Cem es un joven de la burguesía turca de los años 80. Su padre, farmacéutico e integrante de la resistencia marxista contra la dictadura del general Kenan Evren, lo abandona al irse con otra mujer. Su madre fantasea con que tenga una vida de éxito. Él, con ser escritor. Sin embargo, Cem termina pasando el verano de sus 16 años junto con un maestro pocero -Mahmut Usta- en un descampado en Öngören, un pequeño pueblo a las afueras de Estambul.
La primera parte de La mujer del pelo rojo, el último libro del célebre escritor turco Orhan Pamuk, publicado en español por la editorial Random House, gira alrededor de la relación que construyen Cem y este hombre a fuerza de pico y pala. Juntos buscan agua para un contratista en el marco de la recuperación económica de Turquía. Pero esa búsqueda representa algo más: en la medida en que ellos avanzan bajo las entrañas de la tierra, sus historias se entrelazan cada vez más.
En paralelo, durante sus ratos libres, Cem conoce a la "mujer del pelo rojo" que le da título al libro. Se obsesiona. La espía. La sigue. La encuentra. Ella es una actriz que forma parte de una compañía teatral, también ligada a la resistencia. Ni la relación con esta mujer, ni con el maestro pocero, devenido en un padre para él, terminan bien. Y esa carga perseguirá a lo largo de los años al protagonista de la narración.
Con la magistralidad que caracteriza al Nobel de Literatura (2006), Pamuk reversiona en La mujer del pelo rojo el mito griego de Edipo Rey de Sófocles y la epopeya persa de Rostam y Sohrab de Ferdousi. En el primero, el hijo mata al padre tal como anuncia el oráculo; en la segunda, el padre mata el hijo como parte de un destino ineludible. Cem lucha constantemente contra el temor de convertirse él mismo en Edipo o en Sohrab, ser víctima de la maldición del hijo.
Pero Pamuk no solo juega con la mitología, el amor, la paternidad, las relaciones de dominación y los sentimientos oscuros que una persona puede albergar, también aprovecha sus páginas para trazar una radiografía de la Estambul de los últimos 40 años. Cem trabajó en el pozo de Öngören cuando este quedaba lo suficientemente lejos de Estambul como para pasar un verano entero sin volver a su casa. Pero cuando regresa muchos años más tarde, el pueblo habrá sido engullido por una ciudad frenética que desborda sus límites.
La expansión económica que atravesó Turquía en las últimas décadas, el boom inmobiliario y poblacional, el ascenso de una burguesía ligada a Occidente y de una resistencia ya no de izquierda, sino de una derecha conservadora que reivindica las tradiciones islámicas no se escapan de las líneas de Pamuk.
Con La mujer del pelo rojo, además, el escritor admite que buscó "alertar sobre el presente autoritario del país", en una metáfora de las relaciones de dominación y la búsqueda de un amor paterno. De hecho, en una visita a España en abril de este año, recordó que él nunca tuvo una figura paterna como la que encontró Cem en el maestro pocero, pero eso le permitió "no ser aplastado por el autoritarismo".
En el Öngören actual, el pasado se personifica para Cem de una forma inesperada en lo que hacen unos giros en la historia de La mujer del pelo rojo que dejarán al lector al filo de la siguiente página. Porque el destino encuentra la forma de imponerse. Pero también hay un pasado que se edifica para quienes vieron crecer y mutar a esta ciudad, entre ellos, el mismo Pamuk.
Mil líneas sobre una misma ciudad
Con La mujer del pelo rojo, Pamuk vuelve a narrar sobre el Estambul de sus amores, aunque esta vez en un plano más moderno, pero no por eso menos nostálgico. El autor nació en esa ciudad turca en 1952 en el seno de una familia tradicional de clase alta que fue perdiendo poder adquisitivo y propiedades hasta ser casi un fantasma de sí misma y luego, finalmente, estabilizarse.
En su autobiografía, titulada Estambul: ciudad y recuerdos (2003), Orhan Pamuk devela su infancia y adolescencia, a la vez que hace un retrato de una ciudad que -al igual que su familia- pasó del esplendor a la decadencia antes de convertirse en el monstruo cosmopolita que es hoy. La melancolía del haber sido y la frustración por las pretensiones occidentales en un país que no deja de ser árabe tiñen cada una de las líneas de Estambul en lo que es un relato tan hermoso como triste.
Influenciado por su vida estambulí, Pamuk juega en la mayoría de sus novelas con ese escenario enmarcado entre el pasado y el presente, entre Oriente y Occidente, entre la honra de haber sido la capital de tres imperios y ser hoy una ciudad que vive en una antítesis y síntesis constante.
Con El castilo blanco (1985), entra en el terreno del intercambio cultural al contar la historia de un intelectual veneciano que es capturado y tomado como esclavo por un príncipe estambulí del siglo XVII que le pide que le enseñe todo sobre la ciencia occidental. Con El libro negro (1990), recorre las calles de Estambul de la mano de un abogado que ha sido abandonado por su mujer.
En Me llamo Rojo (1998), probablemente su mejor libro, Pamuk viaja al siglo XVI para llevar al lector al momento de mayor esplendor del Imperio Turco, que sin embargo no escapa de la desgracia cuando un sultán desafía la ley islámica y decide imprimir su figura en un lienzo en el que trabajan cuatro artistas, a pesar de que está prohibido.
Y así podría seguirse con cada una de sus obras. Porque Pamuk es Estambul. No solo por su historia familiar, sino porque él mismo vive el choque entre el Este y el Oeste. En distintas oportunidades, debió partir a Estados Unidos por sus ideas políticas, que habían incomodado al poder de turno y a sectores nacionalistas. Porque, a pesar de tener un pie más del lado europeo de la ciudad que del asiático, todos los caminos de Pamuk conducen a Estambul.
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