Tal vez el genio sea un maestro de la incertidumbre. Alguien que posee un temple especial para caminar de espaldas al verdugo o en un campo abierto bajo un cielo lleno de relámpagos. La mayoría de los mortales trata de huir de la incertidumbre y si no es posible, trata de reducirla al máximo.
En la última entrega de los premios Gardel, cuando inesperadamente Charly García subió al escenario hacia el final de la versión instrumental y sinfónica de Inconciente colectivo (habiendo sido el gran ganador de la noche, recibiendo por tercera vez el Gardel de oro) y se sumó al piano con su voz, tal vez por cuestiones del retorno del sonido, tal vez por no estar apuntado o dirigido, tal vez porque la orquesta tocara en otro tono, por despiste, por no salir ileso del paso de los años y de la vida sobre su cuerpo, tal vez simplemente por error, se produjo ese momento de incertidumbre. Porque Charly entró mal. Entró fuera de compás y de tono. La orquesta siguió tocando, Charly insistió, y siguió errando. Hasta que la incertidumbre -incluso el miedo- se hizo silencio. Silencio de Charly, silencio de la orquesta, duro y helado y enorme silencio, imagino, de todo el público que estaba ahí y de cualquiera que se tope desprevenido con ese momento en el video subido a YouTube. El silencio como incertidumbre o la incertidumbre como silencio.
Pero tal vez el genio también sea un maestro del humor; sea conservar incluso en los momentos de angustia, de riesgo y de miedo, el imprescindible sentido del humor. Y no sólo conservarlo: exhibirlo. Porque en medio de aquel silencio grande y peligroso como un témpano, Charly dejó de tocar, sonrió y acaso se rió de sí mismo, del momento, del error, de todo. "Tanto tiempo, chicos, chicas", dijo y el témpano se partió a la mitad, y alguien le gritó lo de siempre y todos aplaudieron, pero lo importante es que la orquesta un instante después salió del estupor y supo que debía olvidar las páginas sobre los atriles y que debía seguirlo. "Re", dictó García, y el ruido se deshizo o se hizo música.
No hace tanto salió un libro clave. Esta noche toca Charly, de Roque Di Pietro, una biografía a través de los recitales de Charly García, desde sus tiempos de infancia en el conservatorio, hasta el recital de Ferro del '93, antes de La hija de la lágrima y sobre todo antes de su etapa más expresionista, oscura e inimitable, la etapa-manifiesto de Say no more.
Más allá de ser la biografía más reciente, pero también la más "objetiva", polifónica y sólida, por lo tanto, la más ambiciosa, Esta noche toca Charly es en verdad su primera gran biografía. Porque más allá de la acumulación y desarrollo de datos, anécdotas o mitos, hay un intento por despejar nociones trascendentes y problemáticas, como por ejemplo, la genialidad. La genialidad de Charly, y por extensión, al menos la genialidad de un artista argentino. Cito: "de donde provenía su talento y su excéntrica personalidad de genio". Así se despeja la linea de la formación clásica o el don del oído absoluto, aunque sirvan como catalizadores públicos de la condición genial.
Y otra de las cosas que muestra Esta noche toca Charly, al seguir al detalle sus diferentes etapas (Sui generis, La máquina de hacer pájaros, Seru Giran, sus diferentes discos y grupos solistas) es la transformación de su arte y su recorrido imprevisible. Nunca se sabe qué va a venir después. Por dónde va a seguir. De hecho, incluso su último disco, Random, tal vez sea la mejor muestra. Porque Random salió cuando nadie pensaba que Charly podía llegar a grabar otro disco y menos aun con canciones propias e inéditas. Y aun si eso fuera posible, todo indicaba que el deterioro de su salud sería el deterioro de su música. Y sin embargo, ahí está Random.
Comenzando con el Nocturno en Mi bemol, de Chopin para derivar en La máquina de ser feliz, una canción tan simple, tan dulce, con una melodía, justamente, de cajita musical y una letra que parece a la vez, despedida e invocación, renacimiento y requiem. Y con Charly cantando con un hilo de voz sí, pero un hilo de voz inspiradísimo, que logra esquivar los jaqueos y atrofias químicas. Una voz que, una vez más, conmueve y se divierte y dice que la máquina de ser feliz la tiene el papa y, por supuesto, la tiene Charly.
Porque tal vez para ser un genio haya que ser también un maestro ninja del coraje. Lo que dice Woody Allen -un admirado de Charly- al comienzo de Manhattan: el talento es suerte, lo que importa es el coraje. Ecuaciones mediante entonces: el talento es el coraje. Por eso sobre el escenario, después de fallar, después del -por qué no- ridículo, Charly insistió una vez más, marcó el pulso, dictó "Re" y volvió a confiar en la orquesta, en la música, y de algún modo en sí mismo; volvió a cantar el estribillo de Inconciente colectivo, ese himno que dice que la libertad siempre la llevarás y que te podés corromper, pero ella siempre está.
Y quizá se trate sobre todo de eso: menos de la técnica o el virtuosismo que de la libertad. Porque más allá de las ecuménicas definiciones, el genio se nos presenta dentro de una lámpara. Encerrado en ella hasta que un nuevo amo, a través de los deseos, sepa liberarlo. Lo que llamamos genio es liberación. Sacado o no de una clínica, Charly es acompañado hasta el piano, con su cadera todavía convaleciente, con un algodón y una cinta en su mano derecha, sin ensayo, sin anuncio, Charly se suma porque sí -seguramente porque quiere- a la orquesta hacia el final del tema y después del intervalo de incertidumbre y ridículo, acorralado por toda su motricidad y su sistema nervioso en ruinas o en un medicado y frágil equilibrio, canta y toca el último estribillo y la parte final de Inconciente colectivo, y cuando canta y toca, vuelve a improvisar y a inventar, y cualquiera que haya escuchado esa canción diez mil veces reconoce los hallazgos, un nuevo fraseo, una nueva escala.
No se trata de conmiseración, de ternura hacia el enfermo o moribundo que hace algún gesto anacrónico y vital. No. No hace falta. Es una escena más entre tantas. Qué importa que ahora el encierro provenga de estas penurias y no de otras. A lo largo de su historia, Charly ha sido sitiado por policías, managers, censuradores, sonidistas, iluminadores, por condiciones meteorológicas -recordar el concierto subacuático-, por instrumentos de mala calidad, por furores o agitaciones alcohólicas o narcóticas, por sedaciones y todo tipo de compensaciones farmacológicas. Y siempre ha logrado un segundo, un minuto, un momento de música. Que su genio se libere de lo que sea que lo encierre para hacer magia y cumplir los deseos. Porque eso es un genio, o un genio es eso: el que siempre logrará escapar de su prisión.
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