"Mi infancia es una calle y otra calle y otra calle y otra calle. Calles que te definan, calles que te confinan". Así, brillante y abstractamente, como un tajo, como una confesión, comienza la autobiografía de uno de los artistas de culto más importantes de las últimas tres décadas. Bienvenida y esperada esta historia en primera persona, porque acaso Morrissey también sea uno de los músicos más esquivos y difíciles de sintetizar.
En las casi 500 páginas de Morrissey – Autobiografía (editada por Malpaso), él mismo, sin ghostwriter ni colaboradores, narra su historia: la del cantante de la banda indie más importante de Gran Bretaña en los 80, The Smiths y toda la devoción que vino después. Y desde ese primer párrafo, como extrapolado de un ensayo de Marshall Berman en el que las calles y la vida moderna son una misma cosa que casi se puede palpar y que a la vez se deshace en el aire, Steven Patrick Morrissey se para frente al lector y empieza a relatar.
Su existencialismo romántico, sus modos teatrales y esa voz, dócil pero suculenta… todo aquello nació en las calles de una Manchester nunca victoriana y ya post-proletaria, que no es la Nueva York de flâneurs judíos y ateos como Berman o Woody Allen. Entre los escombros del alma suburbana y los edificios demolidos, nos cuenta un paseo en el que él y su pandilla, como los personajes periféricos de las películas de Raul Perrone en Ituzaingó, caminan en la calle, no en la vereda, y no paran de conversar.
El Oeste de Moz es el Norte inglés siempre postergado, descripto con convicción miltoniana, "Manchester es el estertor último del viejo ardor, el sitio donde tuvimos el corazón en un puño, prohibido como nos está ser románticos": su ciudad de la infancia es su propio Paraíso perdido, en el que para la clase social de la familia Morrissey, católicos de origen irlandés, "un trayecto en coche era tan poco habitual como los viajes en el tiempo".
Entre las fotos que incluyen algunas con sus padres, su hermana Jackie y sus primeros amigos, el letrista de The Smiths describe en susurros, pero sin timidez una infancia irrespirable en las public schools (escuelas que eran públicas, más no gratuitas) como escenas de Pink Floyd The Wall: sitios de desaprobación constante, donde no está contemplado alentar al alumno. La persecución de la homosexualidad (penalizada legalmente en Inglaterra hasta ¡1967!) es observada con paciencia freudiana, puntualizando los mecanismos más auto-represivos de país de Sherlock Holmes y el estilo Tudor. Como por ejemplo, sus profesores educación física: "El señor Kijowski, joven y soltero, está obsesionado con la homosexualidad -que ha de ser rastreada y puesta al descubierto, nombrada y afeada. No me sorprende ser el blanco habitual de su grandilocuencia, por más que la conducta más obviamente homosexual sea la del propio Kijowski cuando al terminar la clase idea algún subterfugio para que todos los chicos nos quedemos 'inmóviles' en la ducha."
El desabrigo de sus memorias también va en aumento: "El señor Sweeney también es profesor de educación física y soltero, pero no tan abiertamente homosexualista, aunque no nos pase desapercibida su manera de quedarse plantado mirando a los chicos mientras se duchan. Un día, me tropiezo y me caigo. El percance levanta una pizca de compasión en él y me lleva a su despacho, donde procede a masajearme la muñeca. Tengo catorce años y entiendo el significado de las innecesarias lentas y sensuales caricias. Poco después, mientras me seco en la ducha, el señor Sweeny se inclina sobre mi abdomen para preguntarme: '¿Qué es esa cicatriz que tienes sobre el estómago, Steve?', pero su mirada se dirige más abajo y esos son los momentos que hacen ir a mirar ciertas palabras en el diccionario. Y por primera vez, te ves obligado a considerarte el premio o la presa."
La infancia de Moz es un torrente de energía nerviosa aún sin fulgurar y este adolescente tímido no sabe qué hacer con las chicas, que lo encuentran misteriosamente tentador, ni con los muchachos, que ponen en jaque lo que para la doxa de su entorno es conocido como "virilidad". En esos comienzos, lo que la radio era para una generación anterior, para él lo será la TV y sus fantasías, que le permiten evadirse de esa Manchester pedestre.
Sin sucumbir a culpas ideológicas deja a los Estudios Culturales británicos en paz y describe amorosamente la compañía de la TV, con verdadero placer y nostalgia, como un snapchat de hace medio siglo, en el que parpadean maravillas que hay que mirar de cerca "porque lo que no se llegó a ver desaparece para siempre y lo que allí aparezca no lo olvidarás jamás". Menciona y detalla durante páginas y páginas programas que no conocemos, pero su detalle y su pasión, como si se lo relatara antropológicamente a un millenial, no consigue cansar jamás. Lo que nos transmite es esa excitación de aldea global fascinada con un muevo medio, que para cualquier argentino nacido antes de los 50 era esperar el inmortal tiempo hasta la llegada de El Cisco Kid, Patrulla de caminos, Odol pregunta o musicales como La familia Gesa o a Blackie presentando a Nat King Cole o a Los Plateros para toda una nación.
Hijo de una ama de casa y un padre de trabajos pasajeros y fanático de Elvis (algo que influenciará la vuelta rocker y guitarrera de The Smith versus la New Wave de sintetizadores), Morrissey más que recordar, reconstruye su historia personal y al mismo tiempo se detiene en tensiones sociales y políticas que no están en la biografía de cualquier músico. "La educación de la clase obrera de los años sesenta continúa tan desolada como la de los años treinta", describe agudamente.
Su ciudad es un lugar de horror dickensiano donde Morrissey tiene una pandilla, pero casi con nadie puede hablar de los "poetas de los lagos" (Wordsworth, Coleridge y Southey). También está el fútbol, que es para este preadolescente lo que se interpone "entre la tierra y Dios". Pero además de la pelota, Morrissey comienza a acumular sus primeros discos con un gusto ecléctico, casi quimérico, pero premonitorio de lo que será su estilo: simples de The Four Tops, T-Rex, Françoise Hardy, The Righteous brothers o The Small Faces, en una época en que "todo el mundo garabatea su nombre en la tapa, porque en caso de llevarlos a una fiesta, es importante que el dueño regrese con los que ha traído".
En casas alquiladas compartidas con abuelas y tíos, como en películas de Ken Loach, Morrissey encuentra rincones sin goteras y sin ratones para escuchar música y escribir. Es en la canción donde hallará el testimonio del cuerpo: subtrama, subtexto y subjetividad al mismo tiempo. La gran revolución continúa con la llegada de The New York Dolls a su vida (no en vano la brillante serie Vinyl utilizaba su Personality crisis en la apertura) y con el David Bowie de Ziggy Stardust. Bowie es su declarado Dadá: "Con él, arte y vida ya no son imposibles. Es tremendamente glamoroso, intrépido y bastante británico: ¿cómo era eso posible? Sacerdote y reformador, libre de infancia infeliz y con ganas de ayudarte con la tuya si es que Black Sabbath y Deep Purple se han revelado insuficientes".
Para agregar luego, autolacerante y aún sin salir del cascarón, "él, un visionario wildeano a punto de remodelar Inglaterra, y yo, un manojo de nervios con mi uniforme escolar". Para Lou Reed su prosa iridiscente no es menor: "Está evidentemente erizado de clavos de los pies a la cabeza y es extrañamente encantador". El descubrimiento de Bowie, Reed, The Ramones ("Joey, el cantante, parecía que lo hubiesen matado en la cama del hospital: había encontrado a mi gemelo") hacen que para Moz el resto del mundo pop se parezcan a viajantes de comercio.
Y hoy, en tiempo de libertades sexuales que se manifiestan en todas direcciones, este libro también ayuda a entender cuánto ha hecho el Pop por algunos logros de las libertades civiles. Por caso, Morrissey narra la sorpresa de leer una entrevista a The New York Dolls (en los tempranos 70) en la que su líder declara que no son "machotes". Y el cantante acota, resume, revela: "una confesión asombrosa en la era del rock machirulo zeppelinesco".
Su imaginación teórica, cultural y literaria es singular y nos toma por el cuello en la esquina de cada página, como cuando compara la emoción de una canción de Iggy Pop con el barítono Paul Robeson o señala a The Stooges, Lou Reed y Patti Smith "como nuestros nuevos Goethe, Gide y Gertrude Stein". El retrato de la cantante Nico podría encabezar una antología de periodismo cultural: "Un banco de niebla, una escarcha; la voz de un cuerpo que cae por las escaleras y habla como si las manos del ahorcado estrangularan la garganta, ella es la última ballena jorobada atravesada por un arpón. Guardo con devoción sus cuatro álbumes, ninguno de los cuales contiene el más leve indicio de esperanza".
Hombre su tiempo, como su venerado Oscar Wilde (a quien considera la primera figura Pop), localiza el romanticismo inglés en la cultura contemporánea: "Los nuevos poetas no están junto a los lagos, sino suspendiendo la incredulidad en los estudios de grabación, donde las palabras y el sonido mezclan lo literal con lo perceptual y lo conceptual."
Si se suele decir que el Mayo Francés no penetró en Gran Bretaña, un Morrissey de provincias pudo ver la flor entre el basurero, el punk, e importar aquel slogan de ser realista pidiendo lo imposible. Por su parte su humor es incisivo como Philip Marlowe respondiéndole a un mafioso de segunda clase. Sí, en su autobiografía el bocón ataca de nuevo y lo hace con estilo: "Esto con The Eagles no pasaba", "no fuese a ser que muriésemos bajos las ruedas de Emerson, Lake & Palmer" o "¿Para qué va a necesitar el mundo otro Phil Collins?" son algunas de las delicias de esta obra.
Su mundo de los 70 era un barroco en que lo viejo (el rock progresivo) no terminaba de morir y lo nuevo (el punk rock) no acababa de nacer. Padre de la sensibilidad postmoderna, Morrissey sigue hablando por todos nosotros y si sus gustos musicales son antenas hasta el presente, su literatura preferida emigra de Dorothy Parker a Edward Lear, pasando por oscuros poetas ingleses de principio de siglo 20 o Margaret Atwood.
El encuentro con el guitarrista Johnny Marr funda The Smiths y entre torpezas y pecados de juventud el joven grupo firma casi cualquier cosa para Rough trade, su sello. Dan digna batalla en el top 40 en una época en que no existen aún los artistas independientes ni una visión autónoma. Y sin embargo, con el poco apoyo de Rough desvalijan el pop con sus originales melodías y letras, y los acordes masticables y purasangre de Marr.
Sin desearlo Morrissey eleva su posición social y de pronto le toca el timbre Vanessa Redgrave o David Bowie lo persigue para componer una canción juntos. Un encuentro en el camarín con Mick Jagger, al que la nueva estrella trata con displicencia, es recordado con vergüenza por el protagonista del libro. Finalmente, The Smiths se separan luego de tres discos y comienza la carrera solista de Morrissey y con ella todo el amor-odio que le dispensa la prensa inglesa. Michael Stipe le confiesa los celos que sintió cuando escuchó por primera vez Everyday is like sunday y estalla su carrera en EE. UU como una beatlemanía posmo. Para su sorpresa, hasta Elizabeth Taylor va sus recitales. Hay más encuentros y charlas con el Duque blanco y una relación epistolar con Dirk Bogarde, el sencillo y asombroso actor de Portero de noche y El sirviente, quien estuvo a punto de protagonizar el videoclip de Hold on to your friends. La última parte del libro se torna un poco morosa al detenerse en los juicios que los ex The Smiths, Mike Joyce y Andy Rourke, entablan contra Morrissey y Marr.
Moz, como Julio César, como Maradona, habla de él mismo en tercera persona y a pesar de vivir hace años en Los Ángeles, no duda en embestir contra el aparato represor y policíaco en que se convirtió EE. UU. luego del 11/9 y la política "viril de Bush, de muerte y destrucción". Su crítica se extiende al gatillo fácil de la frontera mexicana y el maltrato a los inmigrantes. En el orden político también encontramos párrafos como éste: "Thatcher, ni dama ni de hierro, es un hacha humana incapaz de reconocer el error propio. La déspota se regocija en la destrucción de los mineros y torpedea un barco argentino, el Belgrano, repleto de soldados adolescentes, a pesar de no presentar amenaza alguna y estar fuera de la zona de exclusión de las Malvinas".
Con respecto a su tan comentada sexualidad, a lo largo de su lectura, Morrissey traza una enciclopedia propia que no es la típica del camp gay: su cultura cinéfila lo hace mencionar más a Rita Moreno, Barbara Stanwyck, Kirk Douglas y Cyd Charisse que a Gloria Gaynor y Judy Garland. Como explica la divertidísima y erudita Enciclopedia Gay de Ignacio D'Amore y Mariano López, en la entrada del astro: "En lo gay parece haber encontrado el código secreto para la manifestación de su estilo de vida alternativo, más allá del género de los ocasionales objetos de afecto, y no una confirmación de pertenencia". Y, párenme si escucharon ésta antes, pero en este texto hay aún más para comentar y no abundan autobiografías de músicos populares con este nivel, a excepción acaso de Verdad tropical de Caetano Veloso y Crónicas I de Bob Dylan.
Hoy Morrissey es versionado por Nancy Sinatra o Mariane Faithfull y nadie dudaría de que, además de los tres grandes discos con The Smiths, un álbum como Vauxhall and I es una obra maestra. The Ringleader of the tormentors contó con Ennio Morricone en la orquestación y su último disco, Low in High school, tiene picos altísimos como "Jackie's Only Happy When She's Up on the Stage" o "The Girl from Tel Aviv Who Wouldn't Kneel" con acordeón, guitarra flamenca y su aire klezmer.
Mientras tanto y afortunadamente, el mancuniano se niega a ser un crooner contemporáneo como Rod Stewart o a grabar clásicos del pasado como Bob Dylan. Y con respecto a sus influencias, ¿cuán pronto es ahora? En nuestros días podemos asegurar que el primer Soda Stéreo (cuántas veces habrá escuchado Cerati Barbarism Begins at Home) y grupos ingleses como los hermosos Animals that swim, The Auters o Belle and Sebastian no existirían sin su influjo.
Este es un libro para acompañar con la muy buena biopic England is mine de 2017, que representa un Morrissey anterior a The Smiths con pelo largo y escribiendo largas diatribas para revistas como Melody Maker o NME. Sin embargo, el filme que más se acerca al soplo de esta autobiografía es Of time and the city, esa cumbre de los documentales del nuevo milenio. Si bien esta narraba la vida en la costera ciudad de Liverpool, y no en la industrial Manchester, hay en el tono de voz del director Terence Davies y los polos excluyentes que la dictan (Dios, la Iglesia, el fútbol o Engels) algo que la acerca al espíritu confesor del hombre que compuso (humildad no le falta, tampoco rencores mesiánicos), I have forgiven Jesus.
Y Morrissey sigue pidiendo por favor, por favor, por favor, que le dejen conseguir lo que quiere, aunque su timidez patólogica le impida disfrutarlo: tener al escritor James Baldwin enfrente y no animarse a hablarle o cruzarse a la cantante de jazz Eartha Kitt y no poder ofrecerle un cumplido.
Casi al final del libro, como el Michel Foucault de los últimos años que abandonaba la Academia para irse a cortar leña con jóvenes apuestos de comunidades taoístas de California, Morrissey se erige como un Sócrates de su propio fandom, joven y embelesado por él. Su público favorito es el latino: "El nuevo público de Morrissey no es blanco y es el frenético opuesto a los pálidos soñadores de los Smiths". Y declara su amor, sin corrección política, por "las lesbianas, las come-felpudos… y yo abandonaría mi vida por los chicos perdidos de El Paso, los tristes pistoleros y cualquier elemento armado", como si Gus Van Sant hubiera escrito un western crepuscular con él en mente: un cowboy de medianoche y maduro que vuelve a escena, en el reverso perfecto de la mitografía hombruna de Clint Eastwood o John Wayne. O como canta Moz, "Mientras más me ignores, más me acerco".
En las páginas finales, este hombre encantador, un Morrissey exultante, observa a su audiencia extasiado y cavila: "Los de seguridad forcejean en el medio, pero yo lo único que veo es una gran caricia. ¿Los conciertos de los Smiths fueron alguna vez tan salvajes? A veces. ¿Acaso hay que intelectualizar todo? Sí".
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