pensar en actuar. ¿Pero qué sería actuar? ¿Decirle al mundo que vivimos en la época de los años '50? Yo creo que no, creo que esta época pide pensar, no actuar. Hay que pensar cuáles son los verdaderos problemas y los verdaderos desafíos. Y, claro, hay una desesperación que yo creo que es real. Yo en ese sentido fui ciego al no verlo, al no ver la urgencia. Hay una urgencia, hay una violencia. Y yo creo que el mercado ha impuesto una educación sentimental muy violenta y muy rigurosa y confusa al mismo tiempo. Lo que yo veo desde mi vida y mi educación del siglo XX no tiene nada que ver con lo que viven mis alumnos, o la gente más joven. Antes de cualquier otra cosa no tiene que hacerse cargo de eso. ¿De qué estamos hablando? Porque evidentemente hay cosas contradictorias en todo este asunto, en lo que yo conocí como feminismo.
-¿Entonces cambió la idea de feminismo que tenías?
-Es que para mí era un movimiento de liberación de la mujer. Algo que era una petición de libertad, de mayor fiesta, de apertura, de quemar sostenes. Cuando yo era pequeño hubo una gran manifestación porque una profesora se enamoró de un alumno y el movimiento feminista y de izquierda estuvo defendiendo el derecho de esta mujer a amar a un alumno. Y lograron que fuera perdonada por el presidente de Francia. Ahora sería al revés: los mismos actores pedirían lo contrario. Entonces: ¿qué es ser víctima, qué es ser victimario, qué es ser inocente y qué no? Son todos temas que a mí me interesan mucho como escritor. Y yo no tengo respuestas simples. Europa y Estados Unidos llevan diez años de crisis y los jóvenes que hoy protestan por el tema feminista son hijos de diez años de crisis, de diez años de desesperanza, de angustia, de ansiedad, de estar sin destino. Y quizá eso es lo que yo no logro entender. Uno podría decir "bueno, llevas 10 años de crisis" tu reclamo debería ser por mayores sindicatos, más derechos laborales, acabar con el capitalismo". Pero no es tan simple, nunca es tan simple.
Una figura como Trump te hace pensar en actuar. ¿Pero qué sería actuar? ¿Decirle al mundo que vivimos en la época de los años ‘50? Yo creo que no, creo que esta época pide pensar, no actuar
-¿Tiene algún conflicto con ser periodista y escritor a la vez? ¿Piensa en los dos roles como algo separado?
-Nunca he pensado que mi trabajo sea otro que el de ser escritor. Yo siempre soy escritor aunque haga cualquier otra cosa. No soy ni nunca me ha apetecido ser un reportero que va y tiene la última noticia. Hay algunos de ellos que me parecen muy respetables, pero en general siento que la información es una de las grandes enfermedades del siglo XXI. Estamos rodeados de información y cada vez somos más ignorantes. Ignoramos con mucho detalle ahora (risas).
-¿Y cómo ve al periodismo en general?
-Siempre he pensado que el periodismo es un género literario. Pero no es así para muchos. Ahora está el periodismo de datos, en la escuela donde doy clases les enseñan a los alumnos a usar Excel. ¡Y hacen periodismo con Excel! Bueno, para mí eso está tan lejos de lo que yo puedo hacer que no lo critico. Pero yo no me hice periodista para trabajar con Excel. Yo creo más bien que el periodismo es una forma de pensar en la realidad. Y básicamente soy muy adicto a la vida, a vivir.
-Estuvo trabajando en una biografía de Nicanor Parra. ¿Cómo fue esa experiencia? ¿Cómo nació esa idea?
-Está ahí, lo acabo de terminar, es un ladrillazo. Hace tiempo que quería escribir una biografía de alguien. Y habíamos pensado con Leila Guerriero, que fue la editora, en quién podría ser. Habíamos pensado en José Donoso y otras varias posibilidades. Y de repente me di cuenta de que yo llevaba mucho tiempo viendo a Nicanor. Y que la vida mía y de algunos amigos se había transformado gracias a su presencia. Y que era un pedazo de la historia de Chile y de la poesía chilena que me parecía esencial. Y como mucho de mis libros tienen que ver con la historia de Chile y del siglo XX, dije "bueno, esto puede ser". Lo pensé como un capítulo más de este gran libro que no he escrito, que es como la historia personal de Chile. Para trabajar desde el yo y desde lo personal la historia de Chile.
-¿Esto tiene relación con el libro que escribió sobre tu abuela?
-Se da la coincidencia de que mi abuela nació en 1915 y Nicanor Parra en 1914 y nunca se conocieron. Tenían muchísima gente en común y muchas cosas en común, porque vivieron en un país que es muy chico además. Al mismo tiempo son dos cabezas que me gustan por excéntricas. Es el siglo XX entero. Pero Nicanor tenía una ventaja: él estaba muy contento con el siglo XXI. Le gustaba la posmodernidad, todo lo que uno podía explicarle sobre eso a él le parecía muy bueno. El fin de la historia le parecía una gran cosa (risas).
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