Sergio Aguirre nació en Córdoba en 1961. Es psicólogo y escritor. Coordinó durante años el taller literario del Hospital Neuropsiquiátrico de su ciudad. Antes de sus novelas, dos de sus cuentos ganaron premios. Los perros ganó en 1996 el primer premio del concurso "Memoria por los derechos humanos" y en 1997 ganó, con el cuento Corregir en una noche el Certamen Literario Nacional por el 60ª aniversario de la muerte de Horacio Quiroga. La venganza de la vaca recibió en 1998 el accésit del Premio Norma-Fundalectura y tanto más. Un escritor para niños, jóvenes y ¿por qué no?, también adultos.
Señoras y señores, háganse un rato para leer a Sergio Aguirre. Compartir una conversación con él es un placer. Es un cúmulo de títulos, autores, películas. Después de leerlo van a querer ir corriendo a buscar sus libros y los que recomienda. Es un genio que anda siempre entre el terror y el misterio. Nos juntamos a almorzar, grabamos una entrevista para la radio y antes y después de la grabación, en el taxi que nos llevó hacia la feria del libro, no paramos de charlar. Es de los mejores contadores de historias que conozco. Con ustedes: Sergio Aguirre, entre Black Mirror y La dimensión desconocida.
Lo que sigue son fragmentos de esa conversación y de otras que seguimos compartiendo luego por whatsaap. Hablamos de todo: del hambre de ficción, de las lecturas, del cine y de la televisión, en la infancia y ahora, de hepatitis ajenas que pueden acercar a la lectura, entre otras muchas cosas.
– Naciste en Córdoba capital, ¿cómo recordás esos años de tu infancia?
– Bueno, mi infancia fue lo que se dice una infancia feliz. En el barrio, con los amigos. Y mirando los programas de televisión que había en esa época que eran muy pocos los que me gustaban, dibujos animados básicamente. Y leyendo las revistas El Tony, D´Artagnan, Intervalo. Y después un poquito más grande, pero aún niño, vi por primera vez La dimensión desconocida, el programa de Rod Serling. Otra cosa que me gustaba pero que me daba miedo era El hombre que volvió de la muerte, de Narciso Ibáñez Menta. A esta no me la dejaban ver pero podía escuchar la voz cavernosa de Ibáñez Menta en el televisor y eso me daba mucho miedo y me atraía al mismo tiempo. Eran como dos cosas paralelas, por un lado mis juegos en la calle con mis amigos, y por el otro, un hambre de ficción que te diría que lo resolvía con lo que había: las revistas y algún programa de televisión de esa época.
–Vos sos un gran contador de historias, los que me conocen saben que aún espero una novela que me contaste en una sobremesa hace muchos años. ¿Quién fue tu contadora o contador de historias en la niñez?
-No tuve ni contador ni contadora de cuentos en la niñez. Yo me contaba solo leyendo (Risas). Pero lo que si me pasó cuando tenía doce años, fue que una vecina me prestó un libro de Agatha Christie: Cinco cerditos. Yo había descubierto la lectura hacía poco, en el colegio, por accidente. En literatura estábamos leyendo Amalia de José Mármol, imaginate las ganas de leer que me daban, pero una vez se enfermó el profesor de historia, de hepatitis, que en ese momento era algo muy bueno, porque significaba un mes de ausencia, y el celador nos leyó unos cuentos de Horacio Quiroga. Podría decirte que él fue mi primer contador de cuentos. Nos sentó, leyó Las medias de los flamencos y a partir de Los cuentos de la selva me di cuenta de que leer era una experiencia intensa, diferente, mucho más linda por aquello que yo más temía del libro, que era que no tenía dibujos. Me imaginaba todo y me daban ganas de más.
–Este año tu novela La venganza de la vaca cumplió 20 años. ¿Cómo surgió esa novela que se sigue leyendo, incluso más que antes?
– Mirá, yo había escrito un par de cuentos el año anterior al que escribí La venganza de la vaca, con la sorpresa de que habían ganado los dos los concursos en los que lo presenté. Y yo estaba sin trabajo en esa época, así que, me dije, voy a escribir y en una de esas, que sé yo, tal vez saco unos mangos de esto. Entonces fue cuando vi el concurso de Norma-Fundalectura donde pedían una novela para jóvenes de 80 páginas. 80 páginas era como mucho para mí, que apenas había escrito algunos cuentos de 6 o 7. Pero estaba tan envalentonado que me dije bueno, voy a pensar en una novela que contenga historias breves, a las que sí me animaba. Así armé la estructura. No tenía mucho en mente, nunca había escrito una novela, pero tenía un entusiasmo, unas ganas, una inspiración te diría, que la escribí en un verano y la mandé. Ahí comenzó todo. Salió el libro, yo no podía creer que tuviera un libro mío en mis manos, y pensaba que iba a terminar ahí la cosa, un premio de un concurso. Pero Antonio Santa Ana me dice: "No, Sergio, vos tenés que seguir escribiendo." Pero al mismo tiempo, cuando pensaba en el género juvenil, para mí era una cosa más o menos extraña.
– Pero seguiste escribiendo…
-Digamos, yo había escrito un thriller que era lo que a mí me gustaba leer cuando era chico pero no se me ocurría qué escribir para jóvenes que no fuera una novela de misterio. Entonces me saqué de la cabeza la preocupación "juvenil" y escribí Los vecinos mueren en las novelas.
– ¿Y cómo fue el proceso de escritura en Los vecinos…?
– Originalmente iba a ser un cuento. Mi idea era escribir un cuento que tuviera solo dos personajes encerrados en un cuarto que no se conocen y que el lector supiera que uno va a matar al otro, pero no sabe quién a quién, ni porqué. Esa era la idea central, un poco ambiciosa pero podía tener una solución. A partir de eso traté de imaginar los personajes y me decidí que si se encontraban en un cuarto y eran desconocidos tenía que ser una especie de visita y que iban a tener que hablar de crímenes. Ahí se me ocurrió que uno podía ser un escritor de novelas policiales, contando alguna historia que iba a escribir y la otra alguien también relacionado con eso pero que no fuera una escritora. Entonces surge la señora Greenwold, gran lectora de novelas policiales, que decide contarle al protagonista un hecho misterioso que le tocó vivir. Cuando decidí que ambos iban a contar historias, me di cuenta de que se trataba de una novela.
– Alguna vez me contaste que sabés cómo empiezan y cómo van a terminar los proyectos de escritura que encarás. ¿y qué pasa en ese medio? ¿Aparecen cosas que te sorprenden o tenés una estructura en la que vas seguro sin sobresaltos?
– No, no sé muy bien lo que va en el medio. O lo sé muy a grandes rasgos. Siempre el medio aparece como una bola que tengo que desentrañar e inventar y generar una costura para que una el principio con el final. El final si necesito saberlo porque si no puedo avanzar. En mis novelas me da la impresión de que todo va conduciendo al final. Entonces si no lo conozco el resto me parece una distracción o un relato muerto, y en el medio, como dijiste, sí, me llevo sorpresas. Porqué por ahí hay cambios, hay giros, hay esquinas, se agregan otros elementos que van surgiendo a partir de la idea principal. Y creo que eso es lo más lindo, lo que va apareciendo en el medio, cuando voy viendo como se arma la trama.
–En otra entrevista que hicimos para Tinkuy radio contaste que en un momento para escribir narrabas en voz alta y que tenías una amiga y un amigo que escribían en simultáneo… ¿Cómo sigue el proceso de trabajo una vez que el texto ya está tipeado por alguno de tus ayudantes "escribas"?
– Mirá es así: Me pasó con Crantock (El misterio de Crantock) que en un momento me clavé, me detuve, me paré en la novela. Sabía cómo seguía pero no se me ocurrían cosas. No tenía ganas de trabajar, daba muchas vueltas. De la editorial me estaban apurando y una vez comentando esto con una vieja amiga, me dijo: "Che, y si me siento yo a la máquina y vos me dictas y hablás." Porque a ella yo le contaba de la novela y los problemas que tenía y todo lo demás. Y bueno, hicimos eso. Y la verdad es que resultó muy bien porque me conectó con la escritura. El trabajo con ella residía en primero hablar y ella tomaba notas. Eso sucede todo el tiempo. Y es como una testigo de todo lo que yo voy pensando y todos los cambios que va teniendo la novela. Y también le dicto algunos párrafos o algún comienzo. Y después en casa me pongo a trabajar. Para mí es una gran ayuda porque es como que se arma la novela, cada vez que la cuento. La cuento o cuento un problema que tengo, lo planteo y lo voy pensando y se lo voy contando a otro, y mientras lo cuento se me va armando y se va despejando cuál es la historia. Eso es algo que no podría hacer solo. Solo son como pensamientos que van dando vueltas y el riesgo que corre uno es siempre dar vueltas sobre lo mismo. Algo que yo sé no me lo puedo volver a contar, pero si vos no lo sabés te lo cuento y al contártelo a vos se me ocurren cosas o percibo las debilidades de lo que estoy contando. Por ahí me parece muy lindo, pero cuando te lo cuento me escucho a mí mismo y digo pero… ¿y esto? Qué feo que sueno.
–¿Cómo se arma un día en tu vida? Me imagino que no son todos iguales.
– No, no son todos iguales pero de alguna manera sí lo son (risas). Yo duermo básicamente de día hace ya varios años. A la noche escribo, o miro películas, o leo. O lo que fuere pero me acuesto muy tarde o cuando ya está amaneciendo. Y mi otro día comienza a las dos/cuatro de la tarde. Tengo algunas rutinas, ir a la casa de mi mamá que es muy anciana y que vive cerca de la mía. Veo si necesita algo y demás, voy a pileta. Me comunico con alguien o hago algún trámite si tengo que hacerlo y ya me preparo para la noche de nuevo.
–Gran título
-Todo es una gran preparación para la noche. (Risas)
–Decías antes que mirás películas. Te gusta mucho el cine, también hablabas antes de la televisión. ¿Qué cosas te gusta mirar? ¿Qué te dan ganas de ver?
-Yo veo mucho cine desde chico. Me acuerdo en el 79 que había un ciclo de cine arte en el Colegio Médico de Córdoba. Recuerdo que ahí vi a los cineastas de esa época. Bergman, Fellini, Bolognini, Visconti, todas sus películas. Casi todas censuradas. ¡Me acuerdo El jardín de los Finzi-Contini lo vi en 20 minutos, era un escándalo!. Bueno, no las entendí a todas. Yo era muy chico, pero sí me mostraron otro cine, diferente del que yo iba a ver y del que podía ver en televisión. Eso creo que me abrió un poco el espectro para ver películas y me interesé mucho por el cine de autor. Y paralelamente también veía –siempre vi- las películas de Hollywood.
–¿Y ahora?
-Y ahora te puedo decir que veo de todo. Veo cine para entretenerme, veo cine de autor, veo series, muchas series, creo que están en un gran momento. Y veo telenovelas. Por ahí me interno dos días y sigo una telenovela, que son malas, pero que me interesa ver como las van construyendo y generando ese interés, en el que uno ya sabe a dónde va pero que da un cierto gusto continuar. Y de lo que estoy viendo últimamente, la serie que estoy siguiendo en todas sus temporadas es Black Mirror, que es una serie inglesa que ahora es de Netflix y que la verdad es que me fascina. Todos los capítulos tratan acerca de un futuro distópico, pero muy próximo. Eso resulta bastante inquietante. Tiene una factura maravillosa. Celebro Black Mirror como en su momento celebré La dimensión desconocida o Thriller (serie inglesa de los 70, de Brian Clemens, 1973-1976). La veo con ese mismo entusiasmo con el que veía las series cuando era chico.
–En relación a películas y libros, si viste una película que te gustó y no habías leído el libro, ¿lo lees? O al revés, si leíste el libro y te encantó, ¿ves la película?
– Puede pasarme cualquiera de las dos cosas. O leer el libro y primero y ver la película después o primero ver la película y si me gusta mucho, leo el libro. Un caso donde me gustó mucho la película y me dieron ganas de leer el libro, fue Las horas de Michael Cunningham. La novela es fabulosa. Pero me da cierto temor salir de un formato a otro porque si estoy muy contento con el libro siempre temo que la película me decepcione. Pero no siempre sucede, por ejemplo con Blade Runner, me encantó y antes me había fascinado el cuento de Philip Dick. Pero si leo primero el libro me da un poquito de vértigo acceder a la película. Aunque fuera buena, si el director no se propone apropiarse de esa historia me suele desilusionar un poco. Como el caso de El perfume (película de Tom Tykwer a partir del libro de Patrick Süskind), que es muy buena, sin embargo, ni por asomo, alcanza al libro. Y otros casos donde la película es idéntica al libro y me gustan los dos. Por ejemplo El exorcista o El silencio de los inocentes, las películas son una copia del libro y están excelentemente hechas.
–¿Cómo es tu vínculo con la poesía?
– Mirá cuando iba a la universidad tenía una amiga que era poeta y leíamos muchísima poesía, y escribíamos poesía, pero ahora no quiero. ¡Quemá esas cartas!, como decía la revista Humor (risas). Preferiría no leerlas. Pero después no. No me animo a escribir poesía primero porque no me sale y me resulta harto difícil. El cuento me resulta harto difícil, que es narrativa, aún mucho más poesía.
– ¿Y la lectura? ¿Leés poesía?
– Sí, leo. Leí muchos poetas mientras tenía el taller en el neuropsiquiátrico. Buscaba voces nuevas para conocer, para que leyéramos todo, nuevas formas de poesía. Pero cuando dejé el taller si dejé de leer poesía. Eventualmente algún libro de algún poeta porque me gustó alguna poesía, pero muy poco.
–Y ahora, ¿qué lecturas te están acompañando?
– Ahora estoy con El padre de Frankenstein (Goods ands Monsters), de Christopher Bram, También esto pasará, de Milena Busquets, Estimado Señor M., de Herman Koch, La primera detective de Botsuana, de Alexander McCall Smith, Magnetizado, de Carlos Busqued. Y tengo hace más de un año en mi mesa de luz, La maestra rural de Luciano Lamberti, del que releo algún capítulo cada tanto.
– ¿Qué novela recomendarías para leer sí o sí?
– Bueno, sí o sí tiene que estar La maestra rural, que ya nombré. Otro es Misery, de Stephen King, El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon, Rosaura a las 10, de Marco Denevi, Drácula, de Bram Stoker y un libro muy fuerte para mí fue Bestiario, de Julio Cortázar. La oscuridad de los colores, de Martín Blasco, es un libro de hoy que me gusta mucho y lo recomiendo.
– ¡Qué buena lista! Ahora, volviendo a tus novelas. ¿Cómo surge la idea de El hormiguero?
– La idea de El hormiguero surge en realidad a partir de un cuento que yo había escrito que no me había gustado, como todos mis cuentos, de un primo que va a descansar al campo después de una crisis nerviosa. Esa idea siempre me resultó muy atractiva y en realidad nunca la pude escribir, es lo que le pasa al protagonista de La ventana abierta, de Saki, que tiene una crisis nerviosa y va al campo justamente para pacificarse y ahí se encuentra con el infierno. La idea original de El hormiguero es la de un primo, son dos primos que eran muy amigos cuando eran chicos en el campo. Uno de ellos se va a vivir a la ciudad, hace carrera y además, se convierte en un hombre citadino, exitoso y de pronto tiene una crisis y decide pasar unos días en el campo donde vivió su niñez. Ahí, después de tantos años de no verlo, encuentra que su primo es un hombre tosco, muy brusco, embrutecido por una vida de campo solitaria. Trata de recuperar aquellos tiempos pero se da cuenta que está con un extraño. Mientras tanto en el pueblo hay unos rumores de que han desaparecido personas y que no se sabe qué pasó con ellas. Entonces, en una de las comidas, el primo era el que cocinaba, el protagonista baja al sótano y abre un freezer y ahí se encuentra con lo que había estado comiendo durante sus vacaciones.
– Lo hiciste otra vez. Contaste otra historia…
– Bueno el cuento quedó ahí, no me gustó, pero sí la idea de que alguien de la ciudad va a visitar a alguien del campo, que tiene costumbres completamente diferentes. Lo de las hormigas surge a raíz de una imagen que vi. De una película clase "B", o "C", o "D" (risas). De una chica que le salían cucarachas por la boca. También pensé en mí mismo, por decirlo de alguna manera, en las visitas que yo le hacía en el campo a una tía mía, que no era hippie, ni era como la tía Poli, ni nada. Entonces ahí se generó la novela, que no voy a spoilearla.
– Claro que no… ¡Lean la novela!
Yapa llegada por Whatsapp
Hace muchos años, en una sobremesa de domingo cordobés, Sergio me contó una novela que estaba pensando escribir. Cada vez que nos veíamos yo le preguntaba cómo iba con la escritura de esa historia, a lo que él respondía, siempre, "no, por ahora no la voy a seguir". Pero cuando le pregunté hace unos pocos días si estaba escribiendo algo, me contestó:
-Te digo que la historia que estoy escribiendo es la que te conté aquella tarde hace muchos años en la casa de Laura. Una periodista novata, que tiene un proyecto de un ciclo de pequeños documentales, de crímenes que no se han resuelto en el Siglo XX. Uno de esos crímenes se trata del caso de Ingrid Nilson, sucedido en Suecia. La cronista se enamora, y cuando se está por casar, la obsesión por el crimen sin resolver se recrudece.
Visitas a escuelas, encuentro con lectores y lectoras
He ido a muchos colegios y las preguntas que me interpelan dependen mucho de cada uno. Cuando entro a un colegio percibo cuál es la aproximación que han tenido al texto. Las experiencias son muy diferentes. Me he encontrado con colegios en donde las preguntas que me hacen son muy incisivas y muy inteligentes, por decirlo de alguna manera, totalmente enfocadas a los textos y en otros colegios pareciera que el texto no les importara tanto, y me preguntan sobre mí: si soy exitoso, si me reconocen en la calle, de qué cuadro soy, qué cuanto gano, que si tengo mujer, hijos, etc. Entonces ahí uno ve la manera diferente en la que cada docente trabaja con sus alumnos.
Si bien hay una serie de preguntas en los colegios que son las mismas para todas las novelas, hay sorpresas. Lo lindo es cuando me preguntan cosas que nunca me habían preguntado y que me ponen a pensar. Eso me ha pasado con todas las novelas. Depende de cada curso, de cada colegio, las preguntas y la actitud que tienen en relación a la lectura.
Una vez en Colombia me encontré con un chico había escrito una segunda parte completa de El hormiguero, donde rescataba a todos los personajes, atravesaban un montón de aventuras y finalmente terminaban todos en una casa, amigos y felices para siempre. Eso es algo que me llamó la atención. El trabajo en que se había puesto este chico para reparar todo lo que había roto la novela.
Para terminar, un poco del Ping pong literario tinkuyano
De sobremesa, lo invité a Sergio a jugar a las cartas, aceptó encantado. "Sacá una carta, me la das y yo te voy a hacer la pregunta que vos saques", le dije.
Primera carta:
–¿Qué poemas, canciones, imágenes o textos te recuerdan a tu ciudad?
-Hay un poema de Jorge Luján que se llama Vacas en la lluvia, eso me recuerda, no a mi ciudad, pero sí un lugar donde tengo una casa en el campo. Esa visión de las vacas bajo la lluvia es cordobesa para mí. Canción no, ninguna te diría. Hay miles de canciones paterdomóticamente cordobeses pero ninguna que a mí me guste mucho como para decirte.
Y texto, no… pero ahora que lo pienso, la gran novela de Luciano Lamberti, La maestra rural, que transcurre en Córdoba y que ahora que lo pienso, la novela comienza en la esquina de mi casa. Es una novela fabulosa, increíble. Y me remite a Córdoba. El kiosquero que el protagonista ve que tiene algo en la cabeza, y que piensa que tiene un implante o algo así, es el kiosquero de la esquina de mi casa, que vive al lado de mi casa. O sea que ahí hay una conexión bastante cercana.
Segunda carta:
–¿En qué lugar inesperado o extraño contaste o te contaron alguna historia?
-En tantos lugares, tendría que hacer memoria. Pero recuerdo que en un lugar llamado Killarney, en Irlanda. Una noche que llovía mucho, habíamos ido a un hostel que estaba vacío. Yo había ido con un amigo y una amiga y nos quedamos charlando con el administrador. Recuerdo que ahí en un inglés rudimentario, le conté Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez, sobre las vicisitudes del cadáver de Eva, a este hombre que se llamaba Tom. Me acuerdo que le había encantado, había quedado fascinado por esa historia, así como yo había quedado fascinado cuando leí la novela. Verdaderamente yo no conocía cuál había sido el recorrido de ese cuerpo y sus réplicas. Ese es el lugar más extraño donde yo conté una historia.
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