"El corazón tiene razones que la razón ignora", decía el filósofo Blaise Pascal, que —entre otras cosas— reflexionó sobre la infidelidad. Para descubrir el verdadero alcance que tiene esa frase, nada mejor, tal vez, que explorar los misterios que encierran las cartas de amor a sus amantes escritas por intelectuales obligados a ocultar sus sentimientos.
Dos libros recientemente publicados en Francia permiten explorar los secretos que ocultaron durante años el escritor francés Albert Camus y la actriz española María Casares, y –por otro lado– la ensayista Simone de Beauvoir y el cineasta Claude Lanzmann.
Ambos episodios son igualmente sorprendentes, incluso para quienes conocían —superficialmente— la existencia de esas relaciones.
El caso más asombroso es el que protagonizó Camus, el escritor nacido en Argelia en la época en que ese país era todavía colonia francesa. Durante los 16 años que duró su relación con María Casares le escribió 865 cartas, telegramas y esquelas. El último texto, fechado el 30 de diciembre de 1959, fue hallado cinco días después, el 4 de enero de 1960. Estaba en su maletín, aún sin enviar, adentro del Facel Vega deportivo que conducía el editor Michel Gallimard cuando ambos se estrellaron contra un árbol en una ruta perdida de la Borgoña.
Ese tesoro epistolar fue revelado 55 años después de la muerte del escritor por su hija, Catherine Camus, con un prólogo conmovedor. "Sus cartas amplían los confines de la Tierra y hacen que el mundo sea más vasto, el espacio más luminoso y al aire más sutil simplemente porque ellos existieron", confiesa la hija, indulgente con el dolor que provocó esa relación a su madre. Años después, Catherine Camus inició una amistad con la actriz, a quien llama simplemente "María", que la ayudó a recuperar algunas cartas perdidas y a reconstruir esa historia de amor. "Nada es más hermoso, más soberbio y más tierno que el deseo que tengo de ti", le escribió Camus a María Casares en agosto de 1948. "Yo espero el milagro siempre renovado de tu presencia", le responde la actriz.
Ambos se habían conocido el 19 de marzo de 1944 en la casa de Michel Leiris en una representación de El deseo atrapado por la cola, de Pablo Picasso. En esa época Camus vivía en un pequeño studio de la rue Vaneau que le arrendaba a André Gide. María Casares, que tenía 22 años, había llegado exiliada a París a fines de 1936 con su madre y su padre, Santiago Casares Quiroga, que había sido primer ministro de la República Española.
El 5 de junio de 1944, tres semanas antes del estreno de El malentendido, de Camus, el escritor la llevó a una fiesta organizada por Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir en la casa del director Charles Dullin, en la rue de la Tour-d'Auvergne. María "lucía un vestido de Rochas a rayas violetas y malva. Llevaba el cabello negro tirado hacia atrás y cuando reía, en forma un poco estridente, su boca mostraba sus jóvenes dientes blancos. Era muy bella", recordó años después Simone de Beauvoir en La plenitud de la vida. A la madrugada siguiente, mientras los primeros soldados aliados desembarcaban en las playas de Normandía al alba del famoso Día-D —el 6 de junio de 1944—, Albert y María se convirtieron en amantes.
El detalle tiene su importancia porque, casi inmediatamente, Camus tuvo que refugiarse en la casa de Brice Parain, después de que toda la red de resistencia Combat fue denunciada a los alemanes. Durante un año, a partir de ese momento, firmaba sus cartas con el seudónimo de Michel.
La relación sufrió una interrupción de tres años, provocada por la llegada a París de Francine, la esposa de Camus, y el nacimiento de los mellizos Catherine y Jean. En ese contexto, los dos amantes tenían dificultades para mantener ese "amor desgarrado que nos impone" la realidad, como le confiesa el escritor Camus en 1949. "La mentira [y] la disimulación literalmente me asfixian […] Algunas veces quisiera gritar", le escribe en 1949 durante la larga ausencia provocada por su viaje para dar una serie de conferencias en América del Sur.
Esa magnífica conversación amorosa también deja ver la trastienda secreta del turbulento universo artístico de Saint-Germain-des-Pres y las intrigas de la divine gauche (izquierda divina) que imponía sus ideas al resto del mundo. Una gran parte está consagrada, por lo demás, a las angustias de sus respectivos proyectos.
Otras veces las prolongadas curas de Albert Camus —para mitigar su tuberculosis— o las giras de la actriz les imponían separaciones de varios meses. Esos distanciamientos le provocaban una "insensibilidad" que Camus vivía con inquietud: "Me siento deslizar por una pendiente que conozco bien al final de la cual me reencontraré con la soledad absoluta, la repugnancia de vivir y la incapacidad de ver un rostro humano". María, que vive la obsesión de "una eterna exiliada", también se siente sola porque: "Cuando veo y escucho los gritos del mundo que aúlla […] no tengo a nadie a mi lado para hacerme entrar en razón".
Los dos habían comprendido que esa relación había nacido para ser irremediablemente atormentada: "Hace mucho tiempo que no lucho contra ti; pero sé que, cualquier cosa que acontezca, viviremos y moriremos juntos", escribió la actriz el 17 de octubre de 1956.
Un torbellino sentimental idéntico se desprende de las 112 cartas de amor que Simone de Beauvoir le escribió al escritor y cineasta Claude Lanzmann.
La larga relación que mantuvo el director de Shoah con la autora de El segundo sexo nunca fue un secreto, ni siquiera para Jean-Paul Sartre. Lanzmann, en todo caso, la comentó ampliamente en las páginas de La liebre de la Patagonia, publicado en 2009. Pero, en cambio, nadie conocía ni la existencia ni el contenido de ese nutrido intercambio epistolar.
En el ocaso de su vida, a los 92 años, Lanzmann decidió vender ese tesoro testimonial a la biblioteca Beinecke de la universidad de Yale, único medio para que esas cartas pudieran ser publicadas. Sylvie Le Bon de Beauvoir, hija adoptiva y albacea testamentaria de la escritora, había logrado una decisión judicial que prohíbe divulgarlas en Francia, pero ese veto no se extiende a Estados Unidos. Sylvie le Bon posee además las cartas enviadas por Lanzmann, pero —al parecer— se rehúsa a publicarlas.
"¿Por qué condenar al olvido esas cartas, mientras que se publicaron sin ninguna reticencia las correspondencias de Simone de Beauvoir con otros hombres?", se justificó Lanzmann. Ese párrafo aludía obviamente a Sartre, pero también a Jacques-Laurent Bost y Nelson Algren, que fueron amantes de la escritora entre 1937 y 1940 en el primer caso y de 1947 a 1954 en el segundo.
La relación entre ambos no fue banal ni efímera: durante ocho años vivieron juntos en la rue Victor Schœlcher, detrás del cementerio de Montparnasse.
El intercambio epistolar de Lanzmann con Castor —como todo el mundo llamaba a Simone de Beauvoir— es la única que permanece inédita. El origen de ese ostracismo hay que buscarlo probablemente en un viejo rencor entre el escritor y Sylvie Le Bon. "No solo quiere oponerse a la publicación de mi correspondencia con Simone de Beauvoir. También desea eliminarme de la existencia [de la escritora]. Es la única forma, pienso, de convertirme en inofensivo", interpretó.
Lanzmann decidió vender esas cartas —único medio de asegurar una ulterior publicación— cuando comprendió que "Sylvie Le Bon publicaba todo lo que poseía de Simone de Beauvoir, absolutamente todo, excepto esta correspondencia entre Beauvoir y yo".
Durante los ocho años que duró esa relación —entre 1952 y 1959—, nunca el menor conflicto con Sartre, el otro hombre que compartía la misma mujer. "Todos los años ambos partían juntos de vacaciones a Europa Central. En una ocasión interrumpieron el viaje para acudir al hospital donde yo estaba internado después de un accidente. Los tres pasamos juntos semanas enteras hasta que yo terminara de recuperarme y, luego, los tres salimos de viaje", recuerda.
Ese círculo sentimental era todavía más amplio. Sartre estuvo años enamorado de la actriz Evelyne Rey —hermana de Lanzmann— y también fue amante de la primera mujer del cineasta, Judith Magre. Detrás de esa compleja red endogámica, había —tanto entre hombres como entre mujeres— el deseo de aparecer como el personaje más seductor y codiciado del grupo.
Lanzmann disimula apenas su voluntad de mostrar que fue el verdadero hombre —en el sentido animal— de la vida de Simone de Beauvoir.
Hasta ahora, el mundo creía que el verdadero amor de la escritora había sido el escritor norteamericano Nelson Algren, con quien vivió tres años en Estados Unidos. Las 304 cartas que le escribió —en inglés— desde que lo conoció en Chicago en 1947 hasta su ruptura en 1950, reflejan claramente la pasión que le inspiraba "mi cocodrilo adorado" "Nadie te amará como yo te amo", le confesaba al hombre que le había hecho "descubrir la verdadera pasión de su cuerpo".
Cuando el autor norteamericano le propuso matrimonio, Castor prefirió volver a París. Pero, a su muerte, pidió ser incinerada con el anillo que le había regalado Algren después de su primera noche de amor.
Para competir con ese fantasma que al parecer lo obsesionaba y saldar cuentas con Sylvie Le Bon, Lanzmann decidió divulgar en Francia una de las cartas (ver aparte) enviadas por Simone de Beauvoir. Ese documento, enviado por la escritora desde Amsterdam en 1953 es acaso el más significativo porque Castor lo compara con Sartre, le concede la "superioridad" sobre Algren, le confiesa un amor profundo conmovedor y lo define como el hombre de su vida. ¿Cómo pensar que Lanzmann podía imaginar la idea de morir sin que el mundo conociera su verdadera gloria?
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Las cartas
En tus brazos permanezco hasta la eternidad
Carta de Simone de Beauvoir a Claude Lanzmann, enviada desde Amsterdam en 1953
(…) Querido, mi amor absoluto, mi niñito adorado, no hay palabras para decirte mi amor. Estoy todavía muy cerca tuyo por las palabras. Tengo tu cabeza sobre mis hombros, tus ojos con sus lágrimas y con la mirada que no termina. Eres hermoso y te amo hasta la muerte. Me siento todavía toda [palabra ilegible]. No siento haber partido ni llegado, no sé dónde estoy, no estoy en ninguna parte. En todo caso, no estoy lejos de ti, eso, eso es imposible. No sé cómo decírtelo: todavía no he conseguido estar separada de ti. Sé que eso me ocurrirá esta noche o mañana cuando esté completamente despierta y que el tiempo comenzará nuevamente a transcurrir. Pero desde ayer me siento verdaderamente fuera del tiempo, te hablo, te hablo, y te cubro de besos, veo tu rostro y escucho tu voz como si acabara de cerrar los ojos a tu lado, dispuesta a reabrirlos dentro de cinco minutos.
Mi amor, yo no sabía que el amor podía ser así. A Sartre lo amo, por cierto, pero sin verdadera reciprocidad; y sin que nuestros cuerpos tengan algo que ver. Algren me conmovió que me amara y yo también lo he amado mucho; pero sobre todo a través del amor que me prodigaba, y sin verdadera intimidad y sin haberle entregado jamás mi foro interior.
Sí, mi niñito querido, tu eres mi primer amor absoluto, el que se conoce solo una vez o nunca. Pensaba que jamás pronunciaría esta palabra que me viene tan espontáneamente delante de ti: te adoro. Este impulso, mi amor, de toda mi existencia hacia toda la tuya: te adoro, cuerpo y alma, de todo mi cuerpo y toda mi alma. Y cada vez que hay algo nuevo en ti, es una nueva adoración. Mi pequeño, mi pequeño, no estés triste. Tu eres mi destino, mi eternidad, mi vida, mi alegría, la sal y la luz de la tierra. Me arrojo en tus brazos y allí permanezco hasta la eternidad. Soy tu mujer, para siempre".
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