A fines de agosto de 1958, sesenta años atrás, aparecía la primera edición norteamericana de Lolita, la novela que debió sortear la censura en cada país en que se publicó, a la que siempre acompañará la polémica y que significó la consagración internacional de su autor Vladimir Nabokov. La historia de la obsesión y violación de un profesor de literatura de más de cuarenta años, obsesionado con una niña de apenas doce.
Nabokov escribía con lentitud y perseverancia. Durante cinco años se sumergió en Lolita. Al finalizarla en 1953 debió esperar otros dos para verla publicada. No le resultó sencillo conseguirlo. Pensó que dado su prestigio los editores se pelearían por quedarse con su creación. Las cuatro mayores editoriales de Estados Unidos rechazaron el manuscrito. Lolita era imposible de publicar en esa sociedad. Eran tiempos en los que el senador McCarthy se imponía. Recién 1955, Nabokov encontró un editor que se animara a poner en la calle cinco mil ejemplares. Pero fue en Francia.
Olympia Press era un editorial parisina que aprovechaba los márgenes del mercado. Se especializaba en literatura erótica y, hasta, pornográfica. También editaba aquello que las demás editoriales no tenían el coraje de poner en la calle. Así, entre textos lúbricos sobre princesas rusas, cortesanas promiscuas o viajeros orgiásticos de autores no demasiado memorables, se infiltraban El Almuerzo Desnudo de William Burroughs, la trilogía de Henry Miller o textos de Bataille, J.P.Donleavy y Samuel Beckett.
La editorial contaba con dos ventajas: sus libros se publicaban en inglés en París y los franceses eran más tolerantes en cuanto a costumbres y menos pacatos. Cuando los libros producían algún impacto, su público principal eran turistas ingleses y norteamericanos que los compraban y llevaban a sus países, en los que estaban prohibidos. En el caso de Lolita, las autoridades norteamericanas ordenaron decomisar en la Aduana los ejemplares personales que ingresaran los turistas; el gobierno británico solicitó a su par francés que quitara de circulación la edición.
El editor de Olympia Press batalló y ganó la partida. Maurice Girodias, el editor, era un personaje algo estrafalario, valiente (tuvo largos litigios en la justicia por sus publicaciones), un pertinaz luchador contra la censura, pero con poco apego para cumplir con sus obligaciones. Tenía un especial rechazo por las liquidaciones de los derechos a los autores. Nabokov fue uno de los tantos que terminó peleado con él. Pero su manía por incumplir con los escritores le hizo perder un fabuloso negocio en el caso de Lolita. Girodias en un hábil movimiento se había reservado un tercio de los derechos de la edición de Lolita en Estados Unidos. Por no liquidar en tiempo y forma las ganancias de la novela en su edición francesa, perdió ese beneficio.
Apenas apareció en esos dos pequeños tomos en Francia, la novela no tuvo inmediata repercusión. El primer impulsor, el que se animó a romper la barrera del temor y la hipocresía, fue Graham Greene. De ahí en adelante los elogios se fueron acumulando. Pero fue la publicación en Estados Unidos la que convirtió al libro en un éxito. Más de cien mil ejemplares vendidos en el primer mes. Nabokov conocía por fin el éxito. Ya no gozaba sólo de prestigio. Luego llegarían la versión cinematográfica dirigida por Stanley Kubrick -que le aportaría al escritor, que participó del proceso, la definitiva y tan buscada tranquilidad económica y el reconocimiento internacional, casi unánime. En la versión para cine, para hacer la historia más tolerable, la edad de la protagonista se elevó dos años: la Lolita de celuloide tiene catorce años.
El autor ruso, que luego de la consagración norteamericana se instaló en Suiza, logró la proeza de escribir en dos idiomas diferentes (ruso e inglés). Una hazaña reservada para pocos: Conrad, Beckett, Wilcock. Lolita fue traducida al ruso doce años después de su publicación en Estados Unidos. Las traducciones de su obra eran un asunto familiar: él mismo, su esposa Vera y su hijo Dmitri (playboy, cantante lírico, corredor de autos, entre otras ocupaciones) se encargaban de la mayoría del trabajo. La factoría Nabokov siempre estaba activa.
Se proclamaba aburrido, orgulloso de su rutina férrea. Sus días eran todos iguales, cada actividad se hacía a una hora determinada y se repetía cotidianamente. Detengámonos en sus hábitos de escritura. Escribía parado, apoyado en un atril. Cuando se cansaba pasaba a un sillón, para terminar escribiendo acostado. Siempre a mano, con un lápiz, en fichas con reglones de un solo lado, que después numeraba. Este método de las fichas le permitía empezar el texto por cualquier parte para luego ir empalmando sus fichas. La parte final era el dictado a Vera, su esposa, quien mecanografiaba cada hoja que escribía su marido.
La otra gran pasión de Nabokov además de la literatura eran las mariposas. Fue un lepidopterólogo de cierto renombre. Su primera ocupación profesional en Estados Unidos estuvo relacionada con el estudio de las mariposas. Para ambas ocupaciones ponía en práctica las mismas habilidades: la obsesión, la paciencia, la mirada milimétrica, el control absoluto de su espacio y de su tema. Y Lolita también influyó en este hábito científico de Nabokov. "Hasta la aparición de Lolita me consideraban como un entomólogo profesional y como un escritor aficionado", solía decir en las entrevistas (en las que siempre leía las respuestas de una fichas que preparaba previamente, jamás improvisaba; afirmó: "Pienso como un genio, escribo como un escritor distinguido, hablo como un niño").
Ante el gran suceso mundial, fue, una vez más, Victoria Ocampo quien puso manos a la obra para lograr que la novela estuviera disponible en español. A los seis meses de su salida en Estados Unidos, Lolita inundaba las librerías de América Latina bajo el sello de Sur. Como no podía ser menos, la aparición no fue pacífica.
La edición fue censurada y secuestrada por las autoridades argentinas (el censor en este caso fue el intendente porteño) bajo la acusación de obscenidad e inmoralidad. La revista Sur en el número 260 de septiembre-octubre de 1959 le dedicó treinta páginas al tema. Los principales intelectuales latinoamericanos condenaron la medida y apoyaron la publicación. Borges escribió: "No puedo intervenir con eficacia en esta polémica. No he leído el volumen de Nabokov y no pienso leerlo, ya que la longitud del género novelesco no condice ni con la oscuridad de mis ojos ni con la brevedad de la vida humana". Luego trata de evitar asociar lo inmoral a lo sexual y habla de lo virtuoso que puede ser, al menos en la literatura (su mundo), lo sugerente. Por último hace una diferencia casi procesal: sin negar la censura, sostiene que quien debe encargarse de ella es el poder judicial y no el municipal.
Sin embargo para saber qué opinaba Borges de Lolita debemos recurrir al Borges de Bioy, ese libro inmenso -en todas sus acepciones- que documenta décadas de amistad. Consigna Bioy Casares en su diario: "Sábado, 25 de julio de 1959. Leemos las primeras páginas de Lolita de Nabokov. BORGES: "Yo tendría miedo de leer ese libro. Ha de hacer mucho mal a un escritor. Uno advierte que es imposible escribir de otro modo. En seguida, estás haciendo monerías ante el lector, sos un malabarista, sacás tu galera y tu conejo, sos un atareado Fregoli".
Como todo lo que rodeó a la novela, su traducción también fue controvertida. Los lectores más avisados habrán notado que todas las ediciones en español de la novela hasta principios de este siglo tienen como traductor al ignoto Enrique Tejedor. Sin embargo, aun quien desconozca el original debe reconocer la destreza de la traslación. Enrique Tejedor fue un seudónimo que utilizó Enrique Pezzoni para escapar él también a la censura y a las posibles represalias por poner en circulación un texto incómodo para la pacata sociedad (Pezzoni daba, en ese entonces, clases en colegios secundarios).
En 1975 los derechos pasaron a la editorial Grijalbo y luego en la década del 80 a Anagrama. En cada reedición pese al cambio de editorial se siguió utilizando la traducción de Enrique Tejedor/Pezzoni. Pero quien revise con cuidado cualquier versión del 75 en adelante encontrará pequeñas pero sensibles diferencias entre ellas y la original de Sur. Todas las versiones posteriores están cercenadas, líneas enteras han desaparecido. La censura hizo su trabajo. Los pasajes de mayor voltaje, los que provocaban más incomodidad están morigerados. Falta una línea por acá, otra por allá. Lo que Victoria Ocampo y Pezzoni se habían animado a publicar en 1959, se convirtió en intolerable a partir de 1975. Las reproducciones posteriores de esa versión mutilada por parte de Anagrama, posiblemente, hayan sido fruto de la pereza o la desidia (recién en el 2003 empezó a circular otra traducción). Que esa versión censurada (y, por ende, cobarde) haya circulado casi treinta años es una injusticia para Enrique Pezzoni y su talento, entre otras cosas, como traductor. A él le debemos varios de los mejores Graham Greene en castellano, algún Burroughs, Teorema de Pasolini y, por supuesto, la versión canónica de Moby Dick.
Cada vez que se realizan antologías con los mejores comienzos de la literatura universal, el de Lolita integra la lista junto al de La Metamorfosis de Kafka, El Extranjero de Camus, Moby Dick o Cien años de soledad. El inicio del texto de Nabokov tiene un ritmo, una cadencia única. Más allá de su lirismo, planta en apenas tres líneas la historia y define el tono del texto. Posee una musicalidad excepcional : "Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita". Y por encima de todos los méritos mencionados, este como ningún otro inicio, como casi ningún otro párrafo de la literatura universal provoca un efecto físico en el lector: logra hacernos mover al tiempo que leemos. Todos reparamos en nuestra lengua y en su posición mientras silabeamos Lo-li-ta.
Nina Berberova refiriéndose a la obra de Nabokov escribió: "Hay libros que caben por entero entre sus dos tapas; allí se quedan, y de allí no salen. Hay otros que no caben entre sus tapas, que parecen desbordarlas; pasan años a nuestro lado, nos transforman, transforman nuestra conciencia. Hay finalmente una tercera clase de libros, aquellos que marcan la conciencia (y el modo de vida) de una generación literaria y dejan su marca en todo un siglo". La escritora sostenía que Lolita, junto a muy pocos otros, pertenecía a esta tercera clase de libros
¿Qué es lo que relata Lolita? La obsesión sexual de un adulto, Humbert Humbert, por una niña de doce años. Cómo la viola, cómo abusa de ella sin importarle su edad, ni que fuera su hijastra. Es la historia de una aberración, de una obsesión enfermiza. Humbert, el protagonista, incurre en todo tipo de perversiones y crímenes, hasta termina asesinando a un rival en el interés por Lolita.
En los últimos tiempos la controversia ya no reside en el supuesto contenido pornográfico de la novela sino en su "mensaje". Se lo acusa, entonces, de ser una apología de la violación, del abuso masculino. La acusación parece torpe. Y nos acerca peligrosamente a la puritana sociedad de los años cincuenta. El narrador es el propio Humbert Humbert, es él quien cuenta la historia y es por él que conocemos a Lolita: lo que sabemos de ella es lo que Humbert nos cuenta, por sus descripciones, su visión, sus recuerdos. Esto indica que esta Lolita sólo es la que veía el protagonista en la ceguera de su obsesión y enfermedad. Esa mirada patológica es lo que conforma la nínfula. Fuera de ese punto de vista, de esa obsesión que terminará destruyendo todo lo que toca, no hay Lolita.
Más allá del prístino estilo literario (el crítico Trevor McNeely dijo: "Lolita fue escrita para demostrar una premisa simple de un modo complejo: el estilo puede lograr cualquier cosa que se proponga"), la obra está lejos de ser una historia de amor, una apología de la violación o una glorificación del abuso. Nada hay de ello en la novela. Novela construida pacientemente, con deliberación, que admite (y requiere) varias lecturas, Lolita narra cómo esa chica se va deshaciendo en el transcurso de esa relación forzada y muestra a una sociedad enferma, repleta de suciedad, en la que la maldad aflora en cada esquina. Creer -sólo puede ser una cuestión de fe sin ningún argumento lógico que resista análisis- que es un llamado al abuso o a la violación es de una ceguera única, producida por el imperio destellante de lo políticamente correcto.
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