Oslo, especial. El viajero que visita Oslo no necesita salir del aeropuerto para toparse con el arte de Edvard Munch. Cuidadosamente protegidos, allí se exhiben el ejemplar original de su pintura Cabeza a cabeza (1905), así como la piedra caliza utilizada como placa litográfica de una de sus versiones de Separación (1896). Incluso en ese contexto prosaico, Munch se revela como uno de esos artistas cuyo rigor formal no atenúa el impacto de su poder emocional. Con seguridad, el pintor más famoso de Noruega, nacido en 1863 y muerto en 1944, continúa burlándose de los rótulos con que solemos encasillar su obra. Su libertad en el uso del color lo acerca, pero no lo asimila, a los fauvistas. Y sabemos que enseguida se desprendió del principio naturalista de la imitación para avanzar hacia un estilo de pintura simbolista que debe muy poco al modelo francés. Al mismo tiempo, no es incorrecto considerarlo un precursor fundamental, aunque inclasificable, de la vanguardia expresionista.
En Oslo hay más de un lugar donde encontrar sus pinturas. Pero el primer destino obligado es la Galería Nacional, donde una gran sala muestra sus obras –incluido el célebre Grito– en el contexto más amplio del arte nórdico. Allí también se exhiben, por ejemplo, los cuadros de Christian Krohg, un gran pintor naturalista que además fue maestro de Munch. Pero la obra del discípulo se distingue tanto del virtuoso realismo de Krogh como de la tradición paisajística del romanticismo escandinavo. Ya que, incluso cuando parte de elementos naturalistas, Munch no tarda en componer un "paisaje anímico". Su aporte más personal, según el historiador del arte Ulrich Bischoff, debe buscarse en esa fusión de figura y paisaje en una composición que obliga a las partes a reforzarse mutuamente. En otras palabras, su lenguaje formal tiende siempre a convertir la naturaleza en un "paisaje del alma".
Frente al Jardín Botánico, en el pequeño Museo enteramente dedicado a su obra, puede verse la exposición Edvard Munch. Entre el reloj y la cama, cuyo nombre proviene de uno de los autorretratos tardíos del artista, completado un año antes de su muerte. Los autorretratos acompañan su producción artística desde sus primeros tanteos hasta su último aliento y se cuentan entre sus obras capitales. Esta muestra desplaza el acento hacia pinturas menos conocidas y permite que apreciemos la amplitud y variedad de su paleta, así como el creciente rigor formal con que fue tratando los mismos motivos a lo largo de su carrera.
En las tres horas y media que dura la película Edvard Munch (1974), del inglés Peter Watkins, encontramos una propuesta que hace justicia a la complejidad del carácter y la obra del pintor noruego. Watkins pone en escena las primeras décadas de su vida, cuando la capital del país aún se llamaba Cristianía, hacían estragos la tuberculosis y la sífilis, y los intelectuales formaban un grupo bohemio liderado por Hans Jaeger, escritor y pensador anarquista. Personajes de esa etapa en transición –la misma que cuestionan los dramas de Ibsen y Strindberg– se debaten entre las torturas del matrimonio burgués y las torturas análogas del amor libre. Acompañamos a Munch en sus primeras exposiciones en Noruega, Alemania, Dinamarca, Suecia, siempre con una recepción crítica adversa: el film no llega a captar el momento tardío en que su reputación comenzó a afianzarse en el extranjero.
Al tiempo que se detiene en su trama familiar y en su borrascosa vida sentimental, Watkins va relevando los avances técnicos de la obra de Munch. Conocemos los diversos materiales –óleo, temple, clara de huevo, ácido– con que el artista fue experimentando, así como los instrumentos de los que se valía para raspar o arañar la superficie de sus cuadros, o profundizar los surcos y las texturas: podía tratarse de un cepillo, la espátula o incluso una cuchilla de cocina, o también el mango del pincel o la punta de un lápiz. Siempre a la búsqueda de nuevos medios, Munch no tardó en incursionar en el grabado y, poco después, en el aguafuerte y el aguatinta. Incluso llegó a inventar un método propio para acercarse a la xilografía, última técnica de las artes gráficas que le quedaba por conquistar.
Watkins emplea un registro semidocumental. Los actores dirigen frecuentes miradas a cámara, sin ocultar la conciencia de estar siendo escrutados por ella. Una voz en off repone el contexto y preserva el relato cronológico, agitado por un montaje no lineal que retorna a ciertas escenas recurrentes: peleas de pareja, escenas traumáticas de la infancia. También se citan los Diarios de Munch, cuyas entradas suelen estar escritas en tercera persona y donde la identidad de los personajes se oculta bajo nombres en clave. Otra virtud no menor de este film es su enfoque participativo: dirigido y editado por Watkins, el guión fue escrito en colaboración con los actores, muchos de los cuales expresan sus propias opiniones. Esta decisión, que podría conducir a la arbitrariedad o el anacronismo, enriquece en cambio la dramaturgia con un aire de frescura y espontaneidad.
Algo de ese espíritu colaborativo reaparece en el modo en que la firma del arquitecto español Juan Herreros concibió el diseño del nuevo Museo Munch, hoy en fase de construcción avanzada en el barrio de Bjorvika. Está destinado a albergar la obra de Munch y la Colección Stenersen, además de lo más granado del arte contemporáneo noruego, como culminación de un proceso que abarcó una década y que involucró negociaciones y diálogos –a veces confrontaciones agudas– entre diversos agentes técnicos, sociales, regulatorios y burocráticos.
El nuevo Museo es una estructura imponente, si bien ligera y translúcida, que se integra a otras edificaciones aledañas como la Ópera de Oslo y la nueva Biblioteca Nacional. Frente a la horizontalidad palaciega de muchas pinacotecas y galerías nacionales, la construcción responde a la tipología del "museo vertical", tendencia que exhiben otros proyectos recientes, como el New Museum de Nueva York, de la firma japonesa SANAA, o el cancelado Guggenheim de Guadalajara, a cargo de Enrique Norten. Así, el edificio de Herreros no teme crecer en altura, aunque de manera diversa a las denostadas "torres". Su prominencia es más bien funcional a una capital que inventó el concepto de "Ciudad Fiordo": bajo ese nombre, el municipio puso en marcha desde el año 2000 un proyecto urbano con la intención de que Oslo –antiguo puerto vikingo– se reencuentre con el mar en términos ultramodernos.
En su interior, el nuevo Museo pretende replicar la rica disparidad de formatos del arte de Munch, que va desde las obras minúsculas hasta los grandes frisos, pasando por las composiciones medianas. Así se disponen salas pequeñas, casi íntimas, con el fin de contener las obras gráficas más delicadas, salas de tamaño medio para las pinturas acordes, y también halls de amplitud y altura monumentales donde podrá apreciarse, por ejemplo, una vasta composición tardía como Alma Mater.
Vale la pena escuchar los argumentos de Herreros, quien lideró en Buenos Aires la correcta remodelación de la planta baja del MALBA. Razonablemente desdeña la idea del museo como mero archivo de obras de arte del cual sólo unas pocas se exhiben ante un público circunstancial. En oposición al museo tradicional, que en el mejor de los casos se visita para contemplar la última exhibición, le interesa redefinir ese espacio como "un motor de la sociedad civil". Sin duda exagera al decir que el nuevo Museo Munch es "la proyección de un sueño colectivo compartido por una ciudad entera". Lo cierto es que parece concebido como una institución abierta a la ciudad, un lugar de encuentro y, entre otras cosas, un centro pedagógico.
Según Herreros, la arquitectura está evolucionando hacia una performance más flexible, mejor adaptada a las circunstancias, el público y el momento. Por eso, en una entrevista reciente, compara el rol del arquitecto con el de un DJ: sensible a la sinergia latente de una atmósfera dada, "remixa" obras y contribuciones de otros, y se inquieta por propiciar, sin eludir los conflictos, situaciones de entusiasmo colectivo.
* Muchas pinturas fundamentales de Munch, incluida El grito, se exhiben como parte de la colección permanente en la Galería Nacional de Oslo (Universitetsgata 13). La exposición "Edvard Munch. Entre el reloj y la cama", resultado de una colaboración con el Museo de Arte Moderno de San Francisco y el Metropolitan de Nueva York, puede verse hasta el 9 de septiembre en el Museo Munch (Toyengata 53). El nuevo Museo Munch, en el barrio de Bjorvika, tiene prevista su apertura para el año 2020.
** La película de Watkins, Edvard Munch, puede verse en en este sitio: https://archive.org/details/EdvardMunchPeterWatkins1974AngeeParaZoowoman.website. Tiene subtítulos en castellano.
SIGUE LEYENDO: