A punto de festejar el cumpleaños número treinta de Los Simpson, y luego de haber cumplido el record con la serie de mayor cantidad de episodios al aire en horario prime time, Matt Groening, a los 64 años, se animó a generar un nuevo Big Bang animado: (Des)encanto.
"Simplemente me encanta crear nuevos mundos", explicó cuando le preguntaron por qué quiso iniciar de cero una serie mientras su gallina de los huevos de oro sigue siendo un éxito en la cadena Fox. Anclada en una estética medieval, (Des)encanto arribó a Netflix el 17 de agosto, con la promesa de una segunda temporada.
Con la posibilidad de devorarla de un tirón, la historia que Groening comenzó a bocetar en 2012 en un block de notas, justo cuando culminó luego de treinta y tres años su tira cómica Life in Hell, está organizada en diez capítulos de media hora donde prima la fantasía entre coronas y elfos, con homenajes a algunos cineastas de Bollywood.
"Es la suma de Game of Thrones y Los Simpson", les aseguró a los comandantes de la plataforma más famosa para venderle el proyecto. Pero la serie poco y nada tiene de esa mezcla. (Des)encanto ofrece, por primera vez en los trabajos de Groening, una protagonista femenina: la Princesa Bean. Una veinteañera que desprecia la nobleza y la idea de casarse por un arreglo entre familias. La chica rebelde de pelo blanco solo quiere bañarse en cerveza mientras atraviesa una crisis existencial. Pero no es la única: un Elfo que ambiciona abandonar el azúcar para conocer el sabor amargo del melodrama y un demonio de bolsillo la compañarán en sus fracasos cotidianos, como si fueran los tres chiflados de la era feudal.
Lo interesante de este casting es que los tres personajes parecen salidos de galaxias disímiles que finalmente se encontraron en el mismo planeta por un azaroso alineamiento orbital. Si bien es notoria la identidad visual de Groening (los personajes sin mentón y de ojos saltones) esta extraña serie también se presenta como una piñata rellena de diferentes envoltorios de caramelos. Un escenario hetérogeneo de monstruos y paisajes.
La respuesta ante este inesperado panorama se ramifica en dos atajos: el primero es que (Des)encanto llega luego de una explosión televisiva que modificó las reglas y moldes de los dibujos animados. La Tierra no volvió a ser la misma desde que Adventure Time (2010-presente), creada por Pendleton Ward, invadió la pantalla chica de criaturas que parecen muñecos de peluche benévolos pero que detrás de sus miradas enternecedoras ocultan la ambición de provocar el temido apocalipsis.
Una postal cute que solo es la piel de un destino que incluye safaris a lo más profundo de una pesadilla. Más allá de la influencia estética, que empapó hasta el reboot de las series ochentosas She-Ra y Thundercats, Adventure Time, rompió el contrato de relaciones heteronormadas entre personajes y tiñó los fondos de un color queer que posibilita los romances entre perros que hablan y unicornios que vuelan, entre cerdos rosas y elefantes amarillos, y en todos aquellos que se atraigan sin importar la especie y su género.
El segundo atajo reside en que el co-creador de (Des)encanto es Josh Weinstein, uno de los guionistas de Gravity Falls, la serie estrella de Disney XD que quiso equilibrar los vestidos de princesas con gnomos que vomitan arcoíris a chorros. Matt Groening era conciente de que el público de hoy ya no es el mismo que aquel que creció con las travesuras de Bart y las bromas pesadas de Bender, de Futurama. Su desafío no era solamente dibujar un nuevo mundo sino también escribir otro código de convivencia que incluya menos la filosofía conservadora de Marge y más la ideología feroz de Lisa.
Volver al futuro
El contexto donde nace (Des)encanto es muy distinto al momento en que salieron a la luz Los Simpson y Futurama (1999-2013). Los Simpson (1989-presente) es un producto cultural de la era post Reagan signada por el desempleo, la recesión y las huelgas. Los años 80 en Estados Unidos fue la década donde el grueso de la animación televisiva se produjo con la intención de vender juguetes más que de contar historias personales. Es difícil pensar en una serie clásica de los 80 que no tenga un muñeco o muñeca detrás. Desde Transformers hasta Jem.
Los Simpson son, además, la punta de lanza de la explosión de la animación de autor de los años 90 que surgirían bajo su ala: Ren & Stimpy, Beavis & Butt-Head, Dos perros tontos, Doug, Rugrats, La vida moderna de Rocko y tantas más. La familia color amarillo propuso otra forma de animacion que está más centrada en una visión autoral que en la explotación de franquicias. Ese fue el gran secreto: pedirle a la cadena Fox muy poca plata a cambio de producir cortos, dentro de El show de Tracey Ullman, con plena libertad creativa.
Futurama nació en 1999 en un escenario contrario al de Los Simpson: bajo el mandato más escandaloso del demócrata Clinton, donde la animación autoral no era novedad sino regla. Teniendo como único imán ser el nuevo proyecto del padre de Homero Simpson. Y como mochila de piedra ambicionar ser una comedia inteligente de ciencia ficción, género que al público masivo norteamericano siempre le costó.
No obstante, con Futurama Groening consiguió hacer ciencia ficción graciosa e inteligente aunque gran parte del público no lo haya acompañado (ni siquiera Fox, quien a través de mensajes publicitarios intentó más de una vez boicotearla). A través de (Des)encanto Matt Groening se nos revela un poco como un señor de otra generación que pretende seguir vigente. La pregunta sería: ¿y lo consigue? Solo a medias. El problema de la serie es que no alcanza con disfrazar a personajes con trajes de mujeres fuertes. Por momentos, lamentablemente, se percibe una ausencia de cuerpos dentro de esos vestuarios deudores de Conan el bárbaro.
Si la población de Dreamland la hubiera presentado hace veinte años hubiera sido una revolución, pero en un momento donde las protagonistas de las series animadas para niños son guerreras alienígenas lesbianas que se casan entre ellas, una princesa que eructa y se escapa de su boda heterosexual suena a rebelión tímida. La Princesa Bean sabe lo que no quiere, pero desconoce lo que sí quiere. Pareciera que esa indecisión se extiende a Matt Groening, quien a pesar de sus buenas intenciones de dejar atrás ciertas estructuras de personajes que hoy serían más difíciles de exhibir pone el peso de la serie en un personaje femenino que no quiere ser Marge Simpson, pero tampoco se atreve a ser Lisa. Un feminismo tibio que deja a la guía de la historia desdibujada, cómoda en una posición segura como Homero sentado en su amado sillón.
Posiblemente se deba a que Groening tiene que arrastrar a sus antiguos espectadores que se educaron con Los Simpson al mismo tiempo de que debe conquistar a espectadores más jóvenes, incluso a quienes crecieron riéndose del Jefe Gorgory y Apu pero hoy esperan un programa con diseños más inclusivos. Un desafío que también tuvo con Los Simpson, serie que sintió la obligación de aggiornarse en esta última década, con resultados mejores o peores pero siempre siendo consciente de todas las batallas LGBTIQ ganadas y de un feminismo que toma las calles por asalto, desarmando viejos contratos machistas y reclamando derechos pendientes.
Es la ambición de Groening por querer contentar a todos la responsable de presentar a (Des)encanto con pocas luces. La serie quiere ser Los Simpson y Futurama y en definitiva ninguna de los dos; quiere ser adulta pero infantil; feminista pero no combativa; graciosa pero con un argumento serio detrás; en capítulos pero buscando a los espectadores que no pueden resistirse a ver la serie completa de una insomne sentada; transgresora y políticamente correcta a la vez. La libertad creativa siempre es buena, pero lo es más cuando hay algo que decir. Lo que es innegable es que a Netflix la "agrandece", como diría Jeremías Springfield, tener a Groening en sus cada vez más concurridas filas.
A pesar de todos los esfuerzos de Groening, la serie desfraudó a sus seguidores, recibiendo una tormenta de críticas negativas. Más allá de las exigencias y expectativas de los fanáticos que siguen esperando conocer la voz de Maggie, lo cierto es que todas las ideas que el animador estadounidense tuvo con la sitcom en Los Simpson y con la ciencia ficción en Futurama, aquellas que parecían inagotables, están ausentes en el terreno del Fantasy de (Des)encanto. No hay chistes que marquen un antes y un después dentro del castillo del Rey que solo piensa en poseer el elixir de la vida eterna.
Por otro lado, la serie no encuentra esos rincones emotivos que tanto caracterizaron a sus anteriores obras. Si bien el Elfo que busca desesperado su lugar en el mundo intenta sensibilizar al espectador, para balancear los gags maliciosos del demonio Luci, no consigue conmovernos cómo lo hizo Lisa Simpson cuando tuvo que despedirse de su ídolo jazzista Encías Sangrastes Murphy. Sin olvidar la escena donde Homero revela que todas las fotos de Maggie están pegadas en su oficina para sobrevivir a la deprimente esclavitud con un trabajo tan odiado, o las incontables veces que Homero dejó a un lado su egoísmo y prejuicios para tratar de acercarse a Lisa, a pesar de que al día siguiente deban volver a estar lejos, sea por un crayón incrustrado en el cerebro o por diferentes creencias alimenticias.
¿Será una cuestión de tiempo? Es posible, Los Simpson llevan veintinueve años de ventaja, pero se presentó desde sus inicios con una profundidad narrativa que hasta ahora (Des)encanto no promete. Solo en los últimos capítulos se anima a engrosar el drama logrando que la propuesta sea más sólida. En una de las más recientes entrevistas Matt Groening contó que lo más difícil de hacer en animación es encontrar el tono, y más aún en un mundo que es imaginario. Esa justamente es la falla más evidente: la serie aún no presenta un tono identitario sino un catálogo de posibilidades.
Dejando a un lado algunos chistes dignos de celebrar, donde más brilla esta familia de nobles y plebeyos es en el clima dramático que no escapa al culebrón de telenovela de la tarde. Disputas de poder y secretos que asoman la nariz detrás de una puerta o en el último escalón de una escelara caracol.
El diablo nació en Argentina
Matt Groening visitó varias veces nuestro país debido a estar casado con la artista argentina Agustina Picasso, miembro del grupo Mondongo. En uno de esos viajes expuso en el Fondo Nacional de las Artes una obra en secreto, a través del seudónimo Matías Fogwill Jr. La muestra colectiva titulada Versiones de(l) Trash fue curada a fines de 2009 por Rafael Cippolini, quien no reveló la verdad ni siquiera a los artistas que formaron parte de la muestra. El dibujo que pegó en una de las paredes Matt Groening, y que se multiplicó por otras más, era nada más ni nada menos que el diablo que nueve años después aparecería en la serie (Des)encanto.
"Aunque no quiso confirmarlo pareciere ser que el personaje diablito podría ser parte de una obra en curso, un boceto de un nuevo personaje. Si aparece en las plantallas del planeta en una futura obra de Groening podemos sentirnos orgullosos que su debut mundial fue acá en pleno centro porteño", escribió el periodista Andrés Hax en Ñ el 7 de diciembre de 2009 cuando se descubrió que detrás de Matías Fogwill Jr. estaba el padre de Homero Simpson.
Ahora ya podemos confirmarlo: el diablito fue argentino antes de vivir en Dreamland y atormentar (o no) a la Princesa Bean. Siendo que uno de los públicos más fanáticos de Los Simpson es el argentino, donde sin importar el día y la hora los conflictos de Springfield siguen levantando el rating en uno de los principales canales de aire, es un dato curioso que no se podía dejar pasar. Sobre todo porque es el personaje más valioso y chispeante de (Des)encanto, quien puede marcar una diferencia abismal (nunca mejor dicho) en la segunda temporada que llegará en 2019.
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