Llega su voz: a través del audio, en el celular llega desde muy lejos esa misma voz que tantas veces leyó los poemas más hermosos. Se la oye serena, aunque sus palabras transmiten inquietud y preocupación por el momento de convulsión que atraviesa su país. Gioconda Belli (Managua, 1948) es una de las grandes escritoras latinoamericanas y la diversidad de sus intereses actuaron siempre como un regalo para los lectores. Es autora de libros agudos, exitosos y populares como La mujer habitada o El país de las mujeres y hoy, mientras espera con ansiedad y entusiasmo la salida de su próxima novela -se titula Las fiebres de la memoria y será publicada en octubre por Seix Barral- la novelista y poeta, revolucionaria de los 80, feminista desde siempre y abuela de 5 nietos vive con desencanto e indignación la deriva autoritaria a la que se volcó irremediablemente quien alguna vez fue su compañero de ruta, el presidente nicaragüense Daniel Ortega.
De aquella revolución sandinista que tuvo entre sus filas a intelectuales como Belli, Sergio Ramírez o Ernesto Cardenal, apenas queda memoria. O, tal vez, no: la escritora asegura que confía en los más jóvenes, aquellos que se han puesto al hombro la protesta masiva que tiene en jaque al gobierno de Ortega y que ya dejó en las calles alrededor de 300 muertos. Ahí, en esa juventud impetuosa es donde Gioconda Belli ve aún un resto de la potencia del movimiento que consiguió tirar abajo la dictadura de Anastasio Somoza, en 1979. En esta entrevista producida entre llamados, audios y correos electrónicos, Belli cuenta cómo se vive hoy en Nicaragua, opina sobre el tiempo presente de los derechos de las mujeres en el mundo y adelanta algo de su nuevo libro, mientras aguarda con ansiedad y esperanza un futuro mejor para su gente.
— Las noticias que llegan de su país son alarmantes, por eso lo primero que quiero preguntarle es: ¿cómo es hoy la vida cotidiana en Managua?
— Vivimos en una especie de estado de sitio. No podemos salir, no es seguro salir después de las 5 de la tarde porque ya andan los paramilitares por las calles. Y bueno, la Policía está dedicada a la represión, no está protegiendo a la población sino todo lo contrario. Entonces es peligroso salir en la noche, hay maleantes, hay… Pero sobre todo les tenemos miedo a los paramilitares y a la Policía, que es algo que no habíamos vivido desde el tiempo de Somoza.
— ¿Hay miedo en la población?
— Más que miedo, lo que hay es asombro y asco por lo que ha estado haciendo Ortega. Y repudio profundo: realmente la gente ha perdido el miedo, hemos salido en enormes marchas donde han disparado, han matado gente durante las marchas pero la gente sigue saliendo. Anoche tomaron la Universidad Nacional Autónoma del país (N. de la R.: la entrevista fue realizada días atrás), que nada de autónoma le han dejado, y fue un horrible asedio con paramilitares armados con todo tipo de armas de guerra contra unos muchachitos desarmados que solo tenían morteros, que son como unos cohetes que disparan en tubos de metal pero que hacen más ruido que otra cosa. Y fue horroroso. Y la gente salió en caravana como a las 12 de la noche a acompañar a los muchachos para que no los mataran, pero aun así no dejaron entrar a las ambulancias: murieron dos porque no dejaron entrar a las ambulancias. Tuvo que intervenir el nuncio, la Conferencia Episcopal, las organizaciones internacionales, los embajadores, para que los dejaran salir. Estamos viviendo días terribles. Y esa gente que lo apoya, realmente lo apoya por prebendas. Él desarrolló un clientelismo tremendo con el dinero de Venezuela. Y hay gente que todavía lo apoya pero, como digo, es muy poca. Fue a Masaya a conmemorar un día famoso en el calendario sandinista que es el Día del Repliegue Táctico a Masaya que hubo en el 79 y la gente le cerró las puertas, tuvo que ir a hacer su discurso a la central de Policía.
Esa gente que lo apoya, realmente lo apoya por prebendas. Él desarrolló un clientelismo tremendo con el dinero de Venezuela
— ¿Cuál estima que es la base real de apoyo al presidente Ortega?
— A Ortega lo apoya una pequeña parte de la población, realmente. Él siempre ha tenido entre el 30, 35 por ciento de apoyo pero yo diría que eso se ha caído como al 20 porque mucha gente que creía en él porque venía del sandinismo se ha desilusionado y repudia lo que está haciendo. Él ha sido lo peor que le podía haber pasado al sandinismo. Realmente lo ha ensuciado, lo ha contaminado y ha escrito una de las páginas más negras en la historia no solo del sandinismo sino de Nicaragua. Y los ciudadanos estamos dolidos, totalmente asqueados.
—¿Cuál es el lugar de los jóvenes en este momento?
— En esta etapa de mi vida, en este filo de la navaja entre la desesperación y la esperanza -porque aquí se han dado momentos de dolor tremendo-, aquí ahorita que estoy haciendo esta entrevista, más de 300 personas han muerto. Y quisiera ver que lleguemos a una situación donde se acabe el autoritarismo, donde realmente podamos empezar a construir un proceso democrático con la gente joven de este país, que es extraordinaria. Me daría una gran satisfacción ver que la revolución sí dejó un trazo brillante en este país. Porque Daniel Ortega ha oscurecido el legado de la revolución y lo que lo salva son estos jóvenes, con este espíritu inclaudicable, este espíritu que tiene estas ansias de libertad y de democracia y que nos van a dar muchas lecciones, creo yo, a los que fuimos revolucionarios en los 80.
La Revolución de las mujeres
— Hoy la discusión sobre la legalización del aborto es un debate que se da en varios países en simultáneo. Su postura en favor de los derechos de las mujeres es bien conocido. ¿Cuál es su opinión sobre el aborto, puntualmente?
— Yo creo que uno debe tener un hijo cuando realmente está capacitado para darle lo que ese hijo necesita. Uno sabe en el corazón, porque a veces, pues, no lo estamos, no tenemos el dinero, lo que sea, pero yo creo que eso no es lo que realmente determina esa decisión difícil para una mujer de hacerse un aborto. En primer lugar, me parece que creer que el aborto es como algo que uno hace ligeramente, sin pensarlo, sin que le duela, es propio de la mentalidad conservadora que no respeta los sentimientos de las mujeres y lo que significa para una mujer un embarazo en un momento en que tal vez no debe o no puede tener ese embarazo. Y también pienso que hay un trabajo de no darle a la mujer el derecho sobre su propio cuerpo, que es algo que ha venido pasando por siglos, desde la Edad Media. El cuerpo de la mujer ha sido un territorio en discordia y siempre la sociedad y el hombre han sentido que tienen derechos sobre el cuerpo de la mujer. Y en ese sentido, creo que el aborto legal en condiciones de sanidad apropiadas es un paso importantísimo en el reconocimiento de que la mujer tiene derecho a decidir sobre su cuerpo. Y la legalidad es sumamente importante porque los abortos van a seguir existiendo y lo que pasa es que los abortos continúan pero las mujeres los tienen que hacer en condiciones peligrosas para su vida.
—El aborto estaba despenalizado en Nicaragua en ciertos casos y desde hace unos años la prohibición es absoluta. ¿Por qué?
— Aquí, en Nicaragua, perdimos el derecho al aborto terapéutico, que existía desde el siglo XIX, cuando Daniel Ortega quiso quedar bien con la Iglesia para que no se opusieran a su candidatura a presidente. Y con los votos del Frente Sandinista se prohibió el aborto terapéutico en Nicaragua y eso ha tenido consecuencias muy serias para muchas mujeres que han muerto por hacerse abortos ilegales y, por otro lado, por no recibir la asistencia debida. Y ha habido niñas violadas de 10, 11 años, que han tenido que ser sacadas del país para poder practicarles abortos para salvarles la vida porque muchas veces no tenían la capacidad física para llevar adelante un embarazo. Y allí es donde yo disiento con toda esa prédica de que la vida de la madre tiene que ser secundaria en relación a la vida del feto.
—¿Cómo analiza este momento que algunos han dado en llamar Revolución de las mujeres?
— Creo que a las mujeres ya no nos pueden ignorar en este mundo. Que nos hemos ganado el derecho a sobresalir por diferentes razones, a que nos tomen en cuenta y a que nos tengan miedo. Uno de los grandes retos que tenemos en Centroamérica es superar el machismo. El machismo está en el fondo de muchos de los problemas que tenemos. Creo que la región centroamericana necesita unirse, trabajar por la unidad, todos los países somos tan chiquitos que podríamos lograr una unidad. Para esto se necesita crecer como seres humanos para poder tener una visión más integral, más generosidad, más empatía. Y creo que en eso el machismo es un gran impedimento. Porque hemos tenido muchos héroes, pero como decía Martí: "Para el hombre es más fácil morir con honra que vivir con orden." Creo que necesitamos aprender a vivir con orden, a respetarnos entre nosotros, a ser más democráticos. Costa Rica es un buen ejemplo de país que podríamos emular los demás países de Centroamérica. Dejar de tener ejércitos. Invertir en educación, eso nos falta, eso es una de las cosas más importantes. Respetar las diferencias, la diversidad de etnias, tenemos indígenas, tenemos poblaciones afrodescendientes. Y tendríamos que tener mucha más capacidad para potenciar esa diversidad, respetarla y hacerla una riqueza y no marginarla, como sucede. Y creo que hay que generar políticas que desarrollen a la mujer, que luchen contra la violencia contra las mujeres, contra el embarazo prematuro, porque aquí en Nicaragua, por lo menos, hay una gran cantidad de adolescentes que salen embarazadas antes de tiempo. Y eso sería una política más igualitaria. Necesitamos una concepción diferente del poder, la estructura de poder que existe nos separa, no nos ayuda a desarrollarnos como seres humanos más felices, más integrales.
—En el año 2010 usted ganó un premio importante -La otra orilla- con una novela que hoy podría leerse casi como literatura de anticipación. Allí imaginaba una sociedad gobernada por mujeres…
— En mi novela El país de las mujeres hablo de un gobierno de mujeres que cambia la naturaleza del poder, crea un poder que se ocupa de cuidar. Ellas redefinen la ciudadanía como cuidadanía. Y hablan de que la mujer tiene por su rol que ha ocupado milenariamente y por su empatía, porque creo que la mujer tiene una ética empática, en general, no todas, de cuidar. También está en mi novela el felicismo, como filosofía de hacer, no concentrarnos en producir el producto interno bruto sino en ser felices, en hacer cosas que permitan el crecimiento de cada ser humano, la equidad que tiene que empezar desde la cuna, desde la casa. Mientras haya esos roles patriarcales del hombre como jefe, como dueño, como proveedor y la mujer como sumisa o como segunda, como persona de segunda categoría, vamos a seguir teniendo grandes problemas en el mundo. Yo creo que la explotación de la mujer en sus diferentes formas es la semilla de todos los males porque empezamos desde la más tierna infancia a dominar, o sea hay un esquema de dominación en el hogar de unos seres por otros. Entonces yo creo que el poder tiene que cambiar de naturaleza y ser equitativo, tiene que poder aprovechar el potencial enorme de las mujeres. Para eso se necesitan políticas públicas. Por ejemplo, el mundo laboral está hecho para hombres que tienen esposas, las horas de trabajo, la disposición de las oficinas. Tendría que haber por cada cien empleados una guardería. Tendría que haber un sistema de guarderías en los barrios. O sea, las guarderías infantiles cuidadas por personas que realmente hagan un buen trabajo y que sean apreciadas socialmente. Sería un cambio enorme en el mundo porque permitiría desarrollar el potencial de las mujeres de otra manera. Y también asignarles a los hombres parte de esa responsabilidad de criar a los niños, porque pienso que una línea divisoria entre el hombre y la mujer es esa responsabilidad que se le ha atribuido a la mujer exclusivamente casi del cuidado de los hijos, del cuidado de la casa. Entonces, esa posibilidad de que se reorganice el mundo productivo para alojar y para darle una esencia que no ponga la disyuntiva entre trabajar y ser madre. Eso sería un cambio enorme.
— ¿Vive este momento como un tiempo de desafíos? Me refiero a su vida, a la política, a la literatura…
— Bueno, el reto literario es ir escribiendo mejor cada vez. Ir pensando qué cosas nos quedan por decir. Qué novela quiero escribir. Qué poemas, qué colección de poemas me gustaría escribir. Esperar que la vida de alguna manera me dicte esas cosas. Siempre he sido una persona a la que la vida le dicta más que yo… Yo no le dicto mucho a la vida. Y hacer cosas como esta nueva novela que va a salir en octubre, que se llama Las fiebres de la memoria. Eso sí fue un reto porque es una novela difícil; es una novela sobre un ancestro mío que tenía una dudosa acusación de haber matado a su esposa, lo cual es un crimen que a mí como feminista, me parecía algo que quería estudiar. Y fui atando cabos, fue todo un trabajo detectivesco.
Pero también me parecía importante contar la perspectiva masculina. Entonces esta es una novela escrita desde la primera persona masculina. Primera vez en mi vida que lo hago: tratar de ponerme en los zapatos de un hombre. Es una historia fascinante porque realmente empieza en la Francia de Felipe de Orleans en 1847 y termina en Nicaragua en 1860/70. Y habla de todo lo que fue la inmigración de Europa hacia los Estados Unidos porque mi personaje va a Nueva York, de Nueva York sale buscando la ruta, yendo hacia California, y se embarca en un viaje del Comodoro Cornelius Vanderbilt que pasa por lo que se llamaba la Ruta del Tránsito, que cruzaba el río San Juan de Nicaragua hasta el Gran Lago y luego el Pacífico. Y en ese proceso él se queda en Nicaragua, se siente perseguido, enfermo. Y busca un lugar en donde pueda vivir su vida tranquilamente sin estar pensando que va a perder su libertad o que lo van a reconocer. Y allí es que conoce a la que sería mi tatarabuela, Margarita Arauz. Pero además en ese pueblo, Matagalpa, era el tiempo de la inmigración o cantidad de gente que vino de diferentes países de Europa que les regalaron tierras para que sembraran café. Y también me interesaba en este tiempo de tantas migraciones el tema de cómo se reinventa una persona. Cómo se va de un lugar, llega a otro y tiene que formarse una nueva vida a partir también de una reinvención del ser. Y eso fue un reto, escribir esa novela fue un reto grande.
—¿Y con respecto a su vida?
—Seguir viviendo con intensidad, involucrada, comprometida con las cosas que pasan a mi alrededor. Disfrutar a mis nietos, tengo cinco nietos. Y disfrutar a mi marido con el que he estado 30 años ya y que después de todo lo que uno pasa para llegarse a conocer y creo que ahora estamos en un momento muy bonito de que ya nos conocemos, que estamos cómodos el uno con el otro. Y que la vida me dé sorpresas, eso me encanta.
— Si le pido que mire hacia atrás y trate de pensar en los momentos clave de su vida, ¿cuáles serían?
— Pues hay tantos hitos que han sido claves en mi vida… Empezar a escribir, tener una hija muy joven, involucrarme en el quehacer político, vivir el exilio. Vivir la lucha, la tristeza y la muerte cercana de muchos compañeros. Vivir el triunfo de una revolución, el inicio de todo un proceso. Vivir la derrota de esa revolución. Vivir la desilusión de lo que pasó después de la revolución, que hubo todo un proceso de descomposición o una cosa que le llamaron la Piñata, donde vimos a compañeros que creíamos que eran nobles y honestos repartirse bienes, volverse millonarios. Vimos el choque con Daniel Ortega, que quiso apoderarse del partido y lo logró. Luego otro hito fue que me casé con un hombre que es mitad europeo mitad norteamericano. Después de la derrota electoral, nos fuimos a los Estados Unidos y esa experiencia también me marcó mucho, vivir fuera de Nicaragua, en otra cultura, en un país que yo no quería particularmente pero al que fui aprendiendo tal vez no a querer tanto pero sí a apreciar, a verlo por dentro y a darme cuenta de los grandes retos que han logrado superar a nivel interno.
—¿Qué cosas le interesan de Estados Unidos?
— Odio la política exterior pero a nivel doméstico, por ejemplo, es un país enorme donde hay gente de todos los colores, de todas las procedencias, de todos los idiomas, que de una manera extraña y con muchos problemas por supuesto pero han logrado coexistir, hacerse una vida. Y después también la libertad, en cierta manera, el respeto a los derechos individuales que es bien fuerte. Cómo funciona la democracia, que no es perfecta pero es bien interesante. La cantidad de controles que hay sobre el Legislativo, el Ejecutivo. O sea, me permitió un poco también ver a los Estados Unidos más allá del cliché que tenemos en América Latina del imperialismo. O sea ves cómo fue una potencia y sigue siendo una gran potencia. Y, sí, con tonos imperiales y con como dije una política exterior funesta, una gran arrogancia, pero por otro lado ves esa construcción difícil de lo que es una nación que mal que bien ha logrado tener una Constitución que todo el mundo respeta, que es civil. O sea hay muchas cosas interesantes en Estados Unidos, eso fue un proceso de aprendizaje.
—¿Qué significa Nicaragua para usted?
—Nicaragua sigue siendo el amor de mi vida. El reto es ahora estar aquí, en una situación en la que todo se puso patas arriba y desde el 18 de abril estamos sufriendo una represión peor, creo yo, que la de Somoza. Con una pareja como Daniel Ortega y Rosario Murillo, desenfrenada y un poco psicópata, que han reprimido a su propio pueblo, que no quieren aceptar que hay un gran descontento y están acusando a todos los que estamos en contra de ellos de terroristas, de que estamos haciendo un golpe de Estado cuando esta ha sido realmente una explosión social extraordinaria con unos rasgos maravillosos de autoconvocatoria. Aquí no hay líderes, están participando tantos sectores del pueblo… Esto, ahorita, es mi gran reto, vamos a ver qué pasa.
Estamos sufriendo una represión peor, creo yo, que la de Somoza. Con una pareja como Daniel Ortega y Rosario Murillo, desenfrenada y un poco psicópata, que han reprimido a su propio pueblo
— ¿Se arrepiente de algún modo de haber participado de la Revolución Sandinista?
— No me arrepiento para nada de haber participado en la lucha contra la dictadura somocista. El sandinismo fue un ideal hermoso, fue una bandera bajo la cual nos cobijamos para tratar de hacer un país mejor, para derrocar a esa dictadura. Pero la bandera no era lo más importante, lo más importante era el objetivo. Y cuando esa bandera dejó de representar ese objetivo y se convirtió en un partido que se desvió totalmente de los ideales que teníamos, al punto de que ha engendrado una dictadura, otra dictadura en Nicaragua, para mí ese símbolo se ha pervertido, desgraciadamente. Entonces nos quedan los recuerdos, lo mucho que valió lo que hicimos. Yo creo que fue muy importante para Nicaragua. Para mí fue importante participar de un movimiento que cambiaría esa situación de hipocresía, de conservadurismo y de injusticia que había en Nicaragua, que fue la dictadura somocista. Eso también me hizo crecer mucho, me hizo formarme como persona y me hizo darme cuenta de cuánto se puede hacer cuando uno sueña grandes sueños. No todos los sueños se cumplen pero en este caso yo sí vi mis sueños cumplidos cuando se hizo la revolución de 1979. Esto que está pasando actualmente, esta rebelión de la gente tiene que ver con ese legado del sandinismo. Así que no, no me arrepiento para nada.
SIGA LEYENDO: